Cuando se habla de oración, no hay nada más oportuno que hablar de la oración de las madres por sus hijos. Y para hablar de oración por los niños, nada es más oportuno que hablar de las oraciones de Santa Mónica pidiendo la conversión de su hijo Agustín.
Otra buena oportunidad: hablar de este tema exactamente el día de Santa Mónica y la víspera de la fiesta de su hijo San Agustín.
“Molestar” a Dios para pedirle gracia es un signo de fe
Dios ha establecido una ley: necesitamos pedirle las gracias necesarias en nuestra vida, para ser atendidos.
Jesús fue enfático: “Y yo les digo, pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llame, se le abrirá” (Lc 11, 8-10). Quien no pide no recibe.
Jesús dijo esto en la parábola del vecino que llamó a la casa del otro para pedir pan a medianoche, porque había sido visitado y se había quedado sin pan. Como el otro no quiso atenderle, Jesús dijo: "os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite".
¿Que quería enseñarnos Jesús con esas palabras?
Que deberíamos hacer lo mismo con Dios. ¡Importunarlo! Pero, ¿por qué Dios lo hace? Es saber si realmente confiamos en Él; si tenemos fe real, como aquella mujer cananea, que no era judía, pero que insistentemente le pidió que curara a su hijo endemoniado (Mt 15,22). Si pedimos una o dos veces, y no recibimos, y no pedimos más, es porque no confiamos en Él.
San Agustín nos enseña: “Dios no nos enviaría a preguntar si no quiere escucharnos. La oración es una llave que nos abre las puertas del cielo. Cuando veas que tu oración no se ha apartado de ti, puedes estar seguro de que la misericordia tampoco se ha apartado de ti. Los grandes dones exigen un gran deseo porque todo lo que se logra fácilmente no se estima tanto como lo que se deseaba durante mucho tiempo. Dios no quiere darte lo que pides, para que aprendas a desear con mas ganas”.
Dios ha establecido una ley: debemos pedirle las gracias necesarias en nuestra vida, para que podamos ser atendidos. Inoportunarlo es un signo de fe, de confianza en Dios.
San Agustín siempre estuvo agradecido por la oración perseverante de su madre
Nadie como san Agustín comprendió la fuerza de la oración de una madre por su hijo; porque durante veinte años su madre Santa Mónica oró por su conversión y tuvo éxito. Incluso cuenta esto en su libro "Confesiones".
Dice que ella iba tres veces al día ante el Tabernáculo de Hipona y le pedía a Jesús que su Agustín se convirtiera en "un buen cristiano". Era todo lo que ella quería, no le pedía que fuera sacerdote, obispo, santo, doctor de la Iglesia y uno de los más grandes teólogos y filósofos de todos los tiempos. Pero Dios quiso darle más.
Dios quería que Agustín fuera este gigante de la Iglesia, por eso necesitaba que Santa Mónica rezara más y sin desanimarse. Y Santa Mónica no se desanimó, por eso hoy tenemos este gigante de la fe. Si hubiera dejado de orar... su hijo no se hubiera convertido. Y no tendríamos al Doctor de la Iglesia.
"... es imposible que Dios no convierta a un hijo después de tantas lágrimas" y de tantas oraciones
Cuando Agustín dejó el norte de África y se convirtió en el portavoz oficial del emperador romano en Milán, ella fue tras él. Tomó el barco, cruzó el Mediterráneo y fue a rezar por su hijo. Un día fue ante el obispo de Milán, llorando, para decirle que no sabía qué más hacer por la conversión de su Agustín, que el obispo bien conocía por su fama. El obispo simplemente respondió: "Hija mía, es imposible que Dios no convierta un hijo después de tantas lágrimas".
Y sucedió. San Agustín, al escuchar la predicación de san Ambrosio, obispo de Milán, se convirtió; fue bautizado por él y pronto fue ordenado sacerdote, elegido obispo y uno de los santos más grandes de la Iglesia. Todo porque esa madre no se cansaba de rezar por la conversión de su hijo ... ¡durante veinte años!
San Agustín dijo en "Confesiones" que las lágrimas de su madre ante el Señor en el Sagrario eran como "la sangre de su corazón destilada en lágrimas en sus ojos".
Lo que enseña la Iglesia sobre la oración
La Iglesia enseña: nuestra oración debe ser humilde, confiada y perseverante. Humilde como la del publicano que se golpeó el pecho y pidió perdón ante el orgulloso fariseo; confiada como la de la madre Cananea y perseverante como la de Santa Mónica. Dios no puede resistir las lágrimas y las oraciones de una madre que reza así.
¿Cómo deberían ser los padres católicos?
San Agustín resume la vida de su madre con estas palabras: “Cuidó de todos los que vivimos juntos después del bautismo, como si fuera la madre de todos; y nos sirvió como si fuera la hija de cada uno de nosotros”.
El ejemplo de Santa Mónica quedó tan impreso en la mente de San Agustín que, años después, recordando ciertamente a su madre, exhortó: “Busca con cuidado la salvación de los de tu casa”.
Se ha dicho de Santa Mónica que fue dos veces la madre de Agustín, porque no solo lo parió, sino que lo rescató para la fe católica y para la vida cristiana.
Así deben ser los padres cristianos: dos veces los padres de sus hijos, en su vida natural y en su vida en Cristo.
(Editorial Gaudium Press, basado en el artículo “El poder de la oración de una madre”, del profesor Felipe Aquino)
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