miércoles, 25 de mayo de 2022

PADRE GEORGE DE NANTES: “FUI LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA REVOLUCIÓN CONCILIAR”

Fui durante cincuenta y siete años el testigo privilegiado, ¡y siempre maravillado! de la vida y del pensamiento del padre de Nantes.

Por el Hermano Bruno de Jesús


UN HIJO DE LA IGLESIA

I. Profesor, párroco, fundador (1948-1966)

Al recordar su entrada en el seminario en 1943, el padre de Nantes escribió: “Me confié a la Iglesia como un niño a su madre, para recibir todo de ella y de nadie más. Ahora bien, qué maravilla inolvidable, ella estuvo a la altura de mis expectativas, me adoptó como uno de los suyos (...) Recibí mi primera herencia católica y mi primera huella clerical en la Iglesia de todos los tiempos, en ausencia de toda contestación y división, puedo decir que soy hijo legítimo de esta Iglesia, soy su testigo veraz y fiel. Si hubiera entrado un año más tarde, no habría tenido esta oportunidad, y no podría dar fe de nada. Desde el principio, habría sido miembro de un partido, de una facción, y necesariamente en contra de los demás (...). Así las cosas, me identifico con la totalidad católica en la que nací a la vida clerical en este año de 1943-1944, sencillamente, entregado pacíficamente a la Iglesia y aceptado por ella sin reservas”.

Seminario Saint-Sulpice en Issy-les-Moulineaux

Ahora bien, como hijo de la Iglesia católica apostólica romana, el padre de Nantes se vio abocado, a partir de 1944, a defender a esta Santa Madre contra dos partes antagónicas que provenían de ella misma. Contra los que, entre sus hijos, querían “reformarla”, hasta el punto de alterar su constitución divina de Esposa de Cristo para hacerla desposar con el mundo, no descansaría hasta que ella despidiera al intruso, es decir, al mundo y a todas sus “religiones”, para volver a su único Esposo, Nuestro Señor Jesucristo. Luego, una vez que la facción de los “reformadores” se impuso al final del Concilio Vaticano II, tuvo que defenderla contra los que ya no querían reconocerla como su Madre (...).


UN SIGNO DE CONTRADICCIÓN

En 1954, yo estaba en el último año de filosofía en el colegio Saint-Martin de Pontoise. Y el profesor de filosofía era el padre de Nantes (...). Había sido expulsado de la diócesis por el cardenal Feltin. ¿Por qué razón? Desde 1949 colaboraba en Aspects de la France, la revista de Action Française, escribiendo bajo el seudónimo de Amicus, con una competencia de teólogo que exasperaba a estos señores del Arzobispado de París. Pero en abril de 1952, dejando de lado toda prudencia, Amicus, utilizó su verdadero nombre, “padre Georges de Nantes”, cuando en la ciudad de Nantes, dio una conferencia, cuyo título era “El M.P.R. (Mouvement républicain populaire) transportador del comunismo”. ¡Qué escándalo en este bastión demócrata-cristiano! El prefecto de Nantes alertó al prefecto de París, que transmitió la queja al arzobispo (...).

El obispo de Grenoble, monseñor Caillot, que era su propio obispo y lo defendía, quiso nombrarlo profesor de filosofía moral en el Seminario Mayor de Rondeau, pero el superior se negó a aceptarlo. Fue entonces cuando el padre Dupré lo acogió y lo envió a Saint Martin, donde el padre Tourde, superior del colegio, lo puso a cargo de la clase de instrucción religiosa de tercer año.

El Colegio Oratoriano de Pontoise

Pasó un año, absorbido por la preparación de una tesis doctoral sobre “La estructura metafísica de la persona” (...).

Al comienzo del nuevo curso, el colegio se quedó sin su profesor de filosofía. Con sus cuatro licenciaturas y su vasta erudición, el padre de Nantes era la persona ideal para ocupar el puesto. Se convirtió en profesor de filosofía y “maestro de casa” de la “Pommeraie”, según el sistema que dividía a los seiscientos estudiantes de este magnífico colegio entre varias propiedades que se unían en un solo parque (...).


