lunes, 26 de noviembre de 2018

FUGA SAECULI II

[Aclaración previa: yo no estoy proponiendo que todos los católicos tradicionales deban "retirarse" entendiendo por tal que deban irse a vivir en medio de Los Andes, de la Sierra de la Ventana o de los Pirineos, y fundar allí pequeños pueblos. En esto no hay recetas. Esa puede ser la solución para algunos, y me parece muy bien y la aliento; en definitiva, esa es la solución radical que proponía John Senior. Pero ciertamente no es la solución para todos. Cada uno, cada grupo de amigos -porque en este es fundamental no estar solo sino rodearse de amigos- sabrá de qué modo retirarse, de acuerdo a como se lo dicte su prudencia. Eso es lo que pienso, y eso es lo que dice Dreher en su libro, que no hace más que ayudar en esta tarea mostrando una serie de casos en los que otros católicos de nuestro tiempo lograron "retirarse" de un modo u otro]
por Rob Dreher


En su libro Después de la virtud, el filósofo Alasdair MacIntyre relaciona el momento cultural presente con la caída del Imperio Romano. Considera que Occidente abandonó la razón y la tradición de las virtudes para lanzarse hacia el relativismo que ha inundando el mundo de hoy. Estamos siendo gobernados no por la fe, o la razón, o por alguna combinación de ambas, sino por lo que MacIntyre llama emotivismo, es decir, la idea que toda elección moral es solamente la expresión de lo que los sentimientos de cada persona consideran correcto.

El autor dice que una sociedad que se gobierna a sí misma de acuerdo a principios emotivistas se parecería bastante al occidente moderno, en que la liberación de la voluntad de cada individuo es vista como el bien más grande. Una sociedad virtuosa, por el contrario, es aquella que comparte las creencias en un bien moral objetivo y en las conductas necesarias de los seres humanos para llevar a cabo esos bien en comunidad.
Vivir “después de la virtud” es, por tanto, habitar en una sociedad que no solamente ya no está de acuerdo con aquello que indican las creencias y las conductas virtuosas, sino que también dudar que la virtud existe. En una sociedad post-virtud, los individuos detentan la máxima libertad de pensamiento y acción, y la sociedad misma se convierte en “una colección de extraños, cada uno persiguiendo sus propios intereses con un mínimo de obligaciones”.

Para alcanzar esto, la sociedad requiere
⬤ Abandonar los estándares de objetividad moral;

⬤ Rechazar todo tipo de narrativismo religioso o cultural que se origine fuera de uno mismo, a no ser que sea elegido;
⬤ Repudiar la memoria del pasado como irrelevante, y
 Distanciarse de la comunidad y de cualquier obligación social que no haya sido elegida. 

Este estado mental se aproxima mucho a la condición conocida como barbarie. Cuando pensamos en los bárbaros, nos imaginamos a hombre salvajes, tribales y rapaces, asolando las ciudades, destrozando las estructuras y las instituciones de la civilización, simplemente porque pueden hacerlo. Los bárbaros son gobernados solamente por una voluntad orientada al poder, y nadie sabe ni le interesa qué es lo que están aniquilando.
Si tenemos en cuenta estos estándares, deberemos aceptar que nuestra sociedad occidental, a pensar de nuestra riqueza y sofisticación tecnológica, está viviendo en estado de barbarie, aunque no lo reconozcamos. Nuestros científicos, nuestros jueces, nuestros príncipes, nuestros académicos y nuestros escribas, se encuentran ocupados en demoler la fe, la familia, el sexo; en fin, todo aquello que signifique ser humano. Nuestros bárbaros han cambiado las pieles de animales y las lanzas del pasado, por trajes de diseñadores y teléfonos inteligentes.
MacIntyre concluye Despues de la virtud mirando hacia lo que ocurrió en Occidente luego de que las tribus bárbaras asolaran el orden imperial romano:

Un cambio crucial ocurrió en aquel momento cuando hombres y mujeres de buena voluntad abandonaron la tarea de apuntalar el imperio romano y dejaron de identificar la continuidad de la civilización y de la comunidad moral con el mantenimiento de ese imperio. Lo que se propusieron conseguir -aunque no siempre se dieran cuenta de lo que estaban haciendo- fue la construcción de nuevas formas de comunidad dentro de las cuales la vida moral podía ser sostenida, de modo tal que la moral y la civilización podrían sobrevivir los siglos y la barbarie, y la oscuridad que se avecinaban.

