Por Jerome German
He comenzado a contemplar la próxima celebración de la Encarnación, un proceso que incluye reflexionar sobre la maternidad de María y, para mí, sobre la propia feminidad.
¿Qué es una mujer? parece ser la pregunta del momento. Es una pregunta de nivel preescolar, sin duda. Y, como en cualquier otro tema de gran importancia, los partidarios de que nada puede saberse con certeza no admiten ninguna verdad objetiva, ni siquiera para lo que es obvio para un niño de cuatro años.
Y, sin embargo, hay cosas sobre la feminidad -mucho más allá de una simple definición- que necesitan ser exploradas.
Trabajé en la industria durante cuarenta años y, de boca de varias secretarias ejecutivas sonrientes, salía un chiste que decía así: "¿Quiere hablar con el jefe o quiere hablar con alguien que sabe lo que pasa?".
El diccionario dice de la palabra primacía: el estado de ser el primero o el principal. Hay primacía en la dirección de una empresa, y hay centralidad en la gestión de una oficina. Dejando a un lado la dinámica interpersonal de la sexualidad, la sinergia entre esos dos conceptos puede hacer que todo funcione bien.
Primacía y centralidad son palabras interesantes que hay que explorar. En un artículo anterior, exploré la palabra utilidad y lamenté que se dirigiera por un camino oscuro. Encargarse de la comunicación en una lengua viva implica una vigilancia constante.
Analicemos la palabra novio.
El novio no es sólo el hombre de la novia, sino, en cierto sentido, su sirviente, su guardián, su futuro caballero de brillante armadura. Preparar, en el sentido original del verbo cuidar, es algo muy bueno.
Encaja muy bien con la palabra que designa el sacramento del matrimonio, que tiene su raíz en la palabra latina mater-madre. En el centro tanto de la boda como del matrimonio encontramos a la mujer; concretamente, a la mujer como madre. No es casualidad.
Como tampoco es casual que gran parte de la lengua occidental -germánica o romántica- esté profundamente enraizada en la cristiandad y, más concretamente, en la cristiandad romana y griega. La misión de la Iglesia puede erosionarse lentamente corrompiendo la lengua.
Y situar a la mujer como madre en el centro de la boda y del matrimonio es tan intencionado e integrado en el lenguaje como llamar a nuestra Iglesia "Santa Madre Iglesia". Como cuerpo, tenemos algo central, pivotal, crucial, esencial, fundamental en nosotros, y esta cualidad de centralidad tiene una naturaleza profundamente femenina y maternal. En palabras de Juan Pablo II (Mulieris Dignitatem):
...todos los seres humanos —hombres y mujeres— están llamados a ser la “Esposa” de Cristo, redentor del mundo. De este modo “ser esposa” y, por consiguiente, lo “femenino”, se convierte en símbolo de todo lo “humano”, según las palabras de Pablo: “Ya no hay hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.¿Por qué la Iglesia honra tanto a María? Porque desea honrar la maternidad. Isabel exclamó: "¿Quién soy yo para que venga a mí la madre de mi Señor?". La Iglesia simplemente se ha unido a esa exaltación.
El centro de atención de una santa madre rara vez es ella misma; ocasionalmente, su marido; siempre y en todas partes, sus hijos. Hay un magnetismo en la maternidad de María, como en toda maternidad, que nos atrae al centro de la existencia, que pone nuestra atención en el Niño Jesús; en el esposo de María, el Espíritu Santo; y, en última instancia, en el Padre que tiene la primacía sobre todo.
En palabras de Juan Pablo II:
Comúnmente se piensa que la mujer es más capaz que el hombre de dirigir su atención hacia la persona concreta y que la maternidad desarrolla todavía más esta disposición. El hombre, no obstante toda su participación en el ser padre, se encuentra siempre “fuera” del proceso de gestación y nacimiento del niño y debe, en tantos aspectos, conocer por la madre su propia “paternidad”.
La Escritura nos da cuenta del amor de Dios por nosotros desde una perspectiva maternal. Jesús se lamentó: “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados, ¡cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus pollitos debajo de las alas, y no quisiste!”.
Sosteniendo, como lo hago yo, el concepto de la centralidad de la feminidad en la dinámica familiar como un indicador central de la relativa veracidad de una serie de otras cosas, me cautivó mucho un artículo de Monica Miller (en inglés aquí), en el que argumentaba poderosamente que, para otorgar a la mujer el supuesto “derecho a la privacidad” de Roe vs. Wade, la feminidad debía ser despojada de su conectividad social. En sus palabras:
En Roe v. Wade , el “derecho a la privacidad” es una esfera de privacidad solo en torno a la mujer. La mujer en la decisión del tribunal está completamente sola. La decisión creó y defendió a la mujer aislada, que primero debe ser colocada en esta esfera de aislamiento para ejercer el poder supremo de matar a otro, para expulsar de sí misma a la persona más cercana a ella, su hijo por nacer.…El fallo de la corte se basó en la premisa de que no existen relaciones humanas inherentes. La mujer está sola, aparte de literalmente todos los demás en el mundo. Y dentro de su zona privada de aislamiento, cualquier obligación moral que pueda tener hacia los demás se hace añicos.
Si vas a destruir una rueda, corroe su buje. La mujer es el eje de la familia y, por lo tanto, el eje de la humanidad. La destrucción de ese centro detiene la civilización y, junto con ella, todo lo que es humano.
