jueves, 3 de diciembre de 2020

VIGANÒ: LA CIENCIA SE HA PROSTITUIDO A LOS INTERESES DE LA ÉLITE MUNDIAL

¡No se turbe nuestro corazón! Las maniobras de quienes actúan en las tinieblas están saliendo a la luz, manifestándose en todo su horror y revelando su origen perverso e infernal. Mentiras, engaños, violencia y muerte; ésta es la cruda realidad del mal ante la cual las personas de buena voluntad no pueden menos que horrorizarse.

Por Mons. Carlo Maria Viganò


«Terrible es Dios desde su Santuario, el Dios de Israel, el que da potestad y vigor a su pueblo» (Sal.68,35)

El pasado 19 de noviembre, Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, declaró que el covid supone la oportunidad de hacer un reseteo o reinicio mundial. Lo que hace Schawb en realidad es repetir servilmente lo que ya había afirmado Jacques Attail el 3 de mayo de 2009 en el semanario francés L’Express: «La historia nos enseña que la humanidad sólo evoluciona significativamente cuando tiene mucho miedo; empieza entonces por desarrollar mecanismos de defensa. Unas veces son intolerables (chivos expiatorios y totalitarismos), otras son inútiles (distracciones) y otras resultan eficaces (terapéuticas que, en caso necesario, se apartan de todos los principios morales precedentes). Después, una vez pasada la crisis, el miedo transforma esos mecanismos para hacerlos compatibles con las libertades individuales e insertarlos en una política de salud democrática». En aquel tiempo se trataba de la fiebre porcina, que según los medios habría debido de originar millones de víctimas y para la cual los estados compraron a las grandes empresas farmacéuticas millones de dosis de vacunas que jamás llegaron a utilizarse porque resultaron inútiles. Inútiles para todos menos para quienes las vendieron obteniendo unos beneficios incalculables.

Cabe preguntarse cómo es que un virus gripal que según datos recientes de la OMS tiene una tasa de mortalidad (0,13%) ligeramente superior a la de una gripe estacional normal (0,10%) pueda haber dado lugar a una declaración de pandemia y a una serie de contramedidas prácticamente idénticas en casi todos los estados europeos y del Nuevo Mundo. También habría que preguntarse el motivo por el cual los remedios para el covid suelen ser desacreditados, minimizados o prohibidos, mientras la vacuna es considerada la solución más eficaz. Habría que entender asimismo cómo es posible crear una vacuna teniendo en cuenta que –según declaraciones del CDC, el organismo estadounidense de control y prevención de enfermedades–, el virus todavía no ha sido aislado. ¿Qué antígeno se utiliza, si el SARS Cov-2 no se puede aislar y replicar? ¿Y qué confiabilidad merecen las pruebas PCR si sólo están calibradas para un coronavirus genérico? Si el pasado 19 de octubre el hospital Spallanzani de Roma anunció la experimentación de una prueba que distingue entre una gripe normal y el covid-19, ¿de qué han dado positivo los pacientes que hasta ahora se han hecho la prueba? ¿Quizás por eso algunos miembros de las juntas directivas de empresas como Moderna y Pfizer han vendido sus propias acciones?

Volvamos a las preguntas que muchos se habían planteado hace unos meses y a la denuncia que hice en las dos cartas que dirigí al presidente Trump: se manifiesta en toda su desconcertante realidad un plan mundial cuyos artífices, creando una injustificada alarma social sobre una presunta pandemia que según se ve no resulta peor que un síndrome gripal normal, como confirman datos oficiales de todo el mundo, se utiliza para provocar una tremenda crisis social y económica a nivel mundial y legitimar la drástica reducción de derechos fundamentales de la población. Es lo que explican los propios autores del Gran Reseteo, el reinicio mundial de la economía, de la sociedad y de la población.

Dentro de este plan, el covid desempeña un papel fundamental como excusa para justificar ante el tótem de una ciencia que se ha prostituido vendiéndose a los intereses de la élite después de haber abdicado de su misión de salvar vidas humanas, la privación de la libertad, la intromisión de los gobiernos en la vida privada y la instauración de un régimen pseudosanitario en el que, contra toda evidencia científica, se deciden el número de comensales, la distancia entre las personas y la posibilidad de comprar, vender, respirar y hasta rezar. Algunos, ante el silencio ensordecedor de la jerarquía, han impuesto el cierre de las iglesias o la limitación de las celebraciones religiosas, como si la casa de Dios fuera un cine o un museo, declarando al mismo tiempo servicios esenciales las clínicas aborteras. He ahí las paradojas de un poder extraviado, gestionado por personas corruptas de alma y vendidas a Satanás, que después de haber repetido obsesionadamente el mantra de la democracia y que el poder pertenece al pueblo, se ven obligados a imponer una dictadura contra el propio pueblo, todo por alcanzar unos objetivos encaminados a tutelar los intereses políticos y financieros de la élite. Los ricos se enriquecen más cada vez, mientras se va deshaciendo la clase media que constituye el tejido social y el alma misma de las naciones.

