Por Don Giuseppe Tomaselli
“Si Dios castigara inmediatamente a los que le ofenden, ciertamente no le ofenderían como ahora. Pero como el Señor no castiga inmediatamente, los pecadores se sienten animados a pecar más. Es bueno saber, sin embargo, que así como ha fijado para cada hombre el número de días de su vida, así ha fijado para cada hombre el número de pecados que ha decidido perdonarle: a unos cien, a otros diez, a otros uno. ¡Cuántos viven muchos años en pecado! Pero cuando se acaba el número de pecados fijado por Dios, les alcanza la muerte y van al infierno” (San Alfonso M. de Ligorio - Doctor de la Iglesia)
INTRODUCCIÓN
Aunque no era un devorador de curas, el Coronel M. se reía de la religión. Un día le dijo al Capellán del Regimiento:
- Vosotros, los curas, sois astutos y embusteros: inventando el fantasma del infierno, habéis conseguido que os siga mucha gente.
- Coronel, no quisiera entrar en discusiones; podemos hacerlo más adelante, si os parece. Sólo os pregunto: ¿qué estudios habéis hecho para llegar a la conclusión de que el infierno no existe?
- No hace falta estudiar para entender estas cosas!
- Yo, en cambio -continuó el capellán-, he estudiado el tema a fondo y a propósito en libros de teología, y no tengo ninguna duda sobre la existencia del infierno.
- Traedme uno de esos libros
Cuando el Coronel le devolvió el libro, tras leerlo detenidamente, se sintió obligado a decir:
- Veo que vosotros los sacerdotes no engañáis a la gente cuando habláis del infierno. Los argumentos que aportáis son convincentes. Debo admitir que tenéis razón!
Si un coronel, al que se le supone un cierto nivel cultural, llega a burlarse de una verdad tan importante como la existencia del infierno, no es de extrañar que el hombre común diga, en parte bromeando y en parte creyendo: “El infierno no existe... pero si existiera, estaríamos en compañía de bellas mujeres... y allí haría calor...”
¡Infierno! ¡Terrible realidad! No debo ser yo, un pobre mortal, quien escriba sobre el castigo reservado a los condenados en la otra vida. Si lo hiciera un condenado en el abismo del infierno, ¡cuánto más eficaz sería su palabra!
Sin embargo, basándome en diversas fuentes, pero sobre todo en la Revelación Divina, presento al lector un argumento digno de profunda meditación: “Descendamos al infierno mientras vivimos (es decir, reflexionando sobre esta terrible realidad) -decía San Agustín- para no sumergirnos en él después de la muerte”.
Don Giuseppe Tomaselli
I
LA PREGUNTA DEL HOMBRE Y LA RESPUESTA DE LA FE
La posesión diabólica es una realidad dramática que encontramos ampliamente documentada en los escritos de los cuatro Evangelistas y en la historia de la Iglesia. El demonio, si Dios se lo permite, puede tomar posesión de un cuerpo humano, o de un animal, o incluso de un lugar. En el Ritual Romano, la Iglesia nos enseña a partir de qué elementos se puede reconocer una verdadera posesión diabólica. Relataré un episodio entre muchos que he vivido.
Fui comisionado por mi Arzobispo para expulsar al demonio del cuerpo de una muchacha que había sido atormentada durante algún tiempo. Tras haber sido examinada varias veces por especialistas médicos, se comprobó que estaba perfectamente sana.
Esta chica tenía una educación más bien baja, pues sólo había asistido a la escuela primaria. A pesar de ello, en cuanto el demonio entró en ella, fue capaz de entender y expresarse en lenguas clásicas, leer el pensamiento de los presentes, y se produjeron diversos fenómenos extraños en la sala, como la rotura de cristales, fuertes ruidos en las puertas, el movimiento agitado de una mesa solitaria, objetos que salían solos de una cesta y caían al suelo, etc...
Al exorcismo asistieron varias personas, entre ellas otro sacerdote y un profesor de historia y filosofía, que lo grabaron todo para su posible publicación.
El demonio, obligado, manifestó su nombre y respondió a varias preguntas.
El demonio, obligado, manifestó su nombre y respondió a varias preguntas.
- ¡Me llamo Melid! Mi nombre es Melid... ¡Estoy en el cuerpo de esta chica y no la abandonaré hasta que acceda a hacer lo que yo quiero que haga!
- Explicaos mejor...
- Soy el demonio de la impureza y atormentaré a esta chica hasta que se haya vuelto tan impura como yo deseo que sea.
-En nombre de Dios, decidme: ¿hay gente en el infierno a causa de este pecado?
- Todos los que están ahí, nadie excluido, están ahí con este pecado o incluso por este pecado!
Le hice muchas más preguntas:
- Antes de ser demonio, ¿quién fuiste?
- Yo era un querubín... un alto funcionario de la Corte Celestial.
- ¿Qué pecado han cometido los ángeles en el Cielo?
- ¡No debería haberse hecho al hombre! Él, el Altísimo, humillarse así... ¡no debería haberlo hecho!
- ¿Pero no sabíais que si os rebelabais contra Dios os hundiríais en el infierno?
- Él nos dijo que nos pondría a prueba, pero no que nos castigaría así... ¡Infierno!... ¡Infierno!... ¡Demonios!... No podéis entender lo que significa el fuego eterno!
Pronunció estas palabras con furiosa cólera y tremenda desesperación.
¿Qué es este infierno del que hoy se habla demasiado poco (en grave detrimento de la vida espiritual de las personas) y que, en cambio, sería bueno, es más, sería justo conocer bajo la luz adecuada?
¿COMO SABER SI EL INFIERNO EXISTE?
Es el castigo que Dios ha dado a los ángeles rebeldes y que también dará a los hombres que se rebelan contra Él y desobedecen Su ley, si mueren en Su enemistad.
En primer lugar probaremos que existe y luego trataremos de comprender qué es. Al hacerlo, podremos llegar a conclusiones prácticas. Para abrazar una verdad, nuestra inteligencia necesita argumentos sólidos.
Como se trata de una verdad que tiene tantas y tan graves consecuencias para la vida presente y futura, examinaremos las pruebas de la razón, luego las pruebas de la Revelación divina y, por último, las pruebas de la historia.
LAS PRUEBAS DE LA RAZÓN
Los hombres, aunque muy a menudo, poco o mucho, se comporten injustamente, están de acuerdo en que el que hace el bien debe ser recompensado y el que hace el mal debe ser castigado. Al soldado valiente se le concede la medalla al valor, al desertor se le reserva la prisión. El ciudadano honrado es recompensado con el reconocimiento de sus derechos, el delincuente debe ser castigado con una pena justa. Así, nuestra razón no se opone a la admisión del castigo para el culpable.
¿Es posible que el Supremo Legislador dé mandamientos y luego no le importe si son obedecidos o desobedecidos?
El propio filósofo impío Voltaire tuvo el buen sentido de escribir en su obra "La Ley Natural": "Si toda la creación nos prueba la existencia de un ser infinitamente sabio, nuestra razón nos dice que debe ser infinitamente justo. Pero, ¿cómo podría ser así si no puede ni premiar ni castigar? El deber de todo gobernante es castigar las malas acciones y recompensar las buenas. ¿No hará Dios lo que la propia justicia humana sabe hacer?".
En las verdades de fe, nuestra pobre inteligencia humana sólo puede aportar una pequeña contribución. Dios, Verdad Suprema, ha querido revelar al hombre cosas que le son misteriosas; el hombre es libre de aceptarlas o rechazarlas, pero a su debido tiempo dará cuenta de su elección al Creador.
LAS PRUEBAS DE LA REVELACIÓN DIVINA
En las verdades de fe, nuestra pobre inteligencia humana sólo puede aportar una pequeña contribución. Dios, Verdad Suprema, ha querido revelar al hombre cosas que le son misteriosas; el hombre es libre de aceptarlas o rechazarlas, pero a su debido tiempo dará cuenta de su elección al Creador.
La Revelación divina también está contenida en la Sagrada Escritura, tal como ha sido conservada y es interpretada por la Iglesia. La Biblia se divide en dos partes: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, Dios habló a los Profetas, y ellos fueron Sus portavoces ante el pueblo judío. El rey y profeta David escribió: "Sean confundidos los impíos, callen en el infierno" (Sa 13:18). De los hombres que se rebelaron contra Dios, el profeta Isaías dijo: "Su gusano nunca morirá, su fuego nunca se apagará" (Isa 66:24).
El precursor de Jesús, San Juan Bautista, para disponer el ánimo de sus contemporáneos a aceptar al Mesías, habló también de una tarea especial encomendada al Redentor: dar premio a los buenos y castigo a los rebeldes, y lo hizo utilizando una comparación: "La pala de aventar está en su mano y va a limpiar su era: reunirá el trigo en el granero, y a la paja la quemará en fuego que no se apaga" (Mt 3,12).
JESÚS HABLÓ DEL PARAÍSO MUCHAS VECES
En la plenitud de los tiempos, hace dos mil años, mientras César Octavio Augusto reinaba en Roma, apareció en el mundo el Hijo de Dios, Jesucristo. Entonces comenzó el Nuevo Testamento. ¿Quién puede negar que Jesús existió realmente? Ningún hecho histórico está tan bien documentado.
El Hijo de Dios demostró su divinidad con muchos milagros asombrosos y, a todos los que aún dudaban, les lanzó un desafío: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Juan 2:19). También dijo: "Como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra" (Mateo 12:40).
La resurrección de Jesucristo es, sin duda, la mayor prueba de su divinidad.
Jesús realizó los milagros no sólo porque, movido por la caridad, quiso ayudar a los pobres enfermos, sino también para que todos, viendo su poder y comprendiendo que procedía de Dios, pudieran abrazar la verdad sin sombra de duda.
Jesús dijo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12). La misión del Redentor era salvar a la humanidad, redimiéndola del pecado, y enseñar el camino seguro hacia el Cielo.
Los buenos escuchaban con avidez sus palabras y practicaban sus enseñanzas. Para animarles a perseverar en el bien, les hablaba a menudo del gran premio reservado a los justos en la otra vida:
"Bienaventurados seréis cuando os insulten y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo por mi causa. Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en el trono de su gloria... y dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo" (cf. Mt 25,31.34).
También dijo: "Alegraos, porque vuestros nombres están escritos en los cielos" (Lc 10,20); "Cuando deis un banquete, convidad a los pobres, a los lisiados, a los cojos, y a los ciegos. Y felices seréis, porque ellos no tienen cómo retribuiros, sino que os será retribuido en la resurrección de los justos" (Lc 14,13-14). "Os preparo un reino, como mi Padre me ha preparado a mí" (Lc 22,29).
JESÚS TAMBIÉN HABLÓ DEL CASTIGO ETERNO
A un buen hijo, para obedecer, le basta saber lo que desea su padre: obedece sabiendo que le complacerá y gozará de su afecto; mientras que a un hijo rebelde se le amenaza con el castigo.
Así, a los buenos les basta la promesa de la recompensa eterna, el Paraíso, mientras que a los malvados, víctimas voluntarias de sus propias pasiones, hay que presentarles el castigo para sacudirlos.
Viendo con qué maldad tantos de sus contemporáneos y de los hombres de los siglos futuros habrían cerrado los oídos a sus enseñanzas, deseoso como estaba de salvar a todas las almas, habló del castigo reservado en la otra vida a los pecadores contumaces, es decir, el castigo del infierno.
La prueba más contundente de la existencia del infierno la proporcionan así las palabras de Jesús.
Negar o incluso dudar de las terribles palabras del Hijo de Dios hecho Hombre sería destruir el Evangelio, borrar la historia, negar la luz del sol.
Los judíos creían que sólo tenían derecho al Paraíso por ser descendientes de Abraham.
ES DIOS QUIEN HABLA
Los judíos creían que sólo tenían derecho al Paraíso por ser descendientes de Abraham.
Y como muchos se resistieron a las enseñanzas divinas y no quisieron reconocerle como el Mesías enviado por Dios, Jesús les amenazó con la pena eterna del infierno.
"Os digo que vendrán muchos de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino (los judíos) serán arrojados a las tinieblas, y allí será el llanto y el crujir de dientes" (Mt 8,11-12).
Viendo los escándalos de su tiempo y de las generaciones futuras, para hacer entrar en razón a los rebeldes y preservar a los buenos del mal, Jesús habló del infierno y en tono muy fuerte: "¡Ay del mundo por los escándalos! Porque forzoso es que vengan escándalos, pero ¡ay del hombre por quien el escándalo viene!" (Mt. 18:7)
"Si tu mano te escandaliza, córtala: más te vale entrar en la vida manco, que irte, con tus dos manos, a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te escandaliza, córtalo: más te vale entrar en la vida cojo que ser, con tus dos pies, arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te escandaliza, sácalo: más te vale entrar en el reino de Dios teniendo un solo ojo que con tus dos ojos ser arrojado a la gehenna donde “el gusano no muere y el fuego no se apaga" (cf. Mc 9:43.48).
Jesús, por lo tanto, nos enseña que debemos estar dispuestos a hacer cualquier sacrificio, incluso el más grave, como la amputación de un miembro de nuestro cuerpo, para no acabar en el fuego eterno.
Para instar a los hombres a utilizar los dones que han recibido de Dios, como la inteligencia, los sentidos del cuerpo y las bendiciones... Jesús contó la parábola de los talentos y la concluyó con estas palabras: "El siervo perezoso que se vaya a las tinieblas; allí será el llanto y el crujir de dientes" (Mt 25,30).
