jueves, 18 de octubre de 2018

EL ABSURDO

Hace pocos años, cuando el Sínodo de la Familia, la blogósfera católica se pobló de entradas que expresaban desconcierto, indignación e incredulidad. En estos días en cambio, en que se está celebrando en Roma el Sínodo sobre los Jóvenes, lo que brota de esas mismas páginas es sobre todo des-precio. La figura del Papa Francisco y de sus principales capitostes está tan devaluada que pareciera que ya nadie se toma en serio las nuevas piruetas que improvisan en la pista del circo en el que han convertido a la Iglesia. 

El Sínodo sobre los Jóvenes, además de ser un fracaso y probablemente uno de los errores más estrepitosos del pontificado bergogliano, se caracteriza por lo inocultablemente absurdo. Fue inaugurado con una misa en la plaza de San Pedro con muy escasa asistencia de público y, de entre ellos, apenas si había un puñado de jóvenes. “Problemas de logística”, argumentaron en el Vaticano cuando se les preguntó sobre esta elocuente ausencia. En el aula sinodal, las imágenes muestran a un grupo de vejetes que fueron jóvenes en los ’60 y en los ’70 y que quieren enseñarle cómo ser jóvenes a los jóvenes nacidos en el 2000. Verdaderamente, hay que ser muy desvergonzados para pretender dar cátedra sobre el tema en los tiempos que corren, después del rotundo fracaso en que terminó su proyecto nacido al soplo de los primaverales vientos conciliares, y después de los abusos.
La repetida y común cantinela que aparece constantemente cuando se les pregunta por los motivos de este sínodo, es que la Iglesia quiere escuchar a los jóvenes para poder responder mejor a sus demandas. Yo no sé si pensar que el Papa y los cardenales que allí se asientan son inocentes y virginales palomitas, o más bien personajes cínicos, cargados de un cinismo que se avecina a la senilidad. ¿Es necesario convocar un sínodo para saber qué es lo quieren los jóvenes del siglo XXI? Lo que la mayoría de ellos quieren es que los dejen seguir fornicando tranquilos y tener un trabajito no muy esforzado que les permita tomarse dos o tres vacaciones por año en las que puedan seguir fornicando y consumiendo drogas. Estos son los deseos e intereses de la gran mayoría de los jóvenes del mundo, a los cuales insiste en escuchar el Papa Francisco que dice una y otra vez que el sínodo debe escuchar a todos los jóvenes (“tutti i giovani, nessuno escluso”), con excepción, claro está, de los jóvenes que son buenos católicos, quienes deben ser cuidadosamente excluidos de cualquier expresión eclesial. Más que significativas fueron las recientes palabras del obispo de Münster, Mons. Felix Genn, uno de los delegados alemanes al sínodo: cuando el representante para los jóvenes del episcopado germano afirmó que allí no tienen ni siquiera en el radar a los jóvenes “tradicionalistas posmodernos” que prefieren formas más tradicionales de piedad como la misa latina, el prelado repuso: “Debo decir decididamente que no me interesan los seminaristas del tipo pre-conciliar, y que no voy a ordenar a ninguno de ellos”. Una Iglesia abierta a todos, menos a los católicos.
Cerrazón para los católicos piadosos -pelagianos y avinagrados en lenguaje pontificio-, pero indiscriminada apertura a la diversidad, no solamente de religiones o ausencia de ellas, sino también sexual. Una de las sorpresas de este sínodo es que en su Instrumentum laboris aparece la preocupación por los jóvenes católicos pertenecientes al colectivo Lgbt. Despertó gran ruido la inclusión de esas siglas en un documento oficial de la Santa Sede, y fueron defendidas por el cardenal Baldisseri, secretario del Sínodo. Y no es para menos la preocupación porque podrían estar también incluidas en el documento final de esta magna reunión que, según un reciente documento firmado por el Pontífice, constituye verdadero y propio Magisterio (“Si es aprobado expresamente por el Romano Pontífice, el Documento final participa del Magisterio ordinario del Sucesor de Pedro”. art. 18 de la Constitución Apostólica Episcopalis communio). ¿Alguien podría haber aventurado hace algunos años, aún en la peor de sus borracheras, que el Magisterio de la Iglesia, una de las tres fuentes de la Revelación de Dios a los hombres según los ultramontanos, podría incorporar a su lenguaje esta expresión tan repulsiva? 
Pero lo peor no es la sigla, sino lo que dice el Instrumentum laboris: “Algunos jóvenes LGBT, a través de distintas contribuciones que llegaron a la Secretaría General del Sínodo [lo cual es falso: se trató de una incorporación directa de la secretaría del Sínodo, como demuestra Tossati en el sitio recién linkeado], desean «beneficiarse de una mayor cercanía» y experimentar una mayor atención por parte de la Iglesia, mientras que algunas Conferencias Episcopales se cuestionan sobre qué proponer «a los jóvenes que en lugar de formar parejas heterosexuales deciden formar parejas homosexuales y, sobre todo, quieren estar cerca de la Iglesia»” (197). La verdad que cuesta mucho creer estar leyendo algo de este tenor. ¿Es posible que las más altas esferas de la Iglesia se estén haciendo esas preguntas? ¿Es posible que alguien que conserva algo de fe católica pueda convocar un sínodo para preguntarse qué debe responder la Iglesia a los jóvenes que son “lesbianas, gays, bisexuales y travestis” (Lgbt) y a los que deciden formar pareja con alguien del mismo sexo? La respuesta la puede dar un niño con el catecismo bien aprendido: deben seguir el evangelio de Jesucristo, ajustándose al cumplimiento de los mandamientos, huyendo del pecado y practicando las virtudes, en este caso, especialmente la castidad. Es la respuesta que se daría a cualquier hijo de vecino. “No es lo mismo”, dirán algunos misericordiantes, “Eso es fácil para quienes son heterosexuales y pueden casarse. Pero ¿quienes no lo son?”. Pues a los que no lo son, y son Lgbt, la Iglesia también les ha dado una respuesta desde hace siglos: “Tendrán que aguantarse y aceptar la cruz que el buen Dios cargó sobre sus espaldas". Todos los cristianos se aguantan de muchas cosas: todos ellos de comer carne los viernes y los casados de salir con la vecina. Los que nacieron celíacos, se aguantan de comer alimentos con gluten y los que nacieron petisos se aguantan de jugar al basquet. ¿Por qué entonces los "Lgbt" tendrán licencia para infringir el sexto mandamiento? ¿Será, acaso, que aparearse es condición necesaria para entrar al Reino de los Cielos?
Pero los absurdos se multiplican. Mirando al azar algunas microentrevistas hechas a los cabecillas de esta nueva Iglesia, encontramos que el cardenal von Schönborn dice que el sínodo debe dar respuesta a lo que preocupa a los jóvenes de hoy. En su país, Austria, los jóvenes tienen mucho miedo al futuro, sobre todo la ecología y la falta de trabajo. Le preguntaría yo al purpurado si se puso a pensar que hace exactamente cien años, en su propio país, los jóvenes también tenían miedo al futuro, y no precisamente porque se estaban destruyendo los arrecifes de coral sino porque la guerra acababa de destruir su propio país; y tampoco temían porque no sabían si podrían perder su trabajo sino porque habían perdido a sus padres, hermanos e hijos en esa misma guerra. La situación era un tanto más grave que la actual, y a ningún iluminado pontífice de la época se le ocurrió convocar un sínodo para resolver esos interrogantes. El cardenal Ravasi, por su parte, afirma que los jóvenes de hoy poseen un nuevo lenguaje por lo que los padres sinodales deberán aprender su sintaxis y estilo propio, cuyas dos características principales son las “frases esenciales” y las “imágenes”, es decir, el empobrecimiento supremo del lenguaje que termina convertido en una suerte de lengua tarzánica. Notemos que la propuesta del purpurado no se orienta a convencer a los jóvenes que recuperen la riqueza de sus lenguas, es decir, que se civilicen, sino más bien a que toda la Iglesia, que fue la garante y transmisora de la civilización durante viente siglos, se barbarice a fin de estar en sintonía con los jóvenes volviendo a un lenguaje tribal.    Me pregunto si este señor, que paradójicamente es el presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, no tiene pensado redactar un catecismo con emojis: 🕍 + 🙏🏿 = 😀


