martes, 25 de octubre de 2022

ESPIRITUALIDAD DE LOS MONJES VISIGODOS (III)

Con este tercer artículo dedicado a los monasterios de la época visigótica vamos a asomarnos a la vida espiritual de aquellos que consagraban su vida a Dios.

Por el padre Pablo Sierra López


Aunque pudiera haber desviaciones, como indican las normas acerca de castigos en las reglas monásticas conservadas y como ocurre en cualquier realización humana, los que entraban en un monasterio lo hacían con un deseo sincero de perfección. Era un camino de exigencia que había que escoger libremente y con decisión. Así lo recoge san Isidoro:
…todo el que aspira esforzadamente a la disciplina de los antiguos, marche por esa vía ardua y angosta sin tropiezos, mas el que no pueda, que eche a andar por el camino de esta regla a fin de no desviarse por una disciplina relajada y pierda la vida y el nombre de monje.
No importaba el origen familiar del monje ni su condición anterior, pues habiendo renunciado a todo, todos eran iguales en el servicio divino.

La humildad es la conciencia de saberse uno pequeño ante Dios y ante los demás, la certeza de que no tenemos nada que no hayamos recibido, y por eso cualquier orgullo nos lleva al camino contrario a la santidad:

No tienen por qué engreírse los que aportaron algo de sus bienes al monasterio, sino más bien deben temer la soberbia que les haría perecer. Más les valdría disfrutar humildemente de sus bienes en el mundo, que profesar la pobreza distribuyendo sus bienes desde las altas cimas de la soberbia que conduce a la perdición.

La pobreza se manifestaba en la forma de vestir, que estaba determinado que estuviera alejada tanto del lujo como de la miseria. Se trataba de evitar la presunción y el materialismo, pero también la angustia ante las privaciones o el sutil peligro de creerse superior por las propias renuncias.

Las reglas establecían que todo lo referido al vestido o al aseo no se considerara como propio, y que se evitara lo que pudiera llevar a la presunción, y por eso el pelo se llevaba corto y no se permitía ningún adorno ni lujo.

De todos modos, protegían la salud de los monjes indicando las vestiduras propias del invierno o del verano, del trabajo o de la iglesia, para defenderse de los rigores del tiempo, y también se hacía lo propio cuando había que ir de camino, para salvaguardar el decoro.


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