Cuando predijo el fin del mundo, con la resurrección universal, refiriéndose a su resurrección gloriosa y a los dos ejércitos, el de los buenos y el de los malos, añadió: "... a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles" (Mt 25,41).
El peligro de ir al infierno existe para todos los hombres, porque durante nuestra vida terrena todos corremos el riesgo de pecar gravemente.
El peligro de ir al infierno existe para todos los hombres, porque durante nuestra vida terrena todos corremos el riesgo de pecar gravemente.
Incluso a sus propios discípulos y colaboradores Jesús les señaló el peligro que corrían de acabar en el fuego eterno. Habían recorrido las ciudades y aldeas proclamando el reino de Dios, curando a los enfermos y expulsando a los demonios de los cuerpos de los endemoniados. Volvieron regocijados por todo esto y dijeron: "Señor, hasta los demonios se nos someten en vuestro nombre". Y Jesús: "Vi a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lc 10,17-18). Quería aconsejarles que no se enorgullecieran de lo que habían hecho, porque el orgullo había hecho que Lucifer se precipitara en el infierno.
Un joven rico se alejaba de Jesús, entristecido porque le habían invitado a vender sus bienes y dárselos a los pobres. El Señor comentó el incidente: "En verdad os digo que es difícil que un rico entre en el reino de los cielos. Os repito que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos". Ante estas palabras, los discípulos, consternados, preguntaron: "¿Quién, pues, se salvará?". Jesús, fijando en ellos su mirada, dijo: "Esto es imposible para los hombres, pero para Dios todo es posible". (Mt 19, 23-26).
Con estas palabras, Jesús no quería condenar la riqueza, que, en sí misma, no es mala, sino que quería que la gente comprendiera que quienes la poseen corren el grave peligro de apegar su corazón a ella de manera desordenada, hasta el punto de perder de vista el paraíso y el riesgo concreto de la condenación eterna.
A los ricos que no ejercen la caridad Jesús les amenazó con un mayor peligro de acabar en el infierno.
"Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y banqueteaba cada día espléndidamente. Y un mendigo, llamado Lázaro, estaba tendido a su puerta, cubierto de úlceras, y deseando saciarse con lo que caía de la mesa del rico, en tanto que hasta los perros se llegaban y le lamían las llagas. Y sucedió que el pobre murió, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También el rico murió, y fue sepultado. Y en el abismo, levantó los ojos, mientras estaba en los tormentos, y vio de lejos a Abrahán con Lázaro en su seno. Y exclamó: “Padre Abrahán, apiádate de mí, y envía a Lázaro para que, mojando en el agua la punta de su dedo, refresque mi lengua, porque soy atormentado en esta llama”. Abrahán le respondió: “Acuérdate, hijo, que tú recibiste tus bienes durante tu vida, y así también Lázaro los males. Ahora él es consolado aquí, y tú sufres. Por lo demás, entre nosotros y vosotros un gran abismo ha sido establecido, de suerte que los que quisiesen pasar de aquí a vosotros, no lo podrían; y de allí tampoco se puede pasar hacia nosotros”. Respondió: “Entonces te ruego, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, a fin de que no vengan, también ellos, a este lugar de tormentos”. Abrahán respondió: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. Replicó: “No, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va junto a ellos, se arrepentirán”. Él, empero, le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se dejarán persuadir, ni aun cuando alguno resucite de entre los muertos”". (Lc 16,19-31 ).
LOS MALVADOS DICEN...
Esta parábola evangélica no sólo nos asegura que el infierno existe, sino que también sugiere la respuesta a los que tontamente se atreven a decir: "¡Sólo creería en el infierno si viniera a verme alguien del más allá!"
Los que se expresan así normalmente ya están en el camino del mal y no creerían aunque vieran a un muerto resucitado.
Si, hipotéticamente, viniera hoy alguien del infierno, muchos corruptos o indiferentes que, para seguir viviendo en sus pecados sin remordimientos, tienen interés en que el infierno no exista, dirían sarcásticamente: "¡Pero éste está loco! No le hagamos caso".
Nota sobre el tema: "EL NÚMERO DE LOS CONDENADOS". Por la forma en que el autor trata el tema del número de los condenados, se tiene la impresión de que la situación, de su época a la nuestra, ha cambiado profundamente. El autor escribía en una época en la que, en Italia, casi todo el mundo tenía alguna relación con la fe, aunque sólo fuera en forma de recuerdos lejanos, nunca del todo olvidados, que afloraban casi siempre a punto de morir. En cambio, en nuestro tiempo, incluso en esta pobre Italia, que fue católica y que el Papa ha llegado a llamar hoy "tierra de misión", son demasiados los que, sin tener ya ni siquiera un tenue recuerdo de la fe, viven y mueren sin ninguna referencia a Dios y sin plantearse la cuestión del más allá. Muchos viven y "mueren como perros", decía el cardenal Siri, entre otras cosas porque muchos sacerdotes son cada vez menos solícitos en atender a los moribundos y ofrecerles la reconciliación con Dios. Está claro que nadie puede decir cuántos están condenados. Pero considerando la actual difusión del ateísmo... indiferencia... imprudencia... superficialidad... e inmoralidad... Yo no sería tan optimista como el autor al afirmar que son pocos los condenados.
Al oír que Jesús hablaba a menudo del cielo y del infierno, los Apóstoles le preguntaron un día: "¿Quién, pues, se salvará?". Jesús, no queriendo que el hombre penetrara en una verdad tan delicada, respondió de manera evasiva: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y ancho el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; pero ¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14)
EL NÚMERO DE LOS CONDENADOS
Nota sobre el tema: "EL NÚMERO DE LOS CONDENADOS". Por la forma en que el autor trata el tema del número de los condenados, se tiene la impresión de que la situación, de su época a la nuestra, ha cambiado profundamente. El autor escribía en una época en la que, en Italia, casi todo el mundo tenía alguna relación con la fe, aunque sólo fuera en forma de recuerdos lejanos, nunca del todo olvidados, que afloraban casi siempre a punto de morir. En cambio, en nuestro tiempo, incluso en esta pobre Italia, que fue católica y que el Papa ha llegado a llamar hoy "tierra de misión", son demasiados los que, sin tener ya ni siquiera un tenue recuerdo de la fe, viven y mueren sin ninguna referencia a Dios y sin plantearse la cuestión del más allá. Muchos viven y "mueren como perros", decía el cardenal Siri, entre otras cosas porque muchos sacerdotes son cada vez menos solícitos en atender a los moribundos y ofrecerles la reconciliación con Dios. Está claro que nadie puede decir cuántos están condenados. Pero considerando la actual difusión del ateísmo... indiferencia... imprudencia... superficialidad... e inmoralidad... Yo no sería tan optimista como el autor al afirmar que son pocos los condenados.
Al oír que Jesús hablaba a menudo del cielo y del infierno, los Apóstoles le preguntaron un día: "¿Quién, pues, se salvará?". Jesús, no queriendo que el hombre penetrara en una verdad tan delicada, respondió de manera evasiva: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y ancho el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; pero ¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14)
¿Qué significan estas palabras de Jesús?
El camino del bien es duro, porque consiste en dominar la turbulencia de las propias pasiones para vivir en conformidad con la voluntad de Jesús: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24).
El camino del mal, que conduce al infierno, es cómodo y es transitado por la mayoría, porque es mucho más fácil correr tras los placeres de la vida, satisfaciendo el orgullo, la sensualidad, la avaricia, etc.
"Así pues", puede concluir alguien, "por las palabras de Jesús, ¡se puede pensar que la mayoría de los hombres irán al infierno!". Los Santos Padres, y los moralistas en general, dicen que la mayoría se salvará. He aquí los argumentos que esgrimen.
Dios quiere que todos los hombres se salven, da a todos los medios para alcanzar la felicidad eterna, pero no todos se aferran a estos dones y, debilitándose, permanecen esclavos de Satanás, en el tiempo y por la eternidad. Y de nuevo: "Esta es mi Sangre de la alianza, derramada por muchos, para remisión de los pecados" (Mt 26,28). Por lo tanto, son muchos los que se benefician de la Redención del Hijo de Dios. Si echamos un vistazo superficial a la humanidad, veremos que muchos mueren antes de haber alcanzado el uso de razón, cuando aún no son capaces de cometer pecados graves. Desde luego, no irán al infierno.
Muchos viven en la más completa ignorancia de la religión católica, pero no por culpa suya, ya que se encuentran en países donde la luz del Evangelio aún no ha llegado. Estos, si observan la ley natural, no irán al infierno, porque Dios es justo y no da castigos inmerecidos.
Luego están los enemigos de la religión, los libertinos, los corruptos. No todos éstos acabarán en el infierno, porque envejecen, el fuego de las pasiones disminuye no poco y vuelven fácilmente a Dios ¡Cuántas personas maduras, después de las decepciones de la vida, reanudan la práctica de la vida cristiana!
Muchas personas malas vuelven a la gracia de Dios porque están afligidas, o por un duelo familiar, o porque su vida está en peligro. ¡Cuántos mueren bien en los hospitales, en los campos de batalla, en las cárceles o en el seno de la familia!
No son muchos los que rechazan el consuelo religioso al morir, porque, ante la muerte, suelen abrirse los ojos y desvanecerse muchos prejuicios y bravuconadas.
En el lecho de muerte, la gracia de Dios puede ser muy abundante porque se obtiene a través de las oraciones y los sacrificios de los familiares y otras buenas personas que rezan diariamente por el moribundo. Aunque muchos recorren el camino del mal, sin embargo un buen número vuelve a Dios antes de entrar en la eternidad.
ES VERDAD DE FE
La existencia del infierno está asegurada y repetidamente enseñada por Jesucristo; es por lo tanto, una certeza, por lo que es un grave pecado contra la fe decir eso: "¡No existe el infierno!".
Y es un grave pecado incluso cuestionar esta verdad: "¡Esperemos que no exista el infierno!".
¿Quién peca contra esta verdad de fe? Los ignorantes en materia religiosa que no hacen nada por educarse en la fe, los superficiales que se toman a la ligera un asunto de tanta importancia y los ociosos que se enfrascan en los placeres ilícitos de la vida. ¡Pobres ciegos e inconscientes!
Ahora es necesario aportar pruebas de los hechos, ya que Dios ha permitido apariciones de almas condenadas.
No es de extrañar que el Divino Salvador tenga casi siempre en sus labios la palabra "infierno": no hay otra que exprese tan clara y adecuadamente el sentido de su misión
(J. Staudinger)
II
HECHOS HISTÓRICOS DOCUMENTADOS QUE HACEN REFLEXIONAR
UN GENERAL RUSO
Gaston De Sègur publicó un opúsculo sobre la existencia del infierno, en el que se narran las apariciones de algunas almas condenadas.
Cito todo el episodio en palabras del propio autor:
"El suceso ocurrió en Moscú en 1812, casi en mi propia familia. Mi abuelo materno, el conde Rostopchine, era entonces gobernador militar en Moscú y mantenía una estrecha amistad con el General conde Orloff, un hombre valiente pero impío. Una noche, después de cenar, el conde Orloff empezó a bromear con uno de sus amigos volterianos, el General V., burlándose de la religión y, en particular, del infierno.
- ¿Habrá algo -dijo Orloff- después de la muerte?
- ¿Habrá algo -dijo Orloff- después de la muerte?
- Si ocurre algo -dijo el general V-, el que muera primero vendrá a avisar al otro.
- Aproximadamente un mes después, el general V. recibió órdenes de abandonar Moscú y ocupar una posición importante con el ejército ruso para detener a Napoleón. Tres semanas más tarde, habiendo salido por la mañana a explorar la posición del enemigo, el general V. recibió un disparo en el estómago y cayó muerto. Al instante se presentó ante Dios.
El Conde Orloff estaba en Moscú y no sabía nada del fin de su amigo. Aquella mañana, mientras descansaba plácidamente, después de haber estado despierto durante algún tiempo, las cortinas de la cama se abrieron de repente y apareció el General V., recientemente fallecido, de pie sobre su persona, pálido, con la mano derecha sobre el pecho, y habló: "¡El infierno sí existe y yo estoy en él!" y desapareció.
El conde se levantó de la cama y salió de casa en bata, con el pelo aún revuelto, muy agitado, los ojos aturdidos y la cara pálida. Corrió a casa de mi abuelo, angustiado y jadeante, para contarle lo que había pasado. Mi abuelo acababa de levantarse y, asombrado de ver al conde Orloff vestido así a esas horas, le dijo:
- Conde, ¿qué le ha pasado?
- ¡Siento que me estoy volviendo loco de miedo! ¡Acabo de ver al General V.!
- ¿Pero cómo? ¿Ha llegado ya el general a Moscú?
- ¡No! -respondió el conde, tirándose en el sofá y sujetándose la cabeza con las manos- No, no ha vuelto, ¡y eso es lo que me asusta! -E inmediatamente, paralizado, le contó la aparición con todo lujo de detalles
Mi abuelo intentó calmarle, diciéndole que podía tratarse de una fantasía, o de una alucinación, o de un mal sueño, y añadió que no debía dar por muerto a su amigo el General.
Doce días después, un mensajero del ejército anunció a mi abuelo que el general había muerto, y las fechas coincidían: la muerte se produjo en la mañana del mismo día en que el conde Orloff le había visto aparecer en su habitación.
UNA MUJER DE NÁPOLES
Todo el mundo sabe que la Iglesia, antes de elevar a alguien a los honores de los altares y declararlo "santo", examina cuidadosamente su vida y, sobre todo, los hechos más extraños e insólitos.
El siguiente episodio se incluyó en los procesos de canonización de San Francisco de Jerónimo, célebre misionero de la Compañía de Jesús que vivió en el siglo pasado.
