Por el padre Jorge González Guadalix
La franciscolatría es lo que tiene, que si su santidad emplea la palabra “sinodalidad” eso quiere decir que toda la panda de seguidores la asume como propia en cualquier sermón, escrito, plan o proyecto. Todo es “sinodalidad”.
Nada nuevo bajo el sol.
La Iglesia no es sinodal. Punto. Podremos dotarnos de instrumentos de diálogo, reflexión o consulta, que de hecho los tenemos, pero al final, quien manda, manda. El sínodo de los obispos tiene ya más de cincuenta años de andadura. Los obispos se reúnen, reflexionan, asesoran, informan y ayudan así al santo padre, pero es algo CONSULTIVO, por derecho canónico. De hecho, las conclusiones de los sínodos son presentadas al santo padre que las convierte en una exhortación apostólica en la que toma o deja de tomar lo que cree conveniente y publica lo que desea, que es lo que manda el derecho.
En las diócesis también existen diversos órganos de consulta, desde los consejos episcopales al consejo presbiteral, el de asuntos económicos o el pastoral diocesano. CONSULTIVOS, por supuesto. Y en cada parroquia es obligatorio un consejo de asuntos económicos y conveniente el consejo pastoral. CONSULTIVOS, evidentemente.
Es decir, que en nuestra Iglesia existen suficientes organismos de diálogo, asesoramiento, estudio y reflexión, todos importantísimos. Todos CONSULTIVOS.
Por eso, lo primero que me pregunto es qué aporta o añade ahora la tan cacareada “sinodalidad” a lo que ya teníamos. Me lo temo. Más y más reuniones para aconsejar de lo que nos pidan, sabiendo que la sinodalidad consiste en opinar de los asuntos que quieren que opinemos, que no de todas las cosas, y además teniendo claro que nuestras aportaciones serán o no tenidas en cuenta según le parezca a la superioridad.
Mi conclusión, la mía, la de cura viejo que no perro viejo, o quizá sea lo mismo, es que la “sinodalidad” consiste en dar una especie de barniz democrático a algo que no puede serlo, y que consiste en más reuniones, más encuentros, más encuestas y más pulsar opiniones para que desde arriba se siga haciendo lo de siempre, pero disfrazado de democracia de base. Pero bueno, que uno es cura de pueblo y ya se sabe que los curas rurales somos raros. Por eso intento informarme a ver si los expertos nos ayudan a clarificar este asunto.
Que no será para tanto. Je. De momento, la secretaría general ha propuesto una modalidad inédita que se articulará en tres fases: fase diocesana, fase continental y fase de la Iglesia universal. Pues eso, reuniones y encuentros, porque verán cómo en la fase diocesana querrán una gran participación. Y todo esto para acabar como siempre, con unas conclusiones en la mesa del santo padre para que haga con ellas lo que vea conveniente. Viaje, burra y alforjas.
Precisamente ayer pude leer una entrevista a Cristina Inogés-Sanz, que es uno de los nueve integrantes de la “Comisión Metodológica para el Sínodo de los Obispos de 2023”, y que se define como teóloga laica. Perfecto, teóloga y metida en el ajo. Algo nos dirá. Y sí, algo dice: “La sinodalidad es un proceso pascual donde tenemos que aprender a morir para resucitar”.
Con los ojos a cuadros me he quedado, porque a este servidor eso del proceso pascual y morir y resucitar le suena a bautismo, pero a lo mejor resulta que el bautismo es la “sinodalidad” o que la “sinodalidad” es un sacramento. No creo que lleguen a tanto. O sí, vaya usted a saber. El caso es que he querido saber algo más de los méritos de doña Cristina, y lo cierto es que mis averiguaciones me aportan cosas curiosas. Por ejemplo, que estudió en la Facultad de Teología Protestante de Madrid, SEUT, lo cual entiendo que es clave para que ande metida de alguna manera en el sínodo.
En estas cosas estamos.
Rafaela dice que pasa. Que ella se lo sabe de siempre, que en el pueblo los curas han preguntado a la gente, se han reunido con quien han querido y luego han hecho lo que les ha dado la gana, y que, por consiguiente, ella dejó de ir a las reuniones. Pero ella, que es una pobre mujer mayor y de pueblo. Más sabrá esa señora del sínodo que encima es teóloga.
