Por James Bascom
Cuando oímos el término "narcoestado", suelen venirnos a la mente ciertos países: México, Colombia, quizá Italia y algunos países africanos. En esos lugares, las mafias de la droga gobiernan con impunidad, y periodistas y abogados son asesinados y los políticos reciben amenazas de muerte.
Ya no es así. Gracias a la globalización, la parálisis gubernamental, la aceptación cultural del consumo de drogas y la inmigración masiva, el lucrativo comercio internacional de la droga está llevando la misma violencia y corrupción a los países del primer mundo del norte y el oeste de Europa, incluidos los Países Bajos, Bélgica, Francia, Alemania, España y el Reino Unido. Aunque los países occidentales no han visto las decenas de miles de asesinatos relacionados con la droga que México tiene cada año, están viendo la peor violencia del narcotráfico de su historia. Es un desastre que no hace más que empeorar, pero que lleva mucho tiempo produciéndose.
Una potente señal de esta crisis de las bandas de narcotraficantes fue el asesinato en julio de 2022 de Peter R. de Vries, conocido periodista holandés y reputado reportero de sucesos. De Vries, que participaba en la persecución de un capo de la droga marroquí, fue asesinado a tiros en el centro de Ámsterdam, y sus asesinos grabaron el acto en video. Aunque su asesinato conmocionó al país y al resto de Europa, la muerte de De Vries no fue más que el último de una serie de asesinatos orquestados por bandas marroquíes, apodadas la "Mocro Mafia".
En respuesta, el gobierno holandés prometió posteriormente 500 millones de euros para luchar contra el crimen organizado. Aun así, los alcaldes de Ámsterdam y Rotterdam han advertido sobre una "cultura del crimen y la violencia que está adquiriendo gradualmente rasgos italianos".
"Yo llamo a Holanda un 'narcoestado 2.0'", dijo Jan Struijs, presidente del sindicato policial Nederlandse PolitieBond, en una entrevista a la cadena sueca SVT. "No somos México, con 14.000 cadáveres, pero en nuestra economía paralela hay un ataque al orden público y un número sin precedentes de personas con seguridad personal -políticos, jueces, fiscales, personal policial, periodistas-, porque sigue existiendo un grave riesgo por parte del crimen organizado. Es un problema enorme que se está abordando en todos los frentes, pero nos queda mucho camino por recorrer". El temor es que la avalancha de dinero de la droga en el país conduzca necesariamente a una espiral de corrupción gubernamental, inacción y anarquía que sería casi imposible de revertir.
Antes, el bajo índice de criminalidad del país permitía a los ciudadanos prominentes viajar sin seguridad. Todo eso ha cambiado. El Primer Ministro holandés, Mark Rutte, que solía ir solo en bicicleta al trabajo en La Haya, cuenta ahora con protección policial permanente. La princesa Amalia, hija del rey Guillermo Alejandro, se vio obligada el año pasado a abandonar sus planes de asistir en persona a la universidad por temor a ser atacada o secuestrada.
El combustible del narcotráfico es la cocaína, el estupefaciente más rentable para la mafia de la droga. Con decenas de miles de millones de dólares en juego, las bandas de narcotraficantes no son simples matones callejeros, sino sindicatos internacionales del crimen organizado. La policía ha descubierto enormes "fábricas" por todo el país que producen cocaína, éxtasis, metanfetaminas y heroína por valor de miles de millones de euros. Las bandas utilizan armas automáticas e incluso granadas en sus luchas por el territorio. Para ilustrar los espeluznantes métodos de la mafia de la droga, la policía encontró cerca de Rotterdam siete contenedores insonorizados utilizados para interrogar y torturar a miembros de bandas rivales, y en 2016 descubrió la cabeza cortada de un miembro de una banda marroquí en las calles de Ámsterdam.
La policía holandesa, desbordada por la avalancha de drogas, es sencillamente incapaz de hacer frente al problema. El defensor del pueblo de Ámsterdam, Arre Zuurmond, reconoció que por la noche el centro de la ciudad se vuelve "anárquico" y se convierte en una "jungla." "En el centro de la ciudad, el dinero de los delincuentes es el que manda por la noche. La autoridad ya no está presente", dijo, y añadió que "la policía ya no puede manejar esta situación".
