viernes, 2 de marzo de 2018

CARDENAL EJIK: AMORIS LAETITIA ES «FUENTE DE CONFUSIÓN» EN LA IGLESIA


El cardenal Willem Eijk habló en Il Timone sobre su país Holanda, una nación que ha sufrido una fuerte secularización, marcando el camino para todos los así llamados «nuevos derechos», desde la anticoncepción hasta la eutanasia. Un país donde se están cerrando iglesias a un ritmo impresionante, que se terminan convirtiendo en restaurantes o salas de bailes; hoy menos del 20% de la población se declara católica, mientras que en 1970 era el 40%.
Arzobispo de Utrech, 65 años, Eijk fue presidente de la Conferencia Episcopal de los Países Bajos hasta 2016, y creado cardenal por Benedicto XVI en 2012.
Doctor, filósofo y teólogo experto en bioética, aceptó la invitación de responder a preguntas que abarcan muchas cuestiones importantes en el debate eclesial y social hoy en día.
«Empezando por la admisión de la eutanasia para casos bien definidos» dijo, describiendo la dramática situación en Holanda, «nosotros hemos descendido vertiginosamente por lo que los ingleses llaman 'la pendiente resbaladiza' que lleva a desenlaces preocupantes».
Las «diversas interpretaciones» del capítulo 8 de Amoris Laetitia que se están dando en el mundo católico, están creando confusión en la Iglesia y el cardenal estaría encantado si el Papa aclarase este asunto, preferiblemente en forma de algún tipo de documento magisterial. El acceso a la Eucaristía de los divorciados y vueltos a casar, dice, no puede ocurrir sin que se comprometan a vivir como hermanos.

Eminencia, en Italia después de las leyes que permiten el divorcio, el aborto, la fecundación in vitro, las uniones civiles gays, hay una ley que se aprobó, que abre en cierto modo la puerta a la eutanasia. ¿Qué piensa de esta ley?

Las leyes humanas deberían basarse en la ley moral natural, que tiene sus raíces en la inalienable dignidad de la persona, creada por Dios a su imagen. En cuanto una ley humana abre una puerta, aunque sea mínima, a un acto que viola la dignidad humana, se correrá el riesgo de socavar el respeto debido a dicha dignidad.

En Holanda la secularización se está produciendo desde hace algún tiempo.¿Cómo empezó?

Después de la introducción del uso de las hormonas anticonceptivas en 1964, surgió el problema de los embarazos no deseados, para el cuál se propuso el aborto como solución. A mitad de los años 60 se pensaba que serían sólo unos pocos casos al año, pero desde hace algún tiempo el número de abortos provocados asciende a más de 30.000 al año. Incluso esta cifra es relativamente baja debido a que la mayoría de las jóvenes usan la píldora, empezando a tomarla entre los 13-14 años, por iniciativa de los padres que temen que sus hijas se queden embarazadas. Por esto Holanda se jacta de su bajo índice de adolescentes embarazadas. Esta situación genera un problema relacionado con la formación de los jóvenes, ya que el uso generalizado de la píldora a una edad tan temprana no ayuda a la formación en la virtud de la castidad, es decir, la integración de los impulsos sexuales y los sentimientos en la entrega de sí mismo que se hace en el matrimonio, o en una vida célibe.

Con respecto a la eutanasia, su país es probablemente uno de los más «avanzados» del mundo.

A finales de los 70 y principio de los 80 en Holanda, la aplicación de la eutanasia (definida como la supresión de la vida por un médico a petición de un paciente) fue discutida, así como el suicidio asistido, pero sólo en el caso de fase terminal de una enfermedad incurable. Después también se aceptó dicha supresión para casos no terminales. Así en los 90 empezaron a hablar de la eutanasia o el suicidio asistido, para casos de pacientes que sufrían de enfermedades psiquiátricas o demencia. Una nueva barrera cayó con el llamado «Protocolo de Groningen», un acuerdo entre los neonatólogos y el fiscal de la ciudad de Groningen, según el cual un médico que acabase con la vida de un recién nacido discapacitado, no podría ser procesado, si él hubiese respetado las advertencias requeridas. A partir de este protocolo local, se creó una regulación a nivel nacional para la supresión de la vida de los bebés recién nacidos con discapacidad. En octubre de 2016 el gobierno anterior al actual anunció que quería desarrollar una nueva ley por la cual sería posible el suicidio asistido para aquellas personas que no padecen ningún tipo de enfermedad mental o somática, pero que, según su opinión, debido a sus sentimientos de soledad, vejez o movilidad reducida, ven sus vidas ya «consumadas», es decir, que no tiene ningún sentido seguir viviendo y por lo tanto quieren morir. En el gobierno actual hay dos partidos cristianos que se oponen a dicha ley. Sin embargo, un miembro del Parlamento perteneciente a un partido liberal izquierdista quiere presentar una legislación que implique el permitir el suicidio asistido, no necesariamente ayudado por un médico, en el caso de que uno considere su vida ya «completada», para personas de al menos 75 años.
Este breve ejemplo demuestra que los criterios para la supresión de la vida se están ampliando y que el respeto por la vida humana y su dignidad disminuyen. La puerta, una vez que se ha dejado entreabierta, al final terminará abierta de par en par. Empezar a admitir la eutanasia para ciertos casos bien definidos, nos coloca en un plano inclinado, que los ingleses llaman «la pendiente resbaladiza». Una vez que has puesto tus pies en esta pendiente te deslizarás más rápidamente de lo que pensabas que lo harías.

