Triste destino el de Mons. Taussig. Si hubiese sido fiel a lo que le enseñaron sus maestros, hoy probablemente no sería obispo, o probablemente sería un obispo depuesto por el papa Francisco pero reverenciado por millares de fieles de todo el mundo.
Se conoció hoy la noticia de la renuncia de Mons. Eduardo Taussig a la sede episcopal de San Rafael a la tierna edad de 67 años. En octubre se le había comunicado en Roma la decisión pontifica tomada en épocas de plena sinodalidad. Y la noticia ya ha tenido repercusiones en otros medios católicos.
El suyo fue un episcopado fracasado y desperdiciado que dejó en el camino una buena cantidad de heridos y de muertos que pesarán en su conciencia. Y aquí van algunas reflexiones sobre el hecho:
1. No hay peor cuña que la del mismo palo. Este axioma popular se ha cumplido a rajatabla en la vida de Mons. Taussig. Formado en la escuela del padre Echeverry Boneo, participó en su juventud en los círculos más conservadores y nacionalistas que se nucleaban en torno a la iglesia del Pilar en Buenos Aires, liderados por Carlos Sacheri, de quien fue discípulo y amigo cercano. Se formó en el tomismo del Angelicum y fue tenido como una esperanza de los sectores de línea media frente al caos eclesial de los ’80 y ’90. Sin embargo, fruto de algún misterioso mecanismo psicológico, en algún momento de su vida comenzó a odiar a los que eran como él, a los que llevaban su propia sangre, a los que habían sido alimentados con la misma leche que lo había alimentado a él. De regreso de Roma, fue nombrado en la codiciada parroquia universitaria de San Lucas, y allí comenzó a perseguir a los sacerdotes conservadores que el buen cardenal Quarracino le ponía como vicarios. Fue conocido el caso de un cruel berrinche que tuvo contra uno de ellos porque éste se empeñaba en usar el velo del cáliz. Este característica, rayana en lo patológico, lo acompañó a San Rafael. Se recuerda uno de los primeros conflictos que provocó con su clero: prohibió que los sacerdotes unieran el pulgar y el índice luego de la consagración en la celebración de la Santa Misa. Junto a un lacayo que lo acompaña todas partes, se empeñó en demostrar científicamente (sic) la no presencia de Nuestro Señor en las partículas eucarísticas, a fin de contar con argumentos para obligar a sus sacerdotes a dar la comunión en la mano. En fin, son innumerables las anécdotas de este tipo, y todas muestran que lo que él odiaba y perseguía era lo que él mismo había sido en su juventud y primera madurez. Algunos podrán adjudicar esta extraña conducta a sus ansias de ascenso en la carrera episcopal. Ciertamente que ese elemento cuenta, pero yo sospecho que hay una razón más profunda, anclada en lo hondo de su psicología, que lo explica. Probablemente algunas sesiones de psicoterapia simbólica le ayudarían a descubrir el trauma, y a sanarlo.
2. Obsesión con el ejercicio del poder. Mons. Taussig concibió el ejercicio del ministerio episcopal como un ejercicio de poder. Había en él una extraña concupiscencia por dar órdenes y por ser obedecido; un deseo casi enfermizo de someter a sus sacerdotes a sus caprichos y berrinches, no importa qué medidas de crueldad y dureza fueran necesarias para conseguirlo. El audio que circuló hace pocas semanas por todo el mundo con el diálogo que mantuvo con el padre Alejandro Casado (RIP) es una muestra elocuente de esta conducta habitual que tenía el ahora obispo emérito de San Rafael. Se deleitaba, por ejemplo, en cambiar de destino anualmente o, a los sumo, cada dos años a sus sacerdotes, como si estos fueran religiosos, provocando en ellos la destrucción de hábitos y de necesarios y saludables vínculos afectivos, con las consiguientes consecuencias psicológicas. Esta obsesión por imponer su autoridad llegó a límites absurdos, como amenazas con negar la ordenación sacerdotal o persecución de académicos que no pensaban como él, a los que amenazó con el entredicho o con tomar represalias contra sus hijos sacerdotes. Hay que reconocer que este es un mal que sufre la mayor parte de los obispos, y sería interesante hacer un estudio al respecto buscando sus causas, pero lo cierto es que Mons. Taussig no tuvo ningún prurito en demostrar su concupiscencia descaradamente.
3. Odio por la Liturgia Tradicional. Desde el primer momento en que comenzó a celebrarse públicamente la Misa Tradicional en su diócesis, demostró un odio particular hacia ella, el que canalizada poniendo todos los obstáculos posibles a su celebración y persiguiendo a los sacerdotes que querían celebrarla. A uno de ellos, y uno de los más meritorios, lo exilió a la parroquia más alejada y desamparada de su diócesis: que celebrara allí a las cabras y a los chimangos la Misa en Latín y de espaldas, parecía decir. Hace pocos meses, y aprovechando la puerta abierta que le sirvió en la mano Bergoglio con Traditiones custodes, mandó a sus casas a varios sacerdotes que preferían el Rito Tradicional, y lo hizo literalmente. Los que tenían familia en San Rafael viven ahora con sus padres, y los otros han debido recurrir a los laicos para conseguir algún lugar donde vivir. Y, faltando a su deber de pastor, los ha privado de cualquier medio de subsistencia, debiendo mantenerse estos sacerdotes con las limosnas que ocasionalmente reciben. He aquí un fruto conspicuo de la misericordia predicada por el papa Francisco.
