La historia de la navegación, la de los descubrimientos, la cartografia, etc, en suma: la historia de la humanidad entera, hubiera sido seguramente muy distinta de no ser por el descubrimiento de este aparentemente sencillo artefacto. Tal vez estas breves noticias y datos reaviven el interés por todos estos temas.
Por Agustín Ramón Rodríguez González
En fecha y circunstancias aún no conocidas, se observó que un pequeño objeto de hierro imantado, si tiene completa libertad de movimiento, se coloca aproximadamente en la dirección Norte-Sur, siguiendo las líneas del campo magnético terrestre. El fenómeno fue descubierto por los antiguos chinos, que derivaron de él un mecanismo para lograr la orientación en nuestro planeta, aunque todavía se discute si no hubo un descubrimiento paralelo y poco posterior en Europa.
Aceptando la primacía china, es de señalar que curiosamente lo aplicaron al principio en tierra, dada la extensión de Asia, y sobre todo, las enormes llanuras semidesérticas del Norte del Imperio, faltas de toda referencia. Típico de su idiosincrasia, tan distinta de la europea, fue montar el artilugio en “carrozas magnéticas”, con una figurita humana que señalaba con el brazo la dirección Sur, es decir, la vuelta segura a casa, no el frío y peligroso Norte siberiano. Posteriormente lo aplicaron a la navegación.
Brújula china del siglo XVIII, Museo Naval de Madrid
El hallazgo pasó a la India, y de aquí al mundo musulmán, llegando finalmente a Europa, que sacó del invento mucho más provecho que sus creadores y propagadores, como igualmente sucedió con otros inventos chinos como la pólvora, la tinta, el papel o la imprenta de planchas.
Parece que llegó a Italia hacia el siglo XIII, y entonces era una pequeña cajita de madera (de ahí “bussola”, origen de la palabra española), cubierta con un cristal, donde flotaba sobre agua una maderita o caña, sobre la cual iba la aguja imantada. Poco después se mejoró el sistema montando la aguja sobre una pequeña punta o estilo, que la permitía girar en todas direcciones, e incorporándola la famosa “Rosa de los vientos”, con las 32 direcciones o rumbos posibles en la circunferencia, mejores que las zodiacales chinas originales de sólo 12 o 24.
Aparentemente no debían ser los europeos, con sus pequeñas y confinadas tierras y mares los que más provecho podrían sacar del nuevo instrumento. Pero la increíble energía y dinamismo de aquella pequeña parte del mundo se sirvió de éste y otros inventos paralelos para la navegación, desde instrumentos para hallar la situación del buque, hasta el buque mismo, que le llevaron a su expansión por todos los mares y a la conquista del globo terráqueo.
Mapa de Juan de la Cosa, Museo Naval de Madrid.
Por supuesto que algo tan imprescindible para las largas navegaciones oceánicas como la brújula, fue sometido a continuas mejoras, buscando siempre aumentar su “Sensibilidad” a los más pequeños cambios de rumbo del buque, y su “Estabilidad”, es decir, que no se viera influida por los movimientos del buque en navegación, como balances, cabezadas, pantocazos y otros.
Así se llegó a la “Bitácora”, armario cilíndrico o prismático de madera y/o latón (metal no magnético), en que va protegida la brújula y, en lo posible, libre de toda interferencia exterior no magnética, y de los agentes corrosivos del mar. En ella se solía guardar el cuaderno o libro “de bitácora”, donde se anotaban diariamente todas las incidencias de la navegación.
Indudablemente, el Descubrimiento de América no hubiera sido posible, o se hubiera dificultado mucho sin el nuevo instrumento, pero ya Colón notó en su primer viaje los problemas que planteaba su utilización, y que hasta entonces habían pasado poco menos que inadvertidos.
De Colón a Santa Cruz
Al realizar la travesía marítima documentada más larga hasta la fecha, el navegante observó que la aguja se desviaba un tanto, pues el campo magnético terrestre no coincide exactamente con las coordenadas geográficas. De hecho Colón llegó a aventurar que la Tierra no era esférica, o que tenía abultamientos, o forma de pera, para explicar esos fenómenos. Hoy sabemos que los Polos magnéticos no coinciden con los geográficos, existiendo según las zonas desviaciones mayores o menores hacia el Este o el Oeste, ni con el Ecuador, pero entonces supuso un serio inconveniente, pues en las grandes distancias oceánicas, una desviación original de pocos grados, puede llevar a un punto muy lejano del pretendido. Correspondió a un español, Don Alonso de Santa Cruz, cartógrafo de la Casa de Contratación, la inmensa gloria y acierto de realizar el primer mapa terrestre con las desviaciones magnéticas, realizado a base de continuas y detalladas observaciones, y gracias al cual los capitanes y pilotos podían enmendar su rumbo según el punto en que se hallaran, pues el campo magnético terrestre dista mucho de ser homogéneo, e incluso presenta singularidades de mucha entidad, debido, por ejemplo, a la existencia de grandes yacimientos de material ferromagnético y a otras causas aún no bien conocidas, así como oscilaciones temporales, y aún desconocemos todavía con precisión el origen del fenómeno, aunque abunden las hipótesis mas o menos fundadas.
Por si fuera poco, ya en el siglo XVIII se observó que el creciente material de hierro que llevaban los buques, tanto en su estructura y aparejo como en su artillería, anteriormente de bronce y no magnética, influían en la brújula y la desviaban. Y el problema no hizo sino aumentar cuando los buques pasaron de la madera del casco a estar construidos de hierro y acero, así como a llevar máquinas de los mismos materiales, y ya en la segunda mitad del siglo XIX, a incorporar la electricidad para la iluminación y en motores auxiliares.La presión desde entonces por conseguir corregir tales influencias por cálculo matemático o mediante dispositivos que aislaran o compensaran la brújula fue muy grande, pero los resultados se hicieron esperar.
