Por el arzobispo Carlo María Viganó
Cuando los seres humanos actúan, lo hacen con un fin a la vista. La acción del hombre, lo que hace, representa un medio para un fin, que puede ser moralmente bueno o malo. La acción procede de la voluntad y nace del pensamiento, que es un acto del intelecto. Lo que hacemos está determinado por lo que somos (todas nuestras facultades: memoria, intelecto y voluntad). La escolástica resume perfectamente este concepto en tres palabras: agere sequitur esse.
Nadie actúa sin un propósito. E incluso lo que sucede ante nuestros ojos desde hace más de dos años es consecuencia de un conjunto de causas concomitantes que presuponen un pensamiento inicial, un principio informante, por así decirlo. Y cuando nos damos cuenta de que las razones que se nos dan para justificar las acciones realizadas no son racionales, quiere decir que esas razones son pretextos, razones falsas, que sirven para ocultar una verdad inconfesable.
Este es el camino del Maligno. Cuando nos tienta, miente para hacernos creer que es nuestro amigo, que se preocupa por nuestro bien. Como un vendedor ambulante de feria, el diablo nos ofrece sus hallazgos milagrosos, sus elixires de felicidad y riqueza, por la módica suma de nuestra alma inmortal. Pero esto, como un estafador, omite decirlo, por supuesto; a lo sumo lo escribe en letra pequeña en las cláusulas del contrato.
Todo es mentira cuando se trata de Satanás. Las premisas son falsas: vuestro Dios os oprime con pesados preceptos. Las promesas son falsas: puedes decidir y conseguir lo que quieras. Y todo es mentira también cuando los secuaces de Satanás se organizan para establecer la distopía del Nuevo Orden Mundial.
Pues bien, como no podemos esperar que los conspiradores del Gran Reinicio nos digan claramente cuál es su objetivo final -ya que es algo innombrable y criminal- podemos, sin embargo, reconstruir la mens, el pensamiento que guía sus acciones conociendo los principios que inspiran sus acciones y respaldándolos con sus propias palabras. Y también somos capaces de entender que las razones dadas son sólo pretextos. Y, sin embargo, los pretextos, tal como se presentan, demuestran malicia y premeditación, pues si su plan fuera honesto y bueno, no necesitarían disfrazarlo con excusas ilógicas e incoherentes.
Pero, ¿qué es este Gran Reinicio? Es la imposición forzada de una cuarta revolución industrial la que llevará a la implosión al actual sistema económico y social, y permitirá, mediante un empobrecimiento general y una drástica reducción de la población, la centralización del poder en manos de una élite de aspirantes a la inmortalidad y la dominación mundial. Quieren reducirnos a una masa amorfa de clientes/esclavos confinados en cajas y perpetuamente conectados a la red.
La mera existencia de un término de comparación es una negación ardiente del engaño globalista, mostrando su horror y fracaso. Las mentiras sobre la necesidad de confinamientos son desmentidas por la evidencia de que donde no se han adoptado, ha habido menos casos de enfermedades graves que donde se han impuesto cierres y toques de queda. Las mentiras sobre la efectividad del suero génico son desmentidas por casos de reinfección de personas multiსαcunadas, reacciones adversas graves, muertes súbitas. Las mentiras sobre el “pueblo soberano” y los “derechos humanos inviolables” han sido desmentidas por reglas absurdas, normas inconstitucionales, leyes discriminatorias con el silencio del Poder Judicial.
Incluso el término de comparación que constituye la Misa de todos los tiempos hace imposible preferir su falsificación montiniana: por eso la iglesia bergogliana quiere impedir su celebración y alejar a los fieles de ella. Para imponernos este horror, han recurrido al engaño, diciendo a los fieles que la Misa Apostólica es incomprensible, y que debe ser traducida y simplificada para que los fieles puedan apreciar mejor su significado. Pero esto es una mentira. Y si nos hubieran explicado que su objetivo era exactamente el mismo que se habían propuesto los herejes protestantes, es decir, destruir el corazón de la Iglesia Católica, hubiéramos ido tras ellos, horca en mano.