Un día, este sacerdote estaba predicando a una gran multitud en una plaza de Nápoles.
Una mujer de malas costumbres, llamada Catalina, que vivía en la plaza, empezó a hacer gestos fuertes y impúdicos desde su ventana para distraer a la audiencia durante el sermón. El santo tuvo que interrumpir el sermón porque la mujer no paraba, pero todo fue en vano.
Al día siguiente, el santo volvió a predicar en la misma plaza y, al ver cerrada la ventana de la atribulada mujer, preguntó qué había ocurrido. Le respondieron: "Murió repentinamente esta noche". La mano de Dios la había golpeado...
- "Vayamos a verla", dijo el Santo. Acompañado de otros, entró en la habitación y vio el cadáver de aquella pobre mujer tendido allí. El Señor, que a veces glorifica a sus santos incluso con milagros, le inspiró que devolviera la vida a la difunta.
San Francisco de Jerónimo miró el cadáver con horror y luego, con voz solemne, dijo: "Catalina, en presencia de esta gente, en nombre de Dios, ¡dime dónde estás!"
Por el poder del Señor, los ojos del cadáver se abrieron y sus labios se movieron convulsivamente: "¡En el infierno! Estoy para siempre en el infierno".
UN EPISODIO OCURRIDO EN ROMA
En Roma, en 1873, hacia mediados de agosto, una de las pobres chicas que vendían su cuerpo en un burdel se hirió en la mano. La lesión, que a primera vista parecía leve, empeoró inesperadamente, hasta el punto de que la pobre mujer fue trasladada de urgencia al hospital, donde murió poco después.
En ese mismo momento, una chica que estaba haciendo el mismo "trabajo" en la misma casa, y que no podía saber lo que le estaba pasando a su "colega" que había acabado en el hospital, empezó a gritar desesperada, tanto que sus compañeras se despertaron asustadas.
¿Qué había pasado? Su compañera muerta en el hospital se le había aparecido, rodeada de llamas, y le había dicho: "¡Estoy condenada! Y si no quieres acabar donde he acabado yo, ¡sal de este lugar de infamia y vuelve a Dios!"
Nada pudo calmar la agitación de la muchacha, hasta el punto de que, en cuanto amaneció, se marchó, dejando a todas las demás estupefactas, sobre todo en cuanto llegó la noticia de que su compañera había muerto unas horas antes en el hospital.
Poco después, la dueña de aquel infame lugar, que era una exaltada garibaldina, cayó gravemente enferma y, recordando bien la aparición de la niña maldita, se convirtió y pidió un sacerdote para poder recibir los santos sacramentos.
Poco después, la dueña de aquel infame lugar, que era una exaltada garibaldina, cayó gravemente enferma y, recordando bien la aparición de la niña maldita, se convirtió y pidió un sacerdote para poder recibir los santos sacramentos.
La autoridad eclesiástica confió el asunto a un digno sacerdote, monseñor Sirolli, que era párroco de San Salvatore in Lauro. Pidió a la enferma, en presencia de varios testigos, que se retractara de todas sus blasfemias contra el Sumo Pontífice y manifestara su firme intención de poner fin a la infame obra que había realizado hasta entonces.
Toda Roma conoció pronto los detalles de este acontecimiento. Los endurecidos en el mal, como era de esperar, se burlaron del incidente; los buenos, en cambio, lo aprovecharon para ser mejores.
UNA NOBLE DAMA DE LONDRES
Vivía en Londres, en 1848, una viuda de veintinueve años, rica y muy corrupta.
Entre los hombres que frecuentaban su casa había un joven señor de comportamiento notoriamente libertino. Una noche la mujer estaba en la cama, leyendo una novela para conciliar el sueño.
Al apagar la vela para dormirse, notó una extraña luz procedente de la puerta, que inundaba la habitación y se hacía cada vez más fuerte.
La puerta de la cámara se abrió lentamente y apareció el joven señor, que tantas veces había sido cómplice de sus pecados.
Antes de que ella pudiera pronunciar palabra, el joven se acercó a ella, la agarró por la muñeca y le dijo: "¡Hay un infierno donde ardes!".
El miedo y el dolor que sintió la pobre mujer en la muñeca fue tan grande que se desmayó al instante.
Al cabo de una media hora, cuando se hubo recuperado, llamó a la criada que, al entrar en la habitación, percibió un fuerte olor a quemado y se dio cuenta de que la señora tenía quemaduras tan profundas en la muñeca que podía ver los huesos y la forma de una mano de hombre. También se dio cuenta de que había huellas de un hombre en la alfombra de la puerta y que la tela estaba quemada de lado a lado.
Al día siguiente, la señora se enteró de que el joven señor había muerto esa misma noche. Para ocultar las huellas de sus quemaduras a las miradas de la gente, llevaba en la muñeca izquierda una gran banda de oro en forma de brazalete, que nunca se quitaba, y por este motivo en particular se la llamó la Dama del Brazalete.
CUENTAN QUE UN ARZOBISPO...
Monseñor Antonio Pierozzi, arzobispo de Florencia, célebre por su piedad y doctrina, relata en sus escritos un suceso que tuvo lugar en su época, hacia mediados del siglo XV, y que causó gran consternación en el norte de Italia.
A los diecisiete años, un muchacho había mantenido oculto en la Confesión un pecado grave que no confesó por vergüenza. A pesar de ello, se acercaba a la Comunión, evidentemente de forma sacrílega.
Atormentado cada vez más por los remordimientos, en lugar de ponerse en gracia de Dios, trató de resarcirse haciendo grandes penitencias. Finalmente, decidió hacerse monje. "Allí" -pensó- "confesaré mis sacrilegios y haré penitencia por todos mis pecados".
Desgraciadamente, el demonio de la vergüenza consiguió incluso allí impedirle confesar sus pecados con sinceridad, y así pasaron tres años en continuos sacrilegios. Ni siquiera en su lecho de muerte tuvo el valor de confesar sus graves pecados.
Sus cofrades creyeron que había muerto como un santo, por lo que el cadáver del joven fraile fue llevado en procesión a la iglesia del convento, donde permaneció expuesto hasta el día siguiente.
Por la mañana, uno de los hermanos, que había ido a tocar la campana, vio de pronto aparecer ante sí al muerto rodeado de cadenas ardientes y llamas. El terror alcanzó su punto álgido cuando oyó: "¡No recéis por mí, que estoy en el infierno!"... y le contó la triste historia de los sacrilegios.
Luego desapareció, dejando un olor nauseabundo que se extendió por todo el convento.
Los superiores se llevaron el cadáver sin funeral...
UN PROFESOR EN PARÍS
San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia, y por lo tanto, particularmente digno de elogio, cuenta el siguiente episodio:
Cuando la Universidad de París estaba en su apogeo, uno de sus profesores más famosos murió repentinamente. Nadie podía imaginar su terrible destino, y menos aún el obispo de París, su íntimo amigo, que rezaba todos los días por el sufragio del alma.
Una noche, mientras rezaba por el difunto, lo vio aparecer ante él en una forma incandescente, con el rostro desesperado. El obispo, al darse cuenta de que su amigo estaba condenado, le hizo algunas preguntas. Entre otras cosas, le preguntó: "¿En el infierno aún recuerdas las ciencias por las que fuiste tan famoso en vida?".
"¡Qué ciencia... qué ciencia! ¡En compañía de los demonios tenemos mucho más en qué pensar! Estos espíritus malignos no nos dan ni un momento de respiro y nos impiden pensar en otra cosa que no sean nuestras culpas y penas. Estas ya son espantosas y aterradoras, pero los demonios las empeoran, de modo que fomentan en nosotros una desesperación continua".
III
LA DESESPERACIÓN Y LOS DOLORES QUE SUFREN LOS CONDENADOS
EL DOLOR MÁS ATROZ: EL CASTIGO DE LOS CONDENADOS
Habiendo probado la existencia del infierno con los argumentos de la razón, con los de la revelación divina y con episodios documentados, consideremos ahora en qué consiste esencialmente el castigo de los que caen en el abismo infernal.
Jesús llama a los abismos eternos: "lugar de tormento" (Lc 16,28). Muchos son los castigos que sufren los condenados en el infierno, pero el principal es el del daño, que Santo Tomás de Aquino define como: "privación del Bien Supremo", es decir, de Dios.
Estamos hechos para Dios (de Él venimos y a Él vamos), pero mientras estemos en esta vida tampoco podemos dar importancia a Dios y llenar, con la presencia de las criaturas, el vacío que deja la ausencia del Creador.
Mientras esté aquí en la tierra, el hombre puede aturdirse con pequeñas alegrías terrenas; puede vivir, como desgraciadamente hacen tantos que ignoran a su Creador, saciando su corazón con el amor a una persona, o disfrutando de la riqueza, o entregándose a otras pasiones, incluso a las más desordenadas, pero en cualquier caso, incluso aquí en la tierra, sin Dios, el hombre no puede encontrar la verdadera y plena felicidad, porque la verdadera felicidad es sólo Dios.
Pero tan pronto como un alma entra en la eternidad, habiendo dejado todo lo que tenía y amaba en el mundo y conociendo a Dios tal como es, en Su infinita belleza y perfección, se siente fuertemente atraída hacia Él, más que el hierro hacia un poderoso imán. Entonces reconoce que el único objeto del verdadero amor es el Bien Supremo, Dios, el Todopoderoso
Pero si un alma abandona desdichadamente esta tierra en estado de enemistad con Dios, se sentirá impulsada por el Creador: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles" (Mateo 25:41).
Haber conocido el Amor Supremo... sentir la necesidad imperiosa de amarle y ser correspondido por Él... y ser rechazado por Él... por toda la eternidad, éste es el primer y más atroz tormento para todos los condenados.
AMOR IMPEDITIVO
¿Quién no conoce el poder del amor humano y los excesos a los que puede llegar cuando surge algún obstáculo?
Estaba de visita en el hospital Santa Marta de Catania; vi en el umbral de una gran habitación a una mujer llorando; estaba inconsolable.
¡Pobre madre! Su hijo se estaba muriendo. Me quedé con ella para darle una palabra de consuelo y oí...
Aquel muchacho amaba sinceramente a una muchacha y quería casarse con ella, pero ella no le correspondía.
Ante este obstáculo insalvable, pensando que ya no podía vivir sin el amor de esa mujer y no queriendo que se casara con otro, llegó al colmo de la locura: apuñaló varias veces a la chica y luego intentó suicidarse.
Los dos jóvenes murieron en el mismo hospital con pocas horas de diferencia.
¿Qué es el amor humano comparado con el amor divino...? ¿Qué no haría un alma condenada por poseer a Dios...?
Pensando que por toda la eternidad no podría amarle, le gustaría no haber existido nunca o hundirse en la nada, si eso fuera posible, pero siendo esto imposible, se hunde en la desesperación.
Todos podemos formarnos una ligera idea del dolor de un condenado que se separa de Dios pensando en lo que siente el corazón humano ante la pérdida de un ser querido: una esposa ante la muerte de su cónyuge, la madre ante la muerte de su hijo, los hijos ante la muerte de sus padres...
Pero estos dolores, que en la tierra son los más grandes de todos los sufrimientos que pueden desgarrar el corazón humano, son poca cosa comparados con el dolor desesperado de los condenados.
EL PENSAMIENTO DE ALGUNOS SANTOS
La pérdida de Dios, pues, es el mayor dolor que atormenta a los condenados.
- San Juan Crisóstomo dice: "Si dijeras mil infiernos, aún no habrías dicho nada que pueda igualar la pérdida de Dios".
- San Agustín enseña: "Si los condenados gozaran de la vista de Dios, no sentirían sus tormentos y el mismo infierno se transformaría en paraíso".
- San Brunón, hablando del Juicio Final, escribe en su libro de "Sermones": "Los tormentos se añaden a los tormentos; todo es nada ante la privación de Dios".
- San Alfonso señala: "Si oyéramos llorar a un condenado y le preguntáramos: "¿Por qué lloras tanto?", le oiríamos responder: "Lloro porque he perdido a Dios". ¡Al menos el condenado podía amar a su Dios y resignarse a su voluntad! Pero no puede hacerlo. Se ve obligado a odiar a su Creador al mismo tiempo que le reconoce digno de infinito amor".
- San Alfonso señala: "Si oyéramos llorar a un condenado y le preguntáramos: "¿Por qué lloras tanto?", le oiríamos responder: "Lloro porque he perdido a Dios". ¡Al menos el condenado podía amar a su Dios y resignarse a su voluntad! Pero no puede hacerlo. Se ve obligado a odiar a su Creador al mismo tiempo que le reconoce digno de infinito amor".
- Santa Catalina de Génova, cuando se le apareció el diablo, le preguntó: -"¿Quién eres?" - "¡Soy esa persona perpleja que se ha privado del amor de Dios!".
De la privación de Dios, como dice el Léxico, se siguen necesariamente otras privaciones extremadamente dolorosas: la pérdida del paraíso, es decir, del gozo eterno para el que el alma fue creada y al que naturalmente sigue aspirando; la privación de la compañía de los ángeles y de los santos, existiendo un abismo insalvable entre los bienaventurados y los condenados; la privación de la gloria del cuerpo después de la resurrección universal.
OTRAS PRIVACIONES
Escuchemos lo que dijo un condenado sobre sus atroces sufrimientos.
En 1634, en Loudun, diócesis de Poitiers, un alma condenada se presentó a un piadoso sacerdote. El cura preguntó:
- "¿Qué se sufre en el infierno?"
