Lo cuenta Luis Santamaría, integrante de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), en este artículo publicado en Aleteia.
Los orígenes del protagonista, Jim Jones
Los orígenes del protagonista, Jim Jones
Tal como explica J. Gordon Melton, James Warren Jones nació en 1931 en Indiana y, después de ser pastor metodista, creó a mediados de los '50 una congregación independiente, Community Unity (Comunidad Unidad), combinando su fuerte orientación social –en la que destacaba la defensa de la convivencia interracial– con elementos pentecostales. Unos años después el grupo se convirtió en Wings of Deliverance (Alas de Liberación).
Algunos autores ven ya en este momento que su pensamiento destaca por “una velada filosofía comunista con un marco pentecostal”. Manuel Guerra cuenta que al terminar sus estudios, los dirigentes comunistas con los que trataba le recomendaron: “trabaja por el Partido sin ser miembro del mismo. Infíltrate en una iglesia”. De hecho, los evangélicos con los que trató se sorprendieron al oírle decir que “el libro negro es el enemigo”, refiriéndose a la Biblia.
En los años '60 la congregación, establecida en Indianápolis, pasó a llamarse Peoples Temple (Templo del Pueblo) y se insertó en la denominación evangélica conocida como Discípulos de Cristo, en la que fue ordenado ministro, por lo que el primer desarrollo de su grupo tuvo lugar dentro de la normalidad del cristianismo plural norteamericano. Jones conoció en esta época a Father Divine, líder de una secta (la Misión de la Paz Internacional) a quien sus seguidores siempre han reconocido como Dios, que predicaba “un comunismo cristiano” y en quien Jones se habría inspirado para alimentar sus pretensiones mesiánicas.
Un ambiente cada vez más sectario
Algunos autores ven ya en este momento que su pensamiento destaca por “una velada filosofía comunista con un marco pentecostal”. Manuel Guerra cuenta que al terminar sus estudios, los dirigentes comunistas con los que trataba le recomendaron: “trabaja por el Partido sin ser miembro del mismo. Infíltrate en una iglesia”. De hecho, los evangélicos con los que trató se sorprendieron al oírle decir que “el libro negro es el enemigo”, refiriéndose a la Biblia.
En los años '60 la congregación, establecida en Indianápolis, pasó a llamarse Peoples Temple (Templo del Pueblo) y se insertó en la denominación evangélica conocida como Discípulos de Cristo, en la que fue ordenado ministro, por lo que el primer desarrollo de su grupo tuvo lugar dentro de la normalidad del cristianismo plural norteamericano. Jones conoció en esta época a Father Divine, líder de una secta (la Misión de la Paz Internacional) a quien sus seguidores siempre han reconocido como Dios, que predicaba “un comunismo cristiano” y en quien Jones se habría inspirado para alimentar sus pretensiones mesiánicas.
Un ambiente cada vez más sectario
Sus doctrinas empezaron a radicalizarse, produciendo un clima paranoico dentro de la secta, y el anuncio de un holocausto nuclear hizo que los miembros del grupo se establecieran en 1965 en California, en un lugar supuestamente más seguro ante el apocalipsis cercano. Allí, en la ciudad de Ukiah, Jim Jones comenzó a implicarse en la política local, haciéndose un referente en la izquierda y consiguiendo puestos relevantes.
En los años 70, el Templo del Pueblo era reconocido por su fuerte compromiso social, que incluía residencias de ancianos o comedores para pobres, y por el que llegó a recibir premios humanitarios, aunque empezaron a oírse las primeras críticas y denuncias sobre las doctrinas y prácticas del grupo, que mezclaba de forma progresiva elementos de ideología comunista con los cultos cristianos, en los que se incluían también aspectos espiritistas y milagrosos. La figura de Jones era cada vez más autoritaria y llegó a decidirlo todo en las vidas de sus seguidores: rehacer matrimonios, imponer castigos físicos a los niños y hasta tener relaciones sexuales con adeptos de ambos sexos. Lo llamaban “Reverendo” y “Papá”.