Menos que Rafaela.
De profesión, cura
Nada nuevo bajo el sol.
La Iglesia no es sinodal. Punto. Podremos dotarnos de instrumentos de diálogo, reflexión o consulta, que de hecho los tenemos, pero al final, quien manda, manda. El sínodo de los obispos tiene ya más de cincuenta años de andadura. Los obispos se reúnen, reflexionan, asesoran, informan y ayudan así al santo padre, pero es algo CONSULTIVO, por derecho canónico. De hecho, las conclusiones de los sínodos son presentadas al santo padre que las convierte en una exhortación apostólica en la que toma o deja de tomar lo que cree conveniente y publica lo que desea, que es lo que manda el derecho.
En las diócesis también existen diversos órganos de consulta, desde los consejos episcopales al consejo presbiteral, el de asuntos económicos o el pastoral diocesano. CONSULTIVOS, por supuesto. Y en cada parroquia es obligatorio un consejo de asuntos económicos y conveniente el consejo pastoral. CONSULTIVOS, evidentemente.
Es decir, que en nuestra Iglesia existen suficientes organismos de diálogo, asesoramiento, estudio y reflexión, todos importantísimos. Todos CONSULTIVOS.
Por eso, lo primero que me pregunto es qué aporta o añade ahora la tan cacareada “sinodalidad” a lo que ya teníamos. Me lo temo. Más y más reuniones para aconsejar de lo que nos pidan, sabiendo que la sinodalidad consiste en opinar de los asuntos que quieren que opinemos, que no de todas las cosas, y además teniendo claro que nuestras aportaciones serán o no tenidas en cuenta según le parezca a la superioridad.
Mi conclusión, la mía, la de cura viejo que no perro viejo, o quizá sea lo mismo, es que la “sinodalidad” consiste en dar una especie de barniz democrático a algo que no puede serlo, y que consiste en más reuniones, más encuentros, más encuestas y más pulsar opiniones para que desde arriba se siga haciendo lo de siempre, pero disfrazado de democracia de base. Pero bueno, que uno es cura de pueblo y ya se sabe que los curas rurales somos raros. Por eso intento informarme a ver si los expertos nos ayudan a clarificar este asunto.
Que no será para tanto. Je. De momento, la secretaría general ha propuesto una modalidad inédita que se articulará en tres fases: fase diocesana, fase continental y fase de la Iglesia universal. Pues eso, reuniones y encuentros, porque verán cómo en la fase diocesana querrán una gran participación. Y todo esto para acabar como siempre, con unas conclusiones en la mesa del santo padre para que haga con ellas lo que vea conveniente. Viaje, burra y alforjas.
Precisamente ayer pude leer una entrevista a Cristina Inogés-Sanz, que es uno de los nueve integrantes de la “Comisión Metodológica para el Sínodo de los Obispos de 2023”, y que se define como teóloga laica. Perfecto, teóloga y metida en el ajo. Algo nos dirá. Y sí, algo dice: “La sinodalidad es un proceso pascual donde tenemos que aprender a morir para resucitar”.
Con los ojos a cuadros me he quedado, porque a este servidor eso del proceso pascual y morir y resucitar le suena a bautismo, pero a lo mejor resulta que el bautismo es la “sinodalidad” o que la “sinodalidad” es un sacramento. No creo que lleguen a tanto. O sí, vaya usted a saber. El caso es que he querido saber algo más de los méritos de doña Cristina, y lo cierto es que mis averiguaciones me aportan cosas curiosas. Por ejemplo, que estudió en la Facultad de Teología Protestante de Madrid, SEUT, lo cual entiendo que es clave para que ande metida de alguna manera en el sínodo.
En estas cosas estamos.
Rafaela dice que pasa. Que ella se lo sabe de siempre, que en el pueblo los curas han preguntado a la gente, se han reunido con quien han querido y luego han hecho lo que les ha dado la gana, y que, por consiguiente, ella dejó de ir a las reuniones. Pero ella, que es una pobre mujer mayor y de pueblo. Más sabrá esa señora del sínodo que encima es teóloga.
Menos que Rafaela.
De profesión, cura
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