El 25 de diciembre de 1886, un joven Paul Claudel entró en la catedral de Notre-Dame de Paris ateo para dejarla como cristiano. Este relato autobiográfico enfatiza ese sentimiento de inocencia, de la eterna infancia de Dios que la Navidad celebra como un punto de inflexión para el corazón de Absoluto.
"Yo era el infeliz joven que fue a Notre-Dame el 25 de diciembre para asistir al Oficio de Navidad. Entonces estaba comenzando a escribir sobre las ceremonias católicas y encontraría un estímulo apropiado y material para algún artículo decadente. En estas condiciones, dando codazos entre la multitud, asistí a la misa solemne con poco placer. Luego, sin nada mejor que hacer, regresé por la tarde para las Vísperas. Los niños del Coro, vestidos de blanco, y los alumnos del Seminario Menor de Saint-Nicolas-du Chardonnet cantaban lo que luego supe que era el Magnificat. Yo estaba de pie entre la multitud, cerca del segundo pilar con respecto a la entrada del Coro, a la derecha, del lado de la Sacristía. En ese momento, sucedió el evento que dominaría toda mi vida. En un instante mi corazón se conmovió y creí. Creí con tanta fuerza de adhesión, con tanta elevación de todo mi ser, con una convicción tan poderosa, en una certeza que no dejaba lugar a ninguna duda que, después de eso, ningún razonamiento, ninguna circunstancia propia, ni mi atribulada vida podría ya sacudir mi fe o tocarla.
Leamos y reflexionemos sobre la historia que nos dejó el poeta y escritor francés sobre su conversión:
De repente tuve el sentimiento penetrante de la inocencia, de la eterna infancia de Dios: ¡una revelación inefable! Tratando -como he hecho a menudo- de reconstruir los momentos que siguieron a ese extraordinario momento, encuentro los siguientes elementos que, sin embargo, formaron un solo destello, una sola arma usada por la divina Providencia para finalmente llegar al punto de abrir el corazón de un pobre hijo desesperado: '¡Qué feliz es la gente que cree!'
¿Pero era verdad? ¡Era realmente cierto! Dios existe, está aquí. Es alguien, un ser personal como yo. Me ama, me llama. Las lágrimas y los sollozos habían brotado, mientras que la emoción se intensificaba aún más por la tierna melodía del Adeste Fideles '
¿Qué me importaba el resto del mundo, ante este nuevo y prodigioso Ser que se me había revelado? "
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