UNA ESCUELA DE PENSAMIENTO

Era un profesor extraordinario. El 100 % de éxito en los exámenes finales de ese año basta para demostrarlo. Sin la menor concesión a los errores imperantes en la posguerra y la posliberación, ya enseñaba la verdad “completa” con un entusiasmo contagioso. La teología fue su primera maestría, a través del curso de instrucción religiosa que ya no pensamos en interrumpir, como era la tradición en este colegio liberal. “El ciclo del Padre, el ciclo del Hijo, el ciclo del Espíritu Santo”, nos introducía en la única religión que establecía entre el Cielo y la tierra lazos de una caridad circundante y divina: el Hijo de Dios haciéndose Hijo en este mundo, el Hijo de María, en la aldea de Nazaret, nos enseña a amar toda clase de filiación en la tierra (...).

Recuerdo que durante nuestro retiro de fin de estudios, predicado por un dominico lleno de espíritu revolucionario, me previno contra mi profesor de filosofía. ¿Y por qué razón? Porque era de “Acción Francesa”. Me quedé con los ojos abiertos. No sabía nada de la A.F., de la que el padre de Nantes ni siquiera había hablado.

1953: En clase, en el Colegio San Martin de Pontoise

Es cierto que el quid “relacional” de su curso de instrucción religiosa, se desprendía de una filosofía que fue el objeto principal de nuestros estudios para el examen final: Una Verdad total y primera que postulaba a toda “persona humana” como una “criatura” considerada no sólo en su “naturaleza”, sino en su origen. El realismo aristotélico-tomista, profesado con audacia ante nuestros examinadores, nos inmunizó contra el idealismo kantiano, una “enfermedad mental” elegida como materia optativa para el examen oral, con el estudio del prefacio de la segunda edición de “Crítica de la razón pura”. Pero nuestro profesor nos señaló que a Aristóteles, y por lo tanto a Santo Tomás, le faltaba la consideración de la “relación de origen”, a través de la cual cada uno es llevado a descubrir su “vocación”. De ahí surge una moral diametralmente opuesta a los derechos humanos, que nos enseña a considerar nula la llamada “dignidad de la persona humana libre, autónoma e independiente” (‘dignité de la personne humaine, libre, autonome et indépendante’)” (...)

Quedamos cautivados. Un torrente de luz se impartía generosamente no sólo en clase, sino durante las comidas, los recreos, en la capilla, desde la mañana hasta el anochecer. Todo esto ocurría sin cansancio ni por parte del maestro ni de los alumnos. Nos inmunizaba contra el idealismo, como he dicho, contra el racismo, contra el socialismo y contra la soberbia democrática que ilustraba la actualidad que nos explicaba. Porque nos hablaba de política, como Edith Stein había hecho con sus propios alumnos en el periodo de entreguerras. Y esto es quizás lo que más nos cautivó.

Pero esto fue también lo que empezó a preocupar a los oratorianos... La pregunta inquietante corría: “¿Puede un sacerdote involucrarse en la política?”. A esta pregunta, el padre de Nantes dio la misma respuesta que ellos: “¡No! La política no es el oficio del sacerdote, ni el del agricultor, ni el del artesano, como tampoco el del filósofo. La política es un trabajo real, y debe ser practicada sólo por el Rey”. ¡Así es como nos convertimos en monárquicos de por vida! Esto ocurrió incluso antes de haber hablado de la Action française, cuyo mismo nombre no pronunció en todo el año (...).

1953-1955: Maestro de casa de La Pommeraie y profesor de filosofía. “Durante diez años enseñé la verdad a los jóvenes que compartían mi entusiasmo” (Abad de Nantes)

“La legitimidad es una realidad que la religión garantiza y refuerza”, nos enseñó. De 1940 a 1944, este principio prevaleció. Todos los obispos se unieron al cardenal Gerlier para decir: “Pétain es Francia; y Francia es Pétain”.

Esto provocó un nuevo psicodrama en nuestra clase: teníamos un compañero cuyo padre, miembro importante del “movimiento de resistencia”, le había educado para adular a De Gaulle. Con innumerables precauciones, el padre de Nantes le mostró el error de su padre, al tiempo que le enseñaba la reverencia que debía tener hacia su padre. Esta fue la gran revelación de aquel bendito año: el servicio de la “verdad” supera cualquier otra consideración. El ejemplo de Juana de Arco, cuando dejó a su padre y a su madre a la llamada de las Voces, nos exige cumplir nuestro sagrado deber con la misma generosidad, con el mismo desinterés, sean cuales sean las consecuencias. Porque, por muy poderosas, por muy firmes que fueran cuando se trataba de asegurar la misión política, las Voces celestiales guardaron silencio cuando Juana las interrogó sobre su destino particular: “Pregunté a mis Voces si me quemarían en la hoguera; me dijeron que pusiera mi fe en Nuestro Señor, y que Él me ayudaría”.

