Un interesante reportaje publicado en la revista norteamericana Vox analiza en detalle este cambio de perspectiva que arranca en la contracultura de los años 60 y llega hasta hoy, centrándose en especial en el consumo de ayahuasca o de psilocibina
Por E. Zamorano
La que quizás sea la droga ilegal más aceptada, la marihuana, es la que más probabilidades tiene de ser regulada y despenalizada; el pasado mes de diciembre el Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanías (EMCDDA), la agencia comunitaria encargada de asesorar a los estados miembros sobre sus políticas de drogas, publicó un informe titulado 'Uso médico de cannabis y cannabinoides: preguntas y respuestas para la formulación de medidas políticas', orientado para dotar de información a los políticos europeos en estudiar la legalización de esta sustancia para uso medicinal. En España, existe total división entre la población ante esta hipótesis: el 47,2 % de los españoles se muestra a favor de que se legalice su venta en establecimientos y en determinadas condiciones, mientras que otro 41,6 % está en contra, según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
Se trata de un cambio que cada vez está adquiriendo más vigencia desde que la planta se haya legalizado en varios estados de Estados Unidos y en importantes países dentro del G7, como la Canadá de Trudeau, la cual ya ha levantado las barreras hasta para su uso recreativo. Parece que los viejos fantasmas del pasado se disipan. Un interesante reportaje publicado en la revista norteamericana Vox analiza en detalle este cambio de perspectiva que arranca en la contracultura de los años 60 y llega hasta hoy, centrándose en especial en el consumo de ayahuasca o de psilocibina, una de las sustancias de uso enteógeno más poderosas en relación a sus efectos.
“El movimiento contracultural de los años 60 transformó la sociedad de muchas maneras”, asegura Sean Illing, autor del reportaje. “Entre otras cosas, catalizó los movimientos a favor de la ecología, los derechos civiles, el feminismo contemporáneo o el pacifismo contra las guerras. Pero también produjo una reacción que duró décadas contra los fármacos psicodélicos que, hasta hace bien poco, parecía casi imposible realizar una investigación clínica. Culturas de todo el mundo, desde los antiguos griegos hasta las indígenas del Amazonas, han estado tomando alucinógenos durante miles de años, desarrollando rituales para cada uno de ellos dirigidos por guías experimentados. Debido a que no había una comunidad férrea establecida en los Estados Unidos, las personas se encomendaron a su propia suerte. Cuando se combina esto con la ignorancia general sobre dichas drogas, no es nada sorprendente que las cosas salieran mal”.
Esta es la visión que refuta Rick Doblin, fundador de la Asociación Multidisciplinaria para los Estudios Psicodélicos. “En los años 60 la contracultura del ácido era un desafío directo al 'statu quo'… se trataba de abandonar el escenario cultural. Hoy en día, actividades como el yoga o la meditación están totalmente integradas. Hemos aceptado la espiritualidad y todas estas cosas que parecían tan extrañas y ajenas en los años 60, llevamos 50 años preparándonos culturalmente para esto”, afirma en el reportaje. La liberación, por aquel entonces, pasaba necesariamente por “abrir las puertas de la percepción”, en referencia al poema del británico William Blake que luego adoptó la banda californiana The Doors como nombre y que también sirvió para un iluminador ensayo del filósofo Aldous Huxley, autor del célebre Un mundo feliz, sobre el consumo de peyote o ayahuasca.
La psilocibina, sustancia presente en los hongos mágicos, es posible que de aquí al año que viene sea usada con fines terapéuticos en algunos estados como Oregón, lo que podría desencadenar un efecto dominó que lleve a otros estados como California a adoptar la medida. “Aunque las drogas psicodélicas siguen siendo ilegales, las sesiones o ceremonias guiadas están sucediendo por todo el país, especialmente en las principales ciudades, como Nueva York, San Francisco o Los Ángeles”, explica Illing. “Ser guía espiritual se ha convertido en una profesión viable a medida que más estadounidenses buscan entornos seguros y estructurados para tomar drogas psicodélicas para el crecimiento espiritual y la curación psicológica”. Instituciones tan potentes como la John Hopkins University o la de Nueva York ya están realizando ensayos clínicos con pacientes. Y los resultados, según asegura el periodista, son esperanzadores.
Eficacia y resultados
La psilocibina es el fármaco favorito de las investigaciones médicas por una gran variedad de razones. En primer lugar, lleva menos equipaje cultural que el LSD, por lo que los participantes están más dispuestos a trabajar con ella. Aunque aún es pronto para dar total validez a los estudios que se han publicado, hay algunos como el de la John Hopkins University en 2014 que demuestra que el 80 % de los adictos al tabaco tratados en terapia asistida se mantuvo totalmente en abstinencia seis meses después del ensayo. Otros tratamientos para dejar de fumar como los que usan vareniclina tienen tasas de éxito de alrededor el 35%, por lo que en este caso el alucinógeno resulta más eficaz.
