Un hecho constante en el evangelio es el encuentro con Jesús y el cambio de vida.
Por Mons. José María Arancedo
Podríamos decir que el cambio, en la óptica del evangelio, supone el encuentro con Alguien que da un sentido nuevo a todo. Se trata de un salto cualitativo. Lo de siempre, a partir de este encuentro, adquiere una dimensión nueva. Hablaría de un cambio en la continuidad de una misma vida.
Es pasar de una vida gris en la que todo parecía igual, a una vida que tiene como rasgo distintivo la alegría, el compromiso y la esperanza. Esta necesidad de renovar el encuentro con Cristo vale, especialmente, para quienes nos sentimos cerca de él. Nuestra mayor amenaza como cristianos, nos decía el Cardenal Ratzinger es: “ese gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad” (Ap. 12).
En el evangelio de este domingo leemos la respuesta de san Pedro a la pregunta de Jesús, de si ellos también lo abandonarían: “Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tu tienes palabras de Vida eterna”, le dice Pedro (Jn. 6, 68). En esta simple respuesta vemos la consecuencia de ese encuentro con Jesús que le ha cambiado la vida. Todo sigue igual, pero ya nada es igual. Este encuentro es el inicio de algo nuevo.
Aparecida, retomando el pensamiento de Benedicto XVI, lo dice de una manera clara y bella: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Ap. 243). Este es, por otra parte, el testimonio constante de quienes han tenido la experiencia de un encuentro profundo con Jesucristo. Empezando por la experiencia de los primeros discípulos que nos habla el evangelio, hasta esa larga lista de santos de todos los tiempos.
Creo que para avanzar en este tema es necesario preguntarnos por el lugar o nivel de este encuentro, para que sea causa de un real cambio de vida. Esto significa preguntarnos cuándo se dio y cómo se vive este encuentro con Jesucristo. Estamos acostumbrados a tener en la vida encuentros tangenciales, diría superficiales, que tienen poca profundidad. Son pasajeros, participan de cierta cultura del “zapping”, ocupan un tiempo pero enseguida necesitamos algo nuevo, diría que no tienen profundidad, no echan raíces.
Esto vale para nuestra relación con Jesús. Si mi encuentro con él es superficial, no tiene profundidad, o se queda a nivel de una idea más junto a otras, no llegaré a la experiencia de ese cambio que se dio en san Pedro y fue el comienzo de una vida nueva. Cuando este encuentro se da, en cambio, en ese nivel profundo donde el otro pasa a ser único, entonces es posible hablar de un horizonte nuevo en mi vida. No debemos temer a este encuentro, aunque es exigente, Él no viene a ocupar el lugar de nadie, sí a dar sentido e iluminar el lugar de todos en nuestra vida.
Reciban de su obispo, junto a mis oraciones y afecto, mi bendición en el Señor Jesús que vive a la espera de un encuentro vivo con cada uno de nosotros.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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