Por José Luis Aberasturi
Los viajes en avión dan para mucho. O para poco. Depende siempre de cómo se lo tome uno. Si se va dispuesto a no abrir la boca, todo es sencillo: se sienta uno al llegar a su sitio, y se levanta al aterrizar. Simple.
Pero si va dispuesto a hablar con todo el que se le cruce, con los que tiene más cerca, con los que le parecen más raros o exóticos, después de saludar cortesmente al personal que atiende al pasaje, como es natural y educado, pues no va a parar en todo el trayecto, por largo que sea. Y es cierto que, a veces, se hacen amistades que duran incluso años. O han dado pie para confesiones y hasta para conversiones (en sus inicios, al menos).
Personalmente, los viajes en avión me producen repelús; y me dan para ir rezando todo el rato, por largo que sea el trayecto. Y mi método no me cansa para nada. Incluso a veces ha dado para que algún que otro viajero me pregunte cosas personales mías o me hablen de las de ellos, al verme tan “centradamente piadoso".
Al Papa, los viajes en avión le ponen parlanchín: se anima, y no hay trayecto en el que no salga a la palestra para dialogar, a micrófono abierto, con el personal que le ha acompañado, especialmente los periodistas que cubren el evento. Lógicamente, los diálogos son más jugosos en el avión de vuelta que en el de ida. Y este Papa nos tiene acostumbrados a no defraudar nunca.
En el de vuelta de Dublín, como ya es habitual, le preguntan muchas cosas: desde el mismo Encuentro de las Familias, hasta la declaración pública en su contra de monseñor Viganó, pasando por el tema del aborto y otros más. A unos temas entró más que a otros… lo cual es lógico y esperable.
Personalmente, lo que más me ha “chocado” del Santo Padre al contestar una pregunta sobre el aborto, han sido dos cosas.
Una, que el aborto es “matar a un ser vivo”, la segunda, que “el aborto no es un tema religioso, sino antropológico”. O sea, que no hay que entrarle desde el lado religioso, sino desde el lado “humano", por decirlo de algún modo. Y las dos cosas, repito, me han chocado sobremanera. Y me explico.
Obviamente, el aborto es “matar”; y solo se puede matar a “algo” (“un ser vivo”, animal o planta como mínimo; además de a una persona, claro) que está “vivo”: si el “ser vivo” o el “algo” está muerto no se le puede ni matar; como tampoco se puede matar una “cosa”: a un jarrón, por ejemplo.
Pero claro, en el tema del aborto, “olvidarse” que estamos hablando en el contexto del Encuentro Mundial de Familias en el que claramente se refiere uno al aborto de un modo específico y unívoco: cuando una mujer está embarazada y, decidiendo no seguir adelante con el embarazo, se va a una “clínica” para que se lo maten. Y se lo matan: así están las “leyes”. Y la mujer, automáticamente, deja de estar embarazada.
Eso sí, al precio de haberse cargado con otras cosas mucho peores. Que lo ha hecho: tanto si es consciente de ello como si no, lo admita o no, le remuerda la conciencia o no. Ella, la madre, con todos los que la han incitado y ayudado para hacer tal cosa; que, si son católicos y sabían de la pena canónica correspondiente, quedan todos excomulgados, y no pueden acercarse a recibir ningún Sacramento, salvo en peligro de muerte, mientras no se les levante la excomunión.
En este contexto, “reducir” el aborto a “matar a un ser vivo”… pues ¡qué quieren! Vamos, que es como decir que es matar un pollo o un conejo. Y no: para qué nos vamos a engañar.
