Por Max Silva Abbott
Como hemos dicho muchas veces, la mentalidad abortista avanza sin pausa y a pesar de los ropajes de legitimidad con que se viste, su propósito es en realidad simple: que el niño no deseado pueda ser muerto sin más, sin importar cómo, ni cuándo ni por qué. A tal punto está empecinada en su campaña, que pretende disfrazar esta práctica como un «derecho humano».
Sin embargo, si la vida de un niño en gestación depende solamente de lo que otros piensen o sientan a su respecto y no de una cualidad propia (su sola pertenencia a la especie humana), una de las inquietantes preguntas que surge es qué razón de peso –desde esta peculiar perspectiva–, hace lícito el aborto e ilícito el infanticidio. O si se prefiere, ¿por qué resultaría aceptable matar a alguien en gestación y no si ya ha nacido? Si el querer de otros es tan importante para respetar la vida de estos pequeños, ¿por qué se aplica este baremo en el primer caso y no en el segundo?
Con todo, a medida que esta mentalidad avanza, las diferencias entre aborto e infanticidio se van haciendo horrorosamente tenues, a veces casi imperceptibles, como muestran los dos lamentables y recientes hechos que se relatan a continuación.
En Jujuy, Argentina, el lobby abortista logró que extrajeran del vientre de su madre por cesárea a una niña con seis meses de gestación, luego que en primera instancia se denegara la petición para abortarla en razón de haber sido producto de una violación. Este «plan B» se adoptó porque de acuerdo a la ley de ese país, es posible abortar en ciertos casos pero sólo hasta la semana 22 de gestación, puesto que hacerlo más tarde resulta demasiado riesgoso para la madre. Así, como el tiempo se había agotado (ya que Esperanza, como llamaron a la niña quienes intentaron salvarla, contaba con 26 semanas de desarrollo), se buscó otra vía para, literalmente, desembarazarse de ella. Y como era muy previsible, la niña murió a los pocos días, no existiendo hasta la fecha antecedentes claros de lo ocurrido.
En el fondo, y lo que llama la atención en este caso, es que se hizo todo lo posible por deshacerse de ella, dando igual para sus promotores que se obtuviera mediante un aborto o a través de un posible infanticidio, ya sea por exponerla a un peligro innecesario (puesto que podría haberse esperado un mes más de gestación), o por no otorgarle el cuidado requerido una vez nacida, dada su situación de riesgo evidente.
Por su parte, en Nueva York acaba de aprobarse una ley gracias a la cual, será posible abortar a un niño hasta el momento antes de su nacimiento, con lo cual, la delgada línea roja entre aborto e infanticidio parece casi ridícula. Ahora, puesto que existe una relación directa entre el desarrollo del niño y la peligrosidad del aborto para la madre (para el niño es igual, al acarrearle la muerte), la gran incógnita es cuál técnica se utilizará, no siendo improbable que se use una de las más macabras: el aborto por nacimiento parcial.
Parece de película de terror, pero no lo es. Lo importante es tomar conciencia que dadas así las cosas, no pasará mucho tiempo para que la legalización del infanticidio se plantee como un nuevo «derecho humano».
Este artículo fue publicado originalmente por diario El Sur de Concepción.
InfoCatólica
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