Como explica James R. Lewis, “a la vez que mantenía su ideología socialista, recurría cada vez más al uso de milagros y otros medios espirituales para sostener y aumentar su poder y autoridad. También utilizaba técnicas espirituales como el ‘discernimiento’ para conseguir información sobre los miembros sospechosos de ser difíciles y la usaba para silenciar las críticas y mantener el control. Con el tiempo, el Templo se convirtió en una institución total”, con el liderazgo indiscutible de Jones.
Éxodo hasta la Tierra Prometida de Guyana
En agosto de 1977, ante la presión por parte de ex adeptos, familiares y medios de comunicación (en un tiempo en el que ya era muy activo el movimiento antisectas), la mayor parte de la secta se trasladó a Guyana, en la zona del Caribe, donde tenían una colonia agrícola desde 1973 llamada Jonestown, a la que denominaban también “la Tierra Prometida”.
Sus seguidores (negros en su mayoría, pero con varias decenas de líderes blancos) se trasladaron con Jones allí convencidos de que podrían lograr el paraíso en la tierra, una sociedad ideal en la que no hubiera distinción entre las razas ni entre las clases sociales. Un lugar idílico que se libraría del inminente holocausto nuclear.
Aunque la población de Jonestown se acercó al millar de personas, la situación se fue deteriorando, debido a los abandonos de algunos adeptos y a las amenazas de acciones judiciales (sobre todo por la custodia de los niños que vivían en la secta), lo que aumentó la paranoia del líder, que empezó a plantear a sus seguidores la posibilidad del “suicidio revolucionario” o “suicidio por el socialismo” y a organizar simulacros periódicos.
Cianuro para el final
En noviembre de 1978, el congresista estadounidense Leo Ryan se desplazó hasta Guyana para investigar el Templo del Pueblo in situ, debido a las denuncias que se multiplicaban sobre el carácter sectario del movimiento. Allí, el 18 de noviembre, cuando llegaba al aeródromo para emprender el viaje de regreso a los EE.UU. tras una jornada intensa de visita al asentamiento, fue asesinado, al igual que la mayor parte de su equipo, que incluía periodistas, y varios adeptos que decidieron irse con él.
Así se desató la masacre. Por los altavoces del lugar empezó a escucharse una grabación de Jim Jones diciendo: “si no podemos vivir en paz, entonces muramos en paz”. Casi todos los habitantes de Jonestown encontraron la muerte, ya fuera ingiriendo una bebida con tranquilizantes y cianuro, por inyecciones de ese veneno o por disparos de bala. La cifra más aceptada es la de 914 víctimas mortales. El propio Jones encontró la muerte por esta tercera vía (posiblemente fue un suicidio). El cálculo de los adeptos supervivientes se eleva hasta 85.
Ideología enmascarada de religión
Hasta el momento, se trata de la masacre sectaria –puesto que hablar de “suicidio colectivo” no explicaría la totalidad de las víctimas– más importante de la época contemporánea en un solo acto, si tenemos en cuenta que los más de mil muertos (quemados vivos) originados en marzo de 2000 por el Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios en Uganda fueron el resultado de varios episodios.
John R. Hall explica que el Templo del Pueblo fue uno más de tantos movimientos que se constituían en comuna para plantearse como alternativa al sistema socioeconómico norteamericano, capitalista e individualista, “pero Jones usó la religión profética de una manera especialmente política. Insistió en que sus seguidores abandonaran sus vidas previas y se convirtieran en renacidos a una lucha colectiva contra la injusticia económica, social y racial que no tenía otros límites que victoria o muerte”.
