El tiempo del Adviento consta de las cuatro semanas que anteceden a la fiesta de la Navidad -nacimiento, del Señor. De su historia en la liturgia hay constancia en los primeros siglos de la Iglesia, con referencias doctrinales y exhortaciones piadosas, de san Ambrosio, san Agustín, san Máximo, san Cesáreo y otros Santos Padres.
Por Antonio Aradillas
Con el constructivo afán de profundizar - formar e informar- en los fundamentos de la fe cristiana y en su ejercicio religioso, en el marco litúrgico del Adviento, resultarán de provecho espiritual, reflexiones como estas:
El término "adviento", inicio y parte primera el Año Litúrgico, procede en su etimología del verbo latino "advenire", que significa "advenimiento, llegada o venida, especialmente si esta es esperada y solemne", además de "empezar a estar en un lugar, o aparecer en él". Se da por supuesto que la misma definición lleva consigo la participación activa de quienes esperan, conjugando tal verbo en presente, tanto personal como colectivamente. La gramática tiene e impone sus reglas, y éstas habrán de acompañar a perpetuidad a quienes se sirven de ellas para vivir y convivir en todas sus esferas.
El tiempo del Adviento consta de las cuatro semanas que anteceden a la fiesta de la Navidad -nacimiento, del Señor. De su historia en la liturgia hay constancia en los primeros siglos de la Iglesia, con referencias doctrinales y exhortaciones piadosas, de san Ambrosio, san Agustín, san Máximo, san Cesáreo y otros Santos Padres. San Bernardo y otros doctores de los siglos XI y XII, dictaron sermones con orientaciones ascéticas ciertamente relevantes. En las "Capitulares" de Carlos "El Calvo" (a.846), los obispos le advierten al príncipe que "durante el Adviento, so pretexto de asuntos de Estado o de alguna expedición militar, jamás podrán contar con ellos, por tener que dedicarse a la predicación".
En relación con la mística del Adviento, y en fiel sintonía con las predicaciones patrísticas, hay que destacar que el Adviento, como tiempo de preparación, integra ideas, en primer lugar, de la generosidad del Padre Celestial que nos dio a su Hijo.
En segundo lugar, -Segundo Advenimiento-, la de que el nuevo Nacimiento del Hijo de Dios libera a los fieles cristianos del yugo de la esclavitud del pecado.
En el Tercer Advenimiento se anuncia y reclama la consumación de todo, abriéndole a la humanidad las puertas de la eternidad feliz y dichosa, en conformidad con las palabras del Apocalipsis · "He aquí que vengo a su tiempo", repitiendo una y otra vez con fervor "¡Ven, Señor Jesús¡"
Al igual que en tantas ocasiones, tiempos y situaciones, inspiradas, vividas y legisladas en la historia de la Iglesia, también en estos "Advientos" prevaleció la idea de que, al final, Dios se hará presente -"parusía"- como juez y señor del universo, con plenos poderes para salvar a unos pocos y condenar a los más. Conforme a lo "profetizado" por David y la Sibila, "Dios reducirá al mundo a cenizas: día de lágrimas y de espanto", presentándose en la liturgia como "un advenimiento terrible", con atemorizadoras lecturas, oraciones, invocaciones y advocaciones.
Adviento, ayunos penitencias, cilicios, flagelaciones, conciencia de pecado, Juicio Final, color morado de infinitas tristezas y desesperanzas, que se abrieron paso, y todavía perduran en la Iglesia, como signos y estaciones propias de este tiempo litúrgico, no riman entre sí. Menos mal que la "tercera dominica" es conocida como de "Letare", por ser la alegría la primera palabra del Introito, con la que el Dios Libertador, encarnado en Cristo Jesús, se acerca y confraterniza, como uno más, con nosotros... El cambio del color morado de los paramentos sagrados, por los gloriosa y jubilosamente blancos, es de necesidad primaria en la reforma de la sagrada liturgia, como una expresión popular más de la refundación conciliar "franciscana".
Al igual que en tantas ocasiones, tiempos y situaciones, inspiradas, vividas y legisladas en la historia de la Iglesia, también en estos "Advientos" prevaleció la idea de que, al final, Dios se hará presente -"parusía"- como juez y señor del universo, con plenos poderes para salvar a unos pocos y condenar a los más. Conforme a lo "profetizado" por David y la Sibila, "Dios reducirá al mundo a cenizas: día de lágrimas y de espanto", presentándose en la liturgia como "un advenimiento terrible", con atemorizadoras lecturas, oraciones, invocaciones y advocaciones.
Adviento, ayunos penitencias, cilicios, flagelaciones, conciencia de pecado, Juicio Final, color morado de infinitas tristezas y desesperanzas, que se abrieron paso, y todavía perduran en la Iglesia, como signos y estaciones propias de este tiempo litúrgico, no riman entre sí. Menos mal que la "tercera dominica" es conocida como de "Letare", por ser la alegría la primera palabra del Introito, con la que el Dios Libertador, encarnado en Cristo Jesús, se acerca y confraterniza, como uno más, con nosotros... El cambio del color morado de los paramentos sagrados, por los gloriosa y jubilosamente blancos, es de necesidad primaria en la reforma de la sagrada liturgia, como una expresión popular más de la refundación conciliar "franciscana".
La esperanza, la alegría, la disponibilidad, la solidaridad, la conciencia de sentirse hijo de Dios, hermano de Jesús, prójimo, padre-madre de propios y extraños, son virtudes, actitudes y posicionamientos específicos del Adviento. Lo es -lo será- también la seguridad de que siempre -todo el año- es Adviento. Siempre-siempre, está viniendo Jesús. Es cuestión de sensibilidad religiosa y humana, y de tener los ojos abiertos. El trato con los demás lo facilita, reclama y demanda, con motivaciones substantivamente religiosas. La tan popular "Corona del Adviento", y el encendido de sus velas, en sus cuatro domingos, ayudan a conservar la fe y a acrecentar el amor.
Esta es -debiera ser- la ascética, la mística, la liturgia y la piedad del Adviento en cristiano. Su mantenimiento y desarrollo están en nuestras manos. Dependen de nosotros. No lo están otros "advientos" comerciales que se nos ofrecen con tanta y tan convincente generosidad publicitaria, que hasta llega a limitar nuestra capacidad de decisión y libertad individual y colectiva. La casi exclusiva dedicación del Adviento a pensar, elegir y hacer compras, profana y desacraliza tiempo tan sagrado, aún reconociendo que el obsequio a familiares y amigos, al prójimo y al necesitado, es también consecuencia y estilo de vida propio de este tiempo litúrgico.
El profeta Isaías, Juan Bautista, María y su prima Isabel, se aprestan a acompañarnos por los caminos, veredas y desiertos del Adviento, en dirección al portal de Belén.
Esta es -debiera ser- la ascética, la mística, la liturgia y la piedad del Adviento en cristiano. Su mantenimiento y desarrollo están en nuestras manos. Dependen de nosotros. No lo están otros "advientos" comerciales que se nos ofrecen con tanta y tan convincente generosidad publicitaria, que hasta llega a limitar nuestra capacidad de decisión y libertad individual y colectiva. La casi exclusiva dedicación del Adviento a pensar, elegir y hacer compras, profana y desacraliza tiempo tan sagrado, aún reconociendo que el obsequio a familiares y amigos, al prójimo y al necesitado, es también consecuencia y estilo de vida propio de este tiempo litúrgico.
El profeta Isaías, Juan Bautista, María y su prima Isabel, se aprestan a acompañarnos por los caminos, veredas y desiertos del Adviento, en dirección al portal de Belén.
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