El mundo globalista no tolera las comparaciones. Exige esta “exclusividad” que denuncia con horror en cuanto no es él mismo quien la reclama. Arranca las vestiduras del poder temporal de la Iglesia -con la complicidad de clérigos fornicarios y herejes- y luego exige una obediencia absoluta e irracional a los dogmas que proclama desde Davos o Bruselas. Celebra la “libertad de expresión y de prensa”, que financia generosamente, pero no tolera ni la disidencia ni la verdad, que busca hacer simplemente inaccesible, invisible.
Y otra vez: el mundo globalista no tiene pasado que mostrarnos para confirmar la grandeza de sus ideas, su filosofía, su fe. Por el contrario, vive falseando la historia, borrando el pasado, eliminándolo de la vista de las nuevas generaciones. Para que no haya nadie que, frente a la Catedral de Chartres, sea capaz de reconocer las imágenes de Cristo y los Santos. Para que nadie supiera que en la Santa Capilla se guardaba la ampolla del Santo Crisma llevada por un Ángel para consagrar a los Reyes de Francia. Para que nadie pudiera conocer sus hazañas, encontrar sus tumbas, ni comprender los tesoros de arte y literatura que han engrandecido a las Naciones Católicas. La “Cultura de la Cancelación” revela la radical inconsistencia ontológica del globalismo frente al esplendor de la civilización cristiana.
El mundo globalista no tiene futuro. O mejor dicho: el futuro que pretende darnos es el más oscuro y aterrador que la mente humana pueda concebir. El futuro que nos presenta es falso e irrealizable. “No tengo casa, no tengo nada y soy feliz”, Schwab y los impulsores de la Agenda 2030 tratan de convencernos. Pero su objetivo no es hacernos felices, lo que nunca sucederá con el tiempo, por supuesto, sino quitarnos nuestros hogares y posesiones. Cuando nos hablan de “pacifismo” y “desarme” no es porque quieran la paz, sino porque nos quieren desarmados y sin ideales, porque así nos podrán invadir y dominar sin que podamos defendernos. Al imponernos la “inclusividad” -adoptando un léxico interno- no quieren que realmente acojamos e integremos a personas de otras culturas y religiones, sino que quieren crear las premisas para el desorden social y la consiguiente desaparición de nuestras tradiciones y nuestra Fe.
Cuando nos hablan de “resiliencia”, no nos están diciendo que nos protegerán de los desastres que nos amenazan, sino que debemos resignarnos a absorberlos sin protestar. Cuando nos acusan de extremismo o fundamentalismo, es solo porque saben que los fieles y los ciudadanos con ideales nobles y santos pueden resistir, organizar la oposición, difundir la disidencia. Y cuando nos imponen una inoculación masiva con un suero genético que no tiene eficacia pero sí muchos efectos secundarios graves y mortales, no lo hacen por nuestra salud, sino para modificar nuestro ADN y convertirnos en enfermos crónicos, con un sistema inmunológico comprometido permanentemente y una esperanza de vida inferior a la media de una persona sana.
Nunca esperes la verdad de los defensores del Gran Reinicio. Porque donde no hay Cristo, no hay Verdad, y sabemos cuánto odian a Nuestro Señor. Es un odio que no pueden disimular, que muestran en los espectáculos de inauguración de eventos europeos (pensemos en la inauguración del túnel de San Gotardo en Suiza o los Juegos Olímpicos de Londres, y muy recientemente la inauguración de los Juegos de la Commonwealth en Birmingham), en las “recomendaciones” de no celebrar la Navidad y de no usar nombres de pila para nuestros hijos. Su odio se vuelve homicida cuando teorizan el aborto como un “derecho humano”, escondiendo su atrocidad tras la hipócrita expresión de “salud reproductiva”: porque es la vida lo que odian, en la que ven la imagen y semejanza de ese Dios que han perdido para siempre.
