sábado, 25 de julio de 2009

PODER Y TRASCENDENCIA DE LA EDUCACIÓN


No resulta fácil hallar, hoy, un fundamento firme para sustentar concepciones educativas para la formación humana. Pues no abundan los hombres eminentes que puedan persuadir sobre la necesidad de un fundamento firme que ayude a formar y exaltar cualidades esenciales del hombre y del ciudadano.
Por Nélida Rebollo de Montes
La nueva etapa que emprenderá el gobierno nacional en el área educación tras las elecciones legislativas, ya cuenta con críticas de ex ministros de Educación consultados como así también de otros especialistas, determinando incertidumbre principalmente por la reciente creación de la denominada Unidad de Planificación Estratégica de la Educación, como así también el asesoramiento que prestará a la Presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner, en vez de responder el Ministerio de Educación, a las necesidades presidenciales. En fin, los cambios parecen no conformar ni responder a las expectativas esperadas.
El nuevo ministro, Alberto Sileoni que asumió el jueves 23 de julio de 2009 y el ex ministro desplazado a otra función de la educación Juan Carlos Tedesco encabezarán un espacio para la planificación estratégica de la educación. La subdivisión efectuada se basa en diferentes criterios en la organización y administración escolar, sin referencia al desarrollo de aptitudes y capacidades para que los discípulos, en su calidad de personas, desarrollen sus capacidades y aptitudes en las escuelas que participan en una empresa común. Además en este tema existen realidades y razones profundas que es necesario examinar teniendo presente que es más difícil acertar en la adopción de puntos de vista pedagógicos en una época de crisis de cultura como la actual.
En lugar de propender a la formación de los niños, adolescentes y jóvenes se evidencia un interés en satisfacer preferentemente exigencias utilitarias y prácticas, postergando todo empeño de formación humana, no obstante la inseguridad generalizada a raíz de los espeluznantes crímenes diarios; el crecimiento operativo de los narcotraficantes; las adicciones juveniles; la desocupación masiva; la galopante inflación; el hambre rondando no sólo en la periferia sino a las puertas de los hogares del centro de la ciudad; el quebranto de la salud con la amenaza de muerte constante a raíz de la pandemia gripal que cobra vidas jóvenes; además de un horizonte político lleno de interrogantes en la toma de medidas inteligentes y rápidas.
¿Falta intuición de la realidad nacional? Es como si estuviéramos en quiebra porque los valores más altos han sido derribados con el crecimiento de la delincuencia y el delirio del caos. En esta forma resulta lógico que quiebren también los sistemas educativos sin que se apunte desde ellos a una drástica medida que solucione parte del desconcierto que provoca la degradación juvenil con sus borracheras, drogadicción, criminalidad e impunidad del delincuente menor, sin que se ensayen medidas de contención e internación para que se recuperen y no ronden como fantasmas amenazantes por las calles tras haber cegado vidas preciosas. Tampoco hay que esperar todo de la escuela. La transformación debe afectar, en primer término, el alma humana y esto es obra de la conciencia general, no sólo del espíritu escolar.
Lo que hoy requiere la educación es una idea previa del hombre en el que sea esencial el valor moral. Pero no es posible obrar sobre un hombre abstracto, sino sobre un ser concreto, real, de “carne y hueso” como decía Unamuno, el español pensante y hacedor de la educación como Sarmiento.
Los debates de los espíritus más altos de Occidente han girado siempre sobre el papel del hombre contemporáneo. La cuestión final hacia donde desembocaban esos debates llenos de sugestiones fue la de saber qué debe y qué no debe ser desenvuelto en el hombre moderno para evitar que desencadenen las fuerzas que lo devoran. Por ejemplo, no se puede combatir la violencia exaltándola permanentemente en las canchas, en las calles céntricas, agrediendo con protestas cuyos protagonistas están provistos con garrotes u otros elementos; y, capuchas en la cabeza ni con obras de teatro y películas que todo se resuelve con el ataque verbal feroz o con las armas de gatillo fácil.
Además hay una desproporción entre los progresos técnicos de la humanidad y su educación moral, al respecto las pantallas de televisión informan reiteradamente en el mayor número de espacios posibles y en tono jocoso sobre los líderes libidinosos exaltados por sus vicios y por su exagerada propensión a escandalizar sin una cuota de firme condena, que pondere la reacción de rechazar esos excesos que se comentan en todos los programas.
