Por Horacio Velmont
Un estudio concluye que las pesadillas postraumáticas son clave en el diagnóstico del sídrome post-aborto de las mujeres que desconocen su origen y acuden a la consulta profesional con un cuadro agudo de estrés preguntándose por qué tienen estos sueños de contenido terrorífico.
Recientemente (esto está escrito el 12/12/20), Beatriz Sarlo hizo saber su postura favorable al proyecto de ley de “interrupción voluntaria del embarazo” basada en su propia experiencia, ya que en su adolescencia ha abortado tres veces y en todas las ocasiones sintió alivio.
Obviamente se trata de un caso donde la excepción confirma la regla, porque en realidad todas las mujeres que abortan sufren lo que se denomina “síndrome post-aborto”.
Las madres y los padres de hijos abortados sufren en soledad los sentimientos de desolación, de dolor, de culpabilidad, y frecuentemente sin admitirlos ni mencionarlos entre ellos mismos. La sociedad no otorga validez a sus insoportables sentimientos.
Recientemente se ha activado ese debate en Estados Unidos, por la proyección de un documental, “pretendidamente neutro”, que presenta -durante más de dos horas y media- testimonios y opiniones a favor y en contra del aborto; también muestra sin tapujos los diversos procedimientos abortivos.
Dejando de lado ese documental “que aunque sea un film de impacto no parece que vaya a aclarar nada sobre el valor de la vida humana”, lo que parece claro es que, después de la indefensa criatura a quien se mata, la segunda víctima del aborto es la mujer.
Casi todas las mujeres que han abortado -por no decir todas- están sufriendo o sufrirán tarde o temprano lo que se conoce como Síndrome Post-Aborto. Son síntomas parecidos a los que sufren los soldados que regresaron de la guerra del Vietnam, o los que ahora vuelven de Irak, mutilados físicamente y alienados mentalmente.
La misma angustia, la misma desesperación, la misma culpa: pesadillas, insomnio, alcoholismo, agresividad o depresión, psicosis… y suicidio. Siete veces más suicidio entre mujeres que habían abortado descubrió el Gobierno de Finlandia en un estudio de 1997 sobre una muestra de 9.129 mujeres tomada de la base de datos nacional, un estudio impecable y estremecedor.
A los ojos del mundo, no les pasa nada porque el aborto es “legal”, y por definición, lo que es legal debe ser bueno, y lo que es bueno no puede hacer mal. Ergo, a las mujeres que abortan no les puede pasar nada, y si les pasa es su problema, es que, además, son idiotas o están desequilibradas… pero no por el aborto, claro. La sociedad no puede admitir que una mujer esté atormentada por algo que la sociedad misma le ha procurado, no puede reconocer que le ha dado veneno para beber y que por eso, se está quemando por dentro.
Publicaré ahora la traducción española de un reciente artículo aparecido en The Human Life Review (Spring 2007), titulado “The Aftermath of Abortion Trauma”. Ha sido escrito por E. Joanne Angelo, Doctora en Medicina y ha sido traducido para arguments por el Profesor José Luis González-Simancas.
https://www.almudi.org/noticias-antiguas/4975-el-trauma-del-aborto-y-sus-secuelas
Por E. Joanne Angelo
En el ejercicio de la profesión, durante los últimos 40 años he ayudado a cientos de mujeres, hombres y niños que se dolían por la pérdida de un ser querido. El dolor y la tristeza son una experiencia humana universal, compartida por todas las culturas.
Cuando fallece una persona mayor querida, su pérdida es sentida profundamente por esposas, hermanos, hijos y nietos, y sus amistades. El proceso doloroso se alivia si se preveía la muerte y se había proporcionado un cuidado cariñoso al enfermo. Es más doloroso si había una relación discrepante con el fallecido, o si la muerte no se preveía, o resulta traumática.
Es más difícil sentirse afectado en otras situaciones, tales como la muerte inesperada por violencia, o por una catástrofe natural, o en caso de suicidio, especialmente si el cadáver se reduce a trozos mutilados o resulta imposible hallarlo para poder enterrarlo. Surgen entonces, espontáneamente, piezas escultóricas en el sitio del fatal accidente o de la catástrofe, donde la gente deposita flores, recordatorios y cartas, como puede verse en la Zona Cero de Nueva York.
