Por el Diacono James H. Toner
Hace unos años, escribí una columna sobre el "Padre Smith", cuya conducta degenerada sigue siendo una fuente de profundo dolor para mí.
Como escribí allí, no puedo entender cómo un sacerdote santo y buen hombre descendió a las profundidades de la depravación y se convirtió en parte de la maldad que salió a la luz de forma estrepitosa en 2002 y alrededor de ese año, e incluso después.
Hay, trágicamente, mucho más en esa ignominia particular y general. Los padres Smith que se aprovechan de adolescentes y de niños, tienen "amigos". Y sus amigos tienen amigos. Y algunos de esos amigos saben lo que hace el "Padre Smith". A su vez, no hacen ni dicen nada para detener el monstruoso mal que perpetran los "amigos", depredadores con clergyman.
Hace cincuenta años, Irving Janis escribió sobre el "Groupthink" (Pensamiento de grupo"), el impulso psicológico de consenso dentro de un grupo. "El pensamiento de grupo impide o previene el tipo de pensamiento y análisis independiente que lleva a los miembros del grupo a preguntarse: 'No vamos a hacer algo realmente estúpido aquí, ¿verdad?'. Los grupos de sacerdotes están sometidos a las mismas tensiones psicológicas que otros, por ejemplo, en las empresas o el gobierno. El fenómeno del 'pensamiento de grupo' puede impedir que se pregunten: "No vamos a hacer -o tolerar- algo realmente malo aquí, ¿verdad?".
En las universidades con códigos de honor que tienen causas de no tolerancia (lo que significa que los estudiantes o cadetes deben denunciar los casos de mentira, engaño o robo), a menudo hay resistencia a lo que se ve, erróneamente, como "buchonear", o delatar a alguien, incluso a un amigo. Pero hay una verdad por encima de la amistad: la justicia, que puede obligar a anteponer los principios fríos (pero de buena fe) a los cálidos (pero, en este caso, culpables). Cuando los sacerdotes "buenos" no denuncian las depredaciones de los sacerdotes malévolos, pecan gravemente "en grupo".
Con su silencio cobarde, ayudan e instigan la perversión. Al estar dispuestos a tolerar a los depredadores sexuales -mirando hacia otro lado, escuchando y no viendo el mal (cf. Salmo 1:1)- dan ayuda y consuelo al enemigo.
En este caso, el enemigo al que dieron socorro no era una amenaza armada para la República, sino el mayor Enemigo de todos nosotros (1 Pedro 5:8). Los sacerdotes inocentes de violar adolescentes pero que saben de las depravaciones de otros, son culpables de un grave mal manifiesto al tolerar ellos mismos tal mal. Son, de hecho, traidores, pues traicionan el Evangelio; reniegan de nuestro Señor con tanta seguridad como Judas.
Actualmente está de moda el sustantivo “acompañamiento”, que puede implicar o avalar una actitud de “llevarse bien”. En la obra de Robert Bolt “A Man for All Seasons” (Un hombre para todas las estaciones), Sir Thomas More, que se negó a firmar una declaración que decía que el rey Enrique era el jefe de la Iglesia en Inglaterra, fue invitado por un amigo a firmarla “por compañerismo”. Bolt hace que More responda: “Y cuando tú vayas al cielo por seguir tu conciencia y yo sea consignado al infierno por no seguir la mía, ¿me acompañarás por compañerismo?”
¿A quién “acompañaremos” y hasta dónde llegaremos? ¿Puede ser que San Pablo tuviera razón al estar de acuerdo con la admonición “Las malas compañías corrompen el buen carácter” (1 Corintios 15:33)?
La Iglesia ha enseñado tradicionalmente nueve maneras de cooperar con el mal: ordenarlo; consentirlo; aconsejarlo; ocultarlo; alabarlo; provocarlo; participar en él; guardar silencio al respecto; y, mediante sofismas, defenderlo. Sin embargo, no sólo leemos o escuchamos muy poco hoy en día sobre estas nueve formas de cooperar con el mal, sino que estudiamos en vano el Catecismo contemporáneo (ver #2447) para encontrar la obra de misericordia que el Catecismo de Baltimore (punto #192) solía enumerar como la primera obra espiritual de misericordia: amonestar al pecador.
El sitio web de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB) se las arregla para decirnos que "debemos esforzarnos por crear una cultura que no acepte el pecado", al tiempo que nos advierte que debemos recordar que "todos caemos a veces", que debemos ser humildes y no arrogantes, no juzgar, estar seguros de quitar la viga de nuestro propio ojo antes de preocuparnos por la paja en el ojo de nuestro hermano; y, naturalmente, que "debemos caminar juntos hacia una comprensión más profunda de nuestra fe compartida".