Lo mismo está ocurriendo en todo el mundo occidental. En la vecina Bélgica, se calcula que cada año pasan por el puerto de Amberes drogas ilegales por valor de 60.000 millones de euros. El Ministro de Justicia belga, Vincent Van Quickenborne, fue puesto bajo protección reforzada después de que la policía descubriera un complot para secuestrarlo. "Creo que hemos entrado en una nueva fase, una nueva fase llamada narcoterrorismo, una fase en la que los narcoterroristas intentan desestabilizar la sociedad y hacerse con el control de la sociedad", declaró Van Quickenborne a The Associated Press. "Y, por supuesto, nunca permitiremos que nuestros países se conviertan en narcoestados como los que se ven a veces en América Latina". En respuesta, los ministros de seis países europeos -Países Bajos, Bélgica, Alemania, Francia, Italia y España- se reunieron el pasado octubre en Amsterdam para debatir la cooperación en la lucha contra la mafia de la droga.
La cocaína, en particular, está fuera de control. En Francia, las confiscaciones policiales de cocaína pasaron de 1,6 toneladas en 1990 a 26,5 toneladas en 2021. En febrero de 2021, la policía alemana se incautó en Hamburgo de 16 toneladas de cocaína con un valor en la calle de 1.500 millones de euros, un récord europeo. En enero de 2023, la policía española se incautó en las Islas Canarias de 4,5 toneladas de cocaína por valor de 105 millones de euros. En Estados Unidos, la cantidad total de droga incautada por la Patrulla de Fronteras aumentó de 29,5 a 50 toneladas métricas entre 2016 y 2021. Sin embargo, las drogas incautadas por la policía representan una pequeña fracción del total.
Los datos sobre el tráfico de drogas -muertes, sobredosis, detenciones y cantidad de drogas incautadas- son fáciles de medir. Más difíciles de cuantificar y aún más difíciles de admitir son las razones más profundas y filosóficas de su ascenso estratosférico. Aunque es innegable que el tráfico mundial de drogas asciende a 600.000 millones de euros, sus causas principales pueden achacarse directamente a la cultura permisiva, postcristiana y libertaria que domina el mundo occidental.
La principal razón de la crisis de la droga es la ideología liberal occidental que, desde los años sesenta, ha desestigmatizado el consumo de drogas ilícitas. Gracias a la influencia del cristianismo, la intoxicación por drogas solía considerarse un pecado, algo que sólo hacían los delincuentes y los vagabundos. Este marco moral cristiano fue sustituido por un individualismo libertino que relativizaba toda moralidad y reducía la sociedad a un montón de arena de individuos que podían realizar cualquier acto -incluso autodestructivo- siempre que no dañaran físicamente a los demás. Los liberales occidentales difundieron mitos y sofismas sobre el consumo de drogas que lograron inclinar la opinión pública a su favor. Afirmaban que tolerar "drogas blandas" como la marihuana resolvería el problema de las drogas. La "marihuana medicinal" no sólo era buena, sino necesaria para aliviar el sufrimiento. La legalización eliminaría el mercado negro y reduciría la delincuencia relacionada con las drogas. Uno a uno, los países occidentales empezaron a despenalizar o a aplicar políticas de drogas "tolerantes", empezando por los Países Bajos.
Sólo unas décadas después, cuando los efectos negativos del consumo generalizado de drogas se han hecho evidentes, muchos países se arrepienten de esa decisión.
Una razón importante para ello -aparte del creciente consenso sobre los graves efectos de las drogas ilícitas en la salud- es que las drogas y la delincuencia son inseparables. Los delincuentes siempre han estado entre los mayores consumidores de drogas, y allí donde las drogas están libremente disponibles, la delincuencia casi inevitablemente les sigue. Además, la legalización de las drogas amplía el mercado negro, no lo elimina. Cuando las drogas se legalizan, el consumo aumenta necesariamente. Las bandas de narcotraficantes casi siempre proporcionan drogas más baratas que su competencia legal (y sujeta a impuestos). En Europa y Estados Unidos, la legalización de la marihuana ha generado mayores beneficios que nunca para las bandas de narcotraficantes.