Finalmente, es muy curioso analizar el discurso del Santo Padre al inicio del Sínodo. Comienza invitando a todos a hablar “con coraje y parresía” y, poco más adelante arremete contra el clericalismo que consiste, según explica, en “considerar que se pertenece a un grupo que posee     todas las respuestas y que ya no tiene necesidad de escuchar ni de aprender, o que finge escuchar. El clericalismo es una perversión y es raíz de muchos males en la Iglesia”. Sin embargo, hacia el final, se despacha contra los blogs (los blogs católicos, se entiende) que, como explicaba con prosa ciceroniana su amigo el cardenal Madariaga, son “redes fecales”. La curiosidad está en que son justamente los blogs los únicos que pueden hablar dentro de la Iglesia coraje y parresía puesto que los que lo hacen a viva voz, son prontamente misericordiados. Y resulta ser que la mayoría de los blogs está en manos de laicos, por lo que no corren el peligro de ser clericalistas. ¿En qué quedamos entonces? ¿Criticamos o no criticamos? ¿Hacemos parresía o no la hacemos? ¿O será más bien que las críticas que hagamos deben ser el eco de las críticas que hace el Papa Francisco y no críticas al Papa Francisco? La parresía, en tiempos francisquistas, tiene un techo muy bajo

The Wanderer

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