Lo
hemos dicho ya muchas veces y lo
volvemos a repetir ahora con mayor énfasis, porque pese a que el tema tiene
claros contornos, son muchos los que persisten en una errónea interpretación:
el expediente de que se ha servido el autor de la naturaleza para perpetuar la
especie humana es la unión biológica de una mujer y de un hombre.
Por
José Leopoldo Decamilli - Desde
Berlín
La
relación sexual -que puede ser también sentimental en ocasiones- entre dos
mujeres o de dos hombres entre sí, que ha tenido lugar en todos los tiempos del
humano existir, es -desde el punto de vista de la intención de la naturaleza-
algo fuera de la norma, es anormal. Estas relaciones anómalas deben ser
respetadas al igual que todos los demás desequilibrios físicos y mentales que padecen los seres
humanos, por diversos motivos y bajo el influjo de diversos factores. Sobre
esto no cabe la menor duda.
Otra
cosa muy distinta es el afán de ciertos círculos de presentar estas
perturbaciones fisiológicas y emocionales como fenómenos perfectamente normales
y, basado en tales ideas, exigir como pleno derecho la completa equiparación
con el matrimonio de los heterosexuales. Esto no puede ni debe ser porque afrenta la disposición de la naturaleza, afecta la significación de la familia y
favorece indirectamente la propagación del mal.
Los
patrocinadores de esta campaña proceden de grupúsculos de homosexuales
fanatizados que intentan ocultar su complejo de inferioridad con la frenética
agitación de la bandera de la igualdad.
Pero no son los únicos ni los más influyentes. Detrás actúan poderosos círculos
políticos de extrema orientación socialista. Para ellos la destrucción de la familia es el paso decisivo para lograr la
completa socialización del hombre y su total sometimiento a los fines del
estado totalitario.
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