La “verdad” es tan sagrada en el campo de la ciencia histórica, objeto de estudio riguroso, como en el de la fe dogmática. Desde el momento en que está bien establecido que Pétain fue el salvador providencial de Francia, y De Gaulle, su demoledor infernal, es un pecado contra Dios aprobar a los que enviaron al Mariscal a la cárcel, como lo es aprobar a los que quemaron a Juana de Arco, o a los que crucificaron a Jesucristo. Francia sigue sufriendo todas las consecuencias de este “pecado original” (...).

Junio ​​de 1955: Día de despedida en Pommeraie. Los alumnos ofrecieron un cáliz a su maestro de casa, profesor de filosofía y Padre espiritual.

Puede decirse que esta línea de conducta, inspirada en el ejemplo de Juana de Arco, justifica la vocación del padre de Nantes de explicarnos la política durante cincuenta años. Lo hacía con tal lucidez que los acontecimientos le dieron siempre la razón. Y eso que llegaron al precio de las persecuciones (...).

En 1955, dejó San Martin para entrar en el Carmelo. Pero los Padres Carmelitas, que habían sido advertidos por el padre Tourde, se negaron a aceptarlo. ¿Cómo podemos guardarles rencor? El Hermano Gérard estaba a punto de seguir al padre de Nantes; ardía de entusiasmo, mientras que yo, en aquel momento, estaba de mal humor. Si nuestro padre y el Hermano Gérard hubieran sido admitidos, hubieran sido prisioneros, esposados y amordazados como la Hermana Lucía en su Carmelo de Coimbra. Sin embargo, llenos del espíritu de Elías, siguieron siendo verdaderos hijos de San Juan de la Cruz para servir al “Dios vivo”; fueron libres y se negaron a doblar la rodilla ante el ídolo...

¡Admiremos los caminos de la Providencia! Sin embargo, en aquel momento, sólo una cosa era cierta: estaba en la calle, con sus cajas de libros, una vez más sin saber a dónde ir (...). Expulsado de Pontoise, se refugió en el Colegio de Normandía, donde André Charlier estaba encantado de tener un profesor así. (...)


MONJE MISIONERO

En octubre de 1956, envió la Carta número 1 a setenta amigos: “En el atardecer de la vida, sólo queda una cosa: el amor. Todo debe hacerse a través del amor. Reflexiona sobre estas palabras del Carmelo; serán una luz tranquilizadora para ti en las pruebas de tu vida”. ¿Qué nos enseña? Una verdad que es la gracia de los ocho primeros años de su sacerdocio: “Dios es bueno cuando ‘rompe la carrera de uno’. Toda la falsa grandeza y toda la falsa riqueza son así quitadas, y si uno recibe la gracia de perder toda esperanza de recuperarlas alguna vez, entonces se encontrará espacio para la verdadera riqueza de la contemplación. A todos ustedes, les deseo tal descanso”. ¿De verdad? Así se comprende que los “Amigos” a los que estaban destinadas las cartas, nunca fueran multitudinarios... (...)

Ese año se publicó un libro cuya importancia comprendió inmediatamente el padre de Nantes sobre los orígenes del Islam: fue la primera obra que rompió con “la antigua actitud de Oriente y Occidente hacia el Islam que se caracterizaba por la simple aceptación de sus pretendidos orígenes. Un hombre se tomó la libertad de leer el Corán como un documento del pasado y de tratar de explicarlo según las leyes más sencillas de la metodología histórica que se utiliza desde hace siglos en el seno del catolicismo para el estudio de la Biblia”.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Villemaur-sur-Vanne (siglos XIII-XVI), donde recibimos el capuchón monástico de manos del obispo Julien Le Couëdic de Troyes, el 6 de agosto de 1961. En primer plano, la rectoría. “Cuando visité su casa, vi en qué duerme. Sí, es un alma grande” (Obispo Le Couëdic)

