La comunión para los cristianos tiene su fundamento en el amor y comunión trinitaria. En el amor de Dios al hombre y en la necesidad de asumir el mandamiento del amor.
Carta del Obispo de Posadas – 5º domingo de Pascua – 10.05.09
Por Mons. Juan Rubén Martínez
En muchas oportunidades los cristianos nos referimos a la palabra “Comunión”. Desde distintos ángulos y por diversas razones tratamos que sea el fundamento de nuestro obrar. Es cierto que no siempre entendemos su significación y por lo tanto su importancia. En algunas oportunidades leemos o escuchamos que se unen empresas, sectores o bien países para determinados fines. En general son formas de unidad pero con fundamentos estratégicos. La comunión será más profunda si los lazos de unidad se fundamentan en relaciones históricas, culturales o bien religiosas. Pero todo esto aún es diferente a lo que los cristianos entendemos por comunión. El Papa Juan Pablo II cuando iniciaba nuestro siglo XXI señalaba en la encíclica “Novo Millennio Ineunte” que debemos hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: “éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo... Antes de programar iniciativas concretas hace falta promover una espiritualidad de comunión” (43).
La comunión para los cristianos tiene su fundamento en el amor y comunión trinitaria. En el amor de Dios al hombre y en la necesidad de asumir el mandamiento del amor. El Evangelio de este domingo (Jn. 15,1-8), nos señala la necesidad de estar en comunión con Jesucristo, como la vid y los sarmientos: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permaneces en mí” (4)
El fundamento de toda comunión para los cristianos se da en esta comunión con Aquel a quien seguimos. Quizá señalar esto en el contexto cultural que vivimos parezca un tanto exigente o rigorista, pero creo conveniente decirlo, porque las experiencias de fracaso ligados a la “comunión fraterna”, en nuestras familias, comunidades, movimientos o bien el mismo compromiso de los cristianos como ciudadanos, tienen en general como causa esta ruptura básica; nos decimos cristianos pero de hecho no nos sentimos comprometidos con Jesucristo ni con sus enseñanzas. Llamarnos cristianos a veces es solo una denominación que puede llegar a implicar algunas devociones religiosas, sin terminar de integrar nuestra fe con nuestra manera y estilo de vida. En realidad esto sucede porque no permanecemos en Él, como “la vid y los sarmientos” y dejamos de ser fecundos en la construcción del Reino.
En la Diócesis hemos querido acentuar este tema de la comunión que nos señala el texto del Evangelio de este domingo. La eclesiología de comunión no es una opción posible como si fuese una pastoral más. La comunión es un reclamo que nos realiza el Señor y que si no nos interesa contradecimos el camino de discipulado que implica el ser cristianos. Por esta razón y fundamento, en la Diócesis venimos acentuando la necesidad de asumir la comunión desde nuestra conversión a Dios y desde la búsqueda de mejorar nuestra pastoral para que sea más orgánica. El primer Sínodo Diocesano ha sido una oportunidad que nos regaló el año jubilar, para que durante estos años asumamos las temáticas y “Orientaciones pastorales” del Sínodo. Durante este año fundamentalmente desde las Asambleas parroquiales y en el revisar las estructuras de pastoral, evaluándolas desde si son aptas para la misión, buscaremos seguir profundizando en este tema de la comunión. Es cierto que asumir esta exigencia que surge de este reclamo de unirnos como “la vid y los sarmientos”, es exigente, y la tentación es quedarnos cómodos “en lo de siempre”, pero nuestra vida solo se plenifica si no nos conformamos con lo mínimo. En el amor donado y pascual, en desacomodar y desarmar lo que no sirve a la misión, encontraremos dolores y sufrimientos, pero también el gozo que implica vivir una vida cargada de sentido.