- "Sufrimos un fuego que nunca se apaga, una terrible maldición y sobre todo una cólera imposible de describir, porque no podemos ver a Aquel que nos creó y a quien hemos perdido para siempre por nuestra propia culpa... "
EL TORMENTO DEL REMORDIMIENTO
Hablando de los condenados, Jesús dice: "Su gusano no muere" (Mc 9,48). Este "gusano que no muere", explica Santo Tomás, es el remordimiento, por el que el condenado será eternamente atormentado.
Mientras el condenado se encuentra en el lugar del tormento, piensa: "Me he perdido por nada, por disfrutar sólo de pequeñas y falsas alegrías en la vida terrenal que se desvanecieron en un flash.... Podría haberme salvado tan fácilmente, pero en lugar de eso me he condenado por nada, ¡para siempre y por mi propia culpa!".
En el libro "Aparición a la muerte" leemos que un difunto que estaba en el infierno se apareció a san Humberto; le dijo: "¡El terrible dolor que me roe constantemente es el pensamiento de lo poco por lo que estoy condenado y lo poco que debería haber hecho para llegar al cielo!".
"En el mismo libro, san Alfonso relata también el episodio de Isabel, reina de Inglaterra, que llegó a decir: "¡Dios, dame cuarenta años de reinado y renunciaré al cielo!". En realidad tuvo un reinado de cuarenta años, pero tras su muerte fue vista por la noche a orillas del Támesis, rodeada de llamas, gritando: "¡Cuarenta años de reinado y una eternidad de dolor!"
LA PENA DE SENTIDO
Además del castigo del daño, que, como hemos visto, consiste en el dolor atroz de la pérdida de Dios, el castigo del sentido está reservado para los condenados en la otra vida.
Leemos en la Biblia: "Con las mismas cosas con que el hombre peca, con ellas será castigado" (Sab 11,10). Por lo tanto, cuanto más haya ofendido uno a Dios con un sentido, tanto más será atormentado en él
Es la ley del contra-castigo, de la que también se sirvió Dante Alighieri en su "Divina Comedia"; el poeta asignó diferentes castigos a los condenados, en relación con sus pecados.
El castigo más terrible del sentido es el del fuego, del que Jesús nos habló varias veces.
Incluso en esta tierra, el castigo del fuego es el mayor de todos los castigos de los sentidos, pero hay una gran diferencia entre el fuego terrenal y el fuego del infierno.
San Agustín dice: "Comparado con el fuego del infierno, el fuego que conocemos es como si estuviera pintado". La razón es que Dios pensó el fuego terrestre para el bien del hombre, mientras que el fuego del infierno, en cambio, fue creado para castigar sus pecados.
El condenado está rodeado de fuego, es más, está sumergido en él más que el pez en el agua; siente el tormento de las llamas y como el rico de la parábola evangélica grita: "¡Esta llama me tortura!" (Lc16, 24).
Algunos no pueden soportar la incomodidad de caminar por la calle bajo el sol abrasador y entonces tal vez... ¡no temen ese fuego que habrá de devorarlos para siempre!
Dirigiéndose a los que viven inconscientemente en el pecado, sin plantearse el problema del ajuste de cuentas final, san Pier Damiani escribe: "Continúa, necio, satisfaciendo tu carne; ¡llegará un día en que tus pecados serán como brea en tus entrañas que hará más atormentadora la llama que te devorará en la eternidad!"
El episodio que cuenta San Juan Bosco en la biografía de Miguel Magone, uno de sus mejores muchachos, es esclarecedor. "Unos chicos estaban comentando un sermón sobre el infierno. Uno de ellos se atrevió a decir riendo: 'Si vamos al infierno, al menos habrá fuego para calentarse'. Al oír estas palabras, Miguel Magone corrió a buscar una vela, la encendió y puso la llama en las manos del muchacho fanfarrón, que no se había percatado de ello, y cuando sintió el fuerte calor en sus manos, estalló de inmediato y se enfureció. '¿Cómo?' -replicó Miguel- '¿no soportas ni por un momento la tenue llama de una vela y llegas a decir que con gusto estarías en las llamas del infierno?'. El castigo del fuego también implica sed. ¡Qué tormento la sed ardiente en este mundo!
Y ¡cuánto mayor será el mismo tormento en el infierno, como atestigua el rico Epulón en la parábola narrada por Jesús! ¡¡¡Una sed insaciable!!!
EL TESTIMONIO DE UNA SANTA
Santa Teresa de Avila, que fue una de las escritoras más destacadas de su siglo, tuvo de Dios, en una visión, el privilegio de descender a los infiernos en vida. He aquí cómo describe, en su "Autobiografía", lo que vio y sintió en los abismos del infierno:
"Un día estaba en oración y, de repente, fui transportada en cuerpo y alma al infierno. Comprendí que Dios quería mostrarme el lugar que me habían preparado los demonios y que merecería por los pecados en los que caería si no cambiaba de vida. No importa cuántos años viva, no podré olvidar el horror del infierno.
La entrada a este lugar de tormento me pareció una especie de horno, bajo y oscuro. El suelo no era más que barro horrible, lleno de reptiles venenosos y había un olor insoportable.
Sentía un fuego en el alma, cuya naturaleza no se puede describir con palabras, y mi cuerpo, al mismo tiempo, presa de los tormentos más atroces. Los grandes dolores que ya había sufrido en mi vida no eran nada comparados con los que había experimentado en el infierno. Además, la idea de que los dolores serían interminables y sin alivio completaba mi terror.
Pero estas torturas del cuerpo no son comparables a las del alma. Sentí una angustia, un apretón en el corazón tan sensible y, al mismo tiempo, tan desesperado y tan amargamente triste, que intentaría describirlo. Decir que en cualquier momento se sufre la angustia de la muerte, sería decir poco.
Nunca podré encontrar una expresión adecuada para dar una idea de este fuego interior y de esta desesperación, que son precisamente la peor parte del infierno.
Toda esperanza de consuelo se extingue en ese horrible lugar; allí se respira un aire pestilente: uno se siente sofocado. Ningún rayo de luz: no hay más que tinieblas y, sin embargo, oh misterio, sin ninguna luz que lo ilumine, se ve lo que puede ser más repugnante y doloroso a la vista.
Os aseguro que todo lo que se puede decir sobre el infierno, todo lo que se puede leer en los libros sobre los tormentos y las torturas que los demonios infligen a los condenados, no es nada comparado con la realidad; hay la misma diferencia que entre el retrato de una persona y la persona misma.
Arder en este mundo es muy poco comparado con el fuego que sentí en el infierno.
Hace ya unos seis años de aquella espantosa visita al infierno y, al describirla, todavía me siento presa de tal terror que la sangre se me hiela en las venas. En medio de mis pruebas y penas recuerdo a menudo un recuerdo así, y entonces cuanto se puede sufrir en este mundo me parece cosa de risa. Sé, pues, eternamente bendito, oh Dios mío, porque me has hecho experimentar el infierno de la manera más real, inspirándome así el más vivo temor de todo lo que puede conducir a él".
EL GRADO DEL CASTIGO
Para terminar el capítulo de las penas de los condenados, conviene mencionar la diversidad de grados de castigo.
Dios es infinitamente justo; y así como en el cielo asigna mayores grados de gloria a los que más le han amado durante la vida, así en el infierno da mayores castigos a los que más le han ofendido.
El que está en el fuego eterno por un solo pecado mortal sufre horriblemente por este único pecado; el que está condenado por cien o mil pecados mortales sufre cien o mil veces más.
Cuanta más leña se pone en el horno, mayor es la llama y mayor el calor. Por eso, los que, inmersos en el vicio, pisotean la ley de Dios multiplicando cada día sus pecados, si no vuelven a la gracia de Dios y mueren en pecado, tendrán un infierno más atormentador que los demás.
Para los que sufren, es un alivio pensar: "Algún día acabará este sufrimiento mío".
El condenado, en cambio, no encuentra alivio; al contrario, la idea de que sus tormentos no tendrán fin es como una roca que hace más insoportable cualquier otro dolor.
Los que van al infierno (y los que van, van por voluntad propia) se quedan allí... ¡¡¡eternamente!!!
Por eso Dante Alighieri, en su "Infierno", escribe: "¡Abandonad toda esperanza, oh vosotros que entráis aquí!"
No es una opinión, sino una verdad de fe, revelada directamente por Dios, que el castigo de los condenados no terminará nunca. Sólo recuerdo lo que ya he citado de las palabras de Jesús: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mt 25,41).
San Alfonso escribe:
"¡Qué locura sería la de aquellos que, por disfrutar de un día de ocio, aceptaran la condena de ser encerrados en un pozo durante veinte o treinta años! Si el infierno durara cien años, o incluso sólo dos o tres, también sería una gran locura condenarse por un momento de placer a dos o tres años de fuego. Pero aquí no se trata de cien o mil años, se trata de la eternidad, es decir, de sufrir para siempre las mismas atrocidades que nunca acabarán".
Los incrédulos dicen: "Si hubiera un infierno eterno, Dios sería injusto. ¿Por qué castigar un pecado que dura un momento con un castigo que dura para siempre?"
Se puede responder: "¿Y cómo puede un pecador, por el placer de un momento, ofender a un Dios de majestad infinita? ¿Y cómo puede, con sus pecados, pisotear la pasión y muerte de Jesús?".
"Incluso en el juicio humano", dice Santo Tomás, "la pena no se mide según la duración de la culpa, sino según la calidad del delito". El asesinato, aunque se cometa en un momento, no se castiga con una pena momentánea.
San Bernardino de Siena dice: "Con cada pecado mortal se hace una injusticia infinita a Dios, puesto que Él es infinito; ¡y a una injusticia infinita corresponde una pena infinita!"
SIEMPRE... ¡¡¡SIEMPRE!!! ¡¡¡SIEMPRE!!!
Se cuenta en los "Ejercicios espirituales" del padre Segneri que en Roma, habiéndole preguntado cuánto tiempo debía permanecer en el infierno el demonio, que estaba en el cuerpo de un obseso, respondió airadamente: "¡Siempre!... ¡¡¡Siempre!!! Siempre!!!"
El susto fue tan grande que muchos de los jóvenes del seminario romano, presentes en el exorcismo, hicieron una confesión general y emprendieron con mayor empeño el camino de la perfección.
"¡Siempre!... ¡¡¡Siempre!!! Siempre!!!" tuvo más efecto que un largo sermón.
EL CUERPO RESUCITADO
El alma condenada sufrirá en el infierno sola, es decir, sin su cuerpo, hasta el día del juicio universal; entonces, por toda la eternidad, también su cuerpo, habiendo sido instrumento del mal durante la vida, tomará parte en los tormentos eternos.
La resurrección de los cuerpos tendrá lugar ciertamente.
Es Jesús quien nos asegura esta verdad de fe: "Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán: los que hicieron el bien, a resurrección de vida; y los que hicieron el mal, a resurrección de condenación" (Jn 5, 28-29).
El apóstol Pablo enseña: "Todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al toque de la trompeta final; porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptos, y nosotros seremos transformados; porque es necesario que este cuerpo corruptible se vista de incorrupción, y este cuerpo mortal se vista de inmortalidad" (1 Co 15:51-53).
Después de la resurrección, por lo tanto, todos los cuerpos serán inmortales e incorruptibles. Sin embargo, no todos se transformarán de la misma manera. La transformación del cuerpo dependerá del estado y condición del alma en la eternidad: los cuerpos de los salvados serán gloriosos y los de los condenados horribles.
Por lo tanto, si el alma está en el cielo, en estado de gloria y bienaventuranza, reflejará en su cuerpo resucitado las cuatro características de los cuerpos de los elegidos: espiritualidad, agilidad, esplendor e incorruptibilidad.
Si, por el contrario, el alma se encuentra en el infierno, en estado de condenación, imprimirá en su cuerpo la característica contraria. La única propiedad que el cuerpo de los condenados tendrá en común con el cuerpo de los dioses es la incorruptibilidad: incluso los cuerpos de los condenados ya no estarán sujetos a la muerte.
Que reflexionen muy, muy bien quienes viven idolatrando sus cuerpos y los gratifican en todas sus concupiscencias pecaminosas! Los placeres pecaminosos del cuerpo se pagarán con un montón de tormento por toda la eternidad.
BAJÓ VIVA... ¡AL INFIERNO!
Hay en el mundo algunos privilegiados que han sido elegidos por Dios para una misión especial.
A éstos Jesús se presenta de manera sensible y les hace vivir en estado de víctimas, haciéndoles también partícipes de los dolores de su Pasión.
Para que sufran más y salven así a más pecadores, Dios permite que algunas de estas personas sean transportadas, aunque vivas, al orden sobrenatural y sufran durante algún tiempo en el infierno, con cuerpo y alma.
No podemos explicar cómo se produce este fenómeno. Todo lo que se sabe es que, cuando regresan del infierno, estas almas víctimas están angustiadas.
Las almas privilegiadas mencionadas desaparecen repentinamente de sus habitaciones, incluso en presencia de testigos, y al cabo de cierto tiempo, a veces varias horas, reaparecen. Parece imposible, pero existen documentos históricos.
Ya hemos mencionado el caso de Santa Teresa de Avila.
Citemos ahora el caso de otra Sierva de Dios: Josepha Menéndez, que vivió en este siglo.
Sor Josepha Menéndez
Escuchemos de la propia Menéndez la narración de alguna de sus visitas al infierno:
"En un instante me encontré en el infierno, pero sin ser arrastrada allí como otras veces, y tal como los condenados se ven caer. El alma se precipita en él por sí misma, se arroja en él como si quisiera desaparecer de la vista de Dios, para poder odiarle y maldecirle...