La marihuana es una droga de entrada para drogas duras como la cocaína y la heroína. No todos los que fuman marihuana pasan a la cocaína, pero casi todos los que toman cocaína empezaron con la marihuana. Cuando arraiga una cultura de intoxicación y el consumo de drogas se convierte en una opción de vida más, es más o menos inevitable que le sigan las drogas duras. No hay justificación moral para trazar la línea en la marihuana si no existe una moralidad absoluta.
Los mismos liberales que relajaron las leyes sobre drogas fueron al mismo tiempo responsables de la crisis de la inmigración que es directamente responsable de gran parte de la crisis de las drogas. Durante décadas, estos liberales han eliminado tanto las fronteras gracias a la Unión Europea como las barreras comerciales a través de la globalización. Ambas fueron condiciones indispensables para el tráfico de drogas. También fomentaron la inmigración a gran escala hacia Occidente, en su mayoría procedente de países pobres de África, Oriente Medio y América Latina. Aunque los comentaristas "políticamente correctos" se niegan a reconocerlo, es simplemente un hecho que en Europa estos inmigrantes, en su mayoría musulmanes, son desproporcionadamente responsables del tráfico de drogas y de la violencia relacionada con él.
En la tercera década del siglo XXI, los facilitadores cruciales de las bandas de narcotraficantes son los defensores de extrema izquierda de la ideología "woke" (despierta). Estos progresistas radicales ven a los narcotraficantes y criminales como "una clase oprimida en guerra contra las estructuras opresivas de Occidente", especialmente la policía, el Estado de derecho y las políticas "racistas" antidroga. Los progresistas "despiertos" y los narcotraficantes son aliados en la guerra para "derrocar el capitalismo", el libre mercado y lo que queda de la moral cristiana tradicional y la civilización europea occidental. Al fin y al cabo, ambos son anarquistas que buscan eliminar el Estado y sustituirlo por una sociedad tribal "sin dioses ni amos."
La caída de los Países Bajos en la categoría de "narcoestado" está destruyendo el Estado de Derecho, el tejido social y la cultura tradicional holandesa. Es indispensable una respuesta policial contundente, pero sólo abordando las raíces de la crisis de la droga podrá Occidente esperar eliminar esta lacra del siglo XXI.
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Ya no es así. Gracias a la globalización, la parálisis gubernamental, la aceptación cultural del consumo de drogas y la inmigración masiva, el lucrativo comercio internacional de la droga está llevando la misma violencia y corrupción a los países del primer mundo del norte y el oeste de Europa, incluidos los Países Bajos, Bélgica, Francia, Alemania, España y el Reino Unido. Aunque los países occidentales no han visto las decenas de miles de asesinatos relacionados con la droga que México tiene cada año, están viendo la peor violencia del narcotráfico de su historia. Es un desastre que no hace más que empeorar, pero que lleva mucho tiempo produciéndose.
Una potente señal de esta crisis de las bandas de narcotraficantes fue el asesinato en julio de 2022 de Peter R. de Vries, conocido periodista holandés y reputado reportero de sucesos. De Vries, que participaba en la persecución de un capo de la droga marroquí, fue asesinado a tiros en el centro de Ámsterdam, y sus asesinos grabaron el acto en video. Aunque su asesinato conmocionó al país y al resto de Europa, la muerte de De Vries no fue más que el último de una serie de asesinatos orquestados por bandas marroquíes, apodadas la "Mocro Mafia".
En respuesta, el gobierno holandés prometió posteriormente 500 millones de euros para luchar contra el crimen organizado. Aun así, los alcaldes de Ámsterdam y Rotterdam han advertido sobre una "cultura del crimen y la violencia que está adquiriendo gradualmente rasgos italianos".
"Yo llamo a Holanda un 'narcoestado 2.0'", dijo Jan Struijs, presidente del sindicato policial Nederlandse PolitieBond, en una entrevista a la cadena sueca SVT. "No somos México, con 14.000 cadáveres, pero en nuestra economía paralela hay un ataque al orden público y un número sin precedentes de personas con seguridad personal -políticos, jueces, fiscales, personal policial, periodistas-, porque sigue existiendo un grave riesgo por parte del crimen organizado. Es un problema enorme que se está abordando en todos los frentes, pero nos queda mucho camino por recorrer". El temor es que la avalancha de dinero de la droga en el país conduzca necesariamente a una espiral de corrupción gubernamental, inacción y anarquía que sería casi imposible de revertir.