¿Es el mismo tipo de pendiente resbaladiza la que ha conducido al matrimonio entre personas del mismo sexo?

Holanda fue el primer país en legalizar el así llamado matrimonio homosexual en 2001. Es verdad, en un cierto sentido, que aquí estamos tratando con el mismo tipo de pendiente resbaladiza. La legalización del método anticonceptivo hormonal a principio de los 60 sugirió que el acto sexual puede ser moralmente separado de la procreación. Una vez que se aceptó culturalmente esta idea, llegamos a la conclusión de que otros actos sexuales aparte de aquellos directamente ordenados hacia la procreación son también moralmente aceptables, entre los cuales se encuentran los actos homosexuales. Es esencial ser conscientes de que estas cosas van unidas unas a otras: si cambiamos un elemento de la moral sexual, al final correremos el riesgo de cambiar radicalmente todo, quizás sin darnos cuenta al principio.

Parece ser que muchos católicos implicados en la política han podido olvidar los llamados «principios innegociables» (la defensa de la vida, la familia natural, la libertad de educación)

Los párrafos 73-74 de la encíclica de 1995 del Papa Juan Pablo II, Evangelium Vitae dan permiso a los políticos católicos, bajo determinadas circunstancias, es decir, respetando las condiciones de los principios generales sobre la cooperación con el mal, para que voten, por ejemplo, leyes más restrictivas de los abortos provocados (sic), incluso si están tratando con una ley intrínsecamente injusta, en un intento de prevenir la aceptación de una ley más permisiva. Los políticos que, actuando así, limiten el número de abortos provocados, pueden ver esta acción como una contribución al bien común. Muchos políticos católicos han defendido de este modo su voto en favor de las leyes que promueven el aborto o la eutanasia, aunque uno se puede preguntar si han cumplido realmente todas las condiciones tal como se mencionan en Evangelium Vitae y si su voto puede ser verazmente interpretado como una contribución al bien común. Ahora, aparte del hecho de que muchos políticos católicos de hoy día están menos eficazmente preparados para dialogar sobre los principios no negociables para llegar a un compromiso éticamente justificable, me temo que muchos de ellos ya no consideren estas cosas como no negociables.

En su opinión ¿cuál es la causa de esta situación?

La crisis de fe siempre ataca a las convicciones morales, que son una parte intrínseca de la misma. La actual crisis de fe en Cristo ha conducido a una crisis de fe en las normas absolutas, en la existencia de los actos intrínsecamente malos, y por tanto en el hecho de que ciertos principios son innegociables. Sin embargo,«debemos obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). Las leyes humanas deben corresponderse con la ley moral natural, que salvaguarda la dignidad de la persona y que se deriva del orden que Dios ha dado a Su creación.

Su Eminencia, usted ha dicho que sería necesario tener un documento en la Iglesia sobre el tema del género. ¿Cuál es la situación actual en Holanda? ¿Cuáles serán las consecuencias en el futuro?

Las Naciones Unidas, otras instituciones internacionales y algunos países están promoviendo la difusión de la ideología de género en la vida social, y sobre todo en el mundo de la educación. Por esta razón hay una necesidad perentoria de un documento magisterial que explique la doctrina de la Iglesia sobre el vínculo esencial entre el género, el papel social del hombre y la mujer y el sexo biológico, basado en una antropología cristiana para la que el cuerpo, incluida su sexualidad, es una dimensión intrínseca de la persona. La distinción biológica entre hombre y mujer es también parte del plan creador de Dios: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (Gen 1,27). Esto significa que la diferencia sexual tiene algo que ver con el ser creados a imagen de Dios, por lo tanto, refleja en sí mismo algo del Dios Uno y Trino, que es en sí mismo una comunidad de tres personas distintas unas de otras debido a sus mutuas relaciones.
Desde 1985 en Holanda una persona puede pedir a un juzgado que cambie su nombre y su sexo en la partida de nacimiento. Desde 2014, cualquier persona que tenga al menos 16 años, presentando una declaración de un experto de un centro para la disforia de género, puede requerir que su género sea cambiado en su partida de nacimiento por un funcionario y después en su pasaporte, sin el consentimiento de un juez ni de los padres y sin ninguna declaración médica al respecto. Ya en los años 70 se abrió el primer centro para la disforia de género en el Hospital Universitario de la Universidad Libre de Amsterdam cuyo jefe médico se convirtió en 1988 en el primer profesor de «Trans-sexología» del mundo. El tratamiento médico hormonal para el cambio de género, así como los procedimientos quirúrgicos necesarios eran en su mayor parte cubiertos por el seguro médico básico, que es obligatorio para todo el mundo. En un futuro no muy lejano, serán sobre todo los jóvenes, influenciados por los proyectos educativos que promueven la ideología de género, los que no entenderán el valor intrínseco del sexo biológico y verán el género como un objeto de libre elección por parte del individuo, independientemente de su sexo biológico.
Esto ya ha tenido y continuará teniendo graves repercusiones en la forma de ver la familia, el matrimonio y la sexualidad, que es el área donde la Iglesia tiene más dificultad para proclamar su doctrina. Esto no sólo es así en materia de moral sexual y marital, sino también en el campo de la teología sacramental del orden sacerdotal; sin reconocer o comprender el significado primordial de la distinción biológica entre hombre y mujer, uno no puede entender la analogía entre la relación de Cristo con la Iglesia y la de un hombre y su esposa (Ef 5,21-33) y por tanto no se puede comprender por qué sólo los hombres pueden ser ordenados sacerdotes.