La muerte de un chiquillo es la más difícil de sobrellevar por la familia y la sociedad. Algunos Directores de tanatorios me han dicho que cuanto menor es la edad del fallecido, mayor es la multitud que acude al velatorio y al funeral. A sus compañeros de clase y vecinos, así como a padres y hermanos les resulta duro aceptar y encontrar sentido a la pérdida de un niño. El gran grupo de apoyo que se reúne en torno a la familia les ayuda enormemente durante sus días de profundo dolor. En la tumba de un niño, una ve con frecuencia juguetes, caramelos y ramos de flores, pero el vacío que produce la temprana pérdida de una persona joven queda como una herida abierta durante muchos años, incluso por toda una vida.
El dolor que causa la pérdida de un niño prematuro es también una pesada carga para los padres y las familias. Las enfermerías para los cuidados intensivos de niños prematuros han elaborado programas para ayudar -a padres y personal- a encararse con la muerte de sus diminutos bebés. Equipos de enfermeras, médicos, asistentes sociales, capellanes y padres que han sufrido pérdidas similares, acompañan a la familia en su dolor y les ayudan a componer una pequeña caja memorial, en la que se incluyen fotos con el bebé en sus brazos, sus patines para los pies, sus ropitas, la pulsera de identificación del hospital, y los certificados de nacimiento y defunción. Se organiza un funeral y puede que un entierro, quizá en una fosa compartida con un familiar fallecido anteriormente.
Madres y padres que han perdido un niño por un aborto natural también sufren profundamente, aunque frecuentemente su dolor lo vivan en privado, o lo oculten. Un artículo de 2003, en la Revista Americana de Crianza Materno-Infantil, afirma: “Sabemos, por estudios sobre la mujer, que la pérdida natural del feto es un suceso que cambia la vida, y que las mujeres experimentan sentimientos de vacío, miedo, culpabilidad y tristeza. Tienen una mayor necesidad de apoyo y albergan muchos temores acerca de su futuro embarazo. Mantienen un elevado nivel de depresión y ansiedad, incluso un año después del suceso”. Temas recurrentes en mujeres que han sufrido un aborto espontáneo son el enfado y la frustración, el sentimiento de culpabilidad, sentirse sola, imaginarse que nadie podrá realmente comprender la profundidad de su dolor, y quedarse como atontada por el dolor.
Todas las mujeres incluidas en este estudio informaron sobre sus sentimientos de culpabilidad respecto a la causa del aborto espontáneo, aunque la mayor parte de ellas dijeron que sabían que, de hecho, probablemente no lo habían causado. En las primeras semanas de un embarazo, es frecuente que se produzcan sentimientos contradictorios que dificultan la triste situación que produce un aborto espontáneo. Con frecuencia estas mujeres pasan solas ese momento. Pero si lo comparten con alguien, los demás puede que no lo entiendan, y que respondan con algún comentario como este: “Debe de haber ocurrido algo terriblemente malo; es mejor que se haya producido de esa manera”, o bien, “Pronto tendrás otro bebé”. Las mujeres me cuentan sus sentimientos de vacío y desolación, o de sentirse incapaces de criar al niño. Y rumian interiormente sobre qué es lo que hayan podido hacer para que se produjese la pérdida: si demasiado ejercicio, si un vaso de vino, o poca alimentación, o una caída, o sentimientos negativos sobre el embarazo, e incluso el haber pensado en interrumpirlo.
La muerte de un niño por el aborto provocado es con mucho la más traumática de las pérdidas y del pesar consiguiente. La muerte es violenta y prematura, y el cuerpo queda desmembrado. Para esos padres no quedan restos, ni un niño que tener en brazos, ni fotos que conservar, ni una ceremonia religiosa, ni una tumba que visitar. Las madres y los padres de hijos abortados sufren en soledad los sentimientos de desolación, de dolor, de culpabilidad, y frecuentemente sin admitirlos ni mencionarlos entre ellos mismos. La sociedad no otorga validez a sus insoportables sentimientos.