Me ha traído el recuerdo de aquella celebérrima ministra del simpar Zapatero -bueno, eso creía yo, pero el amigo Sánchez lo está dejando ridículamente pequeñito-, que hablando de una señora que embarazada, afirmó que lleva en su seno “un ser vivo, sí”, pero -añadió, y esto es lo que la ha hecho mundialmente famosa- “no es humano”. ¡Toma ya! El Santo Padre no ha llegado a esto, pero da la impresión de que ha querido ser lo más políticamente correcto posible; y quizá lo haya conseguido… O no. Por cierto, este “lenguaje” o esta “semántica” es propia de todas las personas que están a favor del aborto por razones ideológicas. O de las personas que les han dejado a ellos el uso y abuso de la tal “semántica”: “¡que inventen ellos!”, o así.
Exquisitez que se le debió pasar por alto -desconozco el motivo-, con el tema de los niños inducidos a ser homosexuales desde pequeñitos, que es como parece que todo es más fácil que arraigue -incluido el cambio de sexo, pues se está en ello también- y Bergoglio tuvo el “desliz” de utilizar con total naturalidad la palabra “psiquiatra”, y por ello tuvo problemas… no solo los del “mundillo” sino también los propios de su entorno; o él mismo.
Tal alboroto se armó que sus propios “portavoces” -si de común acuerdo con el Papa, o por imposición de éste, o por iniciativa personal de ellos o por qué- en la transcripción del texto oficial de su encuentro con los periodistas en el avión, han cortado por lo sano y le han quitado al Papa la “palabrita”. Vamos: que le han cortado el micrófono y lo han dejado mudo. ¡Que ya hay que tener…!, o ser muy humilde y obediente. Pero el retoque, por decirlo suavemente, es muy intenso.
¡Lo que hay que hacer -y tragar- para ganarse el pan! ¡O lo que hay que mandar para deshacer un entuerto monumental, más falso que Judas, por otra parte, o clasificado intencionalmente como tal, porque no lo hay: a toda la gente de a pié -la gente normal y corriente no comprometida, claro, con la ideología multicolor-, le pareció tan acertada como necesaria la referencia.
Sigamos con la exposición.
Lo segundo es mucho más grave, en mi opinión: ¡que no es un tema “religioso” en primer lugar, sino “antropológico”! Y aquí he de reconocer que me he perdido: ¡se me hace incomprensible que la Iglesia no pueda entrarle al tema como primer interés por ser un tema ¡antropológico! Y como tal hay que tratarlo. Y punto.
Y, ¿entonces?
Entonces, las preguntas son muchas porque las incógnitas levantadas tan gratuitamente con tal afirmación son enormes.
En primer lugar: el tema del calentamiento global, de la economía, de la inmigración, de la pobreza, del agua y otros tales... ¿sí están en primer lugar y son un problema “religioso” que sobrepasa con mucho cualquier connotación antropológica?
Si el aborto es un pecado gravísimo, tan grave que la misma Iglesia, que es Madre, impone la pena de excomunión a quien procura directamente un aborto, ¿lo hace primero para “defender la antropología” y luego desde lo religioso?
¿El mandato de Dios, “no matarás”, hay que verlo después -y solo después- y en el horizonte de lo que dice “antes” la antropología? Mas parece que los Mandamientos de la Ley de Dios son más de veinte siglos anteriores al nacimiento de la antropología, entonces, ¿cómo la Iglesia ha osado entrarle al tema del aborto sin esperar 2000 años a la antropología? ¡Y con pena de excomunión y todo! ¡Qué disparate!, ¿o no?
Así podría seguir, pero, ¿para qué? Creo que con esto hay más que suficiente, y el tema -que no la persona del Papa y sus intenciones- está bien claro.
Si en esas palabras faltó exquisitez verbal -o intencional- en el primer caso, en el segundo sobró por mucho. Pero lo dicho, dicho está, aunque se pueda borrar en las transcripciones; acto que demuestra que, como mínimo, algo se ha hecho muy mal, agrandado por la pretensión de taparlo con tan malas mañas y artimañas.
Pero, vamos: todo normal. Y ya nos vamos hasta “acostumbrando” o algo parecido. O no..?
Rezad por mí.
Amén.
InfoCatolica
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