El mundo globalista no tiene futuro. O mejor dicho: el futuro que pretende darnos es el más oscuro y aterrador que la mente humana pueda concebir. El futuro que nos presenta es falso e irrealizable. “No tengo casa, no tengo nada y soy feliz”, Schwab y los impulsores de la Agenda 2030 tratan de convencernos. Pero su objetivo no es hacernos felices, lo que nunca sucederá con el tiempo, por supuesto, sino quitarnos nuestros hogares y posesiones. Cuando nos hablan de “pacifismo” y “desarme” no es porque quieran la paz, sino porque nos quieren desarmados y sin ideales, porque así nos podrán invadir y dominar sin que podamos defendernos. Al imponernos la “inclusividad” -adoptando un léxico interno- no quieren que realmente acojamos e integremos a personas de otras culturas y religiones, sino que quieren crear las premisas para el desorden social y la consiguiente desaparición de nuestras tradiciones y nuestra Fe.
Cuando nos hablan de “resiliencia”, no nos están diciendo que nos protegerán de los desastres que nos amenazan, sino que debemos resignarnos a absorberlos sin protestar. Cuando nos acusan de extremismo o fundamentalismo, es solo porque saben que los fieles y los ciudadanos con ideales nobles y santos pueden resistir, organizar la oposición, difundir la disidencia. Y cuando nos imponen una inoculación masiva con un suero genético que no tiene eficacia pero sí muchos efectos secundarios graves y mortales, no lo hacen por nuestra salud, sino para modificar nuestro ADN y convertirnos en enfermos crónicos, con un sistema inmunológico comprometido permanentemente y una esperanza de vida inferior a la media de una persona sana.
Nunca esperes la verdad de los defensores del Gran Reinicio. Porque donde no hay Cristo, no hay Verdad, y sabemos cuánto odian a Nuestro Señor. Es un odio que no pueden disimular, que muestran en los espectáculos de inauguración de eventos europeos (pensemos en la inauguración del túnel de San Gotardo en Suiza o los Juegos Olímpicos de Londres, y muy recientemente la inauguración de los Juegos de la Commonwealth en Birmingham), en las “recomendaciones” de no celebrar la Navidad y de no usar nombres de pila para nuestros hijos. Su odio se vuelve homicida cuando teorizan el aborto como un “derecho humano”, escondiendo su atrocidad tras la hipócrita expresión de “salud reproductiva”: porque es la vida lo que odian, en la que ven la imagen y semejanza de ese Dios que han perdido para siempre.
Esta imagen y semejanza es mucho más profunda de lo que pensamos. Consisten en la dimensión trinitaria del hombre, con sus facultades que remiten a las Tres Divinas Personas: memoria (el Padre), inteligencia (el Hijo) y voluntad (el Espíritu Santo). Y así como en la Santísima Trinidad el Espíritu Santo es el Amor que procede del Padre y del Hijo, así en el hombre la voluntad es la facultad que procede de la memoria de las cosas pasadas y de la comprensión de las presentes. No es casualidad que en la inversión infernal del mundo contemporáneo, el hombre se encuentre privado de sus recuerdos, historia y tradiciones (piense en la Cultura de la Cancelación y demandas de 'perdón' por acciones falsificadas o distorsionadas de nuestro pasado), incapaz de expresar un juicio crítico (piense en la disonancia cognitiva generada por la psicopandemia) e incapaz de ordenar su voluntad subordinándola a la inteligencia (piense en la incapacidad de reaccionar ante mal impuesto o al bien del que somos privados).