Mi alma se dejó caer en un abismo del que no se veía el fondo, porque era inmenso... Vi el infierno como siempre: cavernas y fuego. Aunque no se veía ninguna forma corporal, los tormentos atormentaban a las almas condenadas (que se conocían entre sí) como si sus cuerpos estuvieran presentes.
Fui introducida en un nicho ardiente y aplastado como entre placas al rojo vivo y como si agujas al rojo vivo y puntas afiladas atravesaran mi cuerpo.
Sentí como si, sin conseguirlo, me quisieran arrancar la lengua, lo que me redujo al extremo, con un dolor atroz. Sentía que los ojos se me salían de las órbitas, creo que a causa del fuego que los quemaba horriblemente.
No se puede mover ni un dedo para buscar alivio ni cambiar de postura; el cuerpo está como comprimido. Los oídos están como aturdidos por los gritos horribles y confusos que no cesan ni un solo instante.
Un olor nauseabundo y una asfixia repugnante invaden a todos, como si se quemara carne podrida con brea y azufre.
Todo esto lo he experimentado como en otras ocasiones y, aunque estos tormentos son terribles, no serían nada si el alma no sufriera; pero sufre indeciblemente por la privación de Dios.
He visto y oído a algunas de estas almas condenadas rugir por el tormento eterno que saben que deben soportar, especialmente en las manos. Creo que durante su vida robaron, pues gritaban: 'Malditas manos, ¿dónde está ahora lo que has cogido?'...
Otras almas, gritando, acusaron a sus lenguas, o a sus ojos... cada uno cuál fue la causa de su pecado: '¡Ahora pagas atrozmente los deleites que te concediste, oh cuerpo mío! ¡Y eres tú, oh cuerpo, quien lo ha querido! Por un instante de placer, una eternidad de dolor!...'
Me parece que en el infierno se acusa a las almas sobre todo de pecados de impureza.
Mientras estaba en aquel abismo, vi caer en picado a algunos impuros, y no se puede decir ni comprender los horrendos rugidos que salían de sus bocas: '¡Condenación eterna! ¡Estoy condenado!... ¡Estoy perdido!... ¡Estaré aquí para siempre!... ¡para siempre!... ¡para siempre!... ¡para siempre!... y no habrá remedio... Maldita sea!:...'
Una joven gritaba desesperada, maldiciendo la mala satisfacción que había dado a su cuerpo y maldiciendo a sus padres que le habían dado demasiada libertad para seguir la moda y las diversiones mundanas.
Todo lo que he escrito -concluye Menéndez- no es más que una pálida sombra comparado con lo que realmente se sufre en el infierno".
El autor de este artículo, director espiritual de varias almas privilegiadas, conoce a tres, todos vivos, que han hecho y siguen haciendo esas visitas al infierno. Uno se estremece ante lo que informan.
ENVIDIA DIABÓLICA
Los demonios se hundieron en el infierno por su odio a Dios y su envidia al hombre. Y a causa de este odio y de esta envidia, hacen todo lo que está en su mano para llenar los abismos del infierno.
Deseoso de que se ganen su recompensa eterna, Dios ha querido que los hombres de la tierra sean sometidos a una prueba, les ha dado dos grandes mandamientos: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo.
Dotado de libertad, cada uno decide si obedece al Creador o se rebela contra Él. La libertad es un don, pero ¡ay del abuso! Los demonios no pueden violar la libertad del hombre hasta destruirla, pero pueden influir fuertemente en ella.
El escritor, en 1934, realizó exorcismos a un niño poseído. Reporta una breve entrevista con el demonio.
- ¿Por qué estáis en este niño?
- Para atormentarlo.
- Y antes de estar aquí, ¿dónde estabais?
- Caminaba por las calles.
- ¿Qué hacéis cuando camináis?
- Trato de hacer que la gente cometa pecados.
- ¿Y qué sacáis de eso?
- La satisfacción de llevarlos conmigo al infierno...
No voy a añadir el resto de la entrevista.
Así que, para tentar a la gente a pecar, los demonios andan por ahí, invisibles, pero reales.
San Pedro nos recuerda: "Sed templados, sed vigilantes. Vuestro enemigo, el diablo, como un león rugiente, anda buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe" (1 Pe 5,8-9).
El peligro está ahí, es real y grave, no hay que subestimarlo, pero también existe la posibilidad y el deber de defenderse.
Con la vigilancia, es decir, la prudencia, una intensa vida espiritual cultivada con la oración, con alguna renuncia, con buenas lecturas, con buenas amistades, huyendo de las malas oportunidades y de las malas compañías. Si no se aplica esta estrategia, ya no podremos dominar nuestros pensamientos, miradas, palabras, acciones y... inexorablemente, todo se derrumbará en nuestra vida espiritual.
LUCIFER HABLA
En el libro "Invitación al amor", se describe una conversación entre el príncipe de las tinieblas, Lucifer, y algunos demonios.
La Hermana Menéndez lo cuenta así:
"Mientras descendía a los infiernos, oí a Lucifer decir a sus satélites: 'Debéis tentar y tomar a los hombres cada uno a su manera: unos por soberbia, otros por avaricia, otros por ira, otros por gula, otros por envidia, otros por pereza, otros por lujuria...'. ¡Id y esforzaos todo lo que podais! ¡Llevadlos al 'amor' tal como nosotros lo entendemos! Haced bien vuestro trabajo, sin descanso y sin piedad. Debemos arruinar el mundo y asegurarnos de que las almas no se nos escapen'.
Los oyentes respondieron: '¡Somos vuestros esclavos! Trabajaremos sin descanso. Muchos nos combaten, mientras que nosotros trabajamos día y noche.... Reconocemos vuestro poder'.
Oí a lo lejos un estruendo de copas y vasos. Lucifer gritó: "Que se diviertan; después, todo será más fácil para nosotros. Como aún les gusta disfrutar, ¡dejad que terminen su festín! Esa es la puerta por la que entrarán".
Luego añadió cosas horribles que no se pueden decir ni escribir. Satanás gritó furioso por un alma que se le escapaba: "¡Instigadla a que tema! Llevadla a la desesperación, pues si confía en la misericordia de ese... (blasfemando el nombre de Nuestro Señor) estamos perdidos. Llenadla de miedo, no la dejéis ni un solo instante y, sobre todo, haced que se desespere".
Así lo dicen y, por desgracia, así lo hacen los demonios,.Su poder, aunque después de la venida de Jesús sea más limitado, sigue siendo aterrador.
IV
LOS PECADOS QUE DAN MÁS CLIENTES EN EL INFIERNO
EMBOSCADAS AL ACECHO
Es particularmente importante tener en cuenta la primera trampa diabólica, que mantiene a tantas almas en la esclavitud de Satanás: es la falta de reflexión, que hace perder de vista la finalidad de la vida.
El demonio grita a su presa: "La vida es un placer; debes aprovechar todas las alegrías que la vida trae" (cf. Mt 5,4).
En cambio, Jesús susurra a tu corazón: "Bienaventurados los que lloran" (cf. Mt 5,4)... "el reino de los cielos padece fuerza, y los que usan la fuerza se apoderan de él" (cf. Mt 11,12)... "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame" (Lc 9,23).
El enemigo infernal nos sugiere: "¡Pensad en el presente, pues con la muerte todo acaba!".
El Señor, en cambio, os exhorta: "Acordaos de lo nuevo (muerte, juicio, infierno y cielo) y no fallareis".
El hombre dedica buena parte de su tiempo a muchos asuntos y demuestra inteligencia y astucia para adquirir y conservar los bienes terrenales, pero luego ni siquiera utiliza una migaja de su tiempo para reflexionar sobre las necesidades mucho más importantes de su alma, de modo que vive en una superficialidad absurda, incomprensible y extremadamente peligrosa, que puede tener consecuencias espantosas.
El diablo induce a pensar: "La meditación es inútil: ¡tiempo perdido!". Si tantos viven hoy en pecado, es porque no reflexionan seriamente y nunca meditan en las verdades reveladas por Dios.
El pez que ya ha caído en la red del pescador, mientras está todavía en el agua no sospecha que ha sido atrapado, pero cuando la red sale del mar, lucha porque siente que su fin está cerca; pero ya es demasiado tarde. ¡Así que pecadores...! Mientras están en este mundo se divierten y ni siquiera sospechan que están en la red del diablo.
Si tantos difuntos, que vivieron sin pensar en la eternidad, pudieran volver a este mundo, ¡cómo cambiarían sus vidas!
DESPERDICIO DE BIENES
De lo dicho hasta ahora, y sobre todo del relato de ciertos hechos, se desprende cuáles son los principales pecados que conducen a la condenación eterna, pero téngase en cuenta que no son sólo estos pecados los que envían a las personas al infierno: hay muchos otros.
¿Por qué pecado acabó en el infierno el rico Epulón? Tenía muchas posesiones y las derrochaba en banquetes (despilfarro y pecado de gula); y además era obstinadamente insensible a las necesidades de los pobres (falta de amor y avaricia). Tiemblen, pues, los ricos que no quieren ejercer la caridad: también para ellos, si no cambian de vida, está reservada la suerte del rico Epulón.
LA IMPUREZA
El pecado que más fácilmente conduce al infierno es la impureza. San Alfonso dice: 'Uno va al infierno incluso sólo por este pecado, o al menos no sin él'.
Recuerdo las palabras del diablo del capítulo uno: 'Todos los que están ahí dentro, sin excluir a nadie, están ahí dentro con este pecado o incluso por este pecado'. A veces, si se le obliga, ¡hasta el diablo dice la verdad!
Jesús nos dijo: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Esto significa que los impuros no sólo no verán a Dios en la otra vida, sino que ni siquiera en ésta pueden sentir su fascinación, por lo que pierden el gusto por la oración, pierden gradualmente la fe incluso sin darse cuenta, y... sin fe y sin oración, ya no perciben por qué deben hacer el bien y huir del mal. Así reducidos, se sienten atraídos por todo pecado.
Este vicio endurece el corazón y, sin una gracia especial, lo arrastra a la impenitencia final y...al infierno.
MATRIMONIOS IRREGULARES
Dios perdona todos los pecados, siempre que exista un verdadero arrepentimiento, es decir, la voluntad de poner fin a los propios pecados y cambiar de vida.
Entre mil matrimonios irregulares (divorciados vueltos a casar, parejas de hecho), quizá sólo unos pocos escapen del infierno, porque normalmente no se arrepienten ni siquiera a punto de morir; de hecho, si siguieran vivos, seguirían viviendo en la misma situación irregular.
Uno se estremece al pensar que casi todo el mundo hoy en día, incluso los que no están divorciados, consideran el divorcio como algo normal. Desgraciadamente, muchos razonan ahora como quiere el mundo y ya no como quiere Dios.
EL SACRILEGIO
Un pecado que puede llevar a la condenación eterna es el sacrilegio. ¡Desdichado el que va por este camino! Comete sacrilegio quien oculta voluntariamente algún pecado mortal en la Confesión, o quien se confiesa sin voluntad de dejar el pecado o de huir de él en un futuro próximo. Casi siempre los que se confiesan de modo sacrílego cometen también sacrilegio eucarístico, porque entonces comulgan en pecado mortal.
San Juan Bosco cuenta...
"Me encontré con mi guía (el ángel de la guarda) al pie de un precipicio que terminaba en un valle oscuro, y apareció un edificio inmenso con una puerta muy alta que estaba cerrada. Tocamos el fondo del precipicio; un calor sofocante me oprimía; un humo gordo, casi verde, y destellos de llamas sangrientas se elevaban en las paredes del edificio.
Pregunté: -'¿Dónde estamos?'
- 'Leed la inscripción de la puerta'- respondió el guía.
Miré lo escrito: '¡Ubi non est redemptio!', es decir: '¡Donde no hay redención!' Mientras tanto, vi a un joven, luego a otro y después a otros; todos tenían sus pecados escritos en la frente.
El guía me dijo:
- 'Esta es la causa principal de estas condenas: las malas compañías, los malos libros y los malos hábitos'.
Pregunté a mi guía:
- '¡Pero entonces es inútil trabajar entre los jóvenes si tantos acaban así! ¿Cómo podemos evitar toda esta ruina?'.
- 'Los que has visto aún viven, pero éste es el estado actual de sus almas; si murieran en este momento, ¡seguro que vendrían aquí!'- dijo el Ángel.
Entonces entramos en el edificio; corríamos a la velocidad de un rayo. Salimos a un patio vasto y sombrío. ¡Leí esta inscripción: 'Ibunt impii in ignem aetemum! es decir: "Los impíos irán al fuego eterno".
- "Ven conmigo"- añadió el guía. Me cogió de la mano y me llevó hasta una puerta que abrió. Una especie de caverna apareció ante mis ojos, inmensa y llena de un fuego aterrador, muy superior al fuego de la tierra. Esta caverna no puedo describirla con palabras humanas, en toda su espantosa realidad.
De repente empecé a ver jóvenes que caían en la caverna ardiente. El guía me dijo: "¡La impureza es la causa de la ruina eterna de tantos jóvenes!".
- 'Pero si pecaban también se confesaban'.
- 'Se confesaban, pero los pecados contra la virtud de la pureza los confesaban mal o no del todo. Por ejemplo, uno había cometido cuatro o cinco de estos pecados, pero sólo confesó dos o tres. Hay quien cometió uno en la infancia y por vergüenza nunca lo confesó o lo confesó mal. Otros no tenían la pena ni la intención de cambiar.