4. Crueldad con sus sacerdotes y seminaristas. Ya hicimos alguna referencia a este rasgo probablemente patológico de su personalidad, pero Mons. Taussig se caracterizó por perseguir con saña y constancia a sus sacerdotes. En muchos casos, se preocupaba obsesivamente en impedir que pudieran desarrollar sus talentos, por ejemplo, estudiando alguna carrera universitaria o escribiendo libros, a los que negaba su autorización para ser publicados. Podemos recordar casos públicos más graves como los del padre Fernando Yañez o del padre Jorge Gomez: llegó a confinarlos durante años en monasterios o a lograr su expulsión del estado clerical por faltas objetivas, es cierto, pero que de ninguna manera ameritaban semejante castigo. Últimamente, esta saña la dirigió contra los seminaristas de su ex-seminario: sólo aquellos cuyas familias vivían en la diócesis de San Rafael fueron enviados a otros seminarios del país; el resto, que era la mayoría, fueron dejados a la intemperie. Se trata de jóvenes excelentes, que habían cursado en algunos casos seis o siete años de estudios, y que estaban cercanos a la ordenación. Ahora están en la calle, sin saber qué hacer de sus vidas y de su futuro. ¿No se daba cuenta Mons. Taussig que con esta actitud, si bien saciaba su sadismo, ponía en peligro la fe y la perseverancia de quienes eran sus súbditos y ovejas de su rebaño?
5. Usado y desechado por Bergoglio. Mons. Taussig, cuando le llegó la noticia de su elección al episcopado, decidió recibir la consagración de manos del cardenal Bergoglio y de Mons. Héctor Aguer, del agua y del aceite. Todos vieron en esto la duplicidad de su personalidad: quería quedar bien con todos. Y así le fue. No quedó bien con ninguno, ni siquiera con su ángel de la guarda. El 13 de marzo de 2013 debe haber sido uno de los días más negros de su vida. Con Bergoglio como papa su destino, como el de varios obispos argentinos, estaba echado. La personalidad y los antecedentes intelectuales y aristocráticos de Mons. Taussig es, justamente, uno de los aspectos que más odia el papa Francisco: no era un obispo con olor a oveja —demasiado intelectual—, y provenía de la alta burguesía católica, algo que el resentimiento pontificio no puede soportar. No tengo ninguna prueba, pero sí fuertes sospechas de que el cierre del seminario de San Rafael fue una decisión tomada en Santa Marta, y no en la calle Rivadavia. Y Taussig obedeció al inicuo deseo pontificio —al que debería haberse opuesto, aún si eso le costaba la cabeza como le habían enseñado su padre, y sus maestros Echeverry Boneo y Sacheri—, pensando en la recompensa: alguna mitra archiepiscopal o, aunque más no fuera, el traslado a una diócesis menos periférica y problemática que la suya. Y hoy le llegó la recompensa de Bergoglio: la degradación y la humillación. Bergoglio lo usó y lo desechó.
6. Odium plebis. El Código de Derecho Canónico de 1917, en su canon 2147, establecía que un párroco podía ser removido debido al “odio del pueblo, aunque sea injusto y no universal, si es tal que impide el ministerio útil del párroco y no se prevé que ha de cesar pronto”. Mons. Taussig consiguió que este viejo canon fuera aplicado también a un obispo, puesto que desde el momento que ordenó el cierre del fructífero seminario de San Rafael, se granjeó el odium plebis, el odio de su pueblo. Ya casi no visitaba las parroquias, ni siquiera para sus fiestas patronales, porque en el mejor de los casos era recibido con frialdad, y en el peor y más frecuente, ni siquiera era recibido: muy pocos asistían a misa cuando era él el celebrante. Y lo mismo ocurría incluso en su iglesia catedral. Pasaba largas temporadas fuera de la diócesis, no estando presente si siquiera para festividades tales como la Navidad, recluido en depresiva meditación en su departamento familiar de Recoleta.
7. El futuro de San Rafael. Todos se preguntan quién será el sucesor de Mons. Taussig. Creo que es irrelevante. Cualquiera que vaya será lo mismo, y cualquiera que vaya hará lo mismo, es decir, nada, porque no hay nada por hacer. Deberá limitarse a un control de daños. En el caso de San Luis, Mons. Barba tenía mucho por destruir, y hay que reconocer que lo hizo muy bien y en muy poco tiempo. Pero el único modo de destruir San Rafael sería con una explosión nuclear u ordenando el degüello de todos sus sacerdotes. Se trata de un clero que, más allá de las típicas divisiones y rencillas internas propias del gremio, es compacto y abarca toda la diócesis. Los únicos religiosos son los franciscanos, que ocupan un lugar insignificante, y el IVE, religiosos secundum quid y que tiene la misma formación que los sacerdotes diocesanos. La mitra de San Rafael será un castigo para cualquiera, y muy pocos querrán ponérsela, porque su destino será vegetar limitándose a contener un clero y un laicado levantisco.
Triste destino el de Mons. Eduardo Taussig. Si hubiese sido fiel a lo que le enseñaron sus maestros, hoy probablemente no sería obispo, o probablemente sería un obispo depuesto por el papa Francisco pero reverenciado por millares de fieles de todo el mundo. En cambio, hoy es un obispo depuesto y humillado, despreciado por Francisco y odiado por su pueblo.
Wanderer
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