sábado, 16 de abril de 2022

LAS MONJAS DEL CONVENTO DE CLAUSURA QUE SON FUROR CON SU REPOSTERÍA

Las 35 religiosas no tienen contacto con el exterior. Empiezan su día antes del amanecer. Para estas Pascuas, amasaron 1.500 roscas y prepararon más de 30.000 huevos de chocolate.

Por Adriana Santagati


Las monjas de clausura están alejadas del mundo. Pero las que viven en la Abadía de Santa Escolástica, en Victoria, encontraron una forma muy particular de conectarse con ese mundo que está afuera: a través de los dulces. Hace varios años empezaron a fabricar su ya mítico pan dulce y en estas Pascuas se animaron por primera vez a los huevos de chocolate gigantes.

La historia de las monjas benedictinas es un cruce entre un relato del ayer y del hoy. La abadía se inauguró en 1945 y todo el edificio remite a otro tiempo y otro lugar. El claustro es el centro del monasterio, una bellísima construcción de líneas románicas con bóvedas y capiteles esculpidos que recorren el verde y el silencio. Ese es el punto clave, "donde hemos de practicar con diligencia el arte espiritual", se lee en la página web de Santa Escolástica.

Porque el puente se teje con la tecnología. Las religiosas no salen ni usan teléfono ni mucho menos WhatsApp o Instagram... salvo para comunicar lo que hacen puertas adentro. Y lo que hacen es un mundo dulce.


Roscas y huevos

En estas semanas, las hermanas amasaron 1.500 roscas de Pascuas (hacen de crema pastelera, de crema pastelera y dulce de leche, de pastelera y mazapán y una sin levadura con chocolate, nuez y naranja) y otra importante cantidad de galletitas decoradas.

La entrada del convento, un edificio de 1945 en Victoria. 
Foto Abadía de Santa Escolástica

Y, además, hicieron una producción envidiable de huevos de Pascua: 30.000 mini huevos, 2.000 de tamaños varios y 600 de sus huevos gigantes, los que sacaron a la venta por primera vez tanto en el local que tienen en la Abadía, en Martín Rodríguez 547 en Victoria, como en la sucursal de Capital (en el Pasaje Libertad, Libertad 1240 PB local 19).

“Usamos distintos chocolates: blanco, con leche y semiamargo, nacional y belga”
, detalla vía e-mail la hermana Mercedes, la religiosa que habla en nombre de las 35 monjas de todas las edades que viven en el convento.

Pese a estos números, no es la temporada de mayor trabajo: la fiesta en la que tienen más demanda es la Navidad, con su pan dulce como producto estrella. Tan pedido es que lo preparan todo el año.

“Pero la gente no se limita al pan dulce ni a los huevos; nos reclaman otros productos importantes como las roscas, la torta galesa, la torta inglesa, el stollen, la torta Linz de frambuesa y la de frutos secos. La demanda es tan grande que rápidamente se nos agota el stock”, cuenta Mercedes.

Las roscas de Pascuas que preparan las monjas benedictinas. 
Foto Abadía de Santa Escolástica


Navidad será la fiesta más importante en cuanto a las ventas, pero para las religiosas “la celebración más importante es la Pascua. Es el centro de nuestra vida cristiana y de monjas. Es lo más importante de nuestra vida. El misterio más grande de nuestra fe: Cristo que se entrega por toda la humanidad, que da la vida por nuestra salvación y nos abre las puertas del cielo”.

Y sigue Mercedes: “La producción de los productos, el trabajo, es secundario. Entra en otro plano. Son un medio de subsistencia y una forma de asociarnos a la inmensa masa humana que cada día se afana por ganar el pan de cada día. En el trabajo vivimos de una manera especial la pobreza, tener que poner todas las fuerzas para poder vivir del trabajo de nuestras manos”.

En la repostería no trabajan todas las religiosas, sino que son un grupo fijo de ocho y tienen refuerzos en las épocas de más demanda. Otras religiosas se dedican a las tareas de imprenta y al taller de arte, y todo lo que recaudan de sus trabajos es para el sostenimiento de la Orden.