Esto es moralmente flácido, sin carácter y sin gracia. No es de extrañar que nosotros también tengamos a menudo un "liderazgo" episcopal y presbiteral que se acomoda a la cultura, que no habla sobre la maldad en nuestros días, que no denuncia la herejía disfrazada de "desarrollo de la doctrina". Se han olvidado de la advertencia de Ezequiel de que si no denunciamos el mal de los demás, les acompañaremos a la perdición (ver 33:8; cf. Lamentaciones 2:14).
▪▶ Se acabó la noción evidentemente "anticuada" de que debemos "convencer, reprender y exhortar", sea o no el momento oportuno (cf. 2 Timoteo 4:2).
▪▶ Se acabó la advertencia de Levítico: "Reprende a tu(s) prójimo(s) con franqueza para que no participes de su culpa" (19:17).
▪▶ No más de la "anticuada" enseñanza de San Pablo de que, con amor y "repletos de todo conocimiento... sois capaces de amonestaros unos a otros" (Romanos 15:14, Douay-Rheims).
▪▶ No más de Lucas que, "si tu hermano peca, repréndelo" (17:3)
▪▶ No más de Proverbios que dice "las heridas de un amigo pueden ser aceptadas como bien intencionadas" (27:6; cf. Salmo 141:5).
Así entonces, tenemos a un Maciel, cuyos seguidores no entendieron en absoluto lo que exige la lealtad; a un Martin, cuyos escritos y discursos sobre la homosexualidad contradicen directamente el Magisterio, pero cuyos seguidores (y los que le invitan a hablar) creen que es "moralmente elegante y muy actual"; y a un "Padre Smith", cuyos "amigos" no tuvieron ni la valentía ni la voluntad de denunciar a la policía para que le procesaran.
Así pues, seguiremos teniendo "misas gay" en iglesias engalanadas con banderas del arco iris, y campus católicos "gay-friendly", y desfiles en honor a los santos con manifestantes gay y con un cardenal de la Iglesia católica radiante.
Esto es un escándalo teológico, que "daña la virtud y la integridad" y "puede incluso arrastrar [a la gente] a la muerte espiritual" (CCC #2284). Así, tenemos la advertencia que se encuentra en Hebreos: "Cuídense unos a otros para que ninguno deje de recibir la gracia de Dios. Vigilad que no crezca una raíz venenosa de amargura que os perturbe y corrompa a muchos" (12,15; cf. 3,12). Esta advertencia se basa en la "raíz de amargura" descrita en Deuteronomio 29:18-19, fonde se describen los peligros de la infección moral.
El "Padre Smith" de mi juventud formaba parte de lo que posteriormente se llamó una "red de sacerdotes" que se aprovechaba de los niños. ¿No había entonces hermanos sacerdotes que lo denunciaran? ¿O es que los que lo sabían (pero no formaban parte de la red real) estaban tan preocupados por ser "humildes y no juzgar" que ignoraban supinamente -y con una sonrisa- a los monstruos que había entre ellos?
¿O acaso esos numerosos casos de cooperación con el mal -el silencio y la ocultación- fueron pura cobardía? ¿Y les dijo alguien a los que participaron en el mal mirando hacia otro lado y sin decir nada que, como cobardes, también comprarían sus billetes al infierno? (véase Apocalipsis 21:8)
Hay, pues, una pregunta apremiante hoy para nosotros. El pecado que nos rodea es rampante. ¿Ha enfriado nuestro amor a Dios y a sus mandamientos? ¿Estamos tan ávidos de popularidad (cf. Juan 12:43, Gálatas 1:10 y 1 Tesalonicenses 2:4) que no amonestamos al pecador? ¿Tenemos tanto miedo de que nos llamen "tradicionales", o "anticuados", o "tendenciosos", que abandonamos lo que es bueno, verdadero y bello, para convertimos en traidores al Evangelio, para conservar la buena opinión de nuestros "amigos"?
¿Es esto lo que enseñamos, lo que predicamos, lo que exaltamos? ¿Traicionamos a nuestro Señor para mantener a "amigos" fraudulentos, para sentarnos en un estrado, para desfilar, para organizar un evento sacrílego en nuestra parroquia, para patrocinar aduladoramente a oradores que niegan o denuncian o desprecian la Fe? Prefiero tener las treinta piezas de plata.
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