miércoles, 19 de junio de 2019

LA ENTREVISTA CONCEDIDA POR MONSEÑOR VIGANÒ AL WASHINGTON POST

La voz de monseñor Viganò tuvo un impacto mundial, y se ha impuesto como un testimonio que no puede ser desechado ni subestimado.

Por Roberto de Mattei

La extensa entrevista concedida por monseñor Viganò a Chico Harlan y Stefano Pitrelli en el Washington Post del pasado día 10, con el título de “El arzobispo Carlo Maria Viganò concede su primera entrevista” de cierta extensión desde que pidió al Papa que dimitiera, revista una importancia excepcional por diversos motivos:

Para empezar, el más importante es que la entrevista pone de relieve el rotundo fracaso de la estrategia vaticana de guardar silencio en cuanto a las detalladas acusaciones del ex nuncio en Estados Unidos. Los portavoces de la Santa Sede estaban convencidos de que las revelaciones de monseñor Viganò podían llegar apenas a un público reducido que no tardaría en olvidar la momentánea impresión. No ha sucedido así.

El Washington Post es uno de los diarios más leídos del planeta. Cuenta con millones de lectores, y durante casi tres días la entrevista al arzobispo ha sido el artículo más leído en su página web. La voz de monseñor Viganò ha tenido un impacto mundial, y se ha impuesto como un testimonio que no puede ser desechado ni subestimado.

En segundo lugar (y esto está relacionado con el motivo anterior), el Washington Post considera al prelado un testigo de relevancia histórica cuya credibilidad nadie puede poner en duda. El arzobispo no habla de los problemas teológicos suscitados por documentos como Amoris laetitia, sino que se limita a exponer datos que conoce: la existencia de una mafia corrupta que «ha tomado las riendas de numerosas instituciones eclesiásticas, desde arriba hasta abajo, y explota a la Iglesia y a los fieles con fines inmorales». Lo que aglutina a dicha mafia «no es una intimidad sexual compartida, sino un interés común de protegerse y hacer carrera profesional, así como de sabotear toda tentativa de reformar la corrupción sexual».

A los torpes intentos de los medios vaticanos para desacreditarlo atribuyéndole sed de poder, Viganò responde: «En todo caso, lo principal no es mi motivación, y las preguntas al respecto son una maniobra de distracción. La verdadera pregunta importante es si mi testimonio es verdadero. Lo sostengo, y solicito investigaciones para que salga a la luz la verdad. Desgraciadamente, quienes ponen en tela de juicio mi motivación no están dispuestos a llevar a cabo investigaciones abiertas y profundas».

Con estas palabras, el arzobispo demuestra un amor por la verdad que le impide avalar posibles errores de pontífices anteriores a Francisco. De ese modo caen por tierra las insinuaciones de que intenta contrastarlo con Benedicto XVI y Juan Pablo II, como hizo Vatican Insider en el artículo que dedicó a la cuestión tras la publicación de la entrevista. 


Viganò anticipó una respuesta muy equilibrada: «Sinceramente, me gustaría que se publicasen todos los documentos, si no han sido destruidos. Sería muy posible que perjudicara la reputación de Benedicto XVI y San Juan Pablo II, pero ello no es motivo suficiente para abstenerse de indagar la verdad. Tanto Benedicto como Juan Pablo son humanos y pueden haber cometido errores. Y en caso afirmativo, queremos saberlo. ¿Para qué mantenerlos ocultos? Todos podemos aprender de nuestros errores. Yo mismo me lamento de no haber hablado públicamente antes. Como dije, esperaba contra toda esperanza que la Iglesia se reformara por dentro. Pero una vez que se ha hecho patente que el propio sucesor de San Pedro era uno de los encubridores de los delitos, no me cupo duda de que el Señor me pedía que hablara, cosa que he hecho y seguiré haciendo».

Uno de los aspectos más importantes de la entrevista es la reiterada convicción de que la homosexualidad –así como el hecho de que el Vaticano no haya respondido– es una parte fundamental del problema que afronta actualmente la Iglesia con la cuestión de los abusos. Cuando el entrevistador le pregunta: «¿Podría explicar con la mayor claridad posible de qué forma está relacionada, a su juicio, la homosexualidad con los abusos?», Viganò responde: «Nos movemos en dos frentes: 1) Delitos de abuso sexual y 2) encubrimiento de los delitos de abuso sexual. En la mayor parte de los casos que se dan en la Iglesia actual, la clave está en que siempre hay una componente sexual, con frecuencia subestimada. Con respecto a lo primero, está claro que los hombres heterosexuales no eligen preferente a muchachos y a hombres de su sexo como compañeros de aventuras sexuales, y aproximadamente el 80% de las víctimas son varones, una gran mayoría de los cuales ya ha pasado de la pubertad. (…) Quienes han hundido a las diócesis de EE.UU. no son pedófilos, sino sacerdotes homosexuales que abusan de jóvenes ya desarrollados sexualmente (…) Por lo que respecta a la mafia gay dentro del colegio episcopal, lo que la une no es una intimidad sexual compartida, sino un interés común de protegerse y hacer carrera profesional, así como de sabotear toda tentativa de reforma». Con todo, «ante las pruebas irrebatibles, causa estupor que la palabra homosexualidad no aparezca una sola vez en ninguno de los documentos oficiales recientes de la Santa Sede, incluidos los dos sínodos sobre la familia, el de la juventud y la reciente cumbre del pasado febrero».