Desde 1938, a los catorce años, Georges de Nantes había escuchado la llamada de Charles de Foucauld para acudir en ayuda de las almas de los infieles que Francia se había encargado de colonizar. La preocupación por la “verdad” científica, exegética e histórica era más importante que nunca, ya que sería el paso previo a cualquier proyecto misionero en los países islámicos. Su fracaso en el Carmelo no le hizo abandonar el deseo de hacerse monje: un monje misionero a imitación del padre de Foucauld. Cuando le confió este deseo al padre Théry, éste le aconsejó que escribiera una Regla que él mismo se encargaría de someter a la aprobación de un obispo de entre sus numerosos amigos.

Esto es lo que, de hecho, ocurrió. Nuestro Padre redactó de una sola vez los ciento veinte artículos de una regla “provisional”, bajo la cual, desde entonces, los Hermanitos y Hermanitas del Sagrado Corazón realizamos nuestro noviciado para ser un día dignos de reconocimiento canónico, en la hora que Dios quiera (...).

El obispo Le Couëdic, de la diócesis de Troyes, propuso al padre de Nantes emprender la fundación prevista en su diócesis. Así es como el 15 de septiembre de 1958, con motivo del centenario del nacimiento de Charles de Foucauld, cantamos las primeras vísperas de la fiesta de Nuestra Señora de los Siete Dolores en la iglesia de Villemaur.

Durante cinco años, el fundador de los Hermanitos del Sagrado Corazón se dedicó a un intenso ministerio parroquial. (...) Durante este tiempo, terminábamos nuestras licenciaturas en Filosofía Escolástica en el Instituto Católico, y en Literatura en la Sorbona, y luego partíamos para veintisiete meses de servicio militar en Argelia. 

Octubre de 1959-diciembre de 1961: fue después del estallido nacional del 13 de mayo de 1958, el momento más favorable para un providencial “período de instrucción” en esta tierra cristiana (...). Fue entonces cuando el obispo Le Couëdic nos permitió vestir el hábito del coro monástico, la capucha blanca cisterciense, una indicación de su firme voluntad de establecernos verdaderamente como una comunidad de monjes misioneros.

Sin embargo, rápidamente se nos advirtió que esta fundación pronto se volvería intolerable para todos los poderes políticos, eclesiásticos y administrativos (...).

El espantoso drama de nuestra Argelia francesa llegaba a su punto álgido de injusticia y de horror; esto obligó a nuestro padre a entrar resueltamente en la lucha para defenderla, pero en detrimento del reconocimiento canónico de los Hermanitos del Sagrado Corazón (...). Pues, Monseñor Philippe, dominico que era secretario de la Sagrada Congregación de Religiosos, dio una respuesta positiva... con una condición: “El texto de esta Regla podría ser aprobado por la Sagrada Congregación y su proyectada fundación podría tener lugar”. Pero, añadió: “lo que crea un problema son sus compromisos políticos... su defensa de la Argelia francesa... Aquí, en Roma” -dijo este prelado francés- “no se puede entender tal actitud. Debéis abandonarla absolutamente”.

Después de una solemne ceremonia de Comunión

Obtuvo esta orgullosa respuesta: “Excelencia, la defensa de mis hermanos asesinados, es en todo caso, un deber imperativo que me impone la moral cristiana; el reconocimiento de la Orden, que acabo de solicitarle, sólo depende de la buena voluntad de Dios. Si este designio se ajusta a Su Voluntad, se producirá a su debido tiempo. No podría pagar este reconocimiento oficial a costa de un acto inmoral que ciertamente es gravemente culpable”.

Por eso no se nos reconoce todavía. Desde el púlpito de la verdad, el párroco de Villemaur, Pâlis y Planty continuó recordando a sus feligreses sus deberes de justicia y caridad hacia sus hermanos cristianos y conciudadanos franceses entregados a los cuchillos fellagha: “Hermanos, ¿cómo pretendéis que enseñe a vuestros hijos a no matar y a no mentir, cuando es el jefe del Estado quien les da ejemplo de mentira y de homicidio?”