Pero, aclaran, “nuestro principal trabajo es la oración. Por eso, nuestra jornada monástica está enteramente ritmada por la oración: la oración personal en la lectio divina, que en latín quiere decir lectura orante y es una metodología de lectura, meditación y oración; y la oración comunitaria en el canto del Oficio Divino: siete veces al día nos reunimos en el coro para alabar a Dios y rezar por las necesidades de la Iglesia y del mundo”.


Un día en el convento

¿Cómo es la rutina de una religiosa de clausura? Empieza antes de la salida del sol, a las cinco de la madrugada, con las vigilias “para aguardar con toda la Iglesia la venida del Señor que cada día visita nuestras almas”. Después del desayuno, la hora de oración personal. A las 7.30, cantan “las Laudes para alabar al Creador, encomendando a los hombres que cada mañana emprenden su jornada de trabajo, a los que amanecen en las cárceles y hospitales y a los que pasaron la noche en el dolor”.

El momento central de la jornada es la Eucaristía a las 8.30: “En ella nos unimos a la ofrenda de Cristo y ofrecemos nuestra vida al Padre para que las transforme en gracia y bendición para toda la humanidad”.

Después de la Misa, cada una se dirige a sus tareas diarias. También producen hostias y ornamentos litúrgicos y atienden a las huéspedes del monasterio (es posible alojarse en retiros espirituales, sólo para mujeres).

Al mediodía, la campana las convoca al coro nuevamente para rezar la Sexta, hora que conmemora la crucifixión de Cristo. “Después del almuerzo y de un tiempo dedicado al intercambio fraterno rezamos la hora de Nona que conmemora la muerte del Señor”, siguen el detalle del día.

Dulzuras. Para las religiosas, su trabajo es una forma de conectarse con Dios. 
Foto Abadía de Santa Escolástica

Transcurrido un breve descanso, vuelven al trabajo hasta las 17.30, que tienen otra hora de oración personal y a las 18.30, con la caída del sol, rezan las Vísperas: “Recogemos la acción de gracias de toda la humanidad por el día que termina, poniendo en las manos del Padre las penas y las alegrías, el deseo de conversión y de perdón de todos los hombres”.

Después de una breve comida, a las 20 se hace la última oración del día “en la que damos gracias a Aquél que habiéndonos dado todo, convierte hasta el sueño en una humilde alabanza”.

Dos religiosas, en el claustro, el corazón del monasterio. 
Foto Abadía de Santa Escolástica

Para la mayoría, resulta difícil entender este ritmo de vida. Pero la hermana Mercedes, tomando la voz de las demás, aclara que “las contemplativas nos separamos del mundo no porque éste sea malo o porque nos desinteresemos de él. Todo lo contrario. Nos apartamos de lo anecdótico, de las novedades que pasan, para atender y descubrir las necesidades más importantes, más profundas; nos apartamos del mundanal ruido para desde el silencio poder percibir mejor la voz del hombre que clama felicidad, verdad, amor y paz”.

La religiosa insiste en que “las monjas amamos el mundo” y que “en él descubrimos a Dios y que la vida vale tanto, que valía la pena entregarla por algo grande”. Remarca que “la clausura no es algo negativo: es una separación necesaria para poder responder mejor a lo que Dios y el mundo espera de nosotras”.

Esa separación del mundo es tanto offline como online. Pero hay una pequeña ventana: las redes en las que promocionan los productos que hacen, tanto en Instagram como en Facebook.

“No estamos en las redes a nivel personal. Sólo las usamos para comunicar las charlas de espiritualidad que solemos dar durante el año, especialmente en los tiempos fuertes de cuaresma, adviento y de Pascua. O para hacernos presentes en distintas situaciones, para recordarles a los hombres que estamos intercediendo de una manera concreta. Y también para mostrar lo que hacemos”, concluye la hermana Mercedes.


Clarin


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