En los años 70, el Templo del Pueblo era reconocido por su fuerte compromiso social, que incluía residencias de ancianos o comedores para pobres, y por el que llegó a recibir premios humanitarios, aunque empezaron a oírse las primeras críticas y denuncias sobre las doctrinas y prácticas del grupo, que mezclaba de forma progresiva elementos de ideología comunista con los cultos cristianos, en los que se incluían también aspectos espiritistas y milagrosos. La figura de Jones era cada vez más autoritaria y llegó a decidirlo todo en las vidas de sus seguidores: rehacer matrimonios, imponer castigos físicos a los niños y hasta tener relaciones sexuales con adeptos de ambos sexos. Lo llamaban “Reverendo” y “Papá”.
Como explica James R. Lewis, “a la vez que mantenía su ideología socialista, recurría cada vez más al uso de milagros y otros medios espirituales para sostener y aumentar su poder y autoridad. También utilizaba técnicas espirituales como el ‘discernimiento’ para conseguir información sobre los miembros sospechosos de ser difíciles y la usaba para silenciar las críticas y mantener el control. Con el tiempo, el Templo se convirtió en una institución total”, con el liderazgo indiscutible de Jones.
Éxodo hasta la Tierra Prometida de Guyana
En agosto de 1977, ante la presión por parte de ex adeptos, familiares y medios de comunicación (en un tiempo en el que ya era muy activo el movimiento antisectas), la mayor parte de la secta se trasladó a Guyana, en la zona del Caribe, donde tenían una colonia agrícola desde 1973 llamada Jonestown, a la que denominaban también “la Tierra Prometida”.
Sus seguidores (negros en su mayoría, pero con varias decenas de líderes blancos) se trasladaron con Jones allí convencidos de que podrían lograr el paraíso en la tierra, una sociedad ideal en la que no hubiera distinción entre las razas ni entre las clases sociales. Un lugar idílico que se libraría del inminente holocausto nuclear.
Aunque la población de Jonestown se acercó al millar de personas, la situación se fue deteriorando, debido a los abandonos de algunos adeptos y a las amenazas de acciones judiciales (sobre todo por la custodia de los niños que vivían en la secta), lo que aumentó la paranoia del líder, que empezó a plantear a sus seguidores la posibilidad del “suicidio revolucionario” o “suicidio por el socialismo” y a organizar simulacros periódicos.
Cianuro para el final
En noviembre de 1978, el congresista estadounidense Leo Ryan se desplazó hasta Guyana para investigar el Templo del Pueblo in situ, debido a las denuncias que se multiplicaban sobre el carácter sectario del movimiento. Allí, el 18 de noviembre, cuando llegaba al aeródromo para emprender el viaje de regreso a los EE.UU. tras una jornada intensa de visita al asentamiento, fue asesinado, al igual que la mayor parte de su equipo, que incluía periodistas, y varios adeptos que decidieron irse con él.
Así se desató la masacre. Por los altavoces del lugar empezó a escucharse una grabación de Jim Jones diciendo: “si no podemos vivir en paz, entonces muramos en paz”. Casi todos los habitantes de Jonestown encontraron la muerte, ya fuera ingiriendo una bebida con tranquilizantes y cianuro, por inyecciones de ese veneno o por disparos de bala. La cifra más aceptada es la de 914 víctimas mortales. El propio Jones encontró la muerte por esta tercera vía (posiblemente fue un suicidio). El cálculo de los adeptos supervivientes se eleva hasta 85.
Ideología enmascarada de religión
Hasta el momento, se trata de la masacre sectaria –puesto que hablar de “suicidio colectivo” no explicaría la totalidad de las víctimas– más importante de la época contemporánea en un solo acto, si tenemos en cuenta que los más de mil muertos (quemados vivos) originados en marzo de 2000 por el Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios en Uganda fueron el resultado de varios episodios.
John R. Hall explica que el Templo del Pueblo fue uno más de tantos movimientos que se constituían en comuna para plantearse como alternativa al sistema socioeconómico norteamericano, capitalista e individualista, “pero Jones usó la religión profética de una manera especialmente política. Insistió en que sus seguidores abandonaran sus vidas previas y se convirtieran en renacidos a una lucha colectiva contra la injusticia económica, social y racial que no tenía otros límites que victoria o muerte”.
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