Antes, el bajo índice de criminalidad del país permitía a los ciudadanos prominentes viajar sin seguridad. Todo eso ha cambiado. El Primer Ministro holandés, Mark Rutte, que solía ir solo en bicicleta al trabajo en La Haya, cuenta ahora con protección policial permanente. La princesa Amalia, hija del rey Guillermo Alejandro, se vio obligada el año pasado a abandonar sus planes de asistir en persona a la universidad por temor a ser atacada o secuestrada.
El combustible del narcotráfico es la cocaína, el estupefaciente más rentable para la mafia de la droga. Con decenas de miles de millones de dólares en juego, las bandas de narcotraficantes no son simples matones callejeros, sino sindicatos internacionales del crimen organizado. La policía ha descubierto enormes "fábricas" por todo el país que producen cocaína, éxtasis, metanfetaminas y heroína por valor de miles de millones de euros. Las bandas utilizan armas automáticas e incluso granadas en sus luchas por el territorio. Para ilustrar los espeluznantes métodos de la mafia de la droga, la policía encontró cerca de Rotterdam siete contenedores insonorizados utilizados para interrogar y torturar a miembros de bandas rivales, y en 2016 descubrió la cabeza cortada de un miembro de una banda marroquí en las calles de Ámsterdam.
La policía holandesa, desbordada por la avalancha de drogas, es sencillamente incapaz de hacer frente al problema. El defensor del pueblo de Ámsterdam, Arre Zuurmond, reconoció que por la noche el centro de la ciudad se vuelve "anárquico" y se convierte en una "jungla." "En el centro de la ciudad, el dinero de los delincuentes es el que manda por la noche. La autoridad ya no está presente", dijo, y añadió que "la policía ya no puede manejar esta situación".
Lo mismo está ocurriendo en todo el mundo occidental. En la vecina Bélgica, se calcula que cada año pasan por el puerto de Amberes drogas ilegales por valor de 60.000 millones de euros. El Ministro de Justicia belga, Vincent Van Quickenborne, fue puesto bajo protección reforzada después de que la policía descubriera un complot para secuestrarlo. "Creo que hemos entrado en una nueva fase, una nueva fase llamada narcoterrorismo, una fase en la que los narcoterroristas intentan desestabilizar la sociedad y hacerse con el control de la sociedad", declaró Van Quickenborne a The Associated Press. "Y, por supuesto, nunca permitiremos que nuestros países se conviertan en narcoestados como los que se ven a veces en América Latina". En respuesta, los ministros de seis países europeos -Países Bajos, Bélgica, Alemania, Francia, Italia y España- se reunieron el pasado octubre en Amsterdam para debatir la cooperación en la lucha contra la mafia de la droga.
La cocaína, en particular, está fuera de control. En Francia, las confiscaciones policiales de cocaína pasaron de 1,6 toneladas en 1990 a 26,5 toneladas en 2021. En febrero de 2021, la policía alemana se incautó en Hamburgo de 16 toneladas de cocaína con un valor en la calle de 1.500 millones de euros, un récord europeo. En enero de 2023, la policía española se incautó en las Islas Canarias de 4,5 toneladas de cocaína por valor de 105 millones de euros. En Estados Unidos, la cantidad total de droga incautada por la Patrulla de Fronteras aumentó de 29,5 a 50 toneladas métricas entre 2016 y 2021. Sin embargo, las drogas incautadas por la policía representan una pequeña fracción del total.
Los datos sobre el tráfico de drogas -muertes, sobredosis, detenciones y cantidad de drogas incautadas- son fáciles de medir. Más difíciles de cuantificar y aún más difíciles de admitir son las razones más profundas y filosóficas de su ascenso estratosférico. Aunque es innegable que el tráfico mundial de drogas asciende a 600.000 millones de euros, sus causas principales pueden achacarse directamente a la cultura permisiva, postcristiana y libertaria que domina el mundo occidental.