Nuevas aportaciones españolas en el siglo XIX
Una importantísima contribución fue la del entonces Capitán de Fragata D. Joaquín Bustamante y Quevedo, que publicó el libro “La Aguja Náutica” en 1895, mostrando un método eficaz y sencillo para compensar las brújulas de a bordo, que le mereció la Cruz del Mérito Naval, las gracias de Real Orden y su publicación. Don Joaquín, que era primo hermano nada menos de que D. Leonardo Torres Quevedo, todo un genio en la invención y en nuevas tecnologías, destacó por sus inventos y perfeccionamientos, desde la instalación de algunas de las primeras redes eléctricas y telefónicas españolas, a la mina submarina, antes de morir heroicamente en 1898.
De Colón a Santa Cruz
Al realizar la travesía marítima documentada más larga hasta la fecha, el navegante observó que la aguja se desviaba un tanto, pues el campo magnético terrestre no coincide exactamente con las coordenadas geográficas. De hecho Colón llegó a aventurar que la Tierra no era esférica, o que tenía abultamientos, o forma de pera, para explicar esos fenómenos. Hoy sabemos que los Polos magnéticos no coinciden con los geográficos, existiendo según las zonas desviaciones mayores o menores hacia el Este o el Oeste, ni con el Ecuador, pero entonces supuso un serio inconveniente, pues en las grandes distancias oceánicas, una desviación original de pocos grados, puede llevar a un punto muy lejano del pretendido. Correspondió a un español, Don Alonso de Santa Cruz, cartógrafo de la Casa de Contratación, la inmensa gloria y acierto de realizar el primer mapa terrestre con las desviaciones magnéticas, realizado a base de continuas y detalladas observaciones, y gracias al cual los capitanes y pilotos podían enmendar su rumbo según el punto en que se hallaran, pues el campo magnético terrestre dista mucho de ser homogéneo, e incluso presenta singularidades de mucha entidad, debido, por ejemplo, a la existencia de grandes yacimientos de material ferromagnético y a otras causas aún no bien conocidas, así como oscilaciones temporales, y aún desconocemos todavía con precisión el origen del fenómeno, aunque abunden las hipótesis mas o menos fundadas.
Por si fuera poco, ya en el siglo XVIII se observó que el creciente material de hierro que llevaban los buques, tanto en su estructura y aparejo como en su artillería, anteriormente de bronce y no magnética, influían en la brújula y la desviaban. Y el problema no hizo sino aumentar cuando los buques pasaron de la madera del casco a estar construidos de hierro y acero, así como a llevar máquinas de los mismos materiales, y ya en la segunda mitad del siglo XIX, a incorporar la electricidad para la iluminación y en motores auxiliares.La presión desde entonces por conseguir corregir tales influencias por cálculo matemático o mediante dispositivos que aislaran o compensaran la brújula fue muy grande, pero los resultados se hicieron esperar.
Nuevas aportaciones españolas en el siglo XIX
Una importantísima contribución fue la del entonces Capitán de Fragata D. Joaquín Bustamante y Quevedo, que publicó el libro “La Aguja Náutica” en 1895, mostrando un método eficaz y sencillo para compensar las brújulas de a bordo, que le mereció la Cruz del Mérito Naval, las gracias de Real Orden y su publicación. Don Joaquín, que era primo hermano nada menos de que D. Leonardo Torres Quevedo, todo un genio en la invención y en nuevas tecnologías, destacó por sus inventos y perfeccionamientos, desde la instalación de algunas de las primeras redes eléctricas y telefónicas españolas, a la mina submarina, antes de morir heroicamente en 1898.
Joaquín Bustamante y Quevedo, Museo Naval de Madrid
Destacó aún más por entonces el Teniente de Navío D. Isaac Peral y Caballero, el genial inventor del submarino, que se encontró con el problema añadido de que en su buque, que estrenaba por entonces la propulsión eléctrica, única posible en los submarinos hasta la nuclear, una brújula normal enloquecería. Pero resolvió brillantemente también este problema, encerrándola en la pequeña torreta de bronce del submarino, con visión indirecta para el timonel, situado más abajo, así como con medidas como hacer los conductores paralelos para interferir lo menos posible.
Isaac Peral y Caballero, Museo Naval de Madrid
Y vayan estos rápidos recuerdos para los que aún dudan de las aportaciones españolas en los terrenos de la Ciencia y de la Técnica.
Del nombre del artefacto y de su utilidad presente
Curiosamente los marinos desdeñan el nombre de “brújula” y prefieren el de “aguja”, por la contundente razón de que la primera palabra no significa otra cosa que la “cajita” que contiene la aguja imantada , como sabemos, y preferir ellos referirse al instrumento en sí. También utilizan la palabra “compás”. Pero unos y otros instrumentos técnicos, que tanto han supuesto en la navegación y en la Historia del Mundo, van siendo hoy desplazados por tecnologías como las del G.P.S. (localización por satélite) impensables hace sólo 50 años. Sin embargo y pese a toda su complejidad, facilidad de consulta y mejoras en general, tales nuevas técnicas son susceptibles de fallos por cualquier causa, como comprobamos casi a diario, y en ocasiones hay que recurrir a soluciones tradicionales. Y muy poco previsores seríamos si no estuviésemos preparados para tales eventualidades.
En cualquier caso, quede de manifiesto el decisivo papel que en la Historia de la Humanidad ha jugado el tan aparentemente sencillo artefacto. Así como algunas de las tan importantes como poco recordadas aportaciones españolas en esta crucial cuestión.
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