Por David Carlin
La homosexualidad entre sacerdotes y, a veces, entre obispos; además de una actitud de tolerancia hacia los homosexuales entre sacerdotes y obispos no homosexuales, como si las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo no fueran gran cosa; más el colosal escándalo del abuso sexual de adolescentes por parte de sacerdotes homosexuales; más los intentos episcopales de encubrir este abuso; más la pretensión generalizada entre los católicos laicos y clérigos de que la homosexualidad tiene poco o nada que ver con el escándalo de abuso sexual; más un sentimentalismo pro-gay que se encuentra entre muchos católicos laicos; más el padre James Martin, SJ... todo esto ha hecho un daño inconmensurable a la Iglesia.
A los anticatólicos se les ha regalado un garrote con el que pueden golpear a la Iglesia, o incluso, es mejor que los garrotes clásicos: la Inquisición española y el juicio de Galileo. Dentro de mil años, la televisión nocturna seguirá bromeando sobre Sacerdotes Católicos que abusan sexualmente de niños pequeños.
Los no católicos (protestantes, judíos, agnósticos y ateos) que en estos tiempos moralmente corruptos podrían haber considerado unirse a una Iglesia Católica que defiende la bondad y la verdad, ahora sienten rechazo por el pensamiento de que la Iglesia es tan corrupta como cualquier otra Institución corrupta.
Se nos dice que Catón el Viejo solía terminar todos sus discursos en el Senado romano, independientemente del tema en discusión, con las palabras: "Me parece que Cartago debe ser destruida".
Si yo fuera un Párroco Católico, terminaría todas mis homilías, independientemente de las lecturas bíblicas del día, y sin importar el tema principal de mi sermón, con palabras como estas: “Permítanme recordarles, queridos amigos, que la Religión Católica, la Religión que usted y yo profesamos, siempre ha condenado la práctica homosexual como un pecado muy grave”.
Si algún Sacerdote realmente dice esto, molestará a ciertos feligreses, no pocos de los cuales se irán a una parroquia que perciben como más tolerante y actualizada, y se llevarán su dinero con ellos. Y algunos feligreses le escribirán al obispo quejándose de su Sacerdote “homofóbico”. Unos cuantos obispos, supongo, recomendarán que el sacerdote “se enfríe”. Dichos obispos, en un intento paternal de “guiar” a sus párrocos demasiado celosos, explicarán: “Mire, la gente de su parroquia sabe perfectamente bien, sin que usted se lo recuerde, lo que la Iglesia Católica enseña sobre la homosexualidad. ¿Por qué irritarlos insistiendo innecesariamente en este tema?”
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Pero, ¿tiene razón mi hipotético obispo cuando dice que todos los católicos saben lo que la Iglesia enseña sobre la homosexualidad? Para responder a eso, debemos darnos cuenta de que el católico promedio hace una distinción entre dos formas en que la Iglesia enseña algo. A veces, la Iglesia es realmente seria en sus enseñanzas morales, por ejemplo, cuando nos dice que no robemos un banco o que no golpeemos a nuestras esposas. Pero en otras ocasiones (muchos católicos creen) la Iglesia no es verdaderamente seria.
Dado todo esto, tengo la suerte de no ser un Sacerdote Católico. Mi cabeza pronto sería servida en una bandeja episcopal para el deleite de los católicos, tanto Clérigos como laicos, que son mucho más humanos que yo, mucho más respetuosos del derecho humano fundamental a participar en la sodomía homosexual, un derecho casi universalmente reconocido hoy en día por todas las personas de pensamiento correcto fuera de África, ese continente "oscuro" donde la mayoría de la gente todavía no comprende lo progresista y ultramoderna que es la homosexualidad.
El catolicismo es una Religión que les pide a sus seguidores, mejor dicho, les exige, que crean en una serie de cosas difíciles de creer. Nos dice que debemos creer que un Dios es tres Personas, que Dios se ha hecho humano, que una Virgen ha dado a luz, que un hombre crucificado ha vuelto de entre los muertos, que Jesús ha expiado nuestros pecados, que el pan y el vino se convierten rutinariamente en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.
Si podemos creer todo eso, ¿por qué nos cuesta creer que es un gran pecado que dos hombres o dos mujeres tengan relaciones sexuales entre sí? Érase una vez casi todo el mundo creía eso. Y, sin embargo, en realidad nos resulta difícil de creer, o al menos a muchos de nosotros nos resulta difícil. Porque el mundo cree precisamente lo contrario.
Y por "el mundo" me refiero a todas las "mejores personas", es decir, las élites sociales y culturales de Occidente. En esta parte del mundo, la sabiduría moral de estas mejores personas se comunica a la gente pequeña (usted y yo) por los medios de comunicación periodísticos, la industria del entretenimiento y nuestros mejores y más famosos colegios y universidades. Inclusive nuestras escuelas públicas comunican esta sabiduría a los niños en edad escolar.
En marzo de 1937, el Papa Pío XI escribió dos encíclicas muy interesantes, una en la que denunciaba el nazismo (Mit brennender Sorge) y la otra en la que denunciaba el comunismo (Divini Redemptoris).
Sostengo que una carta papal sobre la homosexualidad está pendiente desde hace mucho tiempo. La teoría y la práctica de la homosexualidad, sin mencionar la gran ola de propaganda a favor de la homosexualidad que está inundando el mundo; estas cosas, me parece, son una amenaza casi tan grave para la Iglesia hoy como lo fueron el comunismo y el nazismo en los años '30.
No voy a contener la respiración hasta que el papa Francisco escriba esa carta. Tampoco aguantaré la respiración con la esperanza de que los Obispos Católicos escriban una carta pastoral colectiva sobre el tema.
Pero, ¿es demasiado para mí esperar que algunos Obispos individuales, aquí o allá, dirijan una carta pastoral tan urgente a sus sacerdotes y a su pueblo?
The Catholic Thing
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