Texto completo de la alocución de Mons. Héctor Aguer:
“Mis amigos: la Argentina está viviendo verdaderas calamidades. Esta palabra, calamidad, podemos aplicarla espontáneamente al caso de la pandemia y del virus que según los funcionarios no iba a llegar aquí. El fracaso de la política sanitaria es total y estamos alcanzando los porcentajes mayores de contagios y de muertes.
Otra calamidad es la pobreza. Según las últimas mediciones casi el 50% de la población argentina vive en la pobreza y dentro de este número hay que contar a quienes viven en la miseria. Hay gente que pasa hambre en la Argentina, en un país dotado por La Providencia de tal modo que podría alimentar a cien millones de personas. ¿No hay nadie responsable de esto? ¿A quién hay que echarle la culpa?.
Ahora, como si los males fueran pocos, el Senado de la Nación acaba de aprobar una ley de aborto. ¿No se dan cuenta que es lo que está en juego aquí? En este espacio hemos hablado muchas veces del tema y algunos insisten en que es una postura dogmática o religiosa y no es así porque es una cuestión eminentemente científica.
¿Qué es aquello que crece silenciosamente en el seno de una mujer embarazada? El Ministro de Salud de la Nación ha dicho que es “un fenómeno porque si fuera un ser humano el aborto sería un genocidio”. ¡Y sí, Sr. Ministro! ¡El aborto es un genocidio y Usted es el responsable!
La ciencia embriológica del siglo XX ha sido suficientemente clara, pienso en el Profesor Jerome Lejeune, no deja lugar a dudas, se trata de un ser humano pues desde el primer instante de la concepción el fruto de esa concepción es un nuevo ser humano, una persona humana y se identifica claramente por su ADN. ¿En cuántos problemas, crímenes, delitos, etc., hay que recurrir al ADN para identificar al culpable? Es que el ADN identifica a una persona y el embrión recién concebido tiene un ADN distinto del de sus progenitores que lo hace un ser distinto, un hombre o una mujer distinta y que, como diría Platón, tiene que crecer desde dentro porque el Señor infunde el alma inmortal en ese primer instante de la concepción. Por tanto la cuestión es una cuestión científica.
Además esta ley de aborto llega a permitir la matanza del niño por nacer, en algunos casos aún hasta poco antes del nacimiento o sea que, en realidad, es casi un infanticidio. Recuerdo ahora que el Concilio Vaticano II, no yo, en la Constitución Pastoral “Gaudium et spes” sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, ha dicho que “el aborto y el infanticidio son crímenes abominables”. Ahora, según la legislación argentina “el crimen abominable” se puede realizar impunemente.
Además de las científicas hay otras muchas razones. Por ejemplo las psicológicas porque las consecuencias del aborto en la mujer han sido estudiadas por psicólogos y psiquiatras pero quien se ha sentado en un confesionario alguna vez sabe el caso de tantas mujeres que vuelven repetidamente a confesar ese pecado que ya está perdonado, porque no se lo pueden sacar de encima y cuesta devolverles la paz. El síndrome post-aborto es una realidad.
Pensemos también en lo que significa desde el punto de vista jurídico que las leyes de un país no tengan en cuenta el orden natural y aún aquellas inclinaciones espontáneas de la conciencia que tienden a reconocer, apreciar y amar el valor de la vida.
Y la cuestión política no debe desecharse. Todos sabemos muy bien que esta campaña por el aborto en la Argentina ha sido pagada por dinero internacional, han llegado muchos dólares. ¿Y qué es lo que se busca con eso? Ya desde el tiempo del famoso Henry Kissinger lo que buscaba el imperialismo internacional del dinero es que no creciera la población de los países en vías de desarrollo, de los países pobres. Acá hay una cuestión de política internacional que está en juego.
Esta es la realidad tristísima que vive la Argentina pero aquellos que están en favor de la vida no pueden quedarse así, no se acabó todo, la cosa sigue o, podríamos decir, recién empieza”.
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