lunes, 1 de octubre de 2018

MONSEÑOR AGUER: IGLESIA Y MASONERÍA EN LA ARGENTINA

En los últimos días he recibido numerosos mensajes, comentarios, quejas, protestas, referidos a una carta que Monseñor Jorge Lugones, Obispo de Lomas de Zamora y Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, envió a la Logia Masónica Giuseppe Mazzini.

En esa carta, Monseñor Lugones, felicitaba y agradecía a la masonería por el trabajo que había realizado en favor del bien común. Eso produjo un alboroto considerable. Luego, Monseñor Lugones hizo una aclaración diciendo que se trataba simplemente de un saludo circunstancial y que no era más que cumplir con una simple relación social.

Ahora bien, el alboroto y los comentarios que yo he recibido en el correo y personalmente, tienen que ver con esto: la masonería moderna, desde 1717, ha sido la enemiga jurada de la Iglesia Católica y ya en 1738, el Papa Clemente XII, en la Constitución Apostólica “In Eminenti” la condenó; luego todos los Papas del Siglo XIX y del siglo XX hicieron lo mismo. La última intervención de la Santa Sede en el pontificado de San Juan Pablo II, es una Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe donde dice que la pertenencia a la masonería es incompatible con la fe católica.

Entonces, felicitar a la masonería y agradecerle el trabajo que realiza es un poco difícil de entender.

La cuestión principal, además del problema permanente, es la siguiente: la oportunidad de la cosa. Ustedes recuerdan que hace poco comenté el sincericidio del Diputado Carlos Gustavo Roma, un diputado oficialista por Tierra del Fuego, que ha dicho que él era masón, que en el Gobierno hay ministros, secretarios de estado, diputados, senadores, jueces y demás funcionarios masones; además, que este Gobierno proclama los principios de la masonería y que esta institución ha crecido notablemente en los últimos años. 


Todos sabemos que se trata de una organización secreta, rigurosamente tal, con grados, de tal manera que los “perejiles”, digamos así, no se enteran de lo que pasa allá arriba, de lo que se trata allá arriba en los grados superiores y que procura infiltrarse en todas partes poniendo gente expectable y entradora. Por supuesto que, desde siempre, la masonería ha tratado de penetrar en los gobiernos, de infiltrarse aquí y allá en las instituciones y en la Iglesia también. En esto no tenemos que ser tan ingenuos, de lo contrario no podrían explicarse algunas situaciones. El influjo de la masonería ha sido decisivo en algunas etapas de nuestra historia. Ha difundido el laicismo, irreligión, ha combatido la presencia de la fe en sus proyecciones sociales. El secreto ha sido para ella un arma eficaz. Cada tanto, cuando está bien afincada y le conviene, procura asomarse visiblemente, como en estos días, en que parece salir del “clóset”.

Hace tiempo, unos dos años, recuerdo que un cardenal italiano había dicho que la masonería tenía la misma misión que la Iglesia Católica. No sé si intentaba decir que la misión es la salvación del mundo entero. Hay gente que, en nombre de la “cultura del encuentro” y del “diálogo”, piensa que estas relaciones son benéficas.

En este momento tan difícil en que la masonería está detrás de la habilitación del debate por el tema del aborto, del intento de imponer una educación sexual integral que viola la libertad de educación, de los padres de familia y de las instituciones educativas, y de todas las otras cosas con que nos están cayendo encima, especialmente en lo referente a la relación del Estado con la Iglesia, que quiere ser revisada, etc., no podemos permitirnos el lujo de ignorar toda la historia. Y no sólo la historia, sino también datos innegables y clarísimos del presente.

Yo no creo que la transformación de la masonería haya sido tal que ahora resulta aliada nuestra. Entonces: las cosas claras. Recuerdo sobre todo lo que decía el Papa León XIII, en la Encíclica “Humanum Genus”, en 1884, sobre la secta de los masones. Decía allí que a los obispos les corresponde alertar a los fieles sobre los ardides de la masonería para que no se dejen atrapar por ella. Sus palabras exactas eran: “A vosotros, Venerables Hermanos, os pedimos y rogamos con la mayor instancia que, uniendo vuestros esfuerzos y los nuestros, procuréis con todo ahínco extirpar esta asquerosa peste que va serpeando por todas las venas de la sociedad. A vosotros os toca defender la gloria de Dios y la salvación de los prójimos, y mirando a estos fines en el combate no ha de faltar valor y fuerza...lo primero que procuréis sea arrancar a los masones la máscara para que sean conocidos tal cuales son; que los pueblos aprendan por vuestros discursos y pastorales, las malas artes de semejantes sociedades para halagarlos y atrasarlos, y la perversidad de sus opiniones y la torpeza de sus hechos


¿Habrán cambiado tanto las cosas para que “la asquerosa peste” de la que hablaba León XIII se haya convertido en nuestra amiga y colaboradora? ¿No será más bien que, por ignorancia o incuria hemos confundido los principios de la Doctrina Social de la Iglesia con las propuestas pseudodemocráticas de la masonería? El lenguaje eclesial ha cambiado bastante respecto del de 1884, aunque hoy día se dirigen también dardos encendidos contra nuevo o presuntos enemigos. Yo prefiero ser “troglo” con León XIII que “posmo” con Mons. Lugones. ¡Por las dudas!



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