Hay algo más en la entrevista que merece la pena subrayar: la valoración por parte de monseñor Viganò de la reducción al estado laico del cardenal Theodor McCarrick. Para el ex nuncio, esta sanción «ha sido un castigo justo pero, hasta donde se sabe, no hay razones legítimas para que no se impusiera hace más de cinco años tras un proceso justo por la vía judicial». Lo cierto es que no se ha actuado contra McCarrick por vía judicial, sino administrativa. Cuesta no pensar que se haya hecho para manipular la opinión pública. «Hacer de McCarrick un chivo expiatorio aplicándole un castigo ejemplar –es la primera vez en la historia de la Iglesia que un cardenal es reducido al estado laico– daría a entender que el papa Francisco estaba resuelto a combatir los abusos sexuales del clero».
Explica Viganò: «Según un comunicado de la Oficina de Prensa Vaticana del 16 de febrero del presente año, McCarrick fue declarado culpable por la Congregación para la Doctrina de la Fe de “solicitaciones en confesión y violaciones del sexto mandamiento del Decálogo con menores y adultos, con la circunstancia agravante del abuso de poder”. La pena impuesta fue la dimisión del estado clerical, que Francisco confirma como definitiva. De este modo, McCarrick, que siempre se declaró inocente, fue privado de toda posibilidad de impugnar la sentencia. ¿Dónde está el justo proceso? ¿Funciona así la justicia en el Vaticano? Por otra parte, una vez declarada definitiva la sentencia, el Papa ha imposibilitado que se realicen más investigaciones, las cuales podrían revelar que en la Curia y otros lugares se tenía noticia de los abusos de McCarrick, así como quién contribuyó a que fuera nombrado arzobispo de Washington y más tarde cardenal. Se observa, además, que los documentos relativos a esta causa, cuya divulgación se había prometido, no han llegado a divulgarse en ningún momento. Lo fundamental es que el papa Francisco oculta deliberadamente las pruebas sobre McCarrick».

«Ahora bien, consideramos la dimensión espiritual mucho más importante, y ha estado totalmente ausente de todo comunicado sobre McCarrick y toda conferencia de prensa. La finalidad principal de una sanción en el orden canónico es el arrepentimiento y la conversión: suprema ratio est salus animarum (la ley suprema es la salvación de las almas). Por tanto, me parece que la simple reducción al estado laico es del todo inapropiada, porque no proporciona un remedio ni expresa preocupación por el fin más importante de la sanción, que es la salvación del alma de McCarrick. Es más, a menos que vaya acompañada de otras medidas, la simple reducción al estado laico podría considerarse una muestra de desprecio por dicho estado. La idea de que un prelado que se porta mal se castigue con la expulsión del estado clerical es una forma de clericalismo. (…) Creo, y no soy el único, que a McCarrick también se le debería aplicar la pena de excomunión, de la cual se puede ser absuelto en cualquier momento. Como un medicamento debidamente dosificado, debería habérsele prescrito a McCarrick para motivarlo a asumir la responsabilidad de sus pecados, arrepentirse y reconciliarse con Dios, y salvar así su alma».

Estas palabras ayudan a entender una importante cuestión. Quien gobierna actualmente la Iglesia lo hace interviniendo los institutos de vida religiosa que no son de su agrado y expulsando del clero a quien pudiera causar problemas en la opinión pública. Reducir al estado laico se entiende como ser despedido de una Iglesia que funciona como una empresa, lo cual puede darse sin una causa justificada. Todo por decreto pontificio, sin oportunidad de presentar recursos canónicos. Se olvida, sin embargo, que una vez recibido el sacramento del Orden imprime carácter y nunca se pierde. No hay autoridad que pueda anular la condición ontológica del sacerdote, al cual siempre será necesario mostrar misericordia. Y ante todo, no se puede llegar a extremos como la expulsión del estado clerical sin un debido proceso en el que se permita al imputado exponer sus alegatos.

Quien no atiende a razones, es posible que no tenga razón, y se ve obligado a mentir para justificar su modo de obrar, como hizo el papa Francisco, que estaba al corriente de los abusos de McCarrick al menos desde el 23 de junio de 2013, cuando monseñor Viganò, en respuesta a una pregunta precisa de él le reveló la existencia de un abundante expediente sobre el purpurado estadounidense.

A día de hoy, monseñor Viganò es el único obispo que ha señalado públicamente al papa Francisco como responsable directo de la terrible crisis que azota a la Iglesia. A la pregunta de si «bajo la dirección de Francisco el Vaticano está tomando medidas contra el grave problema de los abusos», el arzobispo responde: «El papa Francisco no sólo no mueve un dedo para sancionar a los autores de los abusos, sino que no hace absolutamente nada para denunciar y poner en manos de la justicia a quienes llevan décadas facilitando y encubriendo los abusos». Y cuando los entrevistadores le preguntan: «¿Le parece que de haber solicitado la dimisión del Papa habría desviado la atención de su mensaje?», responde con humildad y firmeza: «Habría sido preferible afrontar la cuestión que plantea partiendo de un punto que he incluido en mi tercer testimonio: pido, es más, suplico vivamente al Santo Padre, que cumpla con su función de sucesor de San Pedro. Ha asumido la misión de confirmar a sus hermanos y guiar a todas las almas siguiendo las huellas de Cristo. Reconozca sus errores, arrepiéntase, manifieste su disposición a cumplir el mandato que recibió San Pedro y, una vez convertido, confirme a sus hermanos» (Lc. 22,32).


Adelante la Fe

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