La sociedad moderna, con su fábula sobre la democracia, nos ha enseñado a pensar que posiblemente podemos ser católicos, tal vez incluso tradicionalistas, siempre que no cuestionemos el hecho de que se deben otorgar los mismos derechos a todos. “Hay que respetar las ideas de los demás”- nos dicen. Pero en el ámbito metafísico, en la eternidad de Dios, esta batalla entre el Bien y el Mal no es secular ni ecuménica: es real, como lo son los ejércitos desplegados, el de la Civitas Dei y el de la civitas diaboli. Los ángeles del Cielo y los espíritus apóstatas del Infierno no tienen nada que ver con el irenismo conciliar: están librando una batalla en la que hay que arrebatar al adversario el mayor número posible de almas. Los santos que interceden por nosotros no han leído Fratelli Tutti, y las escalas de San Miguel no están calibradas para la “moralidad caso por caso” o la “ética de la situación” de un jesuita hereje o para las contorsiones pastorales del “camino sinodal”.
Dejemos de ser políticamente correctos, temiendo siempre que nuestras convicciones puedan “perturbar las conciencias sensibles” de quienes no dudan en desgarrar a una criatura indefensa en el vientre de su madre o en asfixiar a los ancianos y a los enfermos mientras duermen. Con demasiada frecuencia nos hemos quedado callados ante cosas que ni siquiera deberían mencionarse, desde la normalización de los vicios hasta las transgresiones más degradantes. Sin embargo, como católicos, debemos saber que Dios está vivo y es verdadero a pesar de los ateos, y que Cristo ejerce los títulos de soberanía sobre nosotros como nuestro Creador y Redentor a pesar de los liberales.
Si no estamos persuadidos de estas realidades, no podemos ni siquiera comprender la acción del enemigo, que es perfectamente consciente de esta realidad. Si no estamos persuadidos de estas realidades, no daremos un ejemplo creíble a aquellos que, con nuestras palabras y acciones, podrían abrir los ojos y volverse obedientes a la Gracia. Es difícil creer a quienes no les gusta lo que profesan, así como es difícil dar crédito a los modernistas, quienes por su comportamiento poco caritativo desautorizan sus palabras vacías. Es imposible creer a los que nos piden que comamos saltamontes y cucarachas para salvar el planeta, mientras ellos comen preciados trozos de ternera de la mejor del mercado, o que abandonemos el coche diésel, mientras viajan en jets privados (hay cientos de ellos en Davos durante las cumbres del Foro Económico Mundial!).
Debemos redescubrir esta dimensión de realismo y objetividad, que poco a poco nos han hecho perder, o de la que nos han enseñado a avergonzarnos. Somos milites Christi, soldados de Cristo, llamados a luchar contra un enemigo que quiere golpearnos por la espalda y hacernos desertar como cobardes, porque sabe que cuando nos combate abiertamente, encuentra detrás de nosotros a la Virgen Inmaculada, terribilis ut castrorum acies ordenata. Esta Madre que el Enemigo odia en todas las madres de la tierra, esta Esposa del Cordero a quien vilipendia atacando la santidad del Matrimonio y las virtudes domésticas, esta Mujer a la que humilla desfigurando la feminidad o haciendo de ella una obscena parodia.
La doctrina globalista es esencialmente satánica, porque es la aplicación social y global más directa e implacable de la rebelión de Satanás. Encontramos en él esa hybris, ese desafío al Cielo que la civilización clásica –todavía pagana pero predestinada al advenimiento del mensaje de Cristo en la plenitud de los tiempos– había sabiamente estigmatizado y que nos remite a la rebelión de Lucifer. Hybris, el necio orgullo de los que se creen como Dios y usurpan los atributos divinos, lleva hoy a la ciencia a negar su vocación de servir al bien para ponerla al servicio del Nuevo Orden, a cumplir con el progreso tecnológico lo que era impensable en el pasado: borrar la separación entre el hombre y la máquina, entre su mente y la inteligencia artificial.
