Independientemente de la santidad o no de los sacerdotes, del Obispo, Dios se ha quedado y uno tiene que verla y reconocerla con fe a la Eucaristía. Este Cristo es el testamento que nos dejó, es su Cuerpo para robustecernos, para alimentarnos, para fortalecernos, para enviarnos, para dar sentido a nuestra vida.
Reflexión de Mons. Rubén Oscar Frassia
Domingo 14 de junio de 2009
Solemnidad de Corpus Christi
Evangelio según San Marcos 14, 12-16. 22-26 (Ciclo B)
Queridos hermanos, en la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo reconocemos la presencia de Jesús en la Eucaristía, en alma, cuerpo y divinidad. El próximo viernes 19 es la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Ambas son fiestas muy hermosas, muy profundas y muy bellas. Celebrémoslas en comunidad.
Evangelio: “Eucaristía: recta intención, alimento espiritual y medicina del alma”
Queridos hermanos, ¡cómo es el Señor! Nos va santificando, nos va transformando, nos va iluminando, nos va haciendo conocer el misterio –como fue la semana pasada con la Santísima Trinidad: el Padre, el propio Hijo y el Espíritu Santo- y ahora ese misterio se expresa en algo que es definitivo: el sacrificio de Cristo.
¿De dónde surge este sacrificio? Es la reiteración de la Alianza, que ya estaba presente en el Antiguo Testamento, que Dios hizo con su Pueblo, “desde este momento tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios”, dice el Señor. Esa alianza, ese pacto, se realizaba a través de la sangre. También, en el Éxodo, estaba el sacrificio de comunión donde la sangre era el sello de la antigua Alianza. Esa sangre de la alianza era esparcida sobre el altar y sobre el pueblo. Es muy fuerte el sentido y el significado de esa sangre, porque es lo más íntimo, lo más vital.
Luego Cristo, que va a morir en la cruz, va a resucitar y, anticipándose a ese sacrificio, a la Pascua, hace la Cena Pascual donde Él se queda. Ha dejado en manos de hombres su testamento: la Eucaristía. Independientemente de la santidad o no de los sacerdotes, del Obispo, Dios se ha quedado y uno tiene que verla y reconocerla con fe a la Eucaristía. Este Cristo es el testamento que nos dejó, es su Cuerpo para robustecernos, para alimentarnos, para fortalecernos, para enviarnos, para dar sentido a nuestra vida.
Aquí hay algo muy importante: para acercarse a Él se exigen actitudes nuestras. En primer lugar, la recta intención. No me puedo acercar a Jesús sin la recta intención que es servirlo, tratar de serle fiel, no tener dobles intenciones y no usarlo a El como cosa mágica porque allí no hay recta intención. Uno se va acercando al Señor para configurarse con Él, para reconocerlo a Él, para recibirlo a Él.
Lo segundo, es saber que es alimento espiritual. Nos alimenta porque tenemos necesidad, porque somos pobres. Y también, por último, es una especie de medicina porque no sólo nos alimenta, fortaleciéndonos, sino que también cura nuestras heridas, nuestras fisuras, nuestras llagas, como un bálsamo o ungüento, que va sanando, cicatrizando cada herida.
Le pedimos al Señor que en esta Eucaristía tengamos recta intención, sea nuestro alimento espiritual y nuestra medicina para fortalecernos, para vivir como reparados, como sanados, como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros.
Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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