Reflexión de Mons. Héctor Aguer, Arzobispo Emérito de La Plata, quien indicó que continuará con sus reflexiones en "Claves para un mundo mejor"
Queridos amigos como ustedes saben ahora soy Arzobispo Emérito de La Plata porque ya el Papa Francisco ha designado a mi sucesor, Monseñor Víctor Fernández, pero voy a seguir con ustedes en Claves, así que continuaremos encontrándonos todos los sábados si Dios quiere.
Hoy quiero hablarles acerca de algo que a mí me parece muy importante: No sé si ustedes han notado que los comentaristas de las cosas religiosas, las cuestiones de la Iglesia concretamente, suelen hacer una oposición entre la doctrina y la pastoral. Es decir: una cosa sería enseñar la doctrina, ser un doctor de la Iglesia, y otra cosa sería ser un pastor. Para ellos habría como una oposición o hasta una incompatibilidad, de alguna manera, según dejan traducir, entre enseñar la doctrina de la fe, recordar a la gente cosas que se han olvidado, también señalar los errores que se difunden y, en cambio, ir a visitar los barrios, estar en las villas, etc., como si fueran cosas opuestas. Yo, en realidad, he hecho las dos cosas porque me parece que ambas cosas son las que les corresponde hacer a un pastor de la Iglesia. Es pastoral también enseñar la doctrina de la fe.
Si se fijan en el final del Evangelio de San Mateo, Jesús antes de volver al Padre les dice a los once apóstoles: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean discípulos míos, bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que Yo les he mandado”. Esa es la pastoral.
¿Por qué hago esta introducción? Porque este año se cumplen 50 años de dos hechos muy importantes, en mi opinión, de dos actos magisteriales del Beato Papa Paulo VI. En primer lugar la promulgación de la Profesión de Fe del Pueblo de Dios. Él había señalado el año como el Año de la Fe y el 30 de junio de 1968 clausuró ese año haciendo una solemne profesión de fe y hace notar, a propósito, que en ese momento había grandes confusiones en la Iglesia. Dice, por ejemplo: “vemos que muchos católicos se dejan arrebatar por una especie de pasión por los cambios y las novedades. Sin duda la Iglesia constantemente tiene el deber de proseguir su esfuerzo, de profundizar y de presentar de modo siempre más adecuado a las generaciones sucesivas, los admirables misterios de Dios, fecundos para toda obra de salvación. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia tiene el deber indispensable de investigar y, si es necesario, poner el mismo cuidado para que la enseñanza de la doctrina católica no sea tocada”.
Fijense como el Papa se preocupa de que la transmisión de la doctrina sea homogénea. No hay contradicción. El Papa Paulo VI nota la gran confusión que se había registrado, confusión que ha continuado y que existe hoy día también a pesar del magisterio admirable de sus sucesores. Ese es un acto que ocurrió el 30 de junio de 1968.
Pero, el 25 de julio de ese año, el Papa Paulo VI publicó la Encíclica “Humanae vitae” sobre el control de la natalidad. En aquella época habían salido las primeras píldoras anticonceptivas y se creó toda una discusión acerca de si eso era moralmente aceptable o no. El Papa San Juan XXIII había creado una comisión para estudiar el caso que continuó en tiempos de Paulo VI que fue quien recibió el dictamen que era a favor de la adopción de las píldoras anticonceptivas como que no serían inmorales. Entonces él, estudiando eso, con mucho cuidado, después de un tiempo publicó esta Encíclica “Humanae vitae” donde dice, en el N° 14: “En conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y cristiana del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas”. Vean la actualidad que tiene esto”.
“Hay que excluir igualmente –dice Paulo VI-, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal o en su realización o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio hacer imposible la procreación”.
¿Y por qué dice esto? Lo dice porque reafirma la doctrina tradicional, que luego fue retomada por San Juan Pablo II, considerando que existen actos intrínsecamente malos, cosas que no se pueden hacer nunca, nunca pueden ser justificadas cualquiera sea la circunstancia porque son pecados. Son objetivamente tales y él lo aplica a esta realidad que se hacía urgente en ese momento. Dice, además, que es lícito el recurso a los períodos infecundos de la mujer para regular la natalidad. Eso es una cosa que ha puesto Dios en la naturaleza del varón y la mujer.
Si Dios quiere, en julio, vamos a retomar esto pero yo quería mostrar hoy estas dos intervenciones de Paulo VI en momentos de gran confusión y como el Magisterio Supremo de la Iglesia en el momento debido, adecuado, pone la nota y dice cuidado las cosas son así. ¿Esto es doctrina? Sí es doctrina. ¿Esto es pastoral? Sí, máximamente pastoral porque es pastoral comunicar la integridad de la fe, las verdades de la fe, recordarlas sobre todo en función de las confusiones o de los errores que se registran. Seguiremos con estas cosas, hasta la semana que viene.
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