sábado, 18 de abril de 2020

SERÁ SI DIOS QUIERE

En la cultura tradicional cristiana, cuando uno se despide de otra persona, dice siempre “hasta mañana, si Dios quiere”. O si planifica algún evento, un cristiano de bien señala siempre que el acto se celebrará “Dios mediante”. La frase “si Dios quiere” no es baladí para un creyente.

Por Pedro L. Llera

Ni mucho menos. Resulta fundamental, porque nosotros creemos que nuestra vida y la historia entera está en manos de Dios y no en las nuestras. Uno vive mientras Dios quiere y nadie sabe el día ni la hora en que el Señor lo va a llamar a su presencia.

Pero el hombre moderno ateo o agnóstico se ha convencido de que Dios no existe; que Dios ha muerto; y si no ha muerto, Dios resulta irrelevante: vive al margen de sus criaturas, guarda silencio, no interviene en la historia, nos permite hacer lo que nos dé la gana. Dios no premia ni castiga. No hay cielo ni infierno. Dios calla y no hace nunca nada. Así que, si Dios existe, es como si no existiera. Hay, en el mejor de los casos, un dios estúpido que lleva a todos los hombres al cielo, hagan lo que hagan, hayan hecho lo que hayan hecho, hayan vivido como hayan vivido, hayan cumplido los mandamientos o hayan vivido como impíos, degenerados, injustos, asesinos o ladrones: se hayan arrepentido o no. Todo da igual…

El hombre moderno se cree Dios. Cree que se puede hacer a sí mismo a imagen y semejanza de sus propios deseos. “Haré mi voluntad y no la voluntad de Dios”. “No obedeceré”. Obedecer es humillante. Sería como reconocer que el ser humano no lo puede todo y que hay Alguien o algo por encima de él. Y el ser humano moderno cree que es la medida de todas las cosas y que él está por encima de todo; por encima del bien y del mal; por encima de la propia naturaleza… Por encima del propio Dios, si es que existe…

Cree el hombre moderno que el paraíso lo va a crear él mismo en la tierra. Porque, en realidad, no hay esperanza en un más allá. No hay transcendencia. No hay nada que vaya más allá de la realidad natural (nada metafísico). La salvación tiene que ser puramente natural (naturalismo), inmanente: el paraíso estará aquí, en este mundo. El hombre será dios y todos juntos construiremos un mundo mejor: sanidad y educación gratis para todos; renta básica universal, aprobado general para todos (que no sea necesario trabajar ni esforzarse: esa es una maldición de Dios), una mansión en Galapagar con piscina para todos y también dos huevos duros.

El paraíso terrenal será una bacanal, una orgía permanente, donde todo será placer y felicidad; bienestar, lujo y descanso. Y cuando llegue la enfermedad, el dolor o el sufrimiento, la solución es la sedación, la droga, los antidepresivos, los ansiolíticos; y, llegado el final, la eutanasia (la sedación final). “Caminamos hacia un futuro que será siempre mejor que el presente y que el pasado. Hoy es mejor que ayer y mañana vendrá el paraíso.” El progreso es el gran mito, la gran mentira de la modernidad.

Pero toda esa farsa de la modernidad se ha venido abajo de la noche a la mañana por culpa de un virus. La pandemia ha puesto el mundo patas arriba. Creía el mundo que esas epidemias eran propias de la Edad Media. Y ahora tenemos muerte, enfermedad, crisis económica como nadie recuerda… Y lo que vaya a venir…

Como creyente, no puedo sino esbozar una sonrisa sarcástica cuando escucho los eslóganes del momento: “Todo va a salir bien”, “Juntos derrotaremos al coronavirus”, “Todos juntos saldremos de esta crisis”.

Titula el periódico de hoy:

“Vuelta a la actividad en dos fases, verano y fin de año, y por sectores”.

“El gobierno prevé que la normalidad total no llegará hasta fin de año”.

Hay quien anuncia que el Tour de Francia se celebrará en septiembre y quienes dicen que los niños volverán al colegio en junio. Y quienes dan por hecho que en septiembre volverá todo a la normalidad…

¡Cuánta soberbia! ¡Cuánta arrogancia! Nadie sabe lo que nos depara el futuro. Nadie sabe cómo va a evolucionar esta epidemia. Nadie sabe si vamos a encontrar una vacuna o un tratamiento contra esta enfermedad ni cuándo va a ser eso. Nadie sabe cómo va a evolucionar el virus en verano. Nadie sabe si va a haber rebrotes o mutaciones del virus. Nadie sabe si vamos a volver al colegio en junio ni en septiembre. Nadie sabe cómo va a ser el mundo después de esta pandemia. Nadie sabe hasta dónde llegarán las consecuencias económicas de esta crisis. Nadie sabe si detrás de la epidemia vendrán el hambre o la guerra o si esto se quedará en una simple batallita que le contaremos a los nietos dentro de unos años. Nadie sabe nada. Sólo Dios sabe.

Todo saldrá bien, si Dios quiere. Juntos derrotaremos al coronavirus, Dios mediante. Todos juntos saldremos de esta crisis, si esa es la voluntad de Dios. Porque Dios es Todopoderoso: es el principio y el fin de la Historia. La Divina Providencia lo rige todo y todo es para bien de los que creen en Dios. Dios hace salir el sol sobre justos y pecadores. Dios permite que la cizaña crezca junto al trigo. Pero el Señor hará justicia, porque Él es la Justicia, el Bien y la Verdad.

La gente le tiene miedo a la muerte. Pero a lo que hay que tener miedo es al pecado. Para el justo, la muerte significa encontrarse con su Salvador y Señor. Para el pecador no convertido, significa el comienzo de su condenación eterna. Pero los pecadores irredentos, los impíos, no creen. Y aunque resucitara un muerto para advertirles, no creerían. Están ciegos por culpa de sus propios pecados.

De esta crisis saldremos, si Dios quiere. Que el Señor nos libre de esta peste maldita. Pero estemos preparados. Y roguemos a Dios que nos libre del mal, de la epidemia, de las enfermedades; pero, sobre todo, del pecado mortal.

De esta crisis nos libraremos, si Dios quiere. Imploremos al Señor y lloremos por nuestros pecados. Ya no hay posibilidad de confesarse ni de ir a Misa y comulgar. 

Señor, apiádate de nosotros. 
Ten misericordia de tu pueblo. 
No nos castigues como merecen nuestros pecados. 
No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia.

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.




Santiago de Gobiendes


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