Por Andrea Gagliarducci
La última semana de abril se celebró en Roma una reunión de las comisiones del “Sínodo sobre la Sinodalidad”, que el papa Francisco convocó para 2023. Fue una reunión para marcar un camino común, hablar entre ellos y empezar a concretar lo que debe ser un Sínodo que dé un nuevo rostro a la Iglesia. Un rostro sinodal. Al menos, esas serían las intenciones del papa Francisco.
De hecho, el Sínodo ha cambiado relativamente su rostro. En el Praedicate Evangelium, la nueva constitución que regula las tareas y funciones de la Curia Romana, el Sínodo ya no se define como Sínodo de Obispos, sino simplemente como “Sínodo”.
Por lo tanto, se abre la idea de que una reunión sinodal puede ser considerada más una asamblea de fieles que un verdadero órgano de gobierno. Una idea en consonancia con otro de los temas centrales de la nueva constitución apostólica: la autoridad ya no viene dada por la ordenación episcopal, sino por la misión canónica.
De ese modo, todos pueden dirigir departamentos curiales, y todos pueden participar en el Sínodo. Debe ser una reunión lo más abierta posible, un intercambio que permita, sobre todo, aportar ideas sin dejar nunca de lado a nadie.
El esfuerzo de quienes trabajan en la organización del Sínodo es considerable. Pero, en la práctica, se trata de recoger las diferentes aportaciones de los cinco continentes, sintetizarlas, enviarlas a las Conferencias Episcopales y volver a escuchar para verificar si la síntesis es adecuada.
El papa Francisco pone así en práctica lo que siempre ha sido un "estado de sínodo permanente".
Desde que el papa Francisco está al frente de la Iglesia, ha convocado dos sínodos extraordinarios, además de los que se celebran cada tres años, y ha tratado de ampliar las bases del Sínodo convocando reuniones presinodales. Ha querido potenciar aún más el debate poniendo en marcha esta gran asamblea sinodal de dos años, que terminará en 2023.
Sin embargo, hay algunas preguntas que surgen de forma natural. Logrará el papa Francisco tener una Iglesia genuinamente sinodal y a la escucha, o sus intenciones chocarán con una realidad que él mismo ayudó a construir?
La pregunta no surge de la nada. Al papa Francisco no le han gustado, en sus experiencias sinodales, las intervenciones de Roma sobre los textos, los ajustes necesarios, las continuas revisiones. Por eso, tal vez como reacción a esto, dispuso que cualquier documento final conste de todos los puntos (modi en latín) desarrollados por su “comité de redacción”. Antes, sólo se publicaban los modi que alcanzaban el llamado "consenso sinodal", 2/3 de los votos.
El papa Francisco ha querido que se publiquen todos los puntos y que se publiquen también los votos a favor y en contra de cada uno de ellos. El resultado ha sido una polarización y lo contrario de la comunión que se debe buscar en un Sínodo.
Esta polarización llevó al debate del “Sínodo Especial para la Región Pan-Amazónica”. El Sínodo llevó desde su nacimiento teorías e ideas opuestas. No hubo un intento de síntesis ni un verdadero deseo de resolver los problemas, sino de promover una agenda.
El papa Francisco se vio obligado, en la exhortación post-sinodal, a poner las cosas en su sitio, evitando disputas como la de los sacerdotes casados, decepcionando a muchos.
El papa parece utilizar el Sínodo y la discusión más como su laboratorio que como un lugar de colegialidad. Con el Sínodo, el papa recoge ideas, entiende en qué dirección va el sentido común y luego toma decisiones que pueden ser impopulares, pero que siguen garantizando que no va demasiado lejos, y que no está diciendo nada que pueda perjudicarle.
Por lo tanto, ¿una Iglesia sinodal forma parte de una discusión constante de la que el papa debería beneficiarse?
De ser así, se traicionaría el verdadero objetivo del Sínodo. Sería más bien el desarrollo de un camino de un papa rey, como el papa Francisco se ha comportado en varias ocasiones.
Luego está la cuestión del “Sínodo sobre la Sinodalidad”, un nombre que parece una tautología. Sin embargo, las comisiones del Sínodo apuntan a una interpretación diferente. Es decir: si la Iglesia es sinodal, el Sínodo es la vida de la Iglesia. Por tanto, el Sínodo no habla de la sinodalidad de forma autorreferencial, sino que dice cómo vive y afronta la Iglesia sus retos y cómo puede hacerlo implicando a todo el pueblo de Dios.
Partiendo de esta filosofía, se entiende que el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo, propusiera en la apertura de este “camino sinodal” evaluar una forma diferente de redactar el documento final, tal vez sin votaciones sobre las modalidades y devolverlo a las iglesias particulares, esperando sus enmiendas antes de publicarlo.
Estas propuestas pretenden zanjar algunas de las cuestiones que han surgido, con la intención de que el Sínodo, si no es un verdadero órgano de gobierno, sea una parte esencial de la Iglesia y un vínculo entre Roma y la periferia.
¿Será suficiente? Es difícil decirlo. La “apertura sinodal” del papa ha llevado a la Iglesia de Alemania a iniciar un “camino sinodal” que pretende incluso cambiar la doctrina católica, y otros sínodos locales (como en Irlanda y Australia) corren el riesgo de poner en peligro toda la estructura de la Iglesia.
El papa Francisco finalmente abrió la caja de Pandora al intervenir poco, esperando las opiniones de todos sin exponerse demasiado. Como resultado, los que no entienden la estructura de la Iglesia la atacan, destacan su amnesia y sus errores y la ponen en la picota pública.
Por lo tanto, será necesaria toda la diplomacia del papa para controlar las tentaciones cismáticas y salir con algo completamente católico.
Monday Vatican
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Usted puede opinar pero siempre haciéndolo con respeto, de lo contrario el comentario será eliminado.