La principal razón de la crisis de la droga es la ideología liberal occidental que, desde los años sesenta, ha desestigmatizado el consumo de drogas ilícitas. Gracias a la influencia del cristianismo, la intoxicación por drogas solía considerarse un pecado, algo que sólo hacían los delincuentes y los vagabundos. Este marco moral cristiano fue sustituido por un individualismo libertino que relativizaba toda moralidad y reducía la sociedad a un montón de arena de individuos que podían realizar cualquier acto -incluso autodestructivo- siempre que no dañaran físicamente a los demás. Los liberales occidentales difundieron mitos y sofismas sobre el consumo de drogas que lograron inclinar la opinión pública a su favor. Afirmaban que tolerar "drogas blandas" como la marihuana resolvería el problema de las drogas. La "marihuana medicinal" no sólo era buena, sino necesaria para aliviar el sufrimiento. La legalización eliminaría el mercado negro y reduciría la delincuencia relacionada con las drogas. Uno a uno, los países occidentales empezaron a despenalizar o a aplicar políticas de drogas "tolerantes", empezando por los Países Bajos.
Sólo unas décadas después, cuando los efectos negativos del consumo generalizado de drogas se han hecho evidentes, muchos países se arrepienten de esa decisión.
Una razón importante para ello -aparte del creciente consenso sobre los graves efectos de las drogas ilícitas en la salud- es que las drogas y la delincuencia son inseparables. Los delincuentes siempre han estado entre los mayores consumidores de drogas, y allí donde las drogas están libremente disponibles, la delincuencia casi inevitablemente les sigue. Además, la legalización de las drogas amplía el mercado negro, no lo elimina. Cuando las drogas se legalizan, el consumo aumenta necesariamente. Las bandas de narcotraficantes casi siempre proporcionan drogas más baratas que su competencia legal (y sujeta a impuestos). En Europa y Estados Unidos, la legalización de la marihuana ha generado mayores beneficios que nunca para las bandas de narcotraficantes.
La marihuana es una droga de entrada para drogas duras como la cocaína y la heroína. No todos los que fuman marihuana pasan a la cocaína, pero casi todos los que toman cocaína empezaron con la marihuana. Cuando arraiga una cultura de intoxicación y el consumo de drogas se convierte en una opción de vida más, es más o menos inevitable que le sigan las drogas duras. No hay justificación moral para trazar la línea en la marihuana si no existe una moralidad absoluta.
Los mismos liberales que relajaron las leyes sobre drogas fueron al mismo tiempo responsables de la crisis de la inmigración que es directamente responsable de gran parte de la crisis de las drogas. Durante décadas, estos liberales han eliminado tanto las fronteras gracias a la Unión Europea como las barreras comerciales a través de la globalización. Ambas fueron condiciones indispensables para el tráfico de drogas. También fomentaron la inmigración a gran escala hacia Occidente, en su mayoría procedente de países pobres de África, Oriente Medio y América Latina. Aunque los comentaristas "políticamente correctos" se niegan a reconocerlo, es simplemente un hecho que en Europa estos inmigrantes, en su mayoría musulmanes, son desproporcionadamente responsables del tráfico de drogas y de la violencia relacionada con él.
En la tercera década del siglo XXI, los facilitadores cruciales de las bandas de narcotraficantes son los defensores de extrema izquierda de la ideología "woke" (despierta). Estos progresistas radicales ven a los narcotraficantes y criminales como "una clase oprimida en guerra contra las estructuras opresivas de Occidente", especialmente la policía, el Estado de derecho y las políticas "racistas" antidroga. Los progresistas "despiertos" y los narcotraficantes son aliados en la guerra para "derrocar el capitalismo", el libre mercado y lo que queda de la moral cristiana tradicional y la civilización europea occidental. Al fin y al cabo, ambos son anarquistas que buscan eliminar el Estado y sustituirlo por una sociedad tribal "sin dioses ni amos."
La caída de los Países Bajos en la categoría de "narcoestado" está destruyendo el Estado de Derecho, el tejido social y la cultura tradicional holandesa. Es indispensable una respuesta policial contundente, pero sólo abordando las raíces de la crisis de la droga podrá Occidente esperar eliminar esta lacra del siglo XXI.
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