jueves, 27 de mayo de 2021

BERGOGLIO Y EL JUEGO DE LOS OPUESTOS

Bergoglio no sólo es un personaje patético. Es un personaje cruel y peligroso. Como bien lo define el ensayista argentino Juan José Sebrelli, es “el maquiavélico Ignacio de Loyola travestido en el dulce Francisco de Asís”.


Es razonable preguntarse si tiene algún sentido analizar los discursos del papa Francisco. Luego de ocho años de pontificado, difícilmente alguien podrá negar que éstos suelen ser no más que una aburrida e insustancial colección de lugares comunes e inanidades de la que solamente toman nota sus pedisecuos y aquellos que lo utilizan con alguna finalidad política o personal.

Sin embargo, la semana pasada, se conjugaron dos eventos en los que vale la pena detenerse. Se trata de un videomensaje en ocasión de la Semana Nacional de la Vida Consagrada y de un encuentro virtual entre tres personajes patibularios en ocasión de la misma celebración: el cardenal Braz de Aviz, el prepósito general de los jesuitas Arturo Sosa y la monja Jolanta Kafka, presidente de la asociación internacional de religiosas.

La primera observación es la ramplona incoherencia del discurso bergogliano. Afirma: “Me pregunto sobre la esterilidad de algunos institutos de vida consagrada, ver la causa, y generalmente se encuentra en la falta de diálogo y compromiso con realidad. Lo cierto es que la gran mayoría de los institutos religiosos hoy son no solamente estériles sino que están agonizando, y también es cierto que todos ellos en las últimas décadas se han caracterizado por el “diálogo” y “compromiso con la realidad”. No hace falta extendernos al respecto para probar la afirmación. Baste mencionar las monjas que abandonaron sus conventos para radicarse en villas miserias a fin de estar “cercanas a los pobres” y “defender sus derechos”, y los misioneros que dejaron de predicar el evangelio para lograr que el agua potable llegara a algún caserío africano. Se empaparon de realidad hasta el hartazgo y, sin embargo, sus institutos religiosos agonizan y están irremediablemente condenados a la desaparición.

Paralelamente, el cardenal Braz de Aviz, prefecto de los religiosos, advertía que el papa Francisco le había manifestado su temor de que algunos institutos religiosos poseen “una cierta tendencia a ir un poco lejos del Concilio Vaticano II, retomando posiciones tradicionalistas”. Lo curioso es que son justamente estos institutos religiosos, tan carentes de diálogo y compromiso con la realidad, los que no son estériles y sus casas de formación están llenas de estudiantes. La realidad, a la que tanta atención presta el sumo pontífice, dice con clara evidencia que los jóvenes que deciden consagrar su vida a Dios, eligen mayoritariamente aquellos institutos que le aseguran apego y cercanía a la tradición, y consecuente, el alejamiento de los principios pastorales inaugurados por el Vaticano II.

Pareciera entonces que el papa Francisco sólo ve una parte de la realidad, la que se acomoda a sus ideologías. La otra parte, la que nosotros vemos, es condenada y sindicada de peligrosa.

Pero hay otro aspecto que también debe ser tenido en cuenta. El papa Francisco aprovecha cada oportunidad que se le ofrece para generar divisiones dentro de la Iglesia. En el caso que estamos analizando, se dedica a señalar a “los estériles que son incapaces de dialogar con la realidad” y a los “pertinaces tradicionalistas” que se alejan del Vaticano II. Y es cuestión leer o escuchar cualquiera de sus discursos y homilías para encontrar siempre un fuerte ahínco por generar bandos contrarios. En Argentina diríamos que se dedica a profundizar la grieta, lo cual, por cierto, es una práctica habitual del peronismo.

El origen es de este mecanismo intelectual de Bergoglio le viene de lejos. Uno de sus maestros, el finado jesuita Juan Carlos Scannone, afirmaba que uno de los libros de cabecera del joven estudiante Bergoglio había sido “La oposición polar” de Romano Guardini, donde este autor establece sus fundamentos filosóficos. Se refiere a una oposición que se constituye en una relación que aparece en todas las determinaciones cuantitativas, cualitativas y vitales de la realidad. En esa relación, los dos momentos se excluyen implicándose mutuamente al mismo tiempo, e incluso presuponiéndose el uno al otro. Los términos no se contradicen como la tesis y antítesis de Hegel, sino que sólo se oponen. No se excluyen porque quedan siempre en tensión, no hay síntesis, sino que cada cual permanece abroquelado en su lugar.

Pero la particularidad que aparece en el caso del papa, es que para él hay dos tipos de opuestos: aquellos que permanecerán tales y que deben permanecer tales para conservar la oposición en la que se basa la teoría de Guardini, y aquellos otros opuestos que, en cambio, deben ser destruidos. Curiosamente, los primeros son los enemigos históricos de la fe, y los segundos sus amigos.

Bergoglio se abraza con todos los opuestos con respecto a los cuales no hay síntesis posible: musulmanes, protestantes o abortistas, entre muchos otros. Los que están fuera de la Iglesia y que permanecerán fuera de ella, son reconocidos como opuestos y respetados y besuqueados. Los que están dentro de la Iglesia, en cambio, son opuestos peligrosos, deben ser vigilados y, en la medida de lo posible, castigados. Es que, en rigor, no se trata de opuestos sino de enemigos. Para con ellos no hay besuqueos ni puentes que tender. Se imponen la ruptura y las misericordiaciones.

Bergoglio no sólo es un personaje patético. Es un personaje cruel y peligroso. Como bien lo define el ensayista argentino Juan José Sebrelli, es “el maquiavélico Ignacio de Loyola travestido en el dulce Francisco de Asís”.


Wanderer



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