Algunos en vez de hacer examen de conciencia buscaban palabras adecuadas para engañar al confesor. Y quien muere en este estado, decide colocarse entre los culpables no arrepentidos y permanecerá así por toda la eternidad. ¿Y ahora queréis ver por qué la misericordia de Dios os ha traído aquí?'
El guía levantó un velo y vi a un grupo de jóvenes de este oratorio que yo conocía bien: todos condenados por este pecado. Entre ellos había algunos que aparentemente se habían portado bien.
El guía volvió a decirme: '¡Predicad siempre y en todas partes contra la impureza!'. Luego hablamos durante media hora sobre las condiciones necesarias para hacer una buena confesión y la conclusión fue: 'Es necesario cambiar de vida.... Es necesario cambiar de vida....'
- 'Ahora que habéis visto los tormentos de los condenados, ¡Vos también debéis experimentar un poco el infierno!'
Cuando salimos de aquel horrible edificio, el guía me cogió de la mano y tocó la última pared exterior. Emití un grito de dolor. Cuando cesó la visión, noté que mi mano estaba muy hinchada y llevé el vendaje durante una semana".
El padre Juan Bautista Ubanni, jesuita, cuenta que una mujer había callado durante años un pecado de impureza al confesarse. Cuando llegaron dos sacerdotes dominicos, ella, que llevaba mucho tiempo esperando a un confesor extranjero, rogó a uno de ellos que la confesara.
Al salir de la iglesia, el acompañante dijo al confesor que había observado que, mientras la mujer se confesaba, muchas serpientes salían de su boca, pero una serpiente más grande sólo había asomado la cabeza, pero luego había vuelto a entrar. Entonces todas las serpientes que habían salido también volvieron a entrar.
Por supuesto, el confesor no habló de lo que había oído en confesión, pero sospechando lo que podía haber ocurrido, hizo todo lo posible por encontrar a la mujer. Cuando llegó a su casa, se enteró de que había muerto nada más volver a casa. Al oír esto, el buen sacerdote se entristeció y lloró por la difunta. Ella se le apareció envuelta en llamas y le dijo: "Soy aquella mujer que se confesó esta mañana; pero he cometido un sacrilegio. Tenía un pecado que no me apetecía confesar al sacerdote de mi país; Dios me envió a Vos, pero incluso con Vos me dejé vencer por la vergüenza, e inmediatamente la Justicia Divina me golpeó con la muerte al entrar en casa. Con justicia estoy condenada al infierno". Después de estas palabras, la tierra se abrió y se la vio caer y desaparecer.
El padre Francis Rivignez escribe (el episodio también es relatado por San Alfonso) que en Inglaterra, cuando existía la religión católica, el rey Angubert tenía una hija de rara belleza que había sido pedida en matrimonio por varios príncipes.
Cuando su padre le preguntó si aceptaba casarse, ella respondió que no podía porque había hecho voto de virginidad perpetua.
Comenzó a llevar una vida santa: oraciones, ayunos y otras penitencias; recibía los sacramentos e iba a menudo a servir a los enfermos en un hospital. En este estado de vida cayó enferma y murió.
Una mujer que había sido su educadora, estando una noche en oración, oyó un fuerte estruendo en la habitación e inmediatamente después vio un alma con aspecto de mujer en medio de un gran fuego y encadenada con demonios...
- Soy la infeliz hija del rey Anguberto.
- Pero, ¿cómo te habéis condenado con una vida tan santa?
- Justamente fui condenada... por mi culpa. De niña caí en un pecado contra la pureza. Fui a confesarme, pero la vergüenza me cerró la boca: en vez de acusar humildemente mi pecado, lo encubrí para que el confesor no entendiera nada. El sacrilegio se repitió muchas veces. En mi lecho de muerte, dije vagamente al confesor que había sido una gran pecadora, pero el confesor, ignorante del verdadero estado de mi alma, me obligó a desterrar este pensamiento como una tentación. Poco después, fallecí y fui condenada por toda la eternidad a las llamas del infierno.
Dicho esto, desapareció, pero con tanto ruido que parecía arrastrar el mundo, dejando un olor nauseabundo en la habitación que duró varios días.
El infierno es un testimonio del respeto de Dios por nuestra libertad. El infierno grita el peligro constante en el que se encuentra nuestra vida; y grita de tal modo que excluye toda ligereza, grita de tal modo constante que excluye toda prisa, toda superficialidad, porque siempre estamos en peligro. Cuando me anunciaron para el episcopado, la primera palabra que dije fue ésta: 'Pero tengo miedo de ir al infierno'.
(Card. Giuseppe Siri)
V
LOS MEDIOS QUE TENEMOS PARA NO ACABAR EN EL INFIERNO
LA NECESIDAD DE PERSEVERAR
¿Qué hay que recomendar a los que ya guardan la Ley de Dios? ¡Perseverancia en el bien! No basta con haber caminado por los caminos del Señor, es necesario continuar toda la vida. Jesús dice: "El que persevere hasta el fin se salvará" (Mc 13,13).
Muchos, mientras son niños, viven cristianamente, pero cuando las pasiones ardientes de la juventud comienzan a manifestarse, toman el camino del vicio. Qué triste fue el final de Saulo, de Salomón, de Tertuliano y de otros grandes personajes!
La perseverancia es fruto de la oración, pues es principalmente a través de ella como el alma recibe la ayuda que necesita para resistir los asaltos del demonio. En su libro "De los grandes medios de la oración", San Alfonso escribe:
"Quien reza se salva, quien no reza se condena". El que no reza, aun sin que el diablo lo empuje... ¡se va al infierno con sus propios pies!
Recomendamos la siguiente oración que San Alfonso incluyó en sus Meditaciones sobre el infierno:
"Oh Señor mío, he aquí a tus pies a los que han tenido en poca estima tu gracia y tus castigos.¡Ay de mí si tú, Jesús mío, no tuvieras piedad de mí! ¡Cuántos años estaría en ese pozo de fuego, donde ya arden tantas personas como yo!
Oh Redentor mío, ¿cómo no voy a arder de amor pensando en esto? ¿Cómo puedo, en el futuro, ofenderte de nuevo? Nunca, Jesús mío, mejor déjame morir. Ya que has comenzado, cumple tu obra en mí. Que el tiempo que me des lo dedique todo a ti. ¡Cómo desearían los malditos tener un día o incluso una hora del tiempo que tú me das! ¿Y qué hago con él? ¿Seguiré esperándolo en cosas que te disgustan?
No, Jesús mío, no lo permitas por los méritos de esa Sangre que hasta ahora me ha impedido acabar en el infierno. Y Tú, mi Reina y Madre, María, ruega a Jesús por mí y obtén para mí el don de la perseverancia. Amén".
LA AYUDA DE LA VIRGEN
La verdadera devoción a Nuestra Señora es prenda de perseverancia, pues la Reina del Cielo y de la tierra hace todo lo posible para que sus devotos no se pierdan eternamente.
¡Que el rezo diario del Rosario, sea querido por todos!
Un gran pintor, representando al Juez Divino en el acto de pronunciar la sentencia eterna, pintó un alma próxima a la condenación, no lejos de las llamas, pero esta alma, aferrada al Rosario es salvada por Nuestra Señora. Qué poderosa es la recitación del Rosario!
En 1917, la Santísima Virgen se apareció en Fátima a tres niños; cuando abrió las manos, estalló un rayo de luz que parecía penetrar en la tierra. Los niños vieron entonces, a los pies de Nuestra Señora, un gran mar de fuego y, sumergidos en él, demonios negros y almas en forma humana, como brazos transparentes, que, llevados en alto por las llamas, caían como chispas en grandes incendios, entre gritos de desesperación que los horrorizaban.
Ante tal escena, los videntes alzaron los ojos a la Virgen para pedirle ayuda y la Virgen añadió: "Este es el infierno donde van las almas de los pobres pecadores". Recitad el Rosario y añadid en cada posta: "Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, presérvanos del fuego del infierno y lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia". ¡Qué elocuente es la sentida invitación de la Virgen!
LOS DÉBILES DE VOLUNTAD
El pensamiento del infierno es especialmente útil para aquellos que tropiezan en la práctica de la vida cristiana y son muy débiles de voluntad. Caen fácilmente en pecado mortal, se levantan unos días y luego... vuelven a pecar. Son un día de Dios y el otro día del diablo. Estos hermanos recuerdan las palabras de Jesús: "Ningún siervo puede servir a dos señores" Lc 16,13). Normalmente, es el vicio de la impureza el que tiraniza a esta categoría de personas; no pueden controlar su mirada, no tienen fuerza para poner nombre a los afectos del corazón, ni para renunciar a los goces ilícitos. Los que viven así moran al borde del infierno. ¿Y si Dios corta la vida cuando el alma está en pecado?
"Esperemos que esta desgracia no me ocurra a mí", dice alguien. Otros también lo decían... pero luego acabaron mal.
Otro piensa: "Tendré buena voluntad dentro de un mes, un año o cuando sea viejo". Pero, ¿estás seguro del mañana? ¿No ves cómo las muertes súbitas ocurren sin cesar?
Otro intenta engañarse a sí mismo: "Poco antes de morir lo arreglaré todo". Pero, ¿cómo esperas que Dios te muestre misericordia en tu lecho de muerte, después de haber abusado de su misericordia toda tu vida? ¿Y si pierdes la oportunidad?
A los que así razonan y viven en el más grave peligro de ser sumidos en el infierno, además de frecuentar los sacramentos de la Confesión y de la Sagrada Comunión, se les aconseja...
1) Vigilar atentamente, después de la Confesión, no cometer la primera falta grave. Si esto ocurriera... Levántate inmediatamente confesándote de nuevo. Si uno no hace esto, fácilmente caerá una segunda vez, una tercera vez... ¡y quién sabe cuántas más!
2) Huir de las ocasiones próximas de pecado grave. El Señor dice: "El que ama el peligro se perderá en él" (Sir 3,25). Una voluntad débil, ante el peligro, cae fácilmente.
3) En las tentaciones, piensa: "¿Merece la pena, por un momento de placer, arriesgarse a una eternidad de sufrimiento? Es Satanás quien me tienta, para apartarme de Dios y llevarme al infierno. No quiero caer en su trampa".
ES NECESARIO MEDITAR
Es útil para todos meditar, el mundo va mal porque no medita, ¡ya no reflexiona!
Visitando a una buena familia conocí a una anciana vivaracha, serena y lúcida a pesar de tener más de noventa años.
"Padre" -me dijo- "Cuando escucha las confesiones de los fieles, les recomienda hacer un poco de meditación cada día. Recuerdo que, cuando era joven, mi confesor me instaba a menudo a encontrar un tiempo para reflexionar cada día".
Le contesté: "En estos tiempos ya es difícil convencerles de que vayan a misa en la fiesta, no trabajen, no blasfemen, etc...". Y sin embargo, ¡cuánta razón tenía esa anciana! Si no se adquiere la buena costumbre de reflexionar un poco cada día, se pierde de vista el sentido de la vida, se apaga el deseo de una relación profunda con el Señor y, al carecer de ello, no se es capaz de hacer nada o casi nada bueno, y no se encuentra la motivación y la fuerza para evitar lo que es malo. Quien medita asiduamente, es casi imposible que caiga en desgracia de Dios y acabe en el infierno.
EL PENSAMIENTO DEL INFIERNO ES UNA PALANCA PODEROSA
Pensar en el infierno genera santos.
Millones de mártires, teniendo que elegir entre el placer, las riquezas, los honores... y la muerte por Jesús, han preferido la pérdida de la vida antes que ir al infierno, conscientes de las palabras del Señor: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si luego pierde su alma?" (cf. Mt 16,26).
Multitud de almas generosas dejan sus familias y sus países de origen para llevar la luz del Evangelio a los infieles lejanos. Al hacerlo, aseguran mejor su salvación eterna.
Cuántos religiosos abandonan incluso los placeres lícitos de la vida y se entregan a la mortificación, para alcanzar más fácilmente la vida eterna en el paraíso!
Y cuántos hombres y mujeres, casados o no, aun con muchos sacrificios, observan los Mandamientos de Dios y se dedican a obras de apostolado y de caridad!
¿Quién sostiene a todas estas personas en una fidelidad y generosidad que ciertamente no son fáciles? Es el pensamiento de que serán juzgados por Dios y recompensados con el cielo o castigados con el infierno eterno.
Y ¡cuántos ejemplos de heroísmo encontramos en la historia de la Iglesia! Una niña de doce años, Santa María Goretti, se dejó matar antes que ofender a Dios y condenarse. Intentó detener a su violador y asesino diciéndole: "¡No, Alejandro, si haces esto te vas al infierno!".
Santo Tomás Moro, gran canciller de Inglaterra, a su mujer que le instaba a ceder a la orden del rey firmando un decreto contra la Iglesia, respondió: "¿Qué son veinte, treinta o cuarenta años de vida cómoda comparados con el infierno?" No se suscribió y fue condenado a muerte. Hoy es un santo.
¡POBRES REVELADORES!
En la vida terrenal, buenos y malos conviven como el trigo y la cizaña en el mismo campo, pero al final del mundo la humanidad se dividirá en dos filas, la de los salvados y la de los condenados. El Juez Divino confirmará entonces solemnemente la sentencia dada a cada uno inmediatamente después de la muerte.
Con un poco de imaginación, tratemos de imaginar la comparecencia ante Dios de un alma malvada, que sentirá descender sobre ella la sentencia de condenación. En un instante, será juzgada:
Vida de placer... libertad de los sentidos... diversiones pecaminosas... indiferencia total o casi total hacia Dios... burla de la vida eterna y especialmente del infierno... En un instante, la muerte corta el hilo de su existencia cuando menos se lo espera.