El 14 de marzo de 1962, cuatro inspectores presentaron una orden de registro y de vigilancia policial del párroco de Villemaur. Le llevaron a la comisaría. La declaración que hizo enfureció al Prefecto, porque el padre de Nantes reprobó y declaró vergonzosos “los hábiles actos de perjurio y traición del jefe del Estado” y se negó a rechazar “la capitulación más vergonzosa de nuestra historia que se empeña en firmar...” (...)

Como no se atrevía a internar a su prisionero, el Prefecto llamó al Obispo para pedirle que encerrara a este molesto sacerdote... en el Seminario Mayor... que estaba desprovisto de seminaristas (...). Su primer “cautiverio”.... pero no el último...

Unos días después, nos confió: (...) Tuve que soportar encuentros con Su Señoría mucho más dolorosos que los interrogatorios de la policía. Hay un muro de incomprensión que nos separa ahora de nuestros hermanos o superiores” (...).

Cincuenta años después del día de Todos los Santos de 1954, cuando comenzó la carnicería, seguimos al pie del mismo “muro de incomprensión”. Y Argelia, que fue abandonada por nosotros, está más que nunca sometida al fuego y a la espada.


SUSPENSIÓN “AB OFFICIO ”

(...) El 1 de abril, domingo de “Laetare”, volvió a sus parroquias y subió al púlpito: “Un sacerdote está obligado a decir la verdad. Cuando falta a la verdad y al bien, comienza una cadena infernal de mentiras”. Sin embargo, el prefecto no disminuyó su presión sobre el obispo, ordenándole deponer al párroco de Villemaur (...).

Obispo Le Couëdic, en 1957

Al principio, Monseñor Le Couëdic parecía querer seguir adelante y mantener su promesa de apoyar la proyectada fundación del padre de Nantes, de quien diría hasta el final de su vida: “Era ciertamente el más instruido de mis sacerdotes, el más sólido teólogo” (...). Monseñor Le Couëdic se deshizo en elogios sobre “su elevada vida espiritual” (...). Entonces, ¿cómo y por qué este obispo vino a destituirlo de su cargo de párroco en Villemaur, Pâlis y Planty, pidiéndole que dejara la diócesis de Troyes? Por la razón que nuestro Padre no tardaría en expresar con una frase enjundiosa al propio obispo Le Couëdic: “Fui la primera víctima de la revolución conciliar”.

Esta revolución venía desarrollándose desde hacía mucho tiempo. Nuestro Padre había detectado sus precursores en 1944, en el “seminario liberado” de Issy-les-Moulineaux. Quince años más tarde, la criticó implacablemente en sus “Cartas sobre el Misterio de la Iglesia y el Anticristo”. Fue después de la muerte de Pío XII y la ascensión de Juan XXIII, en 1958, aclamado por toda la intelectualidad de izquierda como el fin de un mundo y el amanecer de una nueva era, la de la Pacem in Terris (...).

Despedida después de la última Misa en Villemaur

El 11 de octubre de 1962 se inauguró el Concilio Vaticano II. Durante esta primera sesión, el Hermano Gérard y yo fuimos rechazados por el Consejo del Seminario Carmelita. Un mal espíritu comenzó a soplar contra todas las instituciones tradicionales que amábamos (...).


LA FUNDACIÓN DE LA MAISON SAINT-JOSEPH

Nuestro padre se encontró, puesto al margen, en una “retirada de obediencia” de facto, debido a la voluntad de su obispo, y no a su propia iniciativa. Nos instalamos en la Casa San José, adquirida gracias a la generosidad de nuestros amigos. A pesar de los reiterados ruegos de monseñor Le Couëdic, nuestro padre insistió en permanecer en la diócesis de Troyes, ya que allí nos conocían honorablemente. Estaba dispuesto a recomendarnos como lo mejor de su diócesis a cualquier otro obispo, ¡con tal de que nos fuéramos! Comenzamos nuestra vida comunitaria el 15 de septiembre de 1963, cinco años después de nuestra fundación.

Liberado de todo “oficio”, nuestro padre fue libre de seguir el desarrollo del Concilio cuando se iniciaba la segunda sesión del mismo. Enseguida comprendió lo que estaba en juego en el debate sobre la colegialidad, cuál era su objetivo, y que terminó en lo que el propio padre Congar llamó la “Revolución de Octubre” (...)

