No
podemos quedarnos tranquilos porque pedimos más sacerdotes, sino preguntarnos
si creamos esas condiciones, si valoramos para nuestros hijos y en nuestras
comunidades el llamado al sacerdocio como un don de Dios, como camino de
plenitud para ellos y de servicio a sus hermanos.
Por
Mons. José María Arancedo
En
este 4° domingo de Pascua la Iglesia nos invita a celebrar la Jornada Mundial
de Oración por las Vocaciones. Es el domingo en el que leemos el evangelio de
Jesucristo, el Buen Pastor. La raíz de la vocación consagrada y sacerdotal se
manifiesta como un vínculo entre Dios y los hombres, en el que la iniciativa la
tiene Dios. El Santo Padre ha puesto como lema de la Jornada de este año: Las
vocaciones don de la caridad de Dios, para expresar que la fuente de la
vocación sacerdotal es un llamado personal del amor de Dios.
La
finalidad de este llamado es hacer presente y continuar en la Iglesia la obra
de Jesucristo, el Buen Pastor, al servicio de su pueblo. Nos recuerda una frase
del santo Cura de Ars en la que les decía sus fieles: “el sacerdote no es
sacerdote para sí mismo, sino para ustedes”. Este es el marco en el que debemos
contemplar la vocación y la misión del sacerdote. No estamos hablando de una
profesión que elegimos, sino de la respuesta a un llamado y una misión que
recibimos.
Dado
que la fuente de este llamado está en Dios, la oración es nuestra primera y más
importante tarea. Sabemos que Dios nunca va a dejar huérfano a su pueblo, por
eso le pedimos e insistimos en la oración, pero sabemos, también, que al ser un
llamado tiene que encontrar el suelo o el oído preparado para escucharlo. Hay
una preparación, una disposición a la escucha, que nos corresponde a todos,
diría que es una responsabilidad de toda la Iglesia, no sólo de los sacerdotes
sino de las familias y comunidades cristianas que deben crear las
circunstancias que permitan descubrir el significado y el valor de la vocación.
No
podemos quedarnos tranquilos porque pedimos más sacerdotes, sino preguntarnos
si creamos esas condiciones, si valoramos para nuestros hijos y en nuestras
comunidades el llamado al sacerdocio como un don de Dios, como camino de
plenitud para ellos y de servicio a sus hermanos. El contenido de esta vocación
siempre va a ser Jesucristo, el Buen Pastor. Es importante, por ello,
detenernos a leer pausadamente este pasaje del cap.10 del evangelio de san
Juan.
En
este sentido y conscientes de esta necesidad, la Iglesia en la Argentina nos
propone el tema de la pastoral vocacional como un ámbito prioritario. Si bien
se reclama de los jóvenes un corazón abierto a esta llamada que el Señor hoy
les está haciendo, insiste que este tema debe estar presente en toda la vida de
la Iglesia.
Así
lo plantea y nos dice: “las familias, las
escuelas, las comunidades juveniles, las parroquias y movimientos han de ser ámbitos
propicios para que los jóvenes puedan descubrir y responder al llamado del
Señor…. para que reconociendo la mirada tierna y comprometedora de Jesús estén
dispuestos a consagrarles totalmente sus vidas” (Orientaciones Pastorales
de la CEA, 2012). Nuestros jóvenes necesitan ver en nuestra palabra y
testimonio el valor oblativo de la vida y la apertura generosa al amor de Dios.
Reciban
de su Obispo en este día del Buen Pastor la seguridad de mi afecto y oraciones,
junto a mi bendición.
Mons.
José María Arancedo
Arzobispo
de Santa Fe de la Vera Cruz
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