Liberada de los lazos de la vida terrena, esa alma se encuentra de inmediato ante Cristo Juez y comprende hasta lo más profundo de su ser que se ha engañado a sí misma durante la vida...
- ¡Así que hay otra vida!... ¡Qué tonta fui! ¡Si pudiera volver atrás y compensarlo!
- Dadme cuenta, criatura mía, de lo que habéis hecho en vida.
- Pero no sabía que tenía que someterme a una ley moral
- Yo, vuestro Creador y Supremo Legislador, os pregunto: ¿Qué habéis hecho con mis mandamientos?
- Estaba convencido de que no había otra vida o de que, en cualquier caso, todos se salvarían.
- Si todo acabara en la muerte, Yo, vuestro Dios, me habría hecho Hombre en vano, y en vano habría muerto en una cruz.
- Sí, me enteré, pero no le di importancia; para mí eran noticias superficiales.
- ¿No os di la inteligencia para conocerme y amarme? Pero vos preferíais vivir como las bestias... sin cabeza. ¿Por qué no imitasteis la conducta de mis buenos discípulos? ¿Por qué no me amasteis mientras estuvisteis en la tierra? Habéis consumido el tiempo que os di en la búsqueda de placeres.... ¿Por qué no habéis pensado en el infierno? Si lo hubierais hecho, me habríais honrado y servido, si no por amor al menos por temor!
- ¿Entonces hay infierno para mí?
- Sí, y por toda la eternidad. Incluso el hombre rico del que os hablé en el Evangelio no creía en el infierno... y sin embargo acabó en él. ¡A vos, el mismo destino! Id, alma maldita, al fuego eterno!
En un instante el alma está en el fondo del abismo, mientras su cadáver aún está caliente y se prepara el funeral...
"¡Maldita sea! ¡Por la alegría de un momento, que se ha desvanecido como un relámpago, tendré que arder en este fuego, lejos de Dios, para siempre! Si no hubiera cultivado esas amistades peligrosas.... Si hubiera rezado más, si hubiera recibido los sacramentos más a menudo... ¡no estaría en este lugar de tormento extremo! ¡Malditos placeres! ¡Malditas posesiones! He pisoteado la justicia y la caridad para tener un poco de riqueza... Ahora otros lo disfrutan y yo debo servir aquí por toda la eternidad. ¡He actuado como un loco!
Esperaba salvarme, pero me faltó tiempo para ponerme en gracia. La culpa fue mía. Sabía que podía condenarme, pero prefería seguir pecando. Que la maldición caiga sobre los que me dieron el primer escándalo. Si pudiera volver a la vida... ¡cómo cambiaría mi conducta!"
Palabras... palabras... palabras... ¡¡¡¡Demasiado tarde ya...!!!!
El infierno es una muerte sin muerte, un fin sin fin
(San Gregorio Magno)
VI
EN LA MISERICORDIA DE JESÚS ESTÁ NUESTRA SALVACIÓN
MISERICORDIA DIVINA
Hablar sólo del infierno y de la justicia divina podría hacernos caer en la desesperación por salvarnos.
Como somos tan débiles, necesitamos oír hablar también de la misericordia divina (pero no sólo de esto, pues de lo contrario correríamos el riesgo de caer en la presunción de salvarnos sin méritos).
Así que... justicia y misericordia: ¡no hay una sin la otra! Jesús desea convertir a los pecadores y apartarlos del camino de la perdición.
En el librito "Jesús Misericordioso", que contiene confidencias hechas por Jesús a la Beata Sor María Faustina Kowalska, de 1931 a 1938, leemos entre otras cosas:
"Tengo toda la vida eterna para usar la justicia y sólo tengo la vida terrena en la que puedo usar la misericordia; ¡ahora quiero usar la misericordia!"
Jesús, pues, quiere perdonar; no hay falta tan grande que no pueda destruirla en las llamas de su Corazón divino. La única condición absolutamente necesaria para obtener Su misericordia es el odio al pecado.
UN MENSAJE DEL CIELO
En estos últimos tiempos, en los que el mal se extiende por el mundo de una manera impresionante, el Redentor ha mostrado su misericordia con más intensidad, hasta el punto de querer dar un mensaje a la humanidad pecadora.
Para ello, es decir, para cumplir sus designios de amor, se sirvió de una criatura privilegiada: Josepha Menéndez.
El 10 de junio de 1923, Jesús se apareció a Menéndez. Tenía una belleza celestial marcada por una soberana majestuosidad. Su poder se manifestaba en el tono de su voz. Estas fueron sus palabras:
"Josepha, escribe para Leime. Quiero que el mundo conozca mi Corazón. Quiero que los hombres conozcan mi amor. ¿Saben lo que he hecho por ellos? Los hombres buscan la felicidad lejos de mí, pero es en vano: no la encontrarán.
Me dirijo a todos, tanto a los hombres sencillos como a los poderosos. A todos les mostraré que si buscan la felicidad, Yo soy la Felicidad; si buscan la paz, Yo soy la Paz; Yo soy la Misericordia y el Amor. Quiero que este Amor sea el sol que ilumine y caliente las almas.
¡Quiero que el mundo entero me conozca como el Dios de la Misericordia y del Amor! Quiero que los hombres conozcan mi ardiente deseo de perdonarlos y salvarlos del fuego del infierno. Que no teman los pecadores, que no se me escapen los más culpables. Les espero como un Padre, con los brazos abiertos, para darles el beso de la paz y de la verdadera felicidad.
Que el mundo oiga estas palabras. Un padre tenía un solo hijo. Ricos y poderosos, vivían con gran holgura, rodeados de sirvientes. Completamente felices, no necesitaban a nadie para aumentar su felicidad. El padre era la alegría del hijo y el hijo la alegría del padre. Tenían corazones nobles y sentimientos compasivos: la más mínima miseria ajena les movía a compasión. Uno de los criados de este buen señor cayó gravemente enfermo y con toda seguridad habría muerto de no haber recibido los cuidados y remedios adecuados.
Ese criado era pobre y vivía solo. ¿Qué hacer? ¿Dejarlo morir? Ese señor no quería. ¿Enviaría a algún otro de sus sirvientes para curarlo? No estaría a gusto porque, tratándole más por interés que por amor, no le daría todos los cuidados que necesitan los enfermos. El padre, angustiado, confió a su hijo su ansiedad por aquel pobre criado. El hijo, que amaba a su padre y compartía sus sentimientos, se ofreció a curar él mismo al criado, con esmero, sin reparar en sacrificios ni fatigas, para obtener la curación deseada. El padre aceptó y sacrificó la compañía de su hijo; el hijo, a su vez, renunció al afecto y a la compañía de su padre y, haciéndose siervo de su siervo, se entregó por entero a sus cuidados. Le prodigó mil atenciones, le proporcionó todo lo necesario e hizo tanto, con infinitos sacrificios suyos, que en poco tiempo el siervo enfermo se recuperó.
El hijo le sugirió que se presentara a su padre y, puesto que ya estaba curado, que se ofreciera de nuevo al servicio de su padre, permaneciendo en aquella casa como uno de los más fieles criados.
El criado obedeció y, volviendo a su antigua tarea, para mostrar su gratitud, cumplió con su deber con la mayor disposición; es más, se ofreció a servir a su señor sin cobrar, sabiendo que quien ya es tratado como hijo en aquella casa no necesita ser pagado como empleado.
Esta parábola no es más que una tenue imagen de mi amor por los hombres y de la respuesta que espero de ellos. La iré explicando poco a poco, porque quiero que la gente conozca mis sentimientos, mi amor, mi Corazón".
EXPLICACIÓN DE LA PARÁBOLA
"Dios creó al hombre por amor, y lo colocó en tal condición que nada pudiera faltarle para su bienestar en la tierra, hasta que llegara a la felicidad eterna en la otra vida. Pero, para conseguirlo, debía someterse a la voluntad divina, observando las sabias y desahogadas leyes que le impuso el Creador.
El hombre, sin embargo, infiel a la ley de Dios, cometió el primer pecado y contrajo así esa grave enfermedad que había de conducirle a la muerte eterna. A causa del pecado del primer hombre y la primera mujer, todos sus descendientes cargaron con las consecuencias más amargas: toda la humanidad perdió el derecho que Dios les había concedido a poseer la felicidad perfecta en el Cielo, y desde entonces tuvieron que sufrir, padecer y morir.
Para ser feliz, Dios no necesita del hombre ni de sus servicios, pues se basta a sí mismo. Su gloria es infinita y nadie puede disminuirla. Pero Dios, que es infinitamente poderoso e infinitamente bueno, y que ha creado al hombre únicamente por amor, ¿cómo puede dejarle sufrir y morir así? No! Le dará otra prueba de amor y, frente a un mal infinito, le ofrecerá un remedio de valor infinito. Una de las tres Personas Divinas tomará la naturaleza humana y reparará el mal causado por el pecado.
Por el Evangelio se conoce su vida terrena. Tú sabes cómo desde el primer momento de su Encarnación estuvo sometido a todas las miserias de la naturaleza humana. De niño sufrió frío, hambre, pobreza y persecución. Como trabajador fue a menudo humillado y despreciado como el pobre hijo del carpintero. Cuántas veces, después de llevar la carga de una larga jornada de trabajo, él y su Padre putativo se encontraron por la tarde habiendo ganado apenas lo mínimo para sobrevivir. Y así vivió durante treinta años. A esa edad dejó la dulce compañía de su Madre y se dedicó a dar a conocer a su Padre del Cielo, enseñando a todos que Dios es Amor. Pasó haciendo sólo el bien a los cuerpos y a las almas; a los enfermos les dio la salud, a los muertos les dio la vida y a las almas... a las almas les dio la libertad perdida por el pecado y les abrió las puertas de su verdadera patria: el paraíso.
Entonces llegó la hora en que, para obtener su salvación eterna, el Hijo de Dios estuvo dispuesto a dar su propia vida.
¿Y cómo murió? ¿Rodeado de sus amigos? ¿Aclamado por la multitud como benefactor? Amadas almas, sabéis que el Hijo de Dios no quiso morir así. Él, que sólo había sembrado amor, fue víctima del odio. El que había traído la paz al mundo, fue víctima de una crueldad feroz; el que había traído la libertad a la humanidad, fue atado, encarcelado, maltratado, blasfemado, tiroteado y, finalmente, murió en una cruz entre dos ladrones, despreciado, abandonado, pobre y despojado de todo.
Así cumplió la obra para la que había dejado la gloria de su Padre. El hombre estaba gravemente enfermo y el Hijo de Dios acudió a él. No sólo le dio la vida, sino que le procuró la fuerza y los medios necesarios para adquirir aquí abajo el tesoro de la felicidad eterna.
¿Cómo respondió el hombre a este inmenso amor? ¿Se ofreció como el buen siervo de la parábola al servicio de su Señor sin otro interés que el de Dios? Aquí hay que distinguir las distintas respuestas del hombre a su Señor.
Algunos me han conocido de verdad y, llevados por el amor, han sentido en su corazón el deseo ardiente de dedicarse por entero y sin interés a mi servicio, que es el de mi Padre. Le preguntaron qué más podían hacer por él, y mi Padre les respondió: "Dejad vuestra casa, vuestros bienes y a vosotros mismos, y venid en pos de mí para hacer lo que yo os diga".
Otros sintieron que su corazón se conmovía al ver lo que el Hijo de Dios había hecho para salvarlos. Llenos de buena voluntad, acudieron a Él preguntándole cómo podían corresponder a Su voluntad y trabajar por Sus intereses, sin abandonar los suyos propios. A ellos respondió mi Padre: "Guardad la Ley que yo, vuestro Dios, os he dado. Guardad mis mandamientos sin desviaros ni a la derecha ni a la izquierda; vivid en la paz de los siervos fieles".
Otros entonces tienen poca comprensión de lo mucho que Dios les ama. Sin embargo, tienen algo de buena voluntad y viven bajo su ley, más por inclinación natural a la bondad que por amor. Estos, sin embargo, no son siervos voluntarios y dispuestos, pues no se han ofrecido gustosamente a las órdenes de su Dios; pero como no hay mala voluntad en ellos, en muchos casos basta una invitación para que se presten a su servicio.
Otros se someten a Dios más por interés propio que por amor, y sólo en la medida estrictamente necesaria para la recompensa final prometida a los que guardan Su ley.
Y luego están los que no se someten a su Dios, ya sea por amor o por miedo. Muchos lo han conocido y lo han despreciado... muchos ni siquiera saben quién es... A todos les dirigiré una palabra de amor.
Hablaré primero a los que no me conocen. Sí, a vosotros queridos hijos, os hablo a vosotros que desde la infancia vivís lejos del Padre. ¡Venid! Os diré por qué no lo conocéis, y cuando comprendáis quién es y qué Corazón tan amoroso y tierno tiene por ti, no podrás resistirte a su amor. Suele ocurrir que quienes crecen lejos del hogar paterno no sienten afecto por sus padres. Pero si un día experimentan la ternura de su padre y de su madre, nunca más se separarán de ellos y los amarán más que los que siempre han estado con sus padres.
También hablo con mis enemigos... A vosotros, que no sólo no me amáis, sino que me perseguís con vuestro odio, sólo os pregunto: '¿Por qué este odio feroz? ¿Qué mal os he hecho para que me maltratéis así? Muchos nunca se han hecho esta pregunta y ahora que os la hago, tal vez respondan: "Siento este odio dentro de mí, pero no sé cómo explicarlo".
Bueno, responderé por vos.
