Son ya demasiados domingos sin Misa para el común de los fieles. Quiero escribir sobre lo duro que es no poder estar en el Gólgota. No poder acompañar a Jesús. No poder recibirle.
Por José Castro Velarde
El cristiano no tiene miedo a la muerte. Pero sí a la forma de morir. Estos días me he imaginado que el virus podía atacar a mi madre. Es una víctima potencial. Y me he imaginado lo duro que sería que pudiera morir sola, sin la presencia de sus hijos, familiares y amigos. Pero sobre todo sin la presencia de El.
Claro que estará habitando en la persona en gracia y también estará espiritualmente. Pero los enfermos, ancianos y moribundos, salvo excepciones privilegiadas, están solos y privados de los últimos sacramentos.
Soy un sencillo fiel. No tengo Teología. Hablo sin querer criticar. Solo plasmar lo que siento. Te echo de menos Jesús.
Puedo ir a comprar la comida que perece, con las debidas medidas de seguridad. Pero no puedo ir al Gólgota. Ni te puedo recibir. Esa es la Comida que verdaderamente necesito. La que no se marchita y de verdad me transforma.
No puedo ir a contarte mis pecados para que me los perdones. A darme el baño que de verdad me limpia. A escuchar eso de lo malo que pueda sufrir sea remedio de mis pecados y prenda de vida eterna, incluso aunque sea un virus.
Entiendo las medidas decretadas por las autoridades. Pero me duelen tanto Señor. ¿Por qué? ¿No cabe racionalizar el uso de las Iglesias? No serían muchos los fieles que acudirían, que además podrían adoptar las medidas necesarias para la prevención.
Estudié en mi colegio, y lo refrendó el Catecismo de la Iglesia Católica, que “los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina” (1131). No podemos vivir sin la misma, sobre todo los débiles y pecadores.
Los sacramentos son el canal privilegiado para recibir la gracia. Claro que Dios puede hacer lo que quiera. Podrá, digo yo, dispensar su gracia como le venga en gana. A Alguna la hizo Inmaculada. Pero precisamente lo que quiso es que los sacramentos fueran el medio por el que recibir su gracia, la vida divina. Y ahora no los tenemos.
Qué mundo más triste. Parece el escenario pensado idealmente por un laicista.
Por eso quisiera dar las gracias a tantos sacerdotes que se están desviviendo para ayudar a sus fieles. A los que llevan la Comunión. A los que confiesan. A los que nos bendicen desde los tejados. Especialmente a los que han sacrificado su salud y sus vidas. Dios se lo premiará, estoy seguro.
Estamos aplaudiendo a los que de forma elogiable se están desviviendo por todos en sus puestos de trabajo en los hospitales. Ojalá pudiera salir al balcón también a ver pasar a Jesús sacramentado que pasa bendiciendo nuestras calles, nuestra ciudad.
Termino con algunas referencias adicionales al catecismo:
1.116.- Los sacramentos, como «fuerzas que brotan» del Cuerpo de Cristo (cf Lc 5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son «las obras maestras de Dios» en la nueva y eterna Alianza.
1.127.- Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan.
1.128.- (…) Siempre que un sacramento es celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de Cristo y de su Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la santidad personal del ministro. Sin embargo, los frutos de los sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe.
Que termine pronto esta prohibición, Señor.
Actuall
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