En enero usted concedió una entrevista al periódico holandés Trouw, en la que abordó la controvertida cuestión del acceso a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar, tema que es fruto del proceso sinodal. ¿Puede repetirnos lo que piensa de esta propuesta?

La cuestión de si es posible permitir que los divorciados vueltos a casar civilmente reciban la absolución sacramental y después la Eucaristía está dividiendo la Iglesia. Hay debates, a veces acalorados, en cualquier estamento, entre cardenales, obispos, sacerdotes y laicos.
La fuente de confusión es la exhortación post-sinodal Amoris Laetitia, escrita por el Papa Francisco, al concluir el Sínodo de la Familia en 2014-2015. Dicha confusión parte principalmente del párrafo 305 de la exhortación. Vemos que algunas Conferencias Episcopales han introducido regulaciones pastorales que implican que los divorciados vueltos a casar pueden recibir la sagrada comunión bajo una serie de condiciones y después de un período de discernimiento pastoral por parte del sacerdote que los acompaña. Por otro lado, otras excluyen esta posibilidad. Lo que es cierto en un lugar A no puede ser falso en un lugar B. Estas diferentes interpretaciones de la exhortación que implican cuestiones doctrinales están causando confusión entre los fieles. Por lo tanto, sería feliz si el Papa aclarase este punto, preferiblemente por medio de algún tipo de documento magisterial. Yo mismo participé en ambos Sínodos de la Familia y argumenté que no podemos permitir que los divorciados vueltos a casar reciban la comunión. Ya expuse esta opinión en un artículo publicado en un libro que contenía las intervenciones de 11 Cardenales (Eleven Cardinals speak on marriage and the family, Ignatius Press, 2015).

¿Puede explicar brevemente su postura?

El mismo Jesús dijo que el matrimonio era indisoluble (Mt 5, 32; 19, 9; Mc 10, 11-12; Lc 16, 18). Cristo, en el evangelio de San Mateo (19,9; cfr. 5, 32) parece admitir una excepción, que es que uno puede repudiar a su esposa «en caso de una unión ilegítima». Sin embargo, el significado exacto de la palabra griega porneia, traducido aquí como «unión ilegítima», no está claro: probablemente signifique una unión incestuosa debida a un matrimonio entre cónyuges con grados prohibidos de parentesco (cfr. Lev 18, 6-18; Hch 15, 18-28). La razón más profunda es que no se puede permitir que los divorciados y vueltos a casar reciban la comunión basándose en la analogía de la relación existente entre marido y mujer con la de Cristo y la Iglesia (Ef 5, 23-32). La relación entre Cristo y la Iglesia es de entrega mutua total. Esta entrega se culmina con la donación de Su vida en la Cruz. Dicha donación se hace presente en el sacramento de la Eucaristía. Cualquiera que participe en la Eucaristía, debería estar preparado para ofrecerse enteramente a sí mismo, compartiendo así la entrega de Cristo a la Iglesia. Cualquiera que se divorcie y se vuelva a casar civilmente, en tanto que su primer matrimonio no haya sido declarado nulo, viola esa donación mutua total que lleva consigo el primer matrimonio. El segundo matrimonio celebrado civilmente no es un verdadero matrimonio. La violación de la entrega total del primer matrimonio que todavía es válido, y la ausencia del deseo de acatar dicha donación, hace a la persona implicada en el segundo matrimonio indigna de participar en la Eucaristía que representa la donación total de Cristo a la Iglesia. Sin embargo, esto no es obstáculo para que los divorciados vueltos a casar puedan participar en la celebración litúrgica, incluida la celebración de la Eucaristía, sin recibir la comunión, y que el sacerdote pueda acompañarlos pastoralmente.
En el caso en el que los divorciados y vueltos a casar civilmente no puedan separarse, por ejemplo debido a las obligaciones con sus hijos, podrían ser admitidos a la comunión o al sacramento de la penitencia sólo si cumplen las condiciones mencionadas en el párrafo 84 de Familiaris Consortio y en el párrafo 29 de Sacramentum Caritatis. Una de ellas es que deben comprometerse a vivir como hermanos, es decir, sin tener relaciones sexuales.
Traducido para InfoCatólica por Ana María Rodríguez
Tomado de One Peter Five

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