Pocas horas después de la fiesta de los Santos Inocentes se aprobó en Argentina la ley del aborto, una de las más amplias del mundo que lo habilita hasta la semana catorce y dejando abierta la posibilidad incluso hasta el noveno mes de embarazo cuando está comprometida la “salud integral de la persona gestante”.
Por el Profesor Rubén Peretó Rivas
Más allá de todas las consideraciones morales que todos conocemos, se trató de una derrota humillante para el papa Francisco, pues el hecho se registró en su país y fue promovido por el partido político al que él ha apoyado de todos los modos posibles. Y peor aún, quienes promovieron y votaron la ley fueron sus propios amigos. No se trata de una interpretación; es lo que dicen los números fríos y duros de los votos. El 70% de los diputados peronistas y el 68% de los senadores de ese mismo partido votaron a favor del proyecto. El partido de centro, el mismo que el papa Francisco destrata continuamente y por el que guarda un profundo resentimiento de clase, votó ampliamente en contra de la ley en ambas cámaras. En pocas palabras, el aborto legal en Argentina es obra de los amigos de Bergoglio.
El presidente argentino, Alberto Fernández, fue quien promovió la ley y se encargó de presionar personalmente y con insistencia a varios legisladores a fin de que cambiaran su voto y permitieran su sanción. Es el mismo presidente que fue recibido con complacencia y amplias sonrisas por el “Sumo Pontífice” el 31 de enero de 2020, y el mismo que ese mismo día participó de la misa celebrada para su comitiva por el arzobispo Marcelo Sánchez Sorondo en la cripta de la basílica vaticana, y en la que comulgó junto a su concubina, la ex-vedette Fabiola Yañez. Buena parte de los legisladores que contribuyeron con su voto a que el aborto sea posible en Argentina tuvieron y tienen entrada franca en Santa Marta, y sus fotografías junto al papa, abrazados y sonrientes, recorren periódicamente los medios de prensa del país. Una vez más, los amigos del papa Francisco son los responsables del aborto en Argentina.
Y la fidelidad a estos “amigos” ha quedado una vez más demostrada por su silencio frente a lo ocurrido en Argentina. El pontífice es solícito a la hora de denunciar todo tipo de situaciones trágicas y dolorosas, desde la persecución de los rohinya en Birmania y de los uigures en China, hasta los incendios en Australia y en Brasil. Sin embargo, ante la matanza de millones inocentes que tiene lugar en el mundo entero, y ahora también en su país natal, guarda un clamoroso silencio.
Sus otros “amigos”, los obispos argentinos, han demostrado su lamento por la aprobación de la ley aunque, curiosamente, los motivos por los que la consideran inicua son los propios del magisterio bergogliano. En un breve comunicado, plagado de untoso lenguaje con “perspectiva de género” (“hermanos y hermanas”, “argentinos y argentinas”, “niños y niñas”), la Conferencia Episcopal Argentina se lamenta porque la nueva ley “ahondará las divisiones en el país”. Lo trágico para los obispos, es que estaremos menos unidos y habrán menos puentes tendidos. Que el aborto sea el asesinato de un ser humano indefenso es un detalle que pareciera que ni siquiera vale la pena mencionar.
Los obispos argentinos a raíz de la pandemia, ordenaron que en todas las misas los fieles recibieran la sagrada comunión exclusivamente en la mano. Varios de ellos sancionaron a sacerdotes que respetaban el derecho de los católicos que preferían recibirla en la boca, y lo hicieron a través de solemnes decretos en los que proclamaban la suspensión de sus licencias ministeriales. Uno de ellos, Mons. Eduardo Taussig, obispo de San Rafael, en un exceso de preocupaciones higiénicas, cerró su seminario diocesano, el más grande en número de vocaciones de todo el país, puesto que los seminaristas se negaban a comulgar en la mano. Los católicos de Argentina nos preguntamos si nuestros obispos serán igualmente estrictos y claros con los legisladores que aprobaron la ley, notificándoles que ha caído sobre ellos la pena de excomunión y no pueden acercarse a recibir los sacramentos.
Lo ocurrido en Argentina deja en claro varias cosas. En primer lugar, que el papa Francisco, en el mejor de los casos, es un político mediocre, incapaz de impedir que se propine a la Iglesia y a él mismo una derrota tan aplastante. Y en el peor, es un cínico a quien le importa poco y nada la aprobación de una ley criminal.
En segundo lugar, el pontífice demuestra una vez más su incapacidad para elegir a sus amigos. Mientras se enemista con los grupos políticos conservadores, se arroja a los brazos de los populistas de izquierda que terminan legislando el aborto. Y esta torpeza no ocurre solamente en el ámbito político. En la misma curia vaticana ha sabido rodearse de personajes inútiles y de la peor ralea moral: Batistta Ricca, Gustavo Zanchetta, Edgar Peña Parra y Fabián Pedacchio son ejemplo acabado de la especial predilección pontificia por figuras con notorias limitaciones y debilidades.
Además, lo ocurrido en Buenos Aires deja en claro una vez más que el peronismo es un partido político con morfología de ameba, capaz de adaptarse a cualquier circunstancia que pueda favorecer su permanencia en el poder y el acrecentamiento de las riquezas de sus líderes. Bergoglio ha apoyado permanentemente a ese partido político, que contó con su ayuda y sostén para ganar las elecciones en 2019. Me pregunto si el pontífice compartirá también con ellos la misma morfología zoológica.
Dice un viejo refrán español que “No hay mal que por bien no venga”. El mal abisal del aborto traerá a los argentinos un pequeño beneficio: el papa Francisco no pisará suelo patrio en los próximos años.
InfoVaticana
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