Los millenials han dado el portazo a las creencias de sus padres y abuelos pero, a la vez, se han entregado con fe ciega a una nueva 'religión'. Son terriblemente críticos con El Vaticano y con la Iglesia, pero contemplan con inusitada ingenuidad a la ONU.
Por Álex Navajas
Es curioso. Los millenials han dado el portazo a las creencias de sus padres y abuelos; se han rebelado contra todo dogma, mandamiento, tabla de la ley, credo y moral; han cuestionado hasta el detalle más nimio del sistema de creencias de sus antepasados pero, a la vez, se han entregado con fe ciega a una nueva religión que tiene su mayor valor en el cuidado de la Tierra y el ecosistema y que les exige, en ocasiones, sacrificios más severos que aquellos que oprimían a sus padres y abuelos.
Nos demuestran, sin quizás ellos darse cuenta, que todo ser humano debe trascender a sí mismo y buscar algo superior, es decir, un sentido a la vida
Será una moda, más o menos efímera, que pasará, pero por ahora les hace sentirse en la cresta de la ola, que es el mayor afán de un joven. Aunque, como observaba Oscar Wilde, “no hay nada más peligroso que creerse demasiado moderno. Corre uno el riesgo de quedarse súbitamente anticuado”. Pero ellos no ven eso ahora.
Critican que sus antepasados creyeran a curas y monjas y que, según ellos, no pensaran por sí mismos, pero compran sin ambages toda la mercancía ideológica averiada que les ofrecen los gurús de moda y las estrellas del momento. Son terriblemente críticos con El Vaticano y con la Iglesia, a los que consideran los causantes de casi todos nuestros males, pero contemplan con inusitada ingenuidad a la ONU y demás organismos internacionales como instituciones de luz, henchidas de bondad y de deseos de felicidad para todos los hombres y mujeres.
Pero volvamos a nuestros millenials veganos que nos demuestran, sin quizás ellos darse cuenta, que todo ser humano debe trascender a sí mismo y buscar algo superior, es decir, un sentido a la vida, un motivo para vivir. Les han imbuido de una nueva ética, donde el pecado consistiría en comer carne. Ni los Padres del Desierto llegaron tan lejos en sus penitencias. Detrás, tan solo hay un argumento sentimental: el animal sufre. Y, como sufre, yo no tengo derecho a hacerle daño.
Hace unos días, la cantante Rosalía, que ha entrado como un huracán en el panorama musical y es adorada por millares de jóvenes y adolescentes, cometía el pecado de posar con un abrigo de pieles de zorro. Los tuiteros de todo el mundo la declararon anatema y la quemaron en la hoguera de las redes sociales. A los pocos influencers que osaron defenderla les esperó la misma suerte.
Tenemos una juventud tremendamente devota, sumisa, observante y cumplidora de unas normas que han impuesto las nuevas iglesias y religiones, que son los organismos internacionales y los poderes económicos y políticos. Eso solo demuestra que los jóvenes andan sedientos de valores de trascendencia, de llenar su vida con algo que valga la pena. Solo que parece que los malos se nos han adelantado.
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