En la lectura que hace MacIntyre, el sistema pos-romano había caído demasiado lejos para ser salvado. San Benito actuó sabiamente al abandonar la sociedad y al iniciar una nueva comunidad cuyas prácticas preservarían la fe de las amenazas que sobrevinieron. Aunque todavía no era cristiano, MacIntyre, llamaba a los tradicionalistas que todavía creían en la razón y en la virtud a formar comunidades dentro de las cuales la vida de virtud pudiera sobrevivir la larga Edad Oscura que se aproximaba.
El mundo, dice MacIntyre, espera “otro -y sin duda muy diferente- San Benito”. Los cristianos sitiados por las furiosas aguas de la modernidad, esperan a alguien como Benito para construir arcas capaces de llevarlos y dentro de las cuales vivir la fe, mientras cruzamos el mar de la crisis, la Edad Oscura que puede durar varios siglos.


En este libro encontraremos hombres y mujeres que son los Benitos de hoy. Algunos viven en el campo. Otros viven en las ciudad. Otros construyen sus hogares en las afueras de ellas. Todos son cristianos conservadores que están convencidos que, si los creyentes no salen de Babilonia y se separan de ella -sea metafóricamente, sea realmente-, su fe no sobrevivirá otra generación en esta cultura de la muerte. Y reconocen una verdad que no es popular: la política no nos salvará. En vez de apuntalar el orden político actual, se han dado cuenta que el reino del cual ellos son ciudadanos no es de este mundo, y han decidido no comprometer ni arriesgar esa ciudadanía.
Lo que estos cristianos conservadores están haciendo son las semillas de lo que llamo la Opción Benito, una estrategia que se inscribe en la autoridad de las Escrituras y en la sabiduría de la antigua Iglesia, y que consiste en abrazar el “exilio en el lugar” y formar una vibrante contracultura. Reconociendo las toxinas del secularismo moderno, como también la fragmentación causada por el relativismo, los cristianos de la Opción de Benito miran a las Escrituras y a la Regla de San Benito buscando modos de cultivar prácticas y comunidades. En vez de entrar en pánico o permanecer complacientes, reconocen que el nuevo orden no es un problema para ser resuelto sino una realidad con la cual convivir. Serán aquellos que lo soportarán con fe y creatividad, profundizando sus propias vidas de oración y adoptando prácticas piadosas, enfocándose en las familias y las comunidades en vez de en partidos políticos, y construyendo iglesias, escuelas y otras instituciones dentro de las cuales la fe cristiana pueda sobrevivir y prosperar mientras atravesamos la inundación.
No se trata solamente de nuestra supervivencia. Si vamos a estar en el mundo como Cristo quiere que estemos, deberemos pasar más tiempo fuera del mundo, en oración profunda y en una vida espiritual seria, así como Jesús se retiró al desierto para orar antes de comenzar su ministerio. No podemos darle al mundo lo que no tenemos. Si los antiguos hebreos se hubieran asimilado a la cultura de los babilonios, habrían dejado de ser una luz en el mundo. Lo mismo ocurre con la Iglesia.
La realidad de nuestra situación es alarmante, pero no podemos darnos el lujo del pesimismo histérico. Hay bendiciones escondidas dentro de esta crisis si sabemos abrir los ojos a ellas. Así como Dios usó el castigo en el Antiguo Testamento para traer de regreso a su pueblo, así también puede estar juzgando a la iglesia y al pueblo nacidos del egoísmo, del hedonismo y del materialismo. La tormenta que se aproxima podría ser el medio a través del que Dios nos libre.

The Benedict Option, cap. I.
Traducción de Wanderer


http://caminante-wanderer.blogspot.com/




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