En otro estudio de 2016 sobre depresión o ansiedad en pacientes de cáncer, el 83 % de las 51 personas que participaron aseguraron haber encontrado aumentos significativos en su nivel de bienestar seis meses después de una dosis única de esta droga. Además, según indican los autores en la investigación, el 77 % dijo que era una de las experiencias más significativas de sus vidas. Una sesión típica de psilocibina dura entre cuatro y seis horas (en comparación con las 12 del LSD).
“No es para todo el mundo”, asegura Mary Cosimano, investigadora de la John Hopkins. “Pero para la persona adecuada en el momento correcto, puede ser positivamente transformador”. Las sesiones de terapia son intensas y, en algunos casos, duran todo el día. “Lo importante”, reitera la experta, “es hacer que el paciente esté lo más cómodo posible”. Así, animan a las personas a llevar consigo objetos personales que les insufle fuerza. La mayor preocupación para los guías es conseguir establecer un espacio psicológico seguro.
Las sesiones pueden desarrollarse de diferentes maneras, dependiendo de la profundidad de la experiencia y el estado mental del individuo. La mayoría de los pacientes yacen en el sofá con una máscara para dormir con la que cubren sus ojos. Cosimano y su equipo toman la mano del paciente y lo ayudan a procesar lo que están viendo y lo que significa. “Nunca me aburro”, asegura. “Cada sesión y experiencia es diferente, y estoy emocionado de poder presenciar el viaje de cada persona”.
Hacia una nueva sensibilidad
Sería un error pensar en el consumo de estas drogas como una huida hacia delante o un remedio puntual a una dolencia mucho más amplia. Afortunadamente y como recuerda Illing, se trata de establecer nuevos hábitos, nuevos patrones mentales, nuevas formas de ser. “Los alucinógenos pueden impulsar este proceso”, enuncia. Cuando el periodista regresó de su primer retiro de ayahuasca, luchó por procesar todo lo acaecido.
“No tenía ayuda formal ni un apoyo real. Es desgarrador volver a la rutina después de que tu mundo interior se haya vuelto del revés. He adoptado nuevas prácticas, como la meditación, y eso me ha ayudado a mantenerme conectado a ese encuentro inicial con los las sustancias psicodélicas”. La comunidad científica aún no tiene nada claro respecto a la naturaleza de estas experiencias y los cambios que producen en la actitud, el estado de ánimo y el comportamiento de los pacientes. “Lo que está claro es que los viajes alucinógenos están mucho más allá de los límites del lenguaje”, asevera el periodista, es decir, no se pueden explicar con palabras.
Robin Carhart-Harris, un investigador del Imperial College de Londres, utiliza una preciosa y valiosa metáfora para intentar comprenderlo. “Hay que pensar en la mente como una pista de esquí. Cada pista desarrolla surcos a medida que más y más personas bajan por la colina. A medida que pasa el tiempo, los surcos se hacen más profundos, y se vuelve más difícil esquiar a su alrededor. Nuestras mentes desarrollan patrones a medida que navegamos por el mundo. Esos patrones se endurecen a medida que el cerebro envejece, hasta que llega un momento en el que dejas de darte cuenta de cuán condicionado te has vuelto”, asegura.
Esto coincide con la visión de Michael Pollan, reputado activista y profesor en Harvard. Para él, la mente es una “máquina que reduce la incertidumbre” que vive permanentemente obsesionada por “reforzar el ego y bloquear los circuitos incontrolables de los hábitos autodestructivos”. “Tomar sustancias psicotrópicas es como sacudir la bola de nieve”, asegura por su parte Carhart-Harris. “Interrumpe estos patrones y revienta barreras cognitivas”.
Para finalizar y como resumen, quedémonos con las palabras de Sean Illing, quien describe esa rotura del ego de esta forma tan magnífica: “La única vez que he podido romper las bases de mi yo fue bajo la influencia de la ayahuasca. Me vi a mí mismo desde fuera. Pude ver el mundo desde la perspectiva de la nada y desde todas partes al mismo tiempo, y de repente, la horrorosa trampa de la autoestima se detuvo. Y creo que aprendí algo sobre el mundo que no podría haber aprendido de otra forma, algo que trastocó por completo mi forma de pensar. Bueno, a decir verdad, todo”.
El Confidencial
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