Ya entonces, una fuerte minoría se resistía en el aula conciliar, y recuerdo cómo nuestro padre se preocupó de luchar junto a ellos con todas sus fuerzas y toda su influencia; su acción se concretó en la difusión de las “Cartas a mis Amigos” en Roma. (...)

El padre de Nantes, el Hermano Bruno y el Hermano Gerard recibiendo a una feligresa en Villemaur, en 1963.

“De hecho, este debate sólo puede conducir a catástrofes (...). Había que evitar recordar verdades demasiado austeras si los hombres de la Iglesia eran demasiado cobardes para cargar con ellas, o proclamarlas orgullosa y paternalmente frente al Mundo moderno, que no las acepta y muere por falta de ellas. Pero discutirlas, ¡nunca! La Iglesia no puede apartarse de ellas sin renegar de ellas y cometer apostasía. La libertad viene sólo de Dios. La libertad humana perfecta sólo pertenece a Jesucristo y, en el don divino que Él hizo de ella, a la Iglesia católica” (...)

“Decir que es violento que la Iglesia exija para sí lo que niega a los demás es desviar las mentes, es renunciar al verdadero Dios, a la verdadera fe, a la única Iglesia de Jesucristo. ¡El objetivo es no juzgar más las cosas sino desde el punto de vista del Hombre, ser autónomo y absoluto, que ha ocupado el lugar de Dios y es libre de creer y actuar sin restricciones!”

En definitiva, la sesión terminó sin la proclamación de la libertad religiosa, tan deseada por los “reformadores” para el centenario del Syllabus, para borrar su propio recuerdo.

Así que, para asegurarse de llevarla a cabo durante la sesión de clausura, el papa Pablo VI fue a proclamarla en la sede de la ONU en Manhattan, el 4 de octubre de 1965, fiesta de San Francisco de Asís. Ese día, “el espíritu de Asís” descendió sobre Manhattan, para dar vida al “Movimiento para la Animación Espiritual de la Democracia Universal”, MASDU, “en el ámbito político, un sueño absurdo y criminal, y en el ámbito religioso, una apostasía, una negación de Jesucristo” (...).

Sin invocar ninguna autoridad divina, Juan Bautista Montini (...) no alabó a Dios, sino a la Organización fundada en “los derechos y deberes fundamentales del hombre, su dignidad, su libertad y, sobre todo, su libertad religiosa”.

El papa Pablo VI ante la Asamblea General de la ONU el 4 de octubre de 1965. Allí reconoció el derecho social a la Libertad Religiosa 

Así es como el papa Pablo VI forzó la mano del Concilio, en el que una minoría votó todavía resueltamente en contra del “esquema impensable sobre la libertad religiosa”, como dijo el arzobispo Lefebvre, antes de unirse a él (...).

El papa, sin embargo, lo hizo aún peor el 7 de diciembre de 1965, el día de la clausura del Concilio, cuando proclamó: La religión de Dios hecho hombre se ha enfrentado a la religión -pues existe- del hombre que se hace Dios. ¿Y qué ocurrió? ¿Un impacto, una batalla, un anatema? Eso podría haber tenido lugar, pero no fue así. (...) ¿Reconocéis al menos este, su mérito, vosotros, humanistas modernos, que no tenéis lugar para la trascendencia de las cosas supremas, y venís a conocer nuestro nuevo humanismo: nosotros también, nosotros más que nadie, tenemos el culto del hombre”.

No se encontró ni un solo obispo que se negara a doblar la rodilla ante el ídolo. No. No hubo ni “impacto”, ni “batalla”, ni “anatema”. Salvo contra... el padre de Nantes, y sólo contra él, porque, como Elías, sólo él seguía siendo un “hombre libre entre los muertos”, un profeta de fidelidad puramente católica.

El mismo día, mediante una extraordinaria penetración en el pensamiento de Pablo VI, nuestro padre contradijo sin quererlo, palabra por palabra, su discurso: “Este es el combate final de Roca contra Roca, de Manhattan contra Roma, del Dios-Hombre contra el Hombre-Dios y, según la declaración de San Pablo, trágicamente omitida en Ecclesiam Suam, de Cristo y Belial”.


