Pero, al contrario, es preciso afirmar que la Santísima Virgen nunca cometió la más mínima imperfección. Hay muchas razones que explican esta afirmación.
Primero, porque la Madre de Dios no tenía la "fuente del pecado" -también llamada concupiscencia- que es una de las principales causas de las imperfecciones. Esta ausencia está vinculada a su inmunidad al pecado original.
Además, la Virgen de las Vírgenes poseía la virtud perfecta por la gracia que le fue dada.
La Virgen María también estaba destinada a ser un modelo de santidad, porque Nuestra Señora es la primera de los redimidos: es apropiado que aquella que tiene la primacía en el orden de la santidad la realice en su perfección consumada.
Finalmente, su prudencia perfecta determinó siempre su actividad de la manera más acorde con la voluntad de Dios.
Por eso Santo Tomás no duda en decir que San Juan Crisóstomo fue demasiado lejos en sus escritos. Y cuando San Pío V hizo reeditar las obras del gran doctor, pidió que no se repitieran los pasajes incriminados.
La Madre de Dios posee la impecabilidad
Pero la razón más profunda que explica la ausencia de pecado e imperfecciones en María es que ella era impecable.
El Concilio de Trento, en la VI sesión VI afirma: “Si alguno dijera […] que puede en su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales, si no es ello por privilegio especial de Dios, como lo enseña la Iglesia sobre la bienaventurada Virgen: sea anatema”.
Santo Tomás, por su parte, admite la confirmación en gracia de la Madre de Dios, por razones de conveniencia.
La impecabilidad consiste en no poder pecar, debido a una capacidad interior. Se distingue de la confirmación en gracia, que es el hecho de conservar el estado de gracia hasta la muerte, es decir, no cometer pecado mortal: esta gracia puede explicarse por la ayuda externa de Dios. Pero la impecabilidad requiere una causa interior en el sujeto que previene el pecado.
Este es obviamente el caso del Verbo Encarnado, Jesucristo: es imposible que una persona divina cometa pecado. En el caso del hombre-Dios, a la personalidad divina se suma la visión beatífica y la virtud perfecta.
La impecabilidad existe en menor grado en los bienaventurados: inundados con la luz de la gloria, ya no pueden pecar. Es imposible poseer la visión de Dios y pecar.
En un grado aún menor, la impecabilidad proviene de la gran dificultad para pecar que resulta del don de una gracia especial. Esta última inclina a la persona de tal modo hacia el bien que es casi imposible separarse de él. Dios añadió una asistencia especial para su Madre que eliminó las causas del pecado.
Por lo tanto, la Madre de Dios era impecable, es decir, no podía pecar, tanto por su virtud perfecta, como por la confirmación en la gracia y por la asistencia especial de Dios.
Esta doctrina nos permite adentrarnos más profundamente en estas magníficas palabras del Papa Pío IX en Ineffabilis Deus:
“Así, Dios colmó a la Virgen María tan maravillosamente con los tesoros de su divinidad (…) con la abundancia de todas las gracias celestiales, y la enriqueció con una profusión maravillosa, para que estuviera siempre exenta de toda mancha, completamente exenta de la esclavitud del pecado, toda bella, toda perfecta y en tal plenitud de inocencia y santidad que no se puede, exceptuando la de Dios, concebir una mayor, y ningún entendimiento que no sea el del mismo Dios puede medir tal grandeza”.
FSSPX
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