La relación mutua entre padre y madre se deteriora con frecuencia, debido a sus actitudes contradictorias sobre el aborto y respecto del papel que cada uno ha tenido en ello. Dolor, culpabilidad, depresión, odio a uno mismo, abuso de medicamentos, le lleva a tener poca energía física o afectiva en sus relaciones personales, en el trabajo, o en el estudio. Sus vidas se revuelven y se vienen abajo.
Las mujeres que no pueden dormir por la noche, con pesadillas recurrentes de niños a los que se mata o se hace trozos, con frecuencia recurren al alcohol, a las pastillas somníferas o a las drogas ilegales para conseguir dormir. Imágenes que les recuerdan su experiencia vivida del aborto provocado les acosan durante años, provocadas por cosas tan normales en el día a día como el sonido de una aspiradora de limpieza, o del aparato de succión en la clínica dental, o el sonido de la música que escucharon en la clínica abortista, o ver a un niño en un anuncio en la televisión, o un examen ginecológico. Escenas retrospectivas que les hacen revivir el procedimiento abortivo que sufrieron. Les envuelve una ola de ansiedad, palpitaciones, hiperventilación, e hipersensibilidad al sonido.
Cada año, la fecha en que debía haber nacido el niño y el aniversario del aborto provocan dolor y sentimiento de culpabilidad. Los nuevos embarazos pueden ir acompañados con sentimientos de incapacidad para ser madre, lo que conduce a múltiples abortos. Y los fallecimientos en la familia provocan dolor y remordimiento por pérdidas pasadas también.
Los síntomas depresivos pueden hacerse insoportables y conducir a imaginar un suicidio, o a cometerlo realmente. Un reciente estudio longitudinal en Nueva Zelanda, donde el aborto es legal, siguió la trayectoria de más de 1.000 mujeres, desde su nacimiento hasta los 25 años. Cuarenta y uno por ciento de las mujeres de este grupo resultaron embarazadas antes de la edad de 25 años, con un 14,6% que llevaron a cabo abortos provocados. Las que abortaron acusaron índices elevados de subsiguientes problemas de salud mental que incluían depresión, ansiedad, conductas suicidas y desórdenes por abuso de bebidas o drogas. Estos índices eran significativamente más altos que los de problemas de salud mental en mujeres que no quedaron embarazadas, o que quedaron embarazadas y no procedieron a abortar. Estos hallazgos no cabría atribuirlos a los problemas de salud mental de estas mujeres jóvenes con anterioridad al aborto. Un estudio realizado en Finlandia encontró que el índice de suicidios de mujeres, un año después de cometido un aborto, (37,4 por cada 100.000) era casi seis veces mayor que el índice de suicidio entre las que tuvieron el nacimiento normal del niño (5,9 por cada 100.000) y significativamente superior al índice de suicidios cometidos en la población general de mujeres con edad adecuada para el embarazo (11,3 por cada 100.000).
También pueden alterarse las relaciones con otros niños, en familias en las que ha habido abortos. Los niños que han venido después pueden ser objeto de sentimientos maternos contradictorios o de una sobreprotección por parte de la madre. Saber que ha habido hijos que se han abortado por tener malformaciones puede llevar a que los otros niños crean que cualquier actuación por su parte que sea “menos-que-perfecta” puede ser también un motivo para ser rechazado. Los abuelos, amigos, orientadores y enfermeras escolares que aconsejaron abortar, así como los que practicaron el aborto, tampoco escapan de la onda expansiva de esta epidemia actual de dolor y culpabilidad.
Otras culturas también sufren las consecuencias del trauma abortivo. En Japón, a los niños abortados se les llama “bebés aguados” y creen que no quedarán libres para volver a Dios hasta que no sean rescatados por medio de oraciones ofrecidas en el templo budista por los monjes, y de los regalos de juguetes y caramelos que sus padres colocan ante las pequeñas esculturas de piedra que hay en los templos. En Taiwán, a los niños abortados se los considera como “bebés espíritu” que volverán para acosar a sus padres, destruyendo sus matrimonios y sus negocios, a menos que se ofrezcan oraciones por ellos en los templos.