SUSPENSIÓN "A DIVINIS"

Antes de abandonar Roma para regresar a sus respectivas diócesis, los obispos franceses decidieron publicar una advertencia contra el padre de Nantes. El obispo Le Couëdic se puso a la cabeza, pensando que podría acallar fácilmente a este importuno opositor a la “Reforma conciliar”, conminándole a:

1- Dejar la diócesis.

2- Dejar de publicar las “Cartas a mis amigos”, bajo pena de suspensión a divinis, es decir, de ser privado de celebrar la Santa Misa.

En la Maison St-Joseph, ante la estatua de la Virgen con el Niño Jesús, ofrecida por los feligreses de Villemaur, Pâlis y Planty

El objetivo del obispo era que abandonara la diócesis, y no dudaba de que sería obedecido por un sacerdote que pronto iba a escribir: “Me doy cuenta, en efecto, de que es en la misa, por hilos más o menos invisibles, donde se ha desarrollado siempre toda mi vida, mi mañana, mi mediodía y mi noche”.

Eso era no entender que la fe católica estaba en juego. El padre de Nantes respondió a su obispo con un claro resumen de los motivos doctrinales de su oposición a la reforma conciliar y apeló a Roma para obtener un juicio sobre el fondo:

“Si me rindiera -no a vuestras razones, no me las dais, nadie me las da de fuente autorizada- sino a las terribles amenazas de vuestro poder espiritual, (...) no podría hacerlo sin perder mi fe en la Santa Iglesia de Jesucristo...

Para poder aceptar el curso actual de los acontecimientos, tendría que identificar el Espíritu Santo con la astucia de la facción modernista; tendría que identificar la santidad de mi Madre la Iglesia con la pasión del adulterio y la prevaricación que hace estragos por todas partes; e identificar el gobierno divino, con la sórdida diplomacia, la demagogia universal que inunda todo. ¿Eso es la Iglesia? ¡Es imposible admitirlo sin perder la fe!”

Siguió una tregua durante la cual nuestro padre comentó nuestro Credo Católico Romano en una serie de Cartas escritas de febrero a julio de 1966 (...).

Para abrir el proceso en Roma, nuestro padre escribió una carta oficial al Cardenal Ottaviani, Prefecto del Santo Oficio. Monseñor Le Couëdic, al leerla de pasada, juzgó esta carta como insultante y se negó a transmitirla por la vía oficial. Nuestro padre se vio, pues, obligado a enviar esta petición por correo, así como el paquete de “Cartas a mis Amigos” que fueron objeto de la acción... ¡sobre la que Monseñor Le Couëdic ya había decidido, anticipándose al juicio de Roma! Para no ser inhabilitado, el padre de Nantes no tuvo más remedio que publicar la Carta al Cardenal Ottaviani en la que se hacía portavoz de la “larga, ardiente y vasta súplica que se eleva hacia Ella” de los católicos que sostienen que “la fe ha sido cambiada” (...). Fue por esta publicación no autorizada que el Obispo Le Couëdic suspendió al padre de Nantes a divinis, condenándolo a no celebrar más la Santa Misa en la diócesis de Troyes.

Al tomar esta medida, Monseñor Le Couëdic esperaba ver al suspendido padre de Nantes salir de esta diócesis en la que ahora no era bienvenido, para poder volver a decir Misa. Frustrando esta artimaña, nuestro padre se sometió a la injusta sanción sin defenderse, preservando así su entera libertad para continuar la lucha contra la transformación de la Iglesia en MASDU, y para obtener de Roma el juicio, que sería el único capaz de poner fin a la desorientación en la Iglesia.

El cardenal Joseph Lefebvre, arzobispo de Bourges, asesor del Santo Oficio y presidente de la Asamblea de Obispos de Francia, fue designado por el cardenal Ottaviani para intentar convencer al padre de Nantes de que abandonara la presentación de este recurso. Fue en vano: El padre de Nantes solicitó respetuosa pero firmemente un juicio canónico sobre sus escritos. El cardenal dijo entonces, repitiendo la fórmula de Festo a San Pablo:

“Cæsarem appellasti? Ad Cæsarem ibis” 
(Apelaste a César? Irás a César) 
(Hch 25,12)


Hermano Bruno de Jesús

Tomado de “¡Ha resucitado!” n° 19, marzo 2004




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