sábado, 21 de febrero de 2009

SEÑOR QUÉ GRANDE ES TU MISERICORDIA


El pecado no sólo envilece el alma sino que también traba el corazón del hombre, lo esclaviza y no le permite caminar por la vida con la verdadera libertad de los hijos de Dios.
VII Domingo durante el año (b)

Por Mons. Marcelo Martorell
A través de toda la Escritura el Señor se manifiesta como un Dios justo, que mira el corazón de los hombres, que conoce sus fidelidades e infidelidades y que conoce el abandono del hombre a la Alianza que ha realizado con Él. Sin embargo se manifiesta también como un Dios de eterna misericordia, que ama al hombre a quien creó y perdona sus pecados y sus infidelidades.
Israel, es el pueblo de sus predilecciones. Sin embargo siempre está dispuesto a traicionarlo descuidando su amor y su culto y el Señor se lo reprocha duramente: “Tú no me has invocado Jacob, ni te has fatigado por mí, Israel…me has cansado con tus iniquidades” (Is. 43,22). No obstante está dispuesto a perdonar y borrar sus culpas: “Yo soy el que limpio tus iniquidades y no recuerdo tus culpas” (Ib. 25). Así se muestra Dios a lo largo de toda la Historia de Israel. Son inagotables el amor y la ternura de Dios para con el hombre y se muestra siempre e incansablemente dispuesto a perdonarlo, tantas cuantas veces sea necesario.
La encarnación de su Unigénito y su obra redentora son el testimonio más perfecto de esta realidad de amor y perdón. El Señor Jesús expresa en el evangelio, las una y mil formas de perdón, llegando a perdonar incluso antes de que se lo pidan. En el evangelio contemplamos el pasaje del paralítico, ese pobre hombre afligido por su enfermedad e incómodo por la forma en que es introducido ante Jesús, que oye de su boca unas palabras inesperadas: “Hijo tus pecados te son perdonados” (Mc. 2,5). Probablemente eso no es lo que esperaba el paralítico, sino que le curara su enfermedad. Esperaba que Él le hiciera un milagro. Pero precisamente ese es el milagro primero que Dios en su infinita misericordia hace para con el hombre: perdonar sus pecados.
El pecado no sólo envilece el alma sino que también traba el corazón del hombre, lo esclaviza y no le permite caminar por la vida con la verdadera libertad de los hijos de Dios. El pecado paraliza el corazón del hombre frente a los ideales más hermosos que le presenta la vida. Tanto puede el pecado, que lo ata desarmándolo para caminar, y cuanto más para luchar por lo mejor que le pide su corazón y su espíritu.
Y el Señor, quiere precisamente, librarlo de esa primera atadura a este hombre que no puede caminar. ¡Que camine con el corazón, completamente libre, llenando su vida con las ilusiones más hermosas! Es por eso que Jesús libra primero al paralítico del peso de sus culpas, en las que quizás ni siquiera había pensado. Y para mostrar que esto es una realidad, le dice al enfermo: “para que sepan que el Hijo del Hombre tiene en la tierra poder de perdonar los pecados, levántate toma tu camilla y vete a tu casa” (ib 10-11)
La curación del cuerpo atestigua el perdón de los pecados. Es la señal externa -al alcance de todos- del perdón de los pecados, mostrándonos también la grandeza de Dios que no sólo perdona los pecados del hombre, sino que también restablece el orden de la naturaleza.
Esta iniciativa de Dios -el perdón de los pecados- utiliza todos los medios para salvar al hombre, criatura de su amor. Y llevando estos medios hasta el extremo realiza la salvación del hombre y el perdón de sus pecados, a través de la Cruz del mismo Jesús.
San Pablo no dice, sino que urge al hombre, para que se decida a responder con fidelidad a la fidelidad de Dios (1Cor. 1,20) y dar su “sí” al “Sí” de Dios. Es hora de amar a quien nos ama sin fronteras. Y ese amor conlleva una vida y una conducta dignas del hijo amado por Dios.
Hemos de ser testimonio de la misericordia y del perdón de Dios, no en el sentido de saber que pecando seremos perdonados, sino que por la gracia de Dios intentaremos tener una conducta intachable, haciendo que nuestra vida hable de la vida de Jesucristo.
Que María, la Virgen, nos enseñe el camino del verdadero amor.

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