No es de extrañar, por lo tanto, que el transhumanismo sea uno de los puntos clave de la Agenda 2030. Detrás de este loco proyecto de apoderarse de la creación e incluso atreverse a alterar el santuario de la conciencia al que sólo Dios desciende con Su Gracia; detrás de este plan de violar al ser humano para “hacerlo más eficiente” hay, una vez más, una aberración doctrinal, una mentira opuesta a la Verdad de Dios. Crear un ser inmortal –como dirían algunos– es la reedición tecnológica de un delirio infernal, en cuya base se encuentra la presunción de poder borrar en el hombre las consecuencias del Pecado Original. Donde el pecado de Adán trajo muerte y enfermedad, el engaño del transhumanismo promete inmortalidad y salud; donde condujo al debilitamiento del intelecto y a la mala inclinación de la voluntad, el fraude del hombre-máquina promete el acceso al conocimiento y la posibilidad de ser la propia ley. Donde el pecado condujo al cansancio laboral, la guerra y las epidemias, la distopía globalista promete un ingreso universal, la paz y la prevención de todas las enfermedades.
Pero la muerte, la enfermedad, el debilitamiento del intelecto y la mala inclinación de la voluntad, el cansancio del trabajo, la guerra y las epidemias, son el justo castigo de la infinita ofensa que toda la humanidad, en sus Progenitores, ha causado a la Majestad de Dios al desobedecerle. El que se engaña a sí mismo creyendo que no hay consecuencias por esta desobediencia, no quiere aceptar su propia degradación ni reconocer la obra de Redención de Jesucristo, que vino a la tierra propter nos homines et propter nostram salutem, muriendo en la Cruz para redimirnos del yugo de Satanás.
Esta es la verdadera perspectiva teológica desde la cual mirar la crisis de la sociedad y de la Iglesia. El engaño del transhumanismo no pretende hacer más rápida la carrera del atleta ni más precisa la puntería del soldado, sino corromper al hombre en el cuerpo, después de haberlo golpeado en el alma. Satanás no se resigna a la derrota, que es tanto más terrible cuanto que en ella ha resplandecido la obediencia de Nuestro Señor al Padre Eterno, en oposición a la soberbia del Non serviam luciferino. Y si Dios, por los caminos de la Gracia, logra tocar las almas y traerlas de regreso a Sí mismo, devolviéndolas a la vida eterna, Satanás ahora está atacando los cuerpos, contaminando la obra del Creador y desfigurando a la criatura. Su obra devastadora se extiende también al resto de la creación, con resultados abominables que pretenden rivalizar con la magnificencia de Dios.
Tal es la lucha entre el Bien y el Mal, que, desde la creación de Adán, incluye también al ser humano, que está llamado a elegir de qué lado ponerse. Porque la neutralidad ya es una alianza con los que merecen la derrota. Sabemos cuán poderoso es el enemigo del Nuevo Orden Mundial y cuál es su organización. También sabemos lo que lo impulsa y lo que quiere lograr. Pero es precisamente por eso que sabemos que sus victorias son sólo aparentes y condenadas al fracaso; y que nuestro deber, en esta guerra ya ganada por el Crucificado, es elegir de qué lado queremos ponernos y luchar, ante todo abriendo los ojos a las mentiras que la información dominante nos hace quiere hacer tragar.
Comprender que puede haber personas malvadas que deliberadamente eligen ponerse del lado de Lucifer en contra de Dios es el primer paso que debemos dar si queremos resistir el gigantesco golpe que está en marcha. Estas personas son, en cierto sentido, el “cuerpo místico” de Satanás y actúan para esparcir el mal en el mundo y borrar el nombre de Cristo: así como el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, actúa en la Comunión de los Santos para esparcir Gracia y gloria el Nombre de Dios. De nuevo, civitas diaboli y Civitas Dei. Si creemos que la emergencia de la pandemia ha sido manejada por incompetentes y no por cínicos exterminadores, estamos completamente equivocados. Igualmente si creemos que nuestros líderes no están al servicio de esta élite de delincuentes, usureros y subversivos, aunque tengan su carrera gracias a ellos.
