Por Carlos Esteban
“Quien rechaza a los homosexuales no tiene un corazón humano”, ha dicho Su Santidad al cómico gay británico Stephen Kehinde Amos, que ha acabado reuniéndose con el Pontífice pese a su resistencia inicial debido a la doctrina católica sobre la homosexualidad. “Dar más importancia al adjetivo ‘gay’ que al sustantivo ‘hombre’ no es bueno”.
El papa ha añadido que “todos somos seres humanos, tenemos dignidad. Si una persona tiene una u otra tendencia, esto no le quita su dignidad de persona. Por eso repito que las personas que deciden rechazar a los otros por un adjetivo, son personas que no tienen un corazón humano. No importa quién seas o cómo vivas tu vida. No pierdes tu dignidad”.
Es decir, si eres homosexual mantienes tu dignidad humana; si eres homófobo, no. Puede que lo haya, pero personalmente no sé de nadie, de ningún homófobo, que haya acusado a los homosexuales de no ser humanos, que es lo que ha hecho el Papa con los que les rechazan.
Es común y comprensible que tendamos a calificar el mal de ‘inhumano’; es habitual que llamemos ‘monstruos’ a quienes se comportan con una maldad exagerada, o ‘animales’, como ha hecho recientemente el arzobispo Rajith hablando de quienes han causado las masacres de cristianos en Sri Lanka.
Pero es un error, y un error peligroso. Es identificar ‘humano’ con ‘bueno’, con impecable, ignorando el Pecado Original. Si uno no es humano, si es ‘un monstruo’ o ‘una alimaña’, entonces no puede pecar. Queriendo abrumarles con la culpa estamos, en realidad, librándoles de ella. Nadie deja de tener un corazón humano por muy pecador que sea; eso sí sería negarle su dignidad, caer en una suerte de calvinismo que considera a un tipo de hombres, los réprobos, como condenados desde el origen.
Es igualmente llamativo que Su Santidad reserve palabras tan duras -y erróneas- para quienes cometen los pecados de moda, es decir, exactamente esos pecados que el Mundo, que las tendencias intelectuales de moda, consideran imperdonables, como la homofobia o el maltrato al planeta, cuando difícilmente llamaría ‘inhumana’ a la ley musulmana por prescribir la lapidación de las adulteras o la ejecución de los apóstatas, o a quienes aprueban o practican abortos, esa masacre silenciosa y especialmente vil porque cuenta con el beneplácito y el respaldo de los gobernantes.
Decir que un homosexual no pierde por su condición su dignidad humana es una obviedad que se desprende de la doctrina católica de siempre. No es en absoluto novedoso, porque la Iglesia reconoce la dignidad humana de cualquiera; nadie nacido de mujer deja de tener “un corazón humano”, por depravados que sean sus actos.
Por otra parte, tratándose de un homosexual activo, llama la atención en el Vicario de Cristo que no haya aprovechado la ocasión para recordar la doctrina en este aspecto, para defenderla abierta y valientemente, a despecho de lo que el Mundo pueda pensar, de caer bien o mal a la élite mundial. Por el contrario, decir que “no importa cómo uno viva su vida” es escandaloso. ¿De verdad es indiferente cómo vivamos nuestras vidas? ¿Puede decir eso un Papa? No es abiertamente condenable porque todos entendemos el contexto y la ligereza de la frase, lo que quiere decir. Pero esa misma ligereza es deplorable en quien debe saber, y sabe, que cada una de sus palabras será amplificada y analizada cuidadosamente por los medios del mundo entero y por los fieles católicos.
Infovaticana
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