“A una madre se
la quiere siempre con igual cariño, y a cualquier edad se es niño, cuando una
madre se va”
José
María Pemán
Escritor
español
Por
César Valdeolmillos Alonso
A
mi madre y a todas las madres del universo.
Pasado
mañana es domingo y desde hace años celebramos el día de la madre. A pesar de
los años transcurridos no me acostumbro a esta fecha. Prefiero la del ocho de
diciembre, la de la Inmaculada. Aquella en la que siendo pequeño, recién
levantado y descalzo aún, yo te entregaba un dibujo y te recitaba una poesía.
Era un dibujo en la que la protagonista siempre eras tú. Durante días te lo
había estado preparando con toda la ilusión del mundo. Era un secreto que tú no
debías conocer y si entrabas en mi habitación mientras lo estaba haciendo,
inocentemente, yo trataba de taparlo con mis brazos mientras te decía: “Mamá tú
no mires, tú no mires”. Y tú, que sabías muy bien lo que estaba haciendo, te
hacías la desentendida y me respondías: “Yo no miro, no te preocupes”. Y salías
de la habitación con una sonrisa en los labios y de gozo henchido el corazón.
Hoy
que han pasado los años y la vida nos ha enseñado lo que jamás hubiéramos
debido aprender, no encuentro regalo más hermoso que hacerte que aquel dibujo
de mi infancia acompañado del más dulce y tierno beso impregnado de ternura y
veneración.
Hoy,
al acariciar tu pelo de plata; al contemplar entre las mías tus manos
deformadas por toda una vida de trabajo; manos ajadas, llenas de puntitos, de
todos los pinchazos que los cientos de espinas la vida clavó en ellas; manos
que siempre estuvieron prestas a dar y tan poco recibieron; al adivinar en tu
mirada todo un mundo de amor, de ilusiones y recuerdos, solo ahora comprendo la
inmensa ternura que sentías cuando yo hambriento me asía a tu pecho, mientras
tu me contemplabas en tu regazo. Y es que no tiene el mundo flor en la tierra
alguna, como un niño en el regazo de su madre. Solamente la sensación
experimentada en esos momentos, ya merece la pena vivir. A partir de ese momento,
la madre, nunca estará ya sola. En su interior siempre vivirán, su hijo y ella,
porque sus brazos y su corazón son la amorosa cuna que al nacer, Dios nos
proporciona.
Han
pasado los años y ya no te hago aquellos dibujos que con tanto anhelo te hacía cuando
era niño. Ha pasado una vida y ahora me siento culpable de no haberte dicho
cada día, cada momento que te quiero, Madre y aunque aún tienes momentos de
lucidez en los que todavía me reconoces, siento un gran vacío dentro de mí, por
no haber sabido siempre corresponder a tu infinito amor, como una madre se
merece, aunque bien se que el corazón de una madre es un abismo profundo en
cuyo fondo siempre espera el perdón.
Hoy
que te veo tan frágil, tan indefensa, hoy que tanto se habla de derechos, echo
la vista atrás y me doy cuenta de que en tu misión de madre y esposa, nunca
tuviste días libres ni derecho a vacaciones; que a la hora de repartir, siempre
te dejabas en el plato los huesos, las raspas o la cabeza del pescado… “porque
era lo que más te gustaba”.
Hoy,
con el paso de los años, por fin me he dado cuenta de una Madre es la única
persona del mundo que siempre está a tu lado de forma incondicional. Que si la
rechazas, te perdona. Si te equivocas, te acoge. Si te alejas de ella y la
ofendes, lo sufre calladamente. Si los demás te abandonan, ella te abre sus
brazos. Si estás feliz, ella lo celebra contigo. Si por el contrario has dejado
de sonreír porque estás triste, ella sonreirá por ti hasta arrancar de tu alma
un gesto de consuelo. Nuestra Madre es siempre nuestra amiga más leal, sincera
e incondicional. Y es que un hijo es el ancla que hace que su madre se aferre a
la vida para guiarle y protegerle.
Una
madre es capaz de darlo todo sin esperar nada. Una madre sigue teniendo
confianza en sus hijos cuando todos los demás la han perdido. Frente a nuestra
incomprensión, despego, egoísmo e ingratitud, una Madre guarda siempre un
sufrido silencio. Son silencios tan hondos y llenos de dolor, que si un día
llegarán a escucharse, atronarían el universo, porque para cada Madre solo hay
un niño en el mundo que atesora todas las virtudes y ese niño es el suyo.
Tengo
tantas cosas por las que pedirte perdón. Perdóname las veces que te respondía
de forma desabrida o con desgana.
Perdóname
las veces que por tu dedicación olvidé darte las gracias.
Perdóname
las muchas veces que olvidé una fecha para ti señalada.
Perdóname
las muchas veces que olvidé mirarte a los ojos diciéndote ¡Cuánto te quiero
mamá!
Perdóname
las muchas veces que deje de escucharte mientras tú me hablabas.
Perdóname
todas las veces que a causa de mi egoísmo dejé de preguntarte lo que
necesitabas. Y lo que necesitabas era una simple mirada impregnada de cariño.
Perdóname
por mi prepotencia al no aceptar tus consejos. Yo creía que lo sabía todo sin
darme cuenta que no sabía nada y ahora, aunque quiasmas tarde de lo que
debiera, ha llegado el momento de darte las gracias.
Gracias
por darme la vida y amamantarme.
Gracias
por cuidarme cuando me subía la fiebre y lloraba sin parar cuando me puse enfermo.
Gracias
por llevarme de paseo y por acompañarme el primer día al colegio.
Gracias
por recogerme y llevarme al parque a jugar con los amigos.
Gracias
por hacerme mi plato favorito, por salir temprano a comprar el pan tierno y
ponerme el bocadillo.
Gracias
por tratar de que nunca me faltase nada que me fuera imprescindible.
Gracias
por decirte mil veces no a ti misma para complacerme a mí.
Gracias
por curarme las heridas, por tus cálidos y fuertes abrazos y besos.
En
mi memoria han quedado grabadas para siempre tus miradas cómplices.
Tú
fuiste con tu dedicación de cada día a quien le debo que me enseñases la senda
de mi futuro.
Siempre
sentiré en mi cuerpo la tibieza de tus manos.
A
mis hijos les conté las historias que tú me contabas.
Siento
que me llevas, que te llevo en mi corazón.
Me
siento orgulloso de llevar tu apellido y de que por mis venas fluya tu propia
sangre.
Me
siento orgulloso por lo que fuiste, por lo que eres y por ser parte de ti
misma.
Me
has enseñado mucho, todo.
Me
has enseñado a ser paciente, humilde, optimista,
Me
has enseñado el verdadero sentido de ver amanecer un nuevo día.
Me
has enseñado a respetar la vida.
Me
has enseñado a quererte y quiero que sepas que te quiero, aunque a veces no te
lo llegase a decir. Te quiero, ahora, antes y siempre, Madre.
Creo
firmemente que al final del camino, volveremos a encontrarnos. Allí donde solo
exista la paz y el amor.
Gracias
Madre, no solo por haberme dado la vida, sino por haberme regalado la tuya.
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