Hubo un tiempo en que era normal que los súbditos de un reino cristiano vivieran según los mandamientos divinos, en los que estaban prohibidos el aborto, el divorcio, la sodomía y la usura. Ese mundo, gracias al trabajo lento y paciente de los conspiradores, ha sido sustituido por este –que aún no es del todo suyo– en el que gobiernan poderes que no derivan su legitimidad de Dios ni del pueblo. Y estos poderes impiden todo lo que antes se alentaba y recompensaba, y fomentan lo que estaba prohibido y castigado.
La sociedad moderna, con su fábula sobre la democracia, nos ha enseñado a pensar que posiblemente podemos ser católicos, tal vez incluso tradicionalistas, siempre que no cuestionemos el hecho de que se deben otorgar los mismos derechos a todos. “Hay que respetar las ideas de los demás”- nos dicen. Pero en el ámbito metafísico, en la eternidad de Dios, esta batalla entre el Bien y el Mal no es secular ni ecuménica: es real, como lo son los ejércitos desplegados, el de la Civitas Dei y el de la civitas diaboli. Los ángeles del Cielo y los espíritus apóstatas del Infierno no tienen nada que ver con el irenismo conciliar: están librando una batalla en la que hay que arrebatar al adversario el mayor número posible de almas. Los santos que interceden por nosotros no han leído Fratelli Tutti, y las escalas de San Miguel no están calibradas para la “moralidad caso por caso” o la “ética de la situación” de un jesuita hereje o para las contorsiones pastorales del “camino sinodal”.
Dejemos de ser políticamente correctos, temiendo siempre que nuestras convicciones puedan “perturbar las conciencias sensibles” de quienes no dudan en desgarrar a una criatura indefensa en el vientre de su madre o en asfixiar a los ancianos y a los enfermos mientras duermen. Con demasiada frecuencia nos hemos quedado callados ante cosas que ni siquiera deberían mencionarse, desde la normalización de los vicios hasta las transgresiones más degradantes. Sin embargo, como católicos, debemos saber que Dios está vivo y es verdadero a pesar de los ateos, y que Cristo ejerce los títulos de soberanía sobre nosotros como nuestro Creador y Redentor a pesar de los liberales.
Si no estamos persuadidos de estas realidades, no podemos ni siquiera comprender la acción del enemigo, que es perfectamente consciente de esta realidad. Si no estamos persuadidos de estas realidades, no daremos un ejemplo creíble a aquellos que, con nuestras palabras y acciones, podrían abrir los ojos y volverse obedientes a la Gracia. Es difícil creer a quienes no les gusta lo que profesan, así como es difícil dar crédito a los modernistas, quienes por su comportamiento poco caritativo desautorizan sus palabras vacías. Es imposible creer a los que nos piden que comamos saltamontes y cucarachas para salvar el planeta, mientras ellos comen preciados trozos de ternera de la mejor del mercado, o que abandonemos el coche diésel, mientras viajan en jets privados (hay cientos de ellos en Davos durante las cumbres del Foro Económico Mundial!).
La doctrina globalista es esencialmente satánica, porque es la aplicación social y global más directa e implacable de la rebelión de Satanás. Encontramos en él esa hybris, ese desafío al Cielo que la civilización clásica –todavía pagana pero predestinada al advenimiento del mensaje de Cristo en la plenitud de los tiempos– había sabiamente estigmatizado y que nos remite a la rebelión de Lucifer. Hybris, el necio orgullo de los que se creen como Dios y usurpan los atributos divinos, lleva hoy a la ciencia a negar su vocación de servir al bien para ponerla al servicio del Nuevo Orden, a cumplir con el progreso tecnológico lo que era impensable en el pasado: borrar la separación entre el hombre y la máquina, entre su mente y la inteligencia artificial.