Si en vuestra infancia no me conocisteis, fue porque nadie os enseñó a conocerme. A medida que crecisteis, crecieron con vos las inclinaciones naturales, la atracción por el placer, el deseo de riqueza y libertad. Entonces un día oísteis hablar de mí; oísteis que para vivir según mi voluntad, había que soportar y amar al prójimo, respetar sus derechos y sus bienes, someter y encadenar la propia naturaleza, en definitiva, vivir bajo una ley.
Y vos, que desde vuestra más tierna edad vivíais sólo según el capricho de vuestra voluntad y los impulsos de vuestras pasiones, vos que no sabíais lo que era la ley, protestabais con vehemencia:
- "¡No quiero más ley que mis propios deseos; quiero gozar y ser libre!" Por eso empezasteis a odiarme y a perseguirme.
Pero yo, que soy vuestro Padre, os amaba, y mientras trabajabais tan ferozmente contra mí, mi Corazón se llenaba más que nunca de ternura por vos. Así pasaron demasiados años de vuestra vida... Hoy ya no puedo contener mi amor por vos y, viéndoos en guerra abierta contra Aquel que tanto os ama, aún vengo a deciros quién soy. Amados hijos, yo soy Jesús. Mi nombre significa: Salvador; por eso mis manos están atravesadas por los clavos que me mantuvieron confinado en la cruz, en la que muero por vuestro amor; mis pies llevan las marcas de las mismas heridas y mi Corazón fue abierto por la lanza que lo atravesó después de mi muerte.
Así me presento ante vosotros, para enseñaros quién soy y cuál es mi ley; no os dejéis intimidar: es la ley de amor. Cuando me conozcáis, encontrareis la paz y la felicidad. Vivir como huérfanos es muy triste. Venid, hijos míos, venid a vuestro Padre. Yo soy vuestro Dios y vuestro Padre, vuestro Creador y vuestro Salvador; sois mis criaturas, mis hijos y también mis redimidos, porque al precio de mi sangre y de mi vida os he rescatado de la esclavitud del pecado.
Tenéis un alma inmortal, dotada de las facultades necesarias para hacer el bien y capaz de disfrutar de la felicidad eterna. Tal vez, al oír mis palabras, diréis: -"¡No tenemos fe, no creemos en la vida futura!..."
¿No tenéis fe? ¿No creéis en mí? ¿Por qué entonces me perseguís? ¿Por qué deseáis la libertad para vosotros y no se la dejáis a los que me aman? ¿No creéis en la vida eterna? Decidme: ¿sois feliz así? Sabéis bien que necesitáis algo que no tenéis ni podéis encontrar en la tierra. El placer que buscáis no os satisface....
Creed en mi amor y en mi misericordia. ¿Me habéis ofendido? Os perdono. ¿Me habéis perseguido? Os quiero. ¿Me habéis herido con palabras y obras? Quiero haceros bien y ofreceros mis tesoros. No creáis que ignoro cómo habéis vivido hasta ahora. Sé que habéis despreciado mis oraciones y que a veces habéis profanado mis Sacramentos. ¡No importa, os perdono! Yo soy la Sabiduría, Yo soy la Felicidad, Yo soy la Paz, Yo soy la Misericordia y el Amor".
He citado sólo algunos pasajes, los más significativos, del mensaje del Sagrado Corazón de Jesús al mundo.
Si se entregan al pecado, si no se entregan al amor de Dios, serán por toda la eternidad víctimas de su odio al Creador. Si mientras están en esta tierra no aceptan la misericordia divina, en la otra vida tendrán que sufrir el poder de la justicia divina. Es terrible caer en las manos del Dios vivo.
NO PENSEMOS SÓLO EN NUESTRA SALVACIÓN
Tal vez este escrito sea leído por algunos que viven en pecado; tal vez algunos se conviertan; otros, en cambio, con una mueca de lástima, exclamarán: "¡Tonterías, son cuentos para viejas!"
A quienes lean estas páginas con interés y cierta inquietud les digo...
Vives en una familia cristiana, pero quizá no todos tus seres queridos son amigos de Dios. Tal vez tu marido, o hijo, o padre, o hermana, o hermano no han recibido los santos sacramentos durante años, porque son esclavos de la indiferencia, el odio, la lujuria, la blasfemia, la avaricia, u otras faltas... ¿Cómo se encontrarán estos seres queridos tuyos en la otra vida si no se arrepienten? Los amas porque son tu prójimo y tu sangre. Nunca digas: "¿Y a mí qué me importa? Que cada uno piense en su alma".
La caridad espiritual, es decir, cuidar del bien del alma y de la salvación de los hermanos, es lo más agradable a Dios. Haz algo por la salvación eterna de los que amas
De lo contrario, estarás con ellos en los pocos años de esta vida terrenal y luego te separarás de ellos ineterno. ¡Tú entre los salvados... y padre, o madre, o hijo, o hermano entre los condenados...! Disfrutarás de la dicha eterna... ¡y algunos de tus seres queridos en el tormento eterno...! ¿Puedes resignarte a esta posible perspectiva? ¡Rezad, rezad mucho por los necesitados!
Jesús dijo a Sor María de la Trinidad: "¡Desdichado el pecador que no tiene quien rece por él!"
El propio Jesús sugirió a Menéndez la oración que hay que hacer para convertir a los descarriados: acudir a sus propias llagas. Jesús dijo:
"Mis heridas están abiertas para la salvación de las almas... Cuando se reza por un pecador, el poder de Satanás disminuye en él y aumenta el poder que proviene de mi gracia. Sobre todo, la oración por un pecador obtiene su conversión, si no inmediatamente, al menos a punto de morir".
Por eso se recomienda recitar, cada día, cinco veces el "Padre Nuestro", cinco veces el "Ave María" y cinco veces el "Gloria" a las cinco Llagas de Jesús. Y como la oración unida al sacrificio es más poderosa, se aconseja a los que desean alguna conversión que ofrezcan cada día cinco pequeños sacrificios a Dios en honor de las mismas cinco Llagas Divinas. Muy útil es la celebración de alguna Santa Misa para llamar al bien a los descarriados.
¡Cuántos, aunque hayan vivido mal, han tenido de Dios la gracia de morir bien por las oraciones y los sacrificios de la novia, o de la madre, o de un hijo...!
CRUZADA POR LOS MORIBUNDOS
Hay muchos pecadores en el mundo, pero los más expuestos, los más necesitados de ayuda, son moribundos; sólo les quedan unas horas o quizá unos instantes para restituirse a la gracia de Dios antes de comparecer ante el Tribunal Divino. La misericordia de Dios es infinita y hasta en el último momento puede salvar a los mayores pecadores: el buen ladrón en la cruz nos dio una prueba de ello.
Hay gente muriéndose cada día y cada hora. Si a los que dicen amar a Jesús les importara, ¡cuántos escaparían al infierno! En algunos casos un pequeño acto de virtud puede bastar para arrebatar a Satanás una presa.
Muy significativo es el episodio narrado en "La invitación al amor". Una mañana, Menéndez, cansada del sufrimiento en el infierno, sintió la necesidad de descansar; sin embargo, recordando lo que Jesús le había dicho: "Escribe lo que veas en el más allá", con no poco esfuerzo se sentó. Por la tarde se le apareció la Virgen y le dijo: 'Tú, hija mía, esta mañana antes de la Misa hiciste una obra buena con sacrificio y con amor, en ese momento había un alma ya cerca del infierno. Mi Hijo Jesús se sirvió de tu sacrificio y esa alma se salvó. Mira, hija mía, cuántas almas pueden salvarse con pequeños actos de amor'.
La cruzada que se recomienda a las almas buenas es ésta:
1) No olvides en tus oraciones diarias a las almas moribundas del día. Decir, si es posible por la mañana y por la noche, la jaculatoria: "San José, Padre putativo de Jesús y verdadero Esposo de la Virgen María, ruega por nosotros y por las almas moribundas de este día".
2) Ofrecer los sufrimientos del día y otras buenas obras por los pecadores en general y especialmente por los moribundos.
3) En la Consagración de la Santa Misa y durante la Comunión invoca la misericordia divina sobre los agonizantes del día.
4) Cuando tengas conocimiento de personas gravemente enfermas, haz todo lo posible para que reciban consuelo religioso. Si alguien se niega, intensifica las oraciones y los sacrificios, pide a Dios algún sufrimiento especial, hasta el punto de ponerte en estado de víctima, pero sólo con el permiso de vuestro padre espiritual. Es casi imposible, o al menos muy difícil, que un pecador se haga daño a sí mismo cuando hay alguien que reza y sufre por él.
REFLEXIÓN FINAL
El Evangelio habla claro:
Jesús afirmó una y otra vez que el infierno existe. Así pues, si el infierno no existiera, Jesús... sería un calumniador de su Padre... porque no lo habría presentado como un padre misericordioso, sino como un verdugo despiadado; sería un terrorista contra nosotros... porque nos amenazaría con la posibilidad de sufrir una condena eterna que de hecho no existiría para nadie; sería un mentiroso, un matón, un pobre hombre... porque pisotearía la verdad, amenazando con castigos inexistentes, por doblegar a los hombres de sus malsanas concupiscencias; sería un torturador de nuestras conciencias, porque, inoculándonos el miedo al infierno, nos haría perder el deseo de disfrutar en paz de ciertas alegrías "picantes" de la vida.
EN TU OPINIÓN, ¿PUEDE JESÚS SER TODO ESO?
¡Y ESTO SERÍA, SI EL INFIERNO NO EXISTIERA!
CRISTIANO, ¡NO CAIGAS EN CIERTAS TRAMPAS!
¡PUEDE COSTARTE MUY CARO!
Si yo fuera el diablo, sólo haría una cosa; exactamente lo que está ocurriendo ahora: convencer a la gente de que el infierno no existe, o al menos de que, si existe, no puede ser eterno.
Hecho esto, seguiría todo lo demás: todo el mundo llegaría a la conclusión de que se puede negar cualquier otra verdad y cometer cualquier pecado que... ¡todos se salvarán tarde o temprano!
La negación del infierno es el as en la manga de Satanás: abre la puerta a cualquier tipo de desorden moral
(Don Enzo Boninsegna)
HAN DICHO...
Entre nosotros, por un lado, y el infierno o el paraíso, por otro, sólo hay vida: lo más frágil que existe (Blaise Pascal)
La vida nos fue dada para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo (Nouet)
Un Dios que sólo fuera misericordioso sería pan comido para todos; un Dios que sólo fuera justo sería un terror; y Dios no es ni pan comido ni un terror para nosotros. Es un Padre, como dice Jesús, que, mientras estemos vivos, está siempre dispuesto a acoger al hijo pródigo que vuelve a casa, pero es también el amo que, al final del día, da a cada uno su merecido salario (Gennaro Auletta)
Dos cosas matan el alma: la presunción y la desesperación. Con la primera se espera demasiado, con la segunda demasiado poco (San Agustín)
Para salvarse hay que creer, para condenarse no. El infierno no es prueba de que Dios no ame, sino de que hay hombres que no quieren amar a Dios, ni ser amados por Él. Nada más (John Pastorino)
Hay algo que me molesta profundamente y es que los sacerdotes ya no hablan del infierno. Lo pasan en silencio. Dan a entender que todo el mundo irá al cielo sin ningún esfuerzo, sin ninguna convicción precisa. Ni siquiera dudan de que el infierno está en la base del cristianismo, que fue este peligro el que arrancó a la Segunda Persona de la Trinidad y que medio Evangelio está lleno de él. Si yo fuera predicador, y estuviera en la cátedra, sentiría en primer lugar la necesidad de advertir al rebaño dormido del terrible peligro que corre (Paul Claudel)
Nosotros, orgullosos de haber eliminado el infierno, lo propagamos ahora por todas partes (Elias Canetti)
El hombre siempre puede decir a Dios... "¡No se hará tu voluntad!" Es esta libertad la que da origen al infierno (Pavel Evdokimov)
Desde que el hombre ya no cree en el infierno, ha transformado su vida en algo que se parece mucho al infierno. Evidentemente, ¡no puede prescindir de él! (Ennio Flaiano)
Todo pecador enciende por sí mismo la llama de su propio fuego; no es que esté inmerso en un fuego encendido por otros y existente antes que él. La materia que alimenta este fuego son nuestros pecados (Orígenes)
El infierno es el sufrimiento de ya no poder amar (Fédor Dostoievski)
Se ha dicho, con profunda perspicacia, que el paraíso mismo para los condenados sería el infierno, en su ya incurable distorsión espiritual. Si pudieran, absurdamente, salir de su infierno, se encontrarían en el paraíso, habiendo considerado enemigas la ley y la gracia del amor (John Casoli)
La Iglesia en su enseñanza afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden inmediatamente después de la muerte al infierno, donde sufren las penas del infierno, el "fuego eterno"... (Catecismo de la Iglesia Católica 1035).
El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana, como el amor mismo.... Si no es redimida por el arrepentimiento y el perdón de Dios, provoca la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; porque nuestra libertad tiene el poder de tomar decisiones definitivas e irreversibles... ("El infierno está empedrado de buenas intenciones", San Bernardo de Claraval).
NIHIL OBSTAT QUOMINUS IMPRIMATUR
Catania 18-11-1954 Sac. Innocenzo Licciardello
IMPRIMITUR
Catania 22-11-1954 Sac. N. Ciancio – Vic. Gen.
PER ORDINAZIONI RIVOLGERSI:
Don Enzo Boninsegna – Via Polesine, 5 – 37134 Verona. Tel. E Fax. 0458201679 *Cell. 3389908824
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Usted puede opinar pero siempre haciéndolo con respeto, de lo contrario el comentario será eliminado.