El Vaticano ha declarado su apoyo entusiasta al Global Compact elaborado por la ONU, que convierte la libre migración en un ‘derecho fundamental’, como no podía ser menos visto el entusiasmo inmigracionista de la moderna jerarquía. El problema es que el pacto internacional prevé garantizar ‘derechos reproductivos’ y acceso libre al aborto y recoge numerosos puntos de la agenda LGBT.
Por Carlos Esteban
La Santa Sede participará con otros gobiernos de todo el mundo en la Conferencia Intergubernamental para adoptar el Pacto Global para la Migración Segura, Ordenada y Regular que se celebrará en Marrakech entre el 10 y el 11 de diciembre. El Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral ya ha expresado, en nombre del Estado Vaticano, el apoyo de Roma a este primer acuerdo coordinado por las Nacionales Unidas sobre inmigración, aprobado por su Asamblea General el mes pasado.
Parece lógico que, dada la machacona insistencia de Su Santidad en defender la inmigración masiva de África hacia Europa, sin distinción entre legales e ilegales, refugiados e inmigrantes económicos, ni restricción de número, la Santa Sede abrazara con entusiasmo el Pacto Global que ha presentado la ONU y que representa la mayor ofensiva explícita contra el derecho de los Estados a controlar sus fronteras. De hecho, el texto repite la palabra ‘derechos’ en 112 ocasiones, la mayoría para expresar un supuesto derecho humano a migrar desde cualquier país a cualquier otro.
Hay muchos aspectos por los que este entusiasta apoyo resulta preocupante, y no solo porque representa un alejamiento de la postura tradicional de la Iglesia a los derechos de los Estados. De hecho, el gobierno del país que rodea al Estado vaticano, ya ha expresado su decisión de no adherirse al Pacto, representando al hacerlo a una mayoría de católicos italianos. De hecho, no son pocos ni de poco peso los países que ya se han pronunciado contra el Pacto, como Estados Unidos y, en la propia UE, Hungría y Polonia.
Pero nada de esto, ni siquiera el hecho de que el cumplimiento del Pacto prevé que se vulnere la libertad de expresión con respecto a la inmigración, haciendo punible toda crítica, es lo más preocupante. Lo es, en cambio, el hecho de que el abigarrado texto contenga referencias a los ‘derechos reproductivos’ de los inmigrantes, incluyendo el fácil acceso al aborto, y a otras disposiciones al dictado del ‘lobby LGBT’.
El Vaticano, como no podía ser menos, ha presentado “reservas y comentarios” sobre las secciones del pacto que incluyen la distribución de condones y los “servicios de salud reproductiva y sexual”, que incluirían el aborto. La Santa Sede ha señalado que estas provisiones “ni representan un lenguaje consensuado en la comunidad internacional ni están en línea con los principios católicos”. Aun así, el Vaticano urge entusiasta a la adopción por parte de todos los Estados del texto elaborado por la ONU.
¿Estamos otra vez a punto de caer en la trampa de la ‘túnica inconsútil’? ¿Se nos animará de nuevo a los católicos a “no obsesionarnos” por las políticas de vida y familia?
Cuando, a principios de su pontificado, Francisco sorprendió a los fieles con esta recomendación, encontramos el medio de justificarla. Es obvio que la Iglesia comparte con los seguidores de la Ley Natural la defensa de la familia y la vida, y que ni la defensa de la vida desde la concepción a la muerte natural ni la oposición al llamado ‘matrimonio homosexual’ eran cuestiones específicamente católicas. La misión primordial de la Iglesia es predicar la salvación y el mensaje de Cristo. Las consecuencias morales de este mensaje se deducen del mismo.
Pero lo que hemos visto en años posteriores es que sí hay asuntos ajenos al núcleo de la fe con los que hay que obsesionarse, como el cambio climático o la inmigración masiva; asuntos, por lo demás, que solo dudosamente pueden deducirse en la actual concreción de los principios cristianos y que, en algún caso, suponen un alejamiento de la postura tradicional.
InfoVaticana
Pero lo que hemos visto en años posteriores es que sí hay asuntos ajenos al núcleo de la fe con los que hay que obsesionarse, como el cambio climático o la inmigración masiva; asuntos, por lo demás, que solo dudosamente pueden deducirse en la actual concreción de los principios cristianos y que, en algún caso, suponen un alejamiento de la postura tradicional.
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