Pero la muerte, la enfermedad, el debilitamiento del intelecto y la mala inclinación de la voluntad, el cansancio del trabajo, la guerra y las epidemias, son el justo castigo de la infinita ofensa que toda la humanidad, en sus Progenitores, ha causado a la Majestad de Dios al desobedecerle. El que se engaña a sí mismo creyendo que no hay consecuencias por esta desobediencia, no quiere aceptar su propia degradación ni reconocer la obra de Redención de Jesucristo, que vino a la tierra propter nos homines et propter nostram salutem, muriendo en la Cruz para redimirnos del yugo de Satanás.
Esta es la verdadera perspectiva teológica desde la cual mirar la crisis de la sociedad y de la Iglesia. El engaño del transhumanismo no pretende hacer más rápida la carrera del atleta ni más precisa la puntería del soldado, sino corromper al hombre en el cuerpo, después de haberlo golpeado en el alma. Satanás no se resigna a la derrota, que es tanto más terrible cuanto que en ella ha resplandecido la obediencia de Nuestro Señor al Padre Eterno, en oposición a la soberbia del Non serviam luciferino. Y si Dios, por los caminos de la Gracia, logra tocar las almas y traerlas de regreso a Sí mismo, devolviéndolas a la vida eterna, Satanás ahora está atacando los cuerpos, contaminando la obra del Creador y desfigurando a la criatura. Su obra devastadora se extiende también al resto de la creación, con resultados abominables que pretenden rivalizar con la magnificencia de Dios.
Tal es la lucha entre el Bien y el Mal, que, desde la creación de Adán, incluye también al ser humano, que está llamado a elegir de qué lado ponerse. Porque la neutralidad ya es una alianza con los que merecen la derrota. Sabemos cuán poderoso es el enemigo del Nuevo Orden Mundial y cuál es su organización. También sabemos lo que lo impulsa y lo que quiere lograr. Pero es precisamente por eso que sabemos que sus victorias son sólo aparentes y condenadas al fracaso; y que nuestro deber, en esta guerra ya ganada por el Crucificado, es elegir de qué lado queremos ponernos y luchar, ante todo abriendo los ojos a las mentiras que la información dominante nos hace quiere hacer tragar.
Comprender que puede haber personas malvadas que deliberadamente eligen ponerse del lado de Lucifer en contra de Dios es el primer paso que debemos dar si queremos resistir el gigantesco golpe que está en marcha. Estas personas son, en cierto sentido, el “cuerpo místico” de Satanás y actúan para esparcir el mal en el mundo y borrar el nombre de Cristo: así como el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, actúa en la Comunión de los Santos para esparcir Gracia y gloria el Nombre de Dios. De nuevo, civitas diaboli y Civitas Dei. Si creemos que la emergencia de la pandemia ha sido manejada por incompetentes y no por cínicos exterminadores, estamos completamente equivocados. Igualmente si creemos que nuestros líderes no están al servicio de esta élite de delincuentes, usureros y subversivos, aunque tengan su carrera gracias a ellos.
Hubo un tiempo en que era normal que los súbditos de un reino cristiano vivieran según los mandamientos divinos, en los que estaban prohibidos el aborto, el divorcio, la sodomía y la usura. Ese mundo, gracias al trabajo lento y paciente de los conspiradores, ha sido sustituido por este –que aún no es del todo suyo– en el que gobiernan poderes que no derivan su legitimidad de Dios ni del pueblo. Y estos poderes impiden todo lo que antes se alentaba y recompensaba, y fomentan lo que estaba prohibido y castigado.
Si en la Civitas Dei reina Cristo, ¿quién reina en la civitas diaboli sino el Anticristo? Así, si en la bene ordinata respublica lo verdadero, lo bueno y lo bello son la expresión teológica de las perfecciones de Dios; en la república globalista lo falso, lo malo y lo feo son la manifestación más evidente de ellos. Tanto es así que tiene que convertirse en una norma general, una ley del Estado, un precepto moral al que hay que ajustarse. Incluso en este caso, si se presta atención, se vuelve a proponer otro engaño: que la tiranía de los gobernantes y del clero justificada por la superstición papista ha sido definitivamente borrada de la sociedad revolucionaria, para ser sustituida por el gobierno del pueblo bajo los auspicios de la diosa Razón. Hoy vemos cuán tiránicos son el Leviatán globalista y el Sanedrín bergogliano, unidos en su negación y en su traición a su papel como gobernantes del Estado y pastores de la Iglesia.
