lunes, 11 de mayo de 2020

LO QUE VIENE (II)

Podemos analizar el pontificado de Francisco y lo que vendrá después desde dos perspectivas. Una, más inmediata, que nos presenta un papado catastrófico provocado por la irresponsable elección de los cardenales en el cónclave de 2013. 

Jorge Bergoglio, como Carlos Argentino Daneri, el personaje de El Aleph, es “autoritario e incompetente”. Como dije desde el mismísimo día de su elección, se trata de un orillero astuto que, aprovechándose de las circunstancias del momento, logró vender una imagen de manso pastor de ovejas. Basta ver el vergonzoso documento dirigido a los movimiento sociales que publicó el domingo de pascua para demostrar por enésima vez lo que sostengo: es un simple puntero peronista.

Pero también es posible ampliar el zoom y considerar al pontificado francisquista con una mayor lejanía, desde cierta altura. Y desde esta perspectiva —que es más importante que la anterior—, la elección de Jorge Bergoglio fue lo mejor que le pudo pasar a la Iglesia, y muestra la asistencia del Espíritu Santo que es capaz de sacar grandes bienes de grandes males. 

El Papa Francisco puso en evidencia planetaria lo que Juan Pablo II y Benedicto XVI habían logrado ocultar: el verdadero rostro de la iglesia. De sopetón, caímos en la cuenta cuál era la situación del episcopado, de la clerecía y de los laicos pollerudos. Bergoglio es el epígono de todos ellos. No es peor; diría incluso que es bastante mejor que la mayoría. Su torpeza, su rampante vulgaridad y su empeño permanente a colocar a paletos obsecuentes en los puestos de conducción de la grey de Cristo no ha hecho más que revelar qué es lo que se escondía bajo las simpáticas manifestaciones multitudinarias que arroparon el pontificado polaco, y bajo el boato y el empaque de intelectualidad que lo hicieron bajo el alemán: la inanidad de una enorme multitud de obispos y sacerdotes que habían perdido la fe y habían transformado su ministerio y la iglesia misma en una organización de ayuda humanitaria, con las suficientes pinceladas de religiosidad a fin de permitirles seguir medrando de los fieles y viviendo cómodamente de seculares prebendas y canonjías.
Como escribía hace dos años Peter Kwasniewski, “Francisco ha proyectado una claridad, imposible de poner razonable (o no razonablemente) en duda y, aún más, febrilmente amplificada, sobre la absoluta bancarrota del “catolicismo del Vaticano II”, con su liturgia peso ligero, su frívola oposición al mundo, el demonio y la carne, y su continuo compromiso con los poderes liberales dominantes”. Este pontificado puso en evidencia el resultado del experimento del Vaticano II, siendo Bergoglio mismo un hombre del Concilio y siendo la mayor parte de sus obispos y sacerdotes cocidos en ese mismo horno. El espectáculo que comenzamos a ver con dolor hace años de cardenales, obispos, sacerdotes y monjes entregados a las más grandes perversiones sexuales, protagonistas de escándalos financieros y compromisos con el mundo, se magnificó gracias a la epidemia. Los pastores que hacían gala de su amor por las ovejas no solamente se refugiaron en sus guaridas, sino que prohibieron a sus sacerdotes salir de las suyas a fin de no quedar ellos mismos expuestos como cobardes. 

En Argentina al menos, acuden al pretexto de “no romper la unidad eclesial”, es decir, de no romper el pacto de cobardía que firmaron al comienzo de la cuarentena y que servilmente rubricaron ante las autoridades civiles, esas mismas que se aprestaban a aprobar la ley del aborto por estos meses. Esta es la iglesia del Vaticano II. Esta es la iglesia que nos deja Francisco.

Le convendría al Santo Padre, simpatizante de la medicina china, aplicarse el proverbio oriental que aconseja “Vive mucho, muere rápido”. Y él ya vivió mucho.

Podría recurrir aquí a otro refrán, esta vez occidental, y retrucar: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”, y razón habría de temer lo que deparará la próxima fumata bianca. La mayoría de los cardenales electores han sido nombrados por Francisco. La lógica indica que el próximo papa será de la misma catadura del porteño. Yo me permito albergar alguna esperanza y estos son mis argumentos:

1. En general, las sociedades tienden a alternar los signos políticos o ideológicos de sus líderes. Se trata, es verdad, de un argumento externo, pero no despreciable.

2. El francisquismo morirá el mismo día en que muera Francisco. “Muerto el perro, se acabó la rabia”. Esa es la ventaja de los regímenes monárquicos absolutos, como el de la iglesia. El líder se agota en sí mismo. Desaparecido éste, surge otro que centraliza las adhesiones. El francisquismo es como el coronavirus: vive apenas tres horas en el aire y puede ser fácilmente neutralizado con un poco de jabón o lejía.

3. Los obispos y cardenales de las últimas décadas (o de los últimos siglos) adhieren religiosamente al marxismo (de Groucho, no de Karl): “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. Hemos visto las cabriolas que ejecutaron obispos de todo el mundo cuando Francisco sustituyó a Benedicto. En Argentina conocemos muchos casos; en este blog hablamos del de Mons. Eduardo Taussig. En España, todos conocen el caso del cardenal Carlos Osoro, que de conservador y fiel ratzingeriano mientras ocupaba la sede de Oviedo, lo que le valió la más prestigiosa de Valencia, se convirtió en el más ferviente bergogliano en cuestión de días, lo que le fue pagado con la deseada sede de Madrid, y no tendría problema alguno en hacer otra voltereta si la fuerza del próximo cónclave se lo aconsejara.

4. Finalmente, no puede obviarse el instinto de conservación personal y comunitario que tienen los cardenales como cualquier otro ser animado. Me resulta difícil de creer que se les ocurriera suicidarse eligiendo como papa, por ejemplo, al cardenal Tagle. El simpático chinito no pasa de ser una pintoresca anécdota bergogliana. Es probable, en cambio, que elijan a una persona con liderazgo en serio y demostrado. Es decir, quien haya demostrado poseer los principios que ellos no tienen pero que saben que se necesitan. No hay muchos. Se me ocurre el cardenal George Pell que, a pesar que muchos digan que está acabado por las acusaciones que tuvo que enfrentar y por el cruel desplante que le propinó Francisco luego de su absolución, yo no estoy tan seguro que así sea. Creo más bien que estos dos factores pueden ser lo que más lo fortalezcan a la hora de un cónclave: se enfrentó en serio a las mentiras del mundo, se enfrentó a los poderes oscuros que manejan las financias vaticanas y se enfrentó a Bergoglio, tres preseas que pueden ser muy valorados en los tiempos por venir.

Sé que estas reflexiones pueden no más que de un wishful thinking, pero también sé que pueden no serlo.


Wanderer


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