lunes, 15 de noviembre de 2021

UNA PROMESA OLVIDADA

De 1324 a 1327, hubo en Colonia dos Religiosos Dominicos de distinguido talento, uno de los cuales fue el beato Enrique Suso (1295-1366). Compartían los mismos estudios, el mismo tipo de vida y, sobre todo, el mismo deseo de santidad, que les había llevado a entablar una estrecha amistad.

Por Elaine Jordan


Cuando terminaron sus estudios allí, viendo que estaban a punto de separarse, cuando cada uno volvería a su propio convento, hicieron un acuerdo. Se prometieron mutuamente que el primero de los dos que muriera celebraría dos misas semanales para el otro durante todo un año: el lunes una misa de Réquiem, como era costumbre, y el viernes, la de la Pasión, si otra gran fiesta de la liturgia cayera en el mismo día. Se prometieron mutuamente que harían esto y se fueron de Colonia.

Durante varios años, ambos continuaron sirviendo a Dios con el fervor más edificante. El Sacerdote religioso cuyo nombre no se menciona fue el primero en ser llamado, y el padre Suso recibió la noticia con sentimientos de resignación a la Divina Voluntad. En cuanto al contrato que habían hecho, con el tiempo, lo había olvidado. Sin embargo, rezó mucho por su amigo, imponiéndose nuevas penitencias a sí mismo y muchas otras buenas obras, pero no pensó en ofrecer las misas que había prometido cuando eran estudiantes en Colonia.

Una mañana, mientras meditaba solo en la capilla, de repente vio aparecer ante él, el alma de su difunto amigo. Mirándolo con ternura, este amigo le reprochó haber sido infiel a su promesa, en la que tenía perfecto derecho a confiar con toda confianza. El padre Suso, sorprendido, se disculpó por su olvido, relatando las muchas oraciones y mortificaciones que había ofrecido, y que seguía ofreciendo por su amigo, cuya salvación le era tan querida como la suya propia.

- “¿Es posible, mi querido hermano, que estas muchas oraciones y buenas obras que he ofrecido a Dios no sean suficientes para ti?” 

- “Oh no, querido hermano” -respondió el alma sufriente- “Estos todavía no son suficientes. Es la Sangre de Jesucristo la que se necesita para apagar las llamas que me consumen. Es el Santo Sacrificio el que me librará de estos espantosos tormentos. Te imploro que cumplas tu palabra y no me niegues lo que en justicia me debes”.

El padre Suso se apresuró a responder al llamado del alma doliente. Se puso en contacto con tantos Sacerdotes como le fue posible y les instó a que dijeran Misas por las intenciones de su amigo y, para reparar su falta, celebró y provocó que se celebraran un gran número de Misas ese mismo día. Al día siguiente varios Sacerdotes, a petición del padre Suso, se unieron a él para ofrecer el Santo Sacrificio por los difuntos, y continuó su acto de caridad durante varios días.

Al poco tiempo, el Sacerdote amigo del padre Suso se le apareció de nuevo, pero ahora en una condición muy diferente. Su semblante estaba alegre y estaba rodeado de una luz hermosa. “Gracias a ti, mi querido amigo” -dijo- “he aquí, por la Sangre de mi Salvador soy liberado de mis sufrimientos. Ahora voy al Cielo para contemplar a Aquel a quien tantas veces adoramos juntos bajo el velo eucarístico”.

Posteriormente, el padre Suso se postró para agradecer al Dios de infinita misericordia, porque comprendía ahora más que nunca el valor inestimable de la Misa. Este incidente lo relata Fernando de Castilla en su “Historia de Santo Domingo”.

Seleccionado de FX Schouppe,
Purgatory - Explained, Tan Books, 1986, págs. 156-157



Tradition in Action



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