sábado, 24 de septiembre de 2022

DOS COMENTARIOS SOBRE LA “BENDICIÓN” DE LOS OBISPOS A LAS “UNIONES” DEL MISMO SEXO

¿Bendición o maldición?

Por Stephen P. White y Fr. Gerald E. Murray

Los obispos flamencos de Bélgica han publicado esta semana un documento sobre la atención pastoral a las personas homosexuales. El aspecto más notable del documento es la inclusión de un texto para bendecir a las parejas del mismo sexo. Los obispos tienen previsto presentar el texto al papa Francisco cuando viajen a Roma para su visita ad limina a finales de este año.

Una de las particularidades más exasperantes de este caso es que la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó el año pasado una respuesta a las preguntas sobre la bendición de las uniones del mismo sexo. Ese documento, publicado con la aprobación expresa del papa Francisco, deja claro que, "la Iglesia no tiene, ni puede tener, el poder de bendecir uniones de personas del mismo sexo."

Si uno leyera el documento de la CDF y el de los obispos flamencos uno al lado del otro, sin saber cuál se publicó primero, sería muy fácil asumir que el primero era una respuesta y refutación directa del segundo. El hecho de que los obispos flamencos hayan considerado que podían contradecir a la CDF y al papa Francisco tan abiertamente, y con impunidad, es tan revelador como preocupante.

No es sólo que los obispos flamencos hayan ignorado la clara directiva de la CDF; es como si se hubieran esforzado en contradecirla explícitamente. Los obispos belgas están tomando prestada una página del libro de jugadas de sus hermanos alemanes: Elaborar una propuesta que desvirtúe o tergiverse la doctrina de la Iglesia (por lo general, tomando partido por el espíritu de la época contra la Iglesia en materia de sexo), envolverla con citas escogidas del papa Francisco y luego, a pesar de las objeciones de Roma, presentarla como un hecho consumado.

Por su parte, el santo padre ha dejado claro, en repetidas ocasiones, que tiene reservas sobre la dirección que está tomando el Camino Sinodal alemán. Es posible que haga lo mismo con los obispos flamencos. Pero también está claro que las conferencias episcopales más progresistas de Europa no tienen ningún reparo en saltarse todas las luces amarillas de precaución que Roma les indica.

Los obispos flamencos, por su parte, han insistido en que la bendición de las uniones homosexuales no debe confundirse con el sacramento del matrimonio. Es justo. Pero este énfasis, en todo caso, sólo subraya lo lejos que ha quedado el enfoque pastoral belga en su intento de aprobar y bendecir tales uniones.

Es como si los obispos flamencos dijeran: "No, mira, esto está bien porque sólo bendecimos a las parejas que mantienen relaciones sexuales fuera del sacramento del matrimonio".

(Un portavoz de los obispos flamencos, de forma un tanto cómica, trató de sugerir que el texto para una bendición incluido en el documento de los obispos no era realmente una "bendición", pero nadie está creyendo ese argumento. Como señaló el padre James Martin al Washington Post, el texto está claramente "pidiendo a Dios que esté con las parejas del mismo sexo no sólo en el hogar que comparten, sino en lo que la oración llama su 'compromiso'").

Por supuesto, la objeción fundamental de la Iglesia a las uniones homosexuales no es que "parezcan un matrimonio" (esa objeción es secundaria); es precisamente que esas uniones se basan en actos sexuales fuera del matrimonio. Y los actos sexuales fuera del matrimonio son objetivamente malos. Para todo el mundo.

Y ese, parece, es el punto de fricción. La única manera de entender la posición de los obispos belgas es sostener -como sugieren- que las uniones sexuales fuera del matrimonio (homosexuales o no), aunque no sean matrimonios, constituyen algún otro bien neutral o incluso positivo.

En este caso, los obispos flamencos chocan de frente con la posición que tan bien expuso la CDF la primavera pasada:
Para estar en conformidad con la naturaleza de los sacramentales, cuando se invoca una bendición sobre determinadas relaciones humanas, además de la recta intención de quienes participan, es necesario que lo que se bendice esté objetiva y positivamente ordenado a recibir y expresar la gracia, según los designios de Dios inscritos en la creación, y plenamente revelados por Cristo el Señor. Por lo tanto, sólo son congruentes con la esencia de la bendición impartida por la Iglesia aquellas realidades que están ordenadas en sí mismas a servir a esos fines.
Por esta razón, no es lícito impartir la bendición sobre relaciones, o parejas, incluso estables, que implican una actividad sexual fuera del matrimonio (es decir, fuera de la unión indisoluble de un hombre y una mujer abierta en sí misma a la transmisión de la vida), como es el caso de las uniones entre personas del mismo sexo. La presencia en tales relaciones de elementos positivos, que son en sí mismos valorados y apreciados, no puede justificar estas relaciones y hacerlas objetos legítimos de una bendición eclesial, ya que los elementos positivos existen en el contexto de una unión no ordenada al plan del Creador.
Como he dicho, es difícil comprender la posición de los obispos flamencos si no es como un intento de eludir la enseñanza de la Iglesia, basada en la Divina Revelación, de que los actos sexuales pertenecen sólo al matrimonio. Como siempre, la falta a la verdad conduce por un camino corto a la falta de caridad genuina. Como escribió la CDF el año pasado:
La Iglesia recuerda que Dios mismo no deja de bendecir a cada uno de sus hijos peregrinos en este mundo, porque para él "somos más importantes para Dios que todos los pecados que podamos cometer". Pero no bendice ni puede bendecir el pecado: bendice al hombre pecador, para que reconozca que forma parte de su plan de amor y se deje cambiar por él. De hecho, "nos toma como somos, pero nunca nos deja como estamos".
Acompañar a las personas con atracción por el mismo sexo -cada una de ellas es un hijo o hija de Dios- requiere una confianza en el don del plan revelado por Dios para la sexualidad humana. Vacilar sobre el significado de ese don, permitir la confusión sobre la belleza y el significado de ese don, no ayuda a nadie.

Hacerlo es arriesgarse a transformar una bendición en una maldición.


The Catholic Thing


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