La Revolución Francesa acabó con la aristocracia occidental; la Revolución Industrial acabó con el campesinado y propagó la proletarización, la cual trajo consigo la desgracia del socialismo y el comunismo; la revolución del 68 demolió la familia y la escuela. Este Gran Reinicio deseado por la élite globalista representa la revolución definitiva para crear una masa informe de esclavos conectados a la red, confinados en casa, amenazados por una serie infinita de pandemias proyectadas por quienes ya tienen preparada la vacuna milagrosa. En estos mismos días, con la sincronía de un plan orquestado hasta sus más mínimos detalles bajo una dirección común, muchos teorizan la imposición de una vacuna cuya verdadera eficacia se desconoce, como tampoco las consecuencias que podrá tener. A la obligación de vacunarse deberá añadirse la de portar un pasaporte sanitario, de manera que quienes lo posean puedan desplazarse sin limitaciones, en tanto que quienes lo rechacen no podrán acceder a los medios de transporte, frecuentar restaurantes y otros locales públicos, colegios ni oficinas. No se ve que esto parezca una intolerable vulneración de la libertad personal; los legisladores no vacilan en desautorizar a los parlamentos para imponer sus tiránicas normas, porque saben que su poder se mantiene mientras obedezcan los planes del Gran Reinicio que han hecho suyos instituciones como la Unión Europea y la ONU.

Quedamos estupefactos ante un despliegue de fuerzas tan masivo y coordinado, desconcertados por la desfachatez de quienes en sustancia dicen que debemos aceptar sin replicar la dictadura de un grupo sin rostro que ejerce el poder, porque éste así lo ha decidido. Quedamos sin palabras ante el sometimiento de la izquierda mundial –así como del Partido Demócrata en EE.UU.– al plan mencionado, que no conoce límites ni frenos que lo impidan. Hasta el punto de organizar un golpe de estado electoral de tal alcance y gravedad que pone los pelos de punta. Al fraude manual de las papeletas de voto duplicadas, de los votos de difuntos, de ciudadanos que descubren que han votado mil veces y de empleados que manipulan resultados tapando con paneles de cartón las ventanas de los colegios electorales se añade el empleo de un aparato para el cómputo de los votos que no sólo está demostrando un uso fraudulento, sino que además ha sido proyectado a nivel de software para desplazar los votos de un candidato al otro mediante un complejo algoritmo.

Descubrimos que quienes están detrás de esta macroscópica estafa son siempre los mismos, siempre de la misma facción política, siempre sometidos a una misma ideología. Personas corrompidas en el intelecto y en la voluntad porque se han hecho esclavas de un tirano despiadado al haberse negado a obedecer a un Señor bueno, justo y misericordioso. Y por haber aceptado la esclavitud del pecado y la rebelión contra Dios, hoy quieren arrastrar a la humanidad entera a un abismo de muerte y desesperación. Es la miserable venganza de Satanás, que no pudiendo derrotar a Aquél que lo arrojó a los infiernos trata de arrastrar consigo a tantas almas como pueda para frustrar la obra de la Redención.

Los que creemos en Cristo, nuestro único Señor, no tenemos motivo para temer, aun contra toda lógica humana. Sabemos que, habiendo renacido por el Bautismo, ya no somos siervos sino hijos de Dios, y que conservando por la Gracia la amistad con Nuestro Señor, podemos confiar en Él, en su providente socorro y su poderosa protección. Ésta es, en definitiva, la verdadera libertad: la libertad de los hijos de Dios, que no obedecen su ley por temor sino por amor. No por obligación, sino porque adhiriéndose a la voluntad de Dios encontrarán su perfecto cumplimiento y su total realización. Porque toda alma ha sido creada para la mayor gloria de Dios, para la bienaventuranza eterna en premio por la fidelidad al Salvador.

¡No se turbe nuestro corazón! Las maniobras de quienes actúan en las tinieblas están saliendo a la luz, manifestándose en todo su horror y revelando su origen perverso e infernal. Mentiras, engaños, violencia y muerte; ésta es la cruda realidad del mal ante la cual las personas de buena voluntad no pueden menos que horrorizarse. Si Nuestro Señor se digna escuchar las plegarias de sus hijos, ese castillo de mentiras y fraudes se vendrá miserablemente abajo y sus artífices habrán de volver a esconderse para huir del rigor de la justicia y la execración de que serán objeto por los pueblos.

Vivimos momentos decisivos: sigamos rezando, recitando el Rosario, alimentándonos con la Sagrada Eucaristía y haciendo penitencia. La voz que se eleva en coro hasta la Divina Majestad será escuchada. No nos desanimemos, porque es en la hora de la prueba cuando el Señor nos da la oportunidad de manifestar nuestra fe en Él y contemplar la grandeza de su misericordia.

«Haré todo lo que pidiereis en mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn.14,13). 

Nuestro Señor lo ha dicho con claridad: todo. Pidamos, pues, al Padre en el nombre del Hijo, Nuestro Señor y Redentor, mediante la intercesión de su Santísima Madre, poderosa mediadora nuestra, que manifieste su gloria, exalte a la Santa Iglesia, conceda paz y prosperidad a los pueblos cristianos, se conviertan los pecadores y sean derrotados sus enemigos.


+ Carlo Maria Viganò, arzobispo




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