Veamos la palabra equidad: libertad de parcialidad o favoritismo. No puede haber equidad entre primacía y centralidad porque son, por así decirlo, dos especies diferentes. Sin embargo, puede haber igualdad, porque ese es uno de los frutos de la complementariedad plenamente apreciada y plenamente desarrollada: la progenie de la integración profunda.
El diccionario de sinónimos produce sinónimos de primacía que son totalmente antitéticos a lo que quiero decir con el término. Por ejemplo, en la Iglesia nos referimos a un arzobispo como un primado. Un obispo es un apóstol y, por lo tanto, según San Pablo, es el servidor de todos, un servidor cuya tarea es llevar a los demás a Cristo.
Cuando el presidente de nuestro país está rodeado por los servicios secretos de seguridad y se presenta una situación de peligro para su persona, sus defensores tienen primacía situacional, van a hacer lo que tienen que hacer independientemente de lo que les diga su jefe, el presidente.
La primacía de la paternidad humana, a diferencia de la primacía de Dios Padre, no es existencial. Aunque las personas de la Trinidad son coiguales, si no hubiera Dios Padre, no habría Dios Hijo, y sin Padre e Hijo, no habría Espíritu Santo.
Dado que la primacía de la paternidad humana ha sido percibida por algunos como principalmente utilitaria y, por tanto, algo existencial -es decir, como necesaria para proporcionar alimento, vivienda y protección-, la modernidad considera que ya no es válida porque muchas mujeres han demostrado ser capaces de proporcionar esas cosas tan bien o mejor que sus homólogos masculinos, lo que permite una equidad entre ella y su marido. Pero en esta analogía se pierde mucho.
Para nuestros propósitos, en este debate, la primacía no es superioridad, supremacía o dominio; es asumir el liderazgo apropiado según lo exija el estado de vida de uno -en el caso del padre y marido cristiano, el liderazgo espiritual-. Me atrevo a aventurar que, en el centro del declive general de la religiosidad en la vida moderna, tenemos a muchos hombres que adoptan una especie de mentalidad de playboy. Cuando los hombres son volubles e infantiles, la primacía pierde su lugar de honor, y todo lo que es honorable muere con ella.
La destrucción de la primacía y la centralidad es la destrucción de la familia. Lamentablemente, los hijos sólo imitarán a su madre si su padre respeta su centralidad; hacerlo es el quid mismo de su función de liderazgo. Un padre puede abandonar el papel de liderazgo espiritual si no se honra su primacía, si no se le llama a luchar contra el mal. Sin esta dinámica, esta primacía y centralidad honradas, los hijos no tendrán interés en seguir ni al padre ni a la madre.
Existe una sinergia entre los poderes de un funcionario público y los de sus guardias; por ser el jefe, no siempre es el jefe. Existe una sinergia similar entre un marido y su mujer; la primacía es necesaria y santificada por la centralidad; la familia siempre está en peligro; él es el siervo, el defensor, el guía y el guardián; ella es el tesoro, el seno, el núcleo: la madre.
Nuestra pérdida de comprensión respecto a esta complementariedad ha devastado a la familia. No puede haber equidad entre lo que tiene primacía y lo que tiene centralidad, pero sí igualdad. En un artículo anterior (en inglés aquí), escribí:
La madre de todos los vivientes, Eva, cometió un gran pecado de orgullo cuando tiró la cautela al viento y decidió "ser como Dios". Eva no quería reemplazar a Dios; quería ser igual a Él, salirse con la suya. Ofreció el fruto prohibido a su marido, que no tardó en hacer lo mismo.
El pecado original, al que la Iglesia se refiere como "el pecado de Adán", fue un tipo de pecado diferente para Adán que para su esposa. El pecado de Eva fue realmente un pecado de orgullo, pero el de su marido parece haber sido un pecado de pequeñez. ¿Tenía miedo de liderar? ¿Temía pensar por sí mismo? Creo que, más que nada, temía distanciarse de su esposa: se dejaba llevar. Sin duda, el orgullo es, en última instancia, egocéntrico e imprudente, pero al menos es audaz. En este caso, Eva dirigió, con audacia y eficacia, y Adán la siguió. El suyo fue un pecado patéticamente mayor, un pecado contra su estado en la vida.Si un matrimonio va a desmoronarse, la dinámica primacía/centralidad, o la falta de ella, seguramente desempeñará su papel. Un hombre puede abusar de la primacía con fines egoístas, convirtiéndose en un pequeño tirano. Una mujer puede esforzarse más en ser el centro de la atención exterior que en ser el núcleo de la interacción familiar.
El Esposo Eterno y Su Santa Madre son nuestros respectivos modelos. Los sacerdotes ocupan sacramentalmente el lugar de Cristo. Su primacía, su servicio a Su Esposa, debería llevarles al mismo lugar que llevó a Cristo: a la cruz. La centralidad de la Santa Madre Iglesia debe conducir a todos al mismo lugar al que condujo a la Santa Madre de Nuestro Salvador: al pie de la cruz, cuando todos los demás se habían dispersado.
La vida es dura. La dinámica primacía/centralidad es una complementariedad difícil de cumplir, pero aún más difícil es vivir sin ella.
Crisis Magazine
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