Por Anthony Esolen
He dicho esto muchas veces. Lo único que hay que hacer para corromper a cualquier grupo de seres humanos es hacerles saber que, como grupo, estarán fuera de toda crítica. Agitar bien y esperar diez minutos. Esta regla tiene especial relevancia en las confusas suposiciones de nuestra cultura sobre los hombres y las mujeres, porque el bien de cada sexo está tan inextricablemente ligado al bien del otro, que se mantienen, o se rebajan, o caen juntos.
Consideremos las siguientes afirmaciones:
- Las mujeres están hechas a imagen y semejanza de Dios, ni más ni menos que los hombres.
- Los hombres están muy necesitados de la gracia de Dios, ni más ni menos que las mujeres.
- Las mujeres, como sexo, tienen fortalezas y debilidades características, al igual que los hombres, y estas fortalezas y debilidades son fácilmente observables en todas las culturas humanas, en todos los climas, bajo todos los regímenes políticos y religiosos, y en todas las etapas del desarrollo tecnológico.
- Los hombres tienen sus formas de hacer miserable la vida de los demás, ni más ni menos que las mujeres.
Podemos discutir si las afirmaciones anteriores son ciertas. Lo que no se puede discutir razonablemente es que sean misóginas. Supongamos que digo: "Juan es un hombre malo en un aspecto típico de los hombres malos. No puede mantenerse fuera del casino". Los adictos al juego son mucho más a menudo hombres que mujeres. Los hombres han inventado todas las formas de juego que existen, y no parece que vayan a dejar de hacerlo.
Es imposible que a las mujeres se les haya ocurrido el fútbol virtual, o el vasto sistema de apuestas on line de distintos deportes, un agujero negro para la atención de muchos hombres.
¿Acaso odio a los hombres por decirlo?
¿Acaso odio a las mujeres por decirlo?
Si digo que los hombres tienen muchas más probabilidades de ser asesinos que las mujeres, estoy diciendo la verdad. Pero, ¿y si digo que las mujeres son más propensas a la extorsión emocional? La persona que te golpea es probablemente un hombre. La persona que informa a las autoridades cuando dices una cosa desaprobada es muy probablemente una mujer. Juan te grita y te llama idiota. María gira la cabeza y espera a escondidas la oportunidad de vengarse. Algunos Juanes hacen eso. Los hombres los desprecian.
Si digo que hay más hombres que mujeres que caen en una peligrosa abstracción ideológica y que no ven los árboles por ver el bosque, creo que la historia me dará la razón. Pero si digo que hay más mujeres que hombres que no ven las implicaciones a largo plazo de una política o una idea, y no ven el bosque lejano por ver los árboles cercanos, ¿he dicho algo que las propias mujeres no atestigüen?
Lo que digo implica que los hombres y las mujeres tienden a volverse locos de maneras diferentes, incluso en direcciones opuestas, de modo que se necesitan mutuamente como complementos y correctivos. Esto no debería ser controvertido.
Pero es controvertido. Y eso es un peligro, para ambos sexos.
Como siempre, la Iglesia puede darnos un buen chapuzón de agua fría. Despierta. Jesús siempre fue amable cuando hablaba con las mujeres, e incluso su aparente rechazo a la mujer cananea tenía como objetivo provocar su acto de fe; era un movimiento retórico. Pero Jesús nunca dice nada sobre la bondad inherente de las mujeres, o la maldad inherente de los hombres, o viceversa; tampoco lo hacen Pablo, Santiago, Pedro y Juan.
Tal vez los cristianos podamos empezar a curar así la herida abierta de la sospecha mutua, el resentimiento, la culpa y la ira entre los sexos. Considéralo una forma de oración, inspirada a su vez por la gratitud y la humildad.
Comienza por pensar en los puntos fuertes y los dones del otro sexo.
Sé sincero. No te burles de la "tradición", como si no fuera la sabiduría destilada de la humanidad, siempre y en todas partes. La gratitud es liberadora. Es la virtud por la que el receptor participa en la generosidad del dador. Poneos de rodillas, hombres, y dad gracias a Dios por las mujeres, y hacedlo en serio. Lo mismo para vosotras, mujeres; dad gracias a Dios por los hombres, ni más ni menos.
Luego pensad en las debilidades y el egoísmo característico de vuestro propio sexo. De nuevo, sed sinceros. La humildad también es liberadora. ¡Qué tensión es, qué carga tan pesada, pretender siempre la fuerza cuando se es débil, la sabiduría cuando se es necio, y la bondad cuando se es pecador! Renuncia a ello.
Sólo esos dos ejercicios deberían dejarte sin tiempo. Si continúas, piensa en las debilidades del otro sexo, y ten siempre presente las tuyas. Piensa en esas debilidades de forma indulgente y generosa, ya que a menudo no son más que fortalezas mal aplicadas, o el precio que debemos pagar las criaturas finitas e imperfectas por una fortaleza -como, por ejemplo, el mayor tamaño y eficiencia del corazón físico del hombre lo hace más vulnerable a un ataque mortal-.
Y si tienes algo de tiempo, medita sobre lo anterior, podrás entonces pensar en las fortalezas y dones de tu propio sexo, pero siempre reconociendo que son dones de Dios, y que están destinados a ser utilizados, muy especialmente en beneficio del otro sexo.
Quizás entonces podríamos ver más matrimonios y menos divorcios. Y tal vez volveríamos a ser capaces de reírnos de nosotros mismos. ¡Qué divertido es, después de todo, que haya dos sexos y no un vago espectro, o un gris universal!
*Imagen: Enramada de madreselva, de Peter Paul Rubens, c. 1609 [Alte Pinakothek, Múnich]. Se trata de un autorretrato del artista y su esposa, Isabella Brant.
The Catholic Thing
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