La formación de los más jóvenes se halla enérgicamente afectada por fuerzas que detienen el desarrollo personal puesto que están en escena permanentemente los que ejercen direcciones con argumentos que provienen de los pervertidos, favoritos de la prensa sensacionalista o del automatismo material. Con esto aniquilan los valores humanos más altos. De ahí que haya que tratar en educación la necesidad de enfrentar los conflictos humanos del mundo moderno y las fuerzas que lo impulsan, entre ellas la mentira y el disimulo.
Se impone una educación de calidad y un firme ideal de cultura que favorezca la formación de los más jóvenes, que le dé poder al espíritu sobre los demás poderes e influencias negativas. La solución está reservada a todos, en especial, para los que trabajan por el desarrollo de la cultura y la afirmación personal. Hay que desechar las ideas que se fundan en la aniquilación del otro, acariciando una pasión inferior y bárbara, inmoral y antisocial. Hay que preservar una actitud llena de significaciones y valor en las relaciones de la vida humana y perseverante en la educación desde el momento en que ésta actúa sobre el espíritu en proceso de maduración.
La educación necesita para ser efectiva una estructura sobria, amplia y precisa de doctrinas rigurosamente científicas pues así se construye una ciencia de la educación, con la ética que determina su fin y la psicología que regula sus medios teniendo primacía el fin sobre los medios.
El procedimiento anti-educativo es autoritarismo y violencia encarnado en individuos que se imponen por la fuerza o por la astucia en el seno de la comunidad para envilecerla, a lo que se suma una hiperbólica hipocresía que debe desecharse de toda organización social y política para que predomine, en cambio, la convicción de que el hombre es perfectible, pues la educación perfecciona, y, en cierto modo, lo realiza. La educación misma es susceptible de ser perfeccionada por una organización adecuada con beneficios para la formación intelectual y humana.
Sócrates y Platón asumieron el problema de la educación y su posibilidad, puesto que fueron los primeros en plantearse el problema del hombre. Llegaron a la conclusión de la necesidad de una educación organizada que no detenga el desarrollo personal para imponer las direcciones que provengan de la masa, del Estado o del automatismo material.
Hay que tener presente que filosóficamente, el hombre es un ser que tiene conciencia de sí mismo; de sus relaciones con sus congéneres y con el mundo en que vive, así como de sus actos a los cuales atribuye una cierta trascendencia ultraindividual y a veces ultrahumana.
Los funcionarios deben tener presente que sin educación ni con cualquier educación se podrá perfeccionar hasta sus máximas posibilidades, al hombre como portador de los valores supremos de la humanidad. Con una doble conciencia que nos impone el sentimiento de nuestra limitación nos ayudará a sobrellevarla y con alegría. Sin esa conciencia nos hundiríamos en los abismos de la animalidad. La educación es una preparación para esta lucha permanente cuyo objetivo es alcanzar una aptitud sobresaliente para comprender y cumplir los deberes morales unida a un fuerte sentimiento de solidaridad humana y a una espontánea sociabilidad, que determinen un alto grado de educabilidad, perceptibles desde los primeros años escolares.
¿Quién puede lograr que aflore esta aptitud sobresaliente? Un maestro ejemplar y una política educativa que a la par de instruir y formar despierte el espíritu generoso consagrado a trabajar por el bien común; que intuya los valores, los reconozca en quien los posee y los adopte como normas prácticas en la vida diaria revalorizando a la persona buena, honrada, sociable, de inteligencia normal y equilibrada.
Hay que poner en marcha una educación que neutralice al incapaz de comprender los valores superiores, al infradotado intelectual que no refleja ni en su conducta nada positivo, por ser un negativo moral incapaz de sentir los valores y practicarlos voluntariamente, aunque sí es capaz de fingirlos indefinidamente por cálculo. Desgraciadamente ese tipo de individuo crece numéricamente. Para definirlo con otras palabras es el hipócrita, el duro de corazón, el astuto, el mezquino, el ladino, el utilitario, el que está atento a las situaciones de desorden social o política para relajar los resortes de la responsabilidad.
La sociedad necesita reglas de conducta y también reglas de pensamiento y de sensibilidad comunes. Esto es prioritario en la educación pues la autoridad nace de la ejemplaridad y pone frenos a la ilusión anarquista tan en boga sin que haya voluntades que le pongan límites.
Hay que seguir luchando por un nuevo ideal de formación humana. Esto está reservado a todos los que estén dispuestos a trabajar por un nuevo sistema de formación que salve al hombre y exalte sus cualidades esenciales, como lo están haciendo un grupo de intelectuales argentinos y de religiosos de distintos credos que se han constituido en guías cívicas y espirituales.

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