Queridos amigos, vuestra tarea, como la de tantas personas de buena voluntad en tantas otras naciones, es sagrada y muy importante. Es la tarea de reconstruir, restaurar, edificar. Exactamente lo contrario de lo que saben hacer los seguidores de la civitas diaboli, capaces sólo de destruir, demoler, amontonar escombros. Y para reconstruir hay que volver a empezar desde los cimientos, que son los cimientos del edificio social, poniendo a Cristo como piedra angular, la piedra clave.
Recordad que esta generación perversa y corrupta no tiene futuro: es víctima de su propia ceguera, de su propia esterilidad, de su propia incapacidad de generar. Porque dar vida es obra divina, y esto se aplica tanto a la vida del cuerpo como a la del alma; mientras que el demonio sólo es capaz de dar muerte, y con ella la sorda desesperación del alma arrancada de su fin último y supremo, que es Dios.
Estad seguros: el Nuevo Orden Mundial no prevalecerá. Su furia devastadora que reduciría la población mundial a quinientos millones de seres humanos no prevalecerá. Su odio por la vida no nacida y por la vida que se está extinguiendo no prevalecerá. Su plan de tiranía no prevalecerá. Porque es precisamente en la privación del Bien que nos damos cuenta del precio de lo que nos ha sido arrebatado y encontramos la determinación y la fuerza para luchar y resistir. Tampoco prevalecerá la apostasía que aqueja a la Jerarquía Católica, ahora sierva del mundo: los sembradores de discordia y error que infestan nuestras iglesias se extinguirán inexorablemente, dejando vacías las catedrales e iglesias, y los conventos y seminarios que ocuparon sesenta años atrás con la falsa promesa de la “primavera conciliar”. Porque detrás de todo siempre está el fraude y la malicia del Mentiroso.
Queridos amigos, vuestra tarea, como la de tantas personas de buena voluntad en tantas otras naciones, es sagrada y muy importante. Es la tarea de reconstruir, restaurar, edificar. Exactamente lo contrario de lo que saben hacer los seguidores de la civitas diaboli, capaces sólo de destruir, demoler, amontonar escombros. Y para reconstruir hay que volver a empezar desde los cimientos, que son los cimientos del edificio social, poniendo a Cristo como piedra angular, la piedra clave.
Recordad que esta generación perversa y corrupta no tiene futuro: es víctima de su propia ceguera, de su propia esterilidad, de su propia incapacidad de generar. Porque dar vida es obra divina, y esto se aplica tanto a la vida del cuerpo como a la del alma; mientras que el demonio sólo es capaz de dar muerte, y con ella la sorda desesperación del alma arrancada de su fin último y supremo, que es Dios.
Estad seguros: el Nuevo Orden Mundial no prevalecerá. Su furia devastadora que reduciría la población mundial a quinientos millones de seres humanos no prevalecerá. Su odio por la vida no nacida y por la vida que se está extinguiendo no prevalecerá. Su plan de tiranía no prevalecerá. Porque es precisamente en la privación del Bien que nos damos cuenta del precio de lo que nos ha sido arrebatado y encontramos la determinación y la fuerza para luchar y resistir. Tampoco prevalecerá la apostasía que aqueja a la Jerarquía Católica, ahora sierva del mundo: los sembradores de discordia y error que infestan nuestras iglesias se extinguirán inexorablemente, dejando vacías las catedrales e iglesias, y los conventos y seminarios que ocuparon sesenta años atrás con la falsa promesa de la “primavera conciliar”. Porque detrás de todo siempre está el fraude y la malicia del Mentiroso.
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