Tanto para la vida de la Iglesia, como para la sociedad, nuestra Provincia y País el valor de la comunión y no la uniformidad; la pluralidad y lo diverso, sin rupturas, aquello que busque construir el bien común, será la respuesta adecuada para construir en este tiempo globalizado una cultura solidaria y de la vida. El texto de este domingo de “la vid y los sarmientos”, nos permiten captar la vigencia de la propuesta de Jesucristo, el Señor, en este inicio del siglo XXI.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
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Carta del Obispo de Posadas – 5º domingo de Pascua – 10.05.09
Por Mons. Juan Rubén Martínez
En muchas oportunidades los cristianos nos referimos a la palabra “Comunión”. Desde distintos ángulos y por diversas razones tratamos que sea el fundamento de nuestro obrar. Es cierto que no siempre entendemos su significación y por lo tanto su importancia. En algunas oportunidades leemos o escuchamos que se unen empresas, sectores o bien países para determinados fines. En general son formas de unidad pero con fundamentos estratégicos. La comunión será más profunda si los lazos de unidad se fundamentan en relaciones históricas, culturales o bien religiosas. Pero todo esto aún es diferente a lo que los cristianos entendemos por comunión. El Papa Juan Pablo II cuando iniciaba nuestro siglo XXI señalaba en la encíclica “Novo Millennio Ineunte” que debemos hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: “éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo... Antes de programar iniciativas concretas hace falta promover una espiritualidad de comunión” (43).
La comunión para los cristianos tiene su fundamento en el amor y comunión trinitaria. En el amor de Dios al hombre y en la necesidad de asumir el mandamiento del amor. El Evangelio de este domingo (Jn. 15,1-8), nos señala la necesidad de estar en comunión con Jesucristo, como la vid y los sarmientos: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permaneces en mí” (4)
El fundamento de toda comunión para los cristianos se da en esta comunión con Aquel a quien seguimos. Quizá señalar esto en el contexto cultural que vivimos parezca un tanto exigente o rigorista, pero creo conveniente decirlo, porque las experiencias de fracaso ligados a la “comunión fraterna”, en nuestras familias, comunidades, movimientos o bien el mismo compromiso de los cristianos como ciudadanos, tienen en general como causa esta ruptura básica; nos decimos cristianos pero de hecho no nos sentimos comprometidos con Jesucristo ni con sus enseñanzas. Llamarnos cristianos a veces es solo una denominación que puede llegar a implicar algunas devociones religiosas, sin terminar de integrar nuestra fe con nuestra manera y estilo de vida. En realidad esto sucede porque no permanecemos en Él, como “la vid y los sarmientos” y dejamos de ser fecundos en la construcción del Reino.
En la Diócesis hemos querido acentuar este tema de la comunión que nos señala el texto del Evangelio de este domingo. La eclesiología de comunión no es una opción posible como si fuese una pastoral más. La comunión es un reclamo que nos realiza el Señor y que si no nos interesa contradecimos el camino de discipulado que implica el ser cristianos. Por esta razón y fundamento, en la Diócesis venimos acentuando la necesidad de asumir la comunión desde nuestra conversión a Dios y desde la búsqueda de mejorar nuestra pastoral para que sea más orgánica. El primer Sínodo Diocesano ha sido una oportunidad que nos regaló el año jubilar, para que durante estos años asumamos las temáticas y “Orientaciones pastorales” del Sínodo. Durante este año fundamentalmente desde las Asambleas parroquiales y en el revisar las estructuras de pastoral, evaluándolas desde si son aptas para la misión, buscaremos seguir profundizando en este tema de la comunión. Es cierto que asumir esta exigencia que surge de este reclamo de unirnos como “la vid y los sarmientos”, es exigente, y la tentación es quedarnos cómodos “en lo de siempre”, pero nuestra vida solo se plenifica si no nos conformamos con lo mínimo. En el amor donado y pascual, en desacomodar y desarmar lo que no sirve a la misión, encontraremos dolores y sufrimientos, pero también el gozo que implica vivir una vida cargada de sentido.
Tanto para la vida de la Iglesia, como para la sociedad, nuestra Provincia y País el valor de la comunión y no la uniformidad; la pluralidad y lo diverso, sin rupturas, aquello que busque construir el bien común, será la respuesta adecuada para construir en este tiempo globalizado una cultura solidaria y de la vida. El texto de este domingo de “la vid y los sarmientos”, nos permiten captar la vigencia de la propuesta de Jesucristo, el Señor, en este inicio del siglo XXI.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
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