Los cuarenta y cinco millones de abortos que se han producido en este país durante los 34 años transcurridos desde la sentencia Roe V. Wade, y los 1,2 millones más de cada año, han producido una charca desbordante de dolor en los corazones de mujeres y hombres que han perdido a sus hijos de un modo prematuro y violento; un dolor que, hasta recientemente, han estado ocultando con un gran coste emocional. Cuando los padres de niños abortados superan su silencio y nos cuentan la tragedia que ha supuesto el aborto en sus vidas, y la comunidad científica corrobora los síntomas con datos irrefutables de investigación, el estrago que el aborto ha provocado en nuestra sociedad ya no puede ser denegado.
Cuando se reconoce el aborto como el trauma que realmente es, y el tratamiento profesional, junto al apoyo compasivo y la atención pastoral, se hace posible para madres y padres, entonces los que han sufrido por el aborto pueden convertirse en los que, ya heridos, sanen a nuestra sociedad, proclamando, en silencio o a gritos, un “¡Nunca más!”. El lago de lágrimas se está vertiendo en una encrespada riada de dolor, lista para inundar nuestra cultura y lavarla hasta dejarla limpia.
Cuando se retire la riada, mi esperanza es que dejará sus riberas fértiles para una nueva vida: para una cultura de la vida que surgirá en nuestra tierra y se extenderá por todo el mundo.
Hace un tiempo hemos escrito un artículo que seguidamente transcribiré porque brinda algunas explicaciones que complementan lo hasta aquí expuesto.
Cienciología y el aborto
EL QUID DE PENALIZAR O DESPENALIZAR EL ASESINATO DE UNA CRIATURA
Así es, querido Watson, cigoto, embrión, feto,
bebé, niño, adulto: todos son la misma persona…
Dr. Ernesto Beruti, jefe de Obstetricia del Hospital Universitario Austral y del Hospital Público Materno Infantil “Ramón Sardá”
“No se trata de una ideología, una creencia o una postura política sino de una evidencia experimental. La ciencia ha probado con certeza que la vida humana comienza en el instante mismo de la fecundación del óvulo por el espermatozoide. Si interrumpimos este proceso vital en cualquier momento de su desarrollo, la ciencia ha demostrado que se elimina un nuevo ser humano”.
Desde el punto de vista científico ya está demostrado
que la vida comienza con la concepción, pero los abortistas
alegan, maliciosamente, que eso no está comprobado…
En Cienciología, y en base a los descubrimientos científicos de L. Ronald Hubbard, no se discute sobre el aborto, simplemente porque se ha demostrado, de modo irrefutable, que ya hay vida a partir de la concepción.
Quienes nos hemos “auditado” lo sabemos por propia experiencia. En efecto, en las sesiones de auditación es algo rutinario (aunque no exento de sorpresa, por supuesto) que uno se encuentre recorriendo todo el período de la gestación y la experiencia en la matriz hasta llegar al nacimiento.
Desde ya que me veo impedido de explicarlo porque para comprenderlo realmente hay que vivir la experiencia. Solo puedo decir que, después, uno sabe con toda certeza que a partir de la concepción ya hay vida.
Ronald Hubbard explicó la cuestión del aborto en su libro “Dianética, la ciencia moderna de la salud mental”, aunque haciendo mayormente hincapié, antes que en el aborto, en el intento de aborto y sus consecuencias posteriores, obviamente en quienes pudieron sobrevivir.
Cigoto, embrión, feto, bebé, niño, adulto: todos son la misma persona… El por qué la gente trata de abortar, es un problema que tiene su respuesta solo en la aberración, pues es muy difícil abortar a una criatura. Puede decirse que en el intento la madre misma tiene más riesgo de morir que la criatura, cualquiera que sea el método empleado.
¡El niño en el que se ha intentado el aborto está condenado a vivir con asesinos, de los cuales sabe reactivamente que lo son, a lo largo de su débil e indefensa juventud! Crea vínculos irracionales con los abuelos, tiene reacciones de terror contra todos los castigos, se enferma fácilmente y sufre durante mucho tiempo.
Una vez que una criatura ha sido concebida, no importa cuán “vergonzosas” sean las circunstancias, no importan las costumbres, no importan los ingresos; el hombre o mujer que intente el aborto de una criatura en estado prenatal, está intentando un asesinato que rara vez tendrá éxito y está poniendo los cimientos de una infancia de enfermedad y angustia.
Cualquiera que intente un aborto está cometiendo un acto en contra de toda la sociedad y del futuro; cualquier juez o médico que recomiende un aborto debería ser privado del puesto y del ejercicio inmediatamente, sea cual sea su “razón”.
Si una persona sabe que ha cometido este crimen contra una criatura que ha nacido, debe hacer todo lo posible para “aclarar” a la criatura tan pronto como sea posible, después de los ocho años, y, entretanto, debe tratar a esa criatura con la mayor decencia y cortesía de que sea capaz, con el fin de evitar que se reestimule el engrama. De otro modo, puede enviar a esa criatura a un hospital psiquiátrico.
Una gran proporción de niños supuestamente deficientes mentales son, en realidad, casos de intento de aborto, cuyos engramas los llevan a una parálisis de miedo o a una parálisis regresiva que les ordena no crecer y quedarse para siempre donde están.
Sin embargo, los muchos miles de millones que gasta anualmente América en hospitales para dementes y en cárceles para criminales, se gastan principalmente debido a abortos intentados por madres con algún bloqueo sexual, para quienes los hijos son una maldición, no una bendición de Dios.
La antipatía hacia los niños significa una segunda dinámica bloqueada. El examen fisiológico de cualquier persona que tenga tal bloqueo mostrará un desorden en los genitales o en las glándulas.
La terapia dianética demostraría la presencia de un intento de aborto o de una existencia prenatal igualmente espantosa, y aclararía al individuo.
El caso de la criatura que, mientras esto se está leyendo, todavía no ha nacido, pero en la que se intentó el aborto, no es desesperado. Si se le trata decentemente cuando haya nacido, y si no se le reestimula haciéndole testigo de disputas, crecerá y engordará hasta la edad de ocho años, que es cuando puede aclararse. Probablemente se sobresaltará mucho al saber la verdad, pero ese sobresalto y cualquier antagonismo que éste incluya se desvanecerán cuando se haya aclarado, y el amor por sus padres será mucho mayor que antes.
Todas estas cosas son hechos científicos, probados, comprobados y vueltos a probar. Y con ellos se puede producir un claro, del cual depende el futuro de nuestra raza.
Pero hay algo más, ya que no se trata solamente de la criatura, sino de la madre y de quienes participaron en el aborto o aun en el intento de aborto.
Incluso si hubiera una ley declarando impune el asesinato de las criaturas por nacer, ello no significará que no haya sanciones, aunque obviamente serán de otra categoría.
No estará de más reiterar lo que hace tiempo venimos diciendo, y es que los abortistas actúan falazmente al decir que la mujer debe ser dueña de su cuerpo y que eso le da derecho a asesinar al bebé.¡Pero resulta que el bebé no es su cuerpo y por lo tanto no tiene ningún derecho para disponer de él! Más claro échenle agua…
También los abortistas hacen hincapié en que la legalización del aborto hará disminuir las muertes de las embarazadas al evitar los abortos clandestinos. Esto tampoco es verdad y solo lo aducen para reforzar sus argumentos.
Pero sobre esto la falacia es evidente: tratan de apagar el incendio con gasolina o, en buen romance, tratan de solucionar un problema, que no hay duda que puede ser grave, a costa del asesinato de una criatura que no puede defenderse.
En otras palabras, en un platillo de la balanza ponen el drama de una violación, que nadie discute lo penoso que pueda ser, y en el otro a una criatura, eligiendo el asesinato de esta. ¡Vaya genialidad!
“Lo mejor es eliminarlo”…
Maldición, estoy embarazada, “lo mejor es eliminarlo”…
Horacio Velmont
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