“Si Dios no existe, todo está permitido” |
Por Pato Acevedo
Esta sentencia resuena en nuestra conciencia, y la convicción fundamental de que nuestros actos no son neutros, somos más humanos y libres cuando hacemos el bien y evitamos el mal.
Es un argumento poderoso, por su sencillez y universidad. De una u otra forma, todos hemos sufrido los efectos de la conducta inmoral de otros, y también nos hemos arrepentido de nuestro propios actos. ¿Acaso toda esa energía emocional no es más que una peculiar forma de locura colectiva?
Según Nietzche, lo es, y la humanidad que fue capaz de matar a Dios, ahora es libre de esa clase de atavismos. El problema es que eso no es más que una declaración de principios, que contradice toda nuestra experiencia diaria. Lo mismo se podría negar que el sol brilla. Doscientos años después de Nietzche, la vida pública es más exigente que nunca en exigencias éticas a los políticos y gobernantes. Incluso renegando de Dios, movimientos como el feminismo o el ambientalismo son profundamente moralistas y moralizantes.
En 1795, el precursor del liberalismo Adam Smith en su “Teoría de los sentimientos morales”, intentó otra salida: que las conductas que reconocemos como éticas surgen de la empatía. Según Smith, el ser humano es un ser social, predispuesto a empatizar con los demás, sentir placer por la felicidad de otros, e inquietud cuando están tristes. Esa emoción favorece la colaboración al interior de una comunidad, en empresas que van más allá de nuestro directo beneficio individual, y conduce a la prosperidad colectiva, que luego deriva en nuestra propia prosperidad. Es paradójico, pero según esta teoría, el sentimiento moral acaba siendo racional incluso desde un punto de vista estrictamente personal.
Siglos más tarde, las ideas de Smith parecían encontrar respaldo en la biología, particularmente con su teoría de la evolución y su énfasis en la supervivencia. En efecto, se observó que en muchas especies, sobre todo mamíferos, los animales actuaban de formas que en humanos llamaríamos altruistas. Había comportamientos que favorecían la comunidad y continuidad del grupo, y no tanto el beneficio inmediato del sujeto. Así, se postuló que el sentimiento de empatía se fundamenta en un instinto que surgió gracias al proceso evolutivo y para asegurar a la supervivencia de la especie.
Otros explican el sentimiento moral en base a los convencionalismos sociales. Según esta hipótesis, la moral se desarrolla en las comunidades humanas, como una expresión de su deseo de seguir existiendo, y por lo tanto rechaza todo lo que la ponga en peligro. Sería ético, entonces, proteger la vida de los ciudadanos y sus condiciones fundamentales de desarrollo, y también respetar y defender los símbolos patrios. Estos principios se imprimen a tan temprana edad, a través de la educación, que el individuo los considera parte de la realidad objetiva, incapaz de sobreponerse a ellos. La mente del niño generaliza sus experiencias de lo correcto e incorrecto, y extrae normas que luego eleva a la categoría de universales. Se crea así la ilusión de un legislador moral que todo lo observa.
Siendo todas estas teorías interesantes de considerar, creo que nada dicen acerca del argumento moral, como prueba de la existencia de Dios. Especulan acerca de dónde surge la moral, o cómo la conocemos y sentimos, pero nada aportan en cuanto a lo más importante: su fuerza obligatoria.
Es muy probable que el sentimiento moral a veces esté vinculado a la biología o a la cultura. Pienso en el instinto maternal, que se suele observar en muchas especies de mamíferos, de un modo completamente altruista, y es difícil sostener que una madre (humana) que protege a sus hijos en peligro, al menos en parte lo hace siguiendo ese mismo patrón. Un instinto, sin embargo, podemos ignorarlo y no pasa nada. En el ámbito cultural, también hay un montón de reglas que aprendemos de niños, como saludar a la bandera o circular por la derecha, pero de nuevo, si alguna vez dejamos de hacerlo no parece que sea tan importante, o pongamos en riesgo a toda la comunidad.
La moral es algo diferente, algo… más. Me refiero a que, sin importar su contenido específico, todos experimentamos sus exigencias como un imperativos absolutos. La ética no contiene meras sugerencias o buenas ideas para llevar una vida más larga y plena. De alguna forma, todos entendemos que sus normas tienen una validez o alcance universal… incluso pondríamos decir cósmico.
Alguien podría decir “violé a una mujer, porque no hacerlo es apenas un instinto y puedo ignorarlo, porque al universo no le importa lo que yo haga entre millones de estrellas y planetas; y no afecta el bienestar social”, y con justicia lo consideramos un monstruo. Toda agresión sexual es objetivamente mala, y eso es cierto aun si no existe empatía en el agresor o el contexto cultural que inserte esa idea en su mente. Incluso si no podemos condenar al responsable por incapacidad mental, nadie le diría a la víctima que lo sufrido fue solo mala suerte. Violar a una persona es un mal moral siempre.
Es esa objetividad la que distingue a la moral de una mera sugerencia. Es el carácter universal y absoluto de las normas éticas la que las diferencia de una preferencia cultural. O, lo que es lo mismo, es su carácter obligatorio lo que exige reconocer la existencia de un divino legislador.
Si un ateo me quiere replicar que no es así, que la moral no es obligatoria, está bien. Es una posición razonable, sobre todo considerando que el universo visible el Universo visible tiene al menos 93.000 millones de años luz de ancho, ha existido por 13.500 millones de años y seguirá expandiéndose por muchísimos millones de años más hasta acabar en un frío absoluto. En ese contexto ¿A quién podría importarle el Holocausto? ¿o el exterminio Armenio? ¿o los miles de delitos que se cometen día a día? Todo está permitido… si no hay un divino legislador. Solo nos resta por explicar, si queremos, cómo fue que nuestra especie se metió en esta ilusión colectiva que llamamos ética. Si queremos, porque saberlo tampoco hará ninguna diferencia.
Esa respuesta, si bien es coherente hasta cierto punto, tanto como podría serlo el que vivimos en la Matrix, pero no es nada de obvia ni intuitiva para el 99% de la humanidad. Si el resto de nosotros no estamos locos, si nuestra indignación moral ante el genocidio, el abuso infantil, o la destrucción del planeta corresponde a algo real, hay algo que decir acerca de Dios.
Si la ética va más allá de mis instintos o de la comunidad que me educó, debo reconocer que existe relación relevante capaz de obligarme, que no es biológica ni social, sino espiritual. Y si esa realidad espiritual se interesa en mi conducta, por definición debe ser una entidad personal, no una mera fuerza o principio. Y si sus dictados son absolutos, válidos en todo tiempo y lugar, esa clase de mandatos solo pueden provenir de un ser absoluto, eterno e infinito.
Si hay algo que nos esté prohibido no solo porque es inconveniente aquí y ahora, sino porque es malo siempre y